Diario literario
Diario literario 2020, mayo (parte V): revolución y absurdo; Antonio El Melancólico; cátaros, religión y exterminio
Detalle de la ilgesia de la Madeleine en Béziers. Fotografía de Albertvillanovadelmoral | Wikimedia
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Caracas, domingo 24 de mayo de 2020
El absurdo y los pájaros
Una mañana despejada y amable después del bochorno de los últimos días, cuando todo parece haber conspirado para hacer de este mes primaveral —para los que la tienen— un tiempo poco grato. A los caprichos del clima, que terminan compensando los rigores del trópico con una luminosa mañana como la de hoy, que más que nadie la disfrutan los pájaros del cielo, se suman las privaciones tantas provocadas por una mediocre revolución, “inglorious”, en términos hollywoodenses. El comunismo, incluso en países de la disciplina de Alemania, es el camino más rápido, la vía real hacia la catástrofe. En Venezuela, este desastre ha adoptado un carácter absurdo que la hace aún más trágica. Que en un país donde se regalaba el combustible (el absurdo total), a la vuelta de unos meses el mismo producto alcance los precios más elevados del mercado global, es algo que escapa cualquier intento de racionalización. Porque esta es la esencia de lo absurdo, que carezca de explicación. Ni siquiera el ilegal enriquecimiento de los dirigentes revolucionarios parece tener sentido. Que cientos de estos personeros se hagan, producto de sus robos, con algunos millones de dólares, es imperdonable, pero, hasta cierto punto, comprensible. Las casas de lujo, los yates y aviones no son precisamente económicos; pero que, para cubrir estas necesidades, una ristra de modernos Ali Baba hayan acumulado cientos, cuando no miles de millones, tiene algo de insensato. ¿Dónde van a esconder semejantes sumas sin ser detectados? ¿Por qué no mantenerse a salvo con unos pocos de estos millones y disfrutarlos al aire libre sin ser molestados? Porque no. Olvidémonos de Vladimir y Estragón, los héroes de la farsa de Beckett. Simples aficionados ante el absurdo cotidiano y trágico que se representa todos los días en el teatro Venezuela. Ante la cruda miseria de los tiempos, los pájaros en las ramas del samán alumbran con sus cantos tanta miseria.
Antonio De Venecia
No han sido pocos los ingenios que han reflexionado sobre la naturaleza de lo clásico, una escurridiza condición que nunca será precisada del todo. Cada época tiene sus clásicos y cada generación rechaza otros tantos. Valga, por nuestra parte, insistir en que lo clásico, entre otros tantos atributos, es una manifestación artística o literaria que siempre es nueva. Como Shakespeare.
Caracas, lunes 25 de mayo de 2020
Venezuela adentro
Las noticias, las pocas en este boicot informativo, que me llegan del interior no pueden ser más deprimentes. Un memorial de horrores, una ristra sin fin de humillaciones, un listado de desastres. En una ajustada relación, Francisco Suniaga, autor de la mejor novela que se ha escrito sobre su Margarita natal, presenta un panorama que no puede ser más doloroso. Una expresión radical del teatro del absurdo en la más hermosa de las geografías del Caribe. Un absurdo en sí mismo, que el paisaje más atractivo sea el más horrible, una contradicción en términos, una muestra más de la lógica paradójica propiciada por la revolución. Del cielo prometido a las miserias del “infierno tan temido” de una revolución comunista.
