Literatura

Diario literario 2022, octubre (Parte 3): Thibault Cauvin; Lumet en Lyon, «El camino de la esperanza», Maquiavelo, Avedon en Milán

22/10/2022

Mersault, viernes 14 de octubre de 2022

 Le Royaume perdu

Inesperada lectura de algunos de los poemas de mi Exilios (Le Royaume perdu en francés) con los amigos de Borgoña, todos productores de vino. Guillaume D’Angerville se encargó de los textos traducidos, mientras yo leía los originales. Guillaume es, además, autor del prólogo de la edición bilingüe de Editions Conference. Primera vez que escuchaba estos versos en otro idioma, traducidos por la apreciada Idoli Castro, Maîtresse de Conferences de la Universidad de Lyon. Como se destaca en la introducción, el trabajo de Idoli es impecable. Además de su consideración por la significación de los poemas, se dedicó a proporcionar una musicalidad equivalente al original irregularmente rimado:

Le Royaume perdu

Que deviendra la peau
de ces vallés musicales
aux arômes
de miel et de goyave?
Ces marais, ces canaux
pour la soif des jours,
à quels océans,
lacs ou rivières
sont-ils destinés?
Les collines dorées
de ces seins
parcourus à l’aveugle
en des claires aurores
sous que ciel
s’éveilleront-elles demain?
Dernier regard
sus ce royaume
aux chairs denses
et lisses telles des pommes
-qui m’ètait promis.

  

Perdida del reino

 ¿A dónde irá a dar la piel
de estos valles musicales,
con sus aromas
a guayaba y miel?
Estos remansos y canales
para los día de sed,
¿frente a qué mares
o lagos y corrientes
terminarán después?
Las colinas doradas
de estos senos,
recorridos a ciegas
en claras madrugadas,
¿bajo qué cielo
van a despertar mañana?
Ultima mirada
para este reino
de turgentes carnes
y lisura de manzanas
que estaba para mí.

Quedé sorprendido ante la experiencia especular, la sensación de sentirme doble o desdoblado. Una sensación inquietante. Un yo extraño, que hablaba en francés, y este más familiar, si se quiere, que hablaba en castellano. Los vinos compartidos no hicieron sino profundizar la sensación del doble. Uno de ellos producido por el Domaine du Pélican, el emblemático pájaro de Baudelaire

 

Thibault Cauvin. Fotografía de Patrice CALATAYU | Flickr

Mersault, sábado 15 de octubre de 2022

Thibault Cauvin

Ayer en la noche, invitados por la querida Nathalie Tollot-Beaut, un concierto de Thibault Cauvin en el teatro de la Lanterne Magique de Beaune. Thibault, ganador, entre otros muchos, del concurso de guitarra Andrés Segovia, es un músico de los nuevos tiempos. Quiero decir que son intérpretes que se han despojado de todo formalismo en sus interpretaciones. Aquella seriedad de los virtuosos del siglo pasado.

Recordaba, mientras atendía, las complejas variaciones que introducía Cauvin en la lectura de algunas piezas clásicas, al venezolano Alirio Díaz en sus conciertos. La etiqueta con la que se presentaba ante un público que estimaba tanto su genio como su presencia. Y así con la gran mayoría de los solistas de su tiempo. El profundo cambio que vive en este momento la sensibilidad occidental, se manifiesta en todas las manifestaciones de la cultura. Cauvin representa esta “nueva sensibilidad”. Informal, accesible, carismático, desde su llegada manifestó su interés de comunicarse con los que asistimos esa niche a la cita en la Linterna Mágica.

Sus presentaciones estaban lejos del formato clásico de Díaz o Brendel o Arrau y todos los demás. Lo suyo es un concierto-diálogo donde escuchamos no sólo su impresionante sonido, sino alusiones a sus muchos viajes así como confesiones en las que involucra a su padre, también guitarrista y compositor. Tanta familiaridad no dejó de incomodarme en las primeras de cambio, para dar paso poco después a la grata sensación de apreciar la música como un placer y más nada. Cauvin sólo nos pide que lo escuchemos, no solo cuando interpreta a Bach, Yépez o Jobim, sino cuando nos habla de sus grandes experiencias existenciales, como su estadía en un campamento mongol o su residencia en un pequeño pueblo de pastores a cientos de kilómetros de Estambul.