Antonio De Venecia (2)
Lo que he encontrado esta vez en una relectura de El mercader de Venecia es la atención que Shakespeare presta a la melancolía; el propio mal de su siglo. Condicionados por el personaje de Shylock, el cual nos preocupa a nosotros más que lo que preocupaba a los lectores previos a las campañas de exterminio de los nazis, tal vez nos preocupemos menos por otros dos aspectos de la comedia. Uno es la modernidad de Porcia, el más moderno de los personajes femeninos del canon shakesperiano. A pesar de su voluntad y ambición, Lady Macbeth, en su eternidad arquetipal, no tan contemporánea. Cleopatra tal vez, pero no Desdémona ni Ofelia. Porcia no se somete a las convenciones de su época. Es una mujer que desplaza la pasividad femenina premoderna y se hace cargo de la situación para resolverla sin la participación masculina. Llega a disfrazarse de hombre para resolver el entuerto, pero también para demostrarle al género dominante que ella puede asumir con indudable fortuna la condición de hombre. En nuestro tiempo, Porcia, de proponérselo, sería fácilmente Chief Executive Officer de una gran corporación. En esta relectura de El mercader sentí cómo Porcia me hablaba con otra voz que me permitió entenderla en su verdadera esencia. Una vez más, Shakespeare me hizo leerlo como un autor nuevo.
El otro aspecto, más obvio, es el de la aparición de Antonio como prototipo de la melancolía, a la cual se alude en el mismo primer verso de la obra:
ANTONIO: Ciertamente ignoro por qué estoy tan triste. Me preocupa. Y al parecer a ustedes también. Pero cómo he adquirido esta tristeza, tropezado o encontrado con ella, de qué sustancia está hecha, de dónde proviene, es algo que no consigo explicarme. Y tan pobre de espíritu me he vuelto que me cuesta mucho reconocerme.
De seguidas, el mercader aclara a sus amigos venecianos que no son los bienes materiales lo que le preocupa. Suficientes barcos mercantes tiene para asegurarle un holgado porvenir económico. Tampoco son penas de amor las que están en el origen de su melancolía. Sencillamente, como le sugiere uno de sus compañeros, “estás triste, porque no estás alegre”. Y, metaforizando sobre el origen “endógeno” del mal de Antonio, el personaje agrega invocando la bifronte Jano:
“En ocasiones la naturaleza se contenta formando criaturas raras. Los hay que están siempre predispuestas a entornar los ojos y a reír como una cotorra delante de cualquier tocador de cornamusa, y otros que tienen una fisonomía tan avinagrada que no mostrarían sus dientes para reír ni siquiera ante una broma del grave Néstor”.
Lo mismo con Hamlet, cuya incapacidad para sonreírse era una de las marcas de su genio. O como el padre de Ajax, el cual, según Sófocles, no reía ni cuando estaba contento.
Religión y exterminio
Hacia el final de El silencio de los abedules, la interesante novela de la venezolana Carmen García Guadilla, donde se cuentan las aventuras académicas y paraacadémicas de Jünger Rilke, el joven estudiante que, desde la remota Germania, se desplaza, en la segunda década del siglo XIII, a España y Francia para seguir estudios formales en las universidades de Palencia, la más antigua de España, y luego en la Sorbona (son impecables sus descripciones del Barrio Latino en aquella época de oro de la casa parisina). El protagonista se hace con algunos pergaminos prohibidos (todo lo que recordaba a los cátaros estaba seriamente prohibido en ese momento), en los cuales sus dos autores, uno nativo de Bezières y otro de Carcassonne, consignaron impresionantes crónicas de las matanzas demenciales que acabaron con la cultura occitana. En el primero de ellos, el imaginario Ramón Brenon, con diez años en 1209, cuando comenzó las más sangrientas de las sangrientas cruzadas y la única efectuada en tierras cristiana se refiere a la tarde triste de asesinatos que tuvo como teatro la noble catedral de Bezières:
…los cruzados forzaron los portones y entraron con espadas y otras armas punzantes. Yo logré escabullirme, pues un cruzado me miró a los ojos, me abrió paso hasta la puerta y me dijo “corre”… Cuando salí a la calle me fui hacia la iglesia Madelaine, pero también allí estaban matando. No entendía que si en la catedral y en la iglesia había cristianos católicos, por qué los cruzados los mataban igual. Pude llegar a un escondrijo que conocía por detrás de la iglesia y me quedé allí muchas horas hasta que los gritos cesaron. Cuando salí, sentí mucho miedo al ver los muertos acuchillados en las calles… bajé de la ciudad vi hacia atrás y Bezières estaba en llamas.