 

Sidney Lumet. Fotografía de Bryan Bedder | Getty Images North America | Getty Images vía AFP

Mersault, domingo 16 de octubre de 2022

Lumet

Uno de los eventos más llamativos del Festival Lumière que se organiza todos los años en la cercana Lyon, ciudad natal de Auguste Lumière (nació en Besançon), es la retrospectiva dedicada al prolífico Sidney Lumet. En su estupenda reseña para Le Monde, Jacques Mandelbaum recuerda la apática actitud de la crítica francesa ante la obra del realizador norteamericano, responsable de algunos films extraordinarios y de otros más bien mediocre. Quizá la negativa de Lumet de ser un autor unitario, darwiniano y a su indiferencia ante las tentaciones de hacer de “cine d’auteur”, esté en el origen de esta miopía. No obstante, pocos directores más hábiles en el tratamiento de sus actores. Algunos de ellos, como Al Pacino, le deben a Lumet el suceso de su carrera. Otros, como Rod Steiger, le agradecen un segundo aire. Los tiempos, como sabían mejor que nosotros los latinos, y las nuevas generaciones de realizadores, y un nuevo público, ya no parecen tan interesados en la imagen del director de cine como un artista frustrado por los grandes estudios y distribuidoras. El genio que nunca se desarrolló completamente por la maldad de los productores. La reciente muerte de uno de los más grandes artistas-genios-malditos, Jean-Luc Goddard, me hizo experimentar un poco de esta nueva sensibilidad. Después de leer todas las necrologías, tuve la sensación de que Goddard había muerto ya hacía tiempo. A su cine se han hecho tofo lo elogios y se ha dicho todo, con la excepción de que algunas de sus cintas más difundidas, aun con toda su inquietante belleza, tienen algo de demodé, algo de un soixanthuitardisme (ideología de los seguidores del ’68 francés) con más de venerable que de contemporáneo. Goddard fue uno de los grandes visionarios del cine del siglo XX, aunque no dejo de percibir cierta fatiga cuando he vuelto recientemente a algunas de sus cintas más celebradas. Por su parte Lumet, con todos sus desaciertos, al menos en películas como Serpico o El prestamista, sigue tan contemporáneo como siempre.

 

Fotograma de «Il cammino della speranza» (1950), de Pietro Germi

Milán, martes 18 de octubre de 2022

La esperanza de Pietro Germi

Il cammino della speranza, de 1950, es una de las cien películas dignas de ser conservada para conocer la historia de Italia. Se trata de la aventura de un grupo de sicilianos que se aventura al exilio ante la difícil situación de la tierra natal. Encabezados por un inolvidable Raf Vallone, los inmigrantes, a duras penas, llegan a Roma, donde comienzan las atroces desventuras. Criticada en su tiempo por sentimental y pesimista, la cinta no es otra cosa que una crónica devastadora de la aventura del exilio. Como buen representante del segundo neorrealismo, Germi se esmera en presentar la acción como si se tratara de un documental, con muchos actores no profesionales. La fotografía de Leonida Barboni (La grande guerra, Monicelli o La corruzione, Bolognini) , con sus luces y sombras, como los trabajos de Ansel Adams, es tan elocuente como el guion de Fellini. La historia de la migración italiana de la postguerra la conocimos bien en aquella Venezuela de los años cincuenta, donde los dialectos del sur de Italia se confundían con las expresiones de nuestro español de América. En tiempos de exilios y refugios, la cinta de Germi debería ser obligatoria.

 

Escultura de Niccolò Machiavelli frente al Palacio de los Oficios de Florencia. Fotografía de Rafael Robles | Flickr

Milán, jueves 20 de octubre de 2022

Maquiavelo y los 7 pecados capitales

No hay uno de los siete pecados capitales que la iglesia católica no haya cometido en su larga historia. Sus pontífices han sido lujuriosos, golosos, avaros, flojos, iracundos, envidiosos y soberbios. Y si, como debiera, la infamia fuera el octavo (ya Cristo se había referido a la gravedad del falso testimonio en Marcos 10, 19), las autoridades eclesiásticas serían abanderadas. Tal vez la víctima más conspicua de esta actividad difamadora haya sido el secretario de la Segunda Cancillería de la república florentina, Niccolò Machiavelli. El alto cargo que, de manera ejemplar, ejerció durante una docena de años, dice mucho de sus convicciones políticas.

La de Florencia fue una de las repúblicas más antiguas de Europa, una institución que no resistiera los cambios de la revolución comercial de mediados del siglo XIV. En la capital toscana, fueron los Médici los más hábiles exponentes de esta deriva que convirtiera la vieja república en implacable plutocracia. Cósimo de Médici, el más hábil y exitoso y generoso de estos comerciantes, ejerció la tiranía con la misma eficiencia que dirigiera sus negocios. La venerable república florentina desaparecería, para resurgir brevemente, dirigida por Piero Soderini, de 1498 a 1512. Maquiavelo sería su mejor ayuda y con él marcharía al duro exilio al regreso de los Médici, que lo dejarían ir no sin antes tenerlo un año en prisión y someterlo a las más horribles torturas. No obstante, Maquiavelo será mejor conocido como un pensador al servicio de los más oscuros intereses. Lo cual vendría a ser el asunto de El príncipe, el más conocido de sus tratados.

Pero no el único de sus libros de filosofía política. Tan interesante son sus Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio, un comentario inconcluso sobre la historia de Roma del gran cronista romano. En sus páginas, Maquiavelo expone su tesis de que es la república y no la tiranía o la dictadura, el mejor de los sistemas de gobierno. En ambas obras, una tesis común: la iglesia sólo sirve como instrumento para ser utilizado por el príncipe para mantener el poder. No fue Maquiavelo el único en creerlo. Mucho antes, Cósimo había puesto en práctica la tesis, invirtiendo cifras fabulosas para contar con el apoyo de Roma. Las ideas del segundo canciller son el fundamento de la filosofía renacimental. La preocupación central del gobernante ya no es la civitas dei sino la polis. Los nuevos sacerdotes son los políticos que, sin consultar con el Creador, deciden el destino de todos. El único bien es el bien común y el ciudadano no debe esperar el más allá para disfrutar la existencia.

Para Maquiavelo, la iglesia no es sólo algo secundario, sino que, además, la culpable de los males de Italia. En el capítulo XII de sus Discursos, lo expone claramente: “La iglesia ha mantenido y mantiene nuestro país dividido por haber organizado un poder temporal. No ha tenido la voluntad o ha insistido en ocupar el resto de Italia para convertirla en su gobernante”. No hay que recordar que durante siglos Roma fue un principado independiente, con sus instituciones y sus fuerzas armadas. En vida, Maquiavelo, en su condición de florentino, se eximió de la ira papal. No así después de su muerte. En su enfrentamiento con el protestantismo, la iglesia consideró prudente establecer un Index, un catálogo de libros no aptos para la lectura de los católicos. Primus inter pares, los escritos de Maquiavelo, no solo el Príncipe y obras literarias, sino omnia opera, todo lo que escribió. El efecto producido no podía ser mejor. La venganza, que es el noveno pecado capital de mi lista, nunca ha sido mejor ejercida.

Durante más de quinientos años, la imagen de Maquiavelo que prevalece es la de un cínico despiadado, teórico del homicidio político e ideólogo de los instintos más oscuros. En su empresa difamadora, la iglesia ha tenido un éxito digno de mejores causas. El papado convirtió a Maquiavelo en un serial-killer, lo que no ha podido es despojarlo de su influencia que, como todas las influencias, incluyendo la de santo Tomás, puede ser infame o provechosa. Todo depende de lo que el lector quiera leer en las páginas del fascinante Príncipe, o en los comentarios de su estimulante Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio. Maquiavelo ha sido una víctima del octavo pecado capital ejercido por los practicantes de los otros siete.

 

Una mujer mira los retratos del fotógrafo Richard Avedon durante una presentación para la prensa en la Galería de Arte Corcoran en Washington, DC. Fotografía de Karen Bleier | AFP

Milán, viernes 21 de octubre de 2022

Avedon en Milán

Ya en 1994 Richard Avedon había presentado su trabajo en esta ciudad. Ahora el Palazzo Reale le dedica una estupenda muestra a uno de los maestros más interesantes de la fotografía contemporánea. Relaciones es como la han llamado los organizadores, aludiendo a la insistencia del artista a fotografiar a sus modelos en momentos diversos, en ocasiones, como en el caso de Truman Capote, con una diferencia de años. Avedon es el más exquisito de los retratistas de la fotografía moderna. Sus retratos no son interpretaciones psicológicas ni están mediatizados por la ideología. Sus modelos sencillamente eran así en el momento del click. Como diría Barthes, lo mejor que se puede decir de ellos, es que eran así en ese instante y que Avedon estuvo allí para consignarlo. Es admirable la voluntad formal del maestro, su insistencia en la aspiración a una iconografía ideal. No de balde fue buen amigo Antonioni, otro obsesivo perfeccionista. Una hermosa muestra del fotógrafo con el que más me he sentido vinculado durante toda mi vida. Para acompañar el recuerdo de la exposición, en este momento en RAI5TV, un concierto de Arturo Benedetti Michelangelli, otro formalista insigne, dedicado al gran Domenico Scarlatti.


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