Como refiere poco después el protagonista, las víctimas de la matanza no fueron menos de diecisiete mil y, seguramente, más de veinte mil, todos presumiblemente cátaros. Me gusta creer no soy el único que ha sentido un enrarecido aire luctuoso en su visita a la ciudad y a otras ciudades como la misma Carcassonne o la pequeña e ilustre Narbonne. Bezières y su estupenda catedral siguen allí con esa dignidad que se le reconoce muchas veces a los vencidos y pocas veces a los vencedores; especialmente a los que participaron en aquella cruzada genocida que acabó, con violencia desproporcionada, con una de las culturas más brillantes surgidas en Europa desde la desaparición de Roma. Bezières es una de las ciudades más visitadas del suroeste de Francia, en especial por los aficionados a la tauromaquia. Sus festivales taurinos convocan a los mejores espadas de España y Francia. Levantada en unas alturas a orillas del río Orb, es accesible través de una maravilla de puente de medieval construcción, desde donde se puede admirar la estupenda catedral de Saint-Nazaire. La pequeña ciudad es uno de los lugares inevitables en la trágica historia de la civilización occitana. Una cultura donde se reinventó el amor después de su colapso, siguiendo el de Roma. Y, como lo sabía Dante y lo confirmó siglos después Ezra Pound, se dio inicio a la lírica moderna con el arte de los trovadores. También, y esta fue la hamartia de su tragedia, uno de los centros de difusión de esa peculiar variante del cristianismo conocida como religión cátara. En su documentadísima ficción, García Guadilla ofrece una síntesis de esta creencia en el segundo manuscrito que Jünger Rilke, su protagonista, encontró escondido en una cueva:
Nos enseñaron a ser respetuosos de los que no pensaban como nosotros, pero a la vez, nos decían que debíamos aprender a defendernos frente al que quisiera imponernos su religión. También nos enseñaron que, tanto las niñas, como los niños, teníamos los mismos derechos y las mismas obligaciones. Esto porque como existe la transmigración de las almas, nos decía mi madre, un hombre que no ha cumplido su misión en esta vida, puede reencarnar en una mujer y al revés; así hasta que llegue a ser santo y logre entrar en el cielo. El infierno está en la tierra y no en la otra vida como han inventado los obispos de Roma… Mi padre me explicó que nuestra fe era mejor pues provenía de la sencillez y la santidad de los apóstoles de Jesús. Sin embargo, los nuestros en Carcassonne, debieron prepararse para enfrentar las agresiones de fuera, pues había miedo por lo que había pasado en Bezières.
Las ciudades y pueblos occitanos están marcados por el sol intenso del meridiano. No obstante, y a diferencia de sus vecinos provenzales, donde la cruzada fue menos devastadora, la luminosidad de sus cielos son menos transparentes, al igual que sus grandes vinos, con un no sé qué de nostalgia indefinible, como memorias de “un futuro paraíso perdido”.
Caracas, jueves 28 de mayo de 2020
Early bird
El primero de los pajaritos de mi calle comienza a cantar a eso de las 5:30 a.m., cuando la aurora de rosáceos dedos no ha comenzado a entrar por el horizonte “de puntillas, como una dorada Pavlova” (Pound). Canta en solitario, con la garganta finita, y habla de sus proyectos para el nuevo día. Algún mango que ha madurado prematuramente en alguna esquina de la Primera Avenida y que ha guardado para hoy. Pajarito generoso que espera se despierten sus compañeros para compartir el jugoso desayuno. Apenas adolescente, celebra la vida como uno imagina que hacían los griegos y primeros romanos, cogiendo la flor del día sin dejar nada para mañana. A esta hora (8:30 a.m.) lo imagino paradito en la rama, después de haber disfrutado las dulzuras del trópico. Confío en que mañana, a la misma hora, su canción madrugadora endulce otro de estos días privados de la libertad que él disfruta por los dos.
Tiempo de cuarentena
Pasa frente
a mi ventana
de tal manera
el tiempo,
que si no hubiese
campana
diría que no se ha movido
un metro.
Alejandro Oliveros
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