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Caracas, viernes 12 de abril de 2019
Nietzsche entre el XX y el XXI
Para un siglo como el XX, fragmentario y enfermo, violento y ateo, utopista y genocida, el pensamiento de Nietzsche parecía el más adecuado. Los pensadores y artistas que aun antes de la catástrofe de la Primera Guerra sintieron el aire enrarecido de la próxima tragedia, las intuiciones del malhadado filósofo, eran las más atractivas. Una fascinación que se prolongaría a todo lo largo del novecientos. Los ingenios más preclaros de la época propusieron las interpretaciones más brillantes. Incluso cuando lo criticaron, como Lukàcs quien lo encontró culpable del asalto a la razón que había estimulado el surgimiento de los totalitarismos de derecha. No obstante, Nietzsche superó el sectarismo de sus exégetas y llegó a fines del siglo como lo que es; no un profeta visionario, sino un pensador original y necesario para entender el imaginario de la modernidad. Cada siglo tiene su filósofo y es probable que el XX y también el XXI sean del autor de Zaratustra. Ya temprano en el siglo (2002), el necesario Leszec Kolakowski formuló una crítica inusual a Nietszche:
No me gusta Nietzsche y por muchos motivos. Uno es su desprecio por la gente común; los que tienen que trabajar para ganarse la vida, para mandar los hijos a la escuela y que no tienen grandes aspiraciones intelectuales pero cumplen con su deber; van a la iglesia, en ocasiones tocan música. Esta gente, según Nietzsche, es sólo el terreno abonado en el cual crecen tres o cuatro genios en el lapso de un siglo. La humanidad no tiene otra razón de ser que no sea apoyar a estos genios. No hay que agregar que él se consideraba uno de ellos… Además aquel llamado incitándonos a superar al hombre, diciéndonos que deberíamos avergonzarnos porque no lo hemos hecho. Supongamos que nos encontramos en el colmo de la vergüenza por esta negligencia y quisiera “superar” el hombre, ¿cómo lo hago?
Y aquellas otras consignas pretenciosas como “vivir peligrosamente”. En efecto existen oficios o situaciones existenciales en los que el hombre vive peligrosamente. Un gángster, un terrorista, pero también un policía de Nueva York; un médico o una enfermera que se van a un país africano donde las personas sí viven peligrosamente. Pero ser profesor de griego en Basilea en la segunda mitad del XIX no es una manera de vivir peligrosamente.
Bertrand Russell resume la filosofía de Nietzsche con las palabras del rey Lear en la última escena de la tragedia: “haré algo terrible, algo tremendo; no sé qué será, pero será tremendo”. Esta sería la filosofía de Nietzsche.
Dicho esto reconozco que fue un gran escritor alemán y un genio de la seducción intelectual. Se puede decir que vivimos en una época post-nietzscheana; es decir, en una época en la cual los ideales tradicionales de la razón, la fe en el bien, en un orden que nos ha sido concedido y no simplemente creado por nosotros de manera arbitraria, todo eso está en ruinas. Y nadie como Nietzsche contribuyó tanto a destruir este orden. A fin de cuentas, yo no sé en qué creía ni qué es lo que quiso decir.
Caracas, sábado 13 de abril de 2019
Nietzsche (2)
El interlocutor de Kolakowski es Krystof Michalsky, un destacado estudioso del pensamiento de Nietzsche:
MICHALSKY: Nietzsche sostiene que el hombre es algo que tiene que ser superado. Que el hombre vale solo en la medida que sea capaz de transformarse en “superhombre” (Übermensch). Pero no creo que haya estado interesado la crianza de una nueva raza humana desprovista de nuestras debilidades, más fuerte, más sabia, con cabellos más claros. Creo que más bien quería decir que el hombre no es lo que es, sino que siempre es algo más. Que no está encerrado en una situación determinada. El hombre es una tensión, una realidad que no se puede explicar mostrando de dónde viene y adónde va; no es posible describirlo como se describe el curso de un río. El llamado a “superar el hombre”, no es por tanto una expresión de desprecio, sino una tentativa de dar testimonio de la condición humana.
El debate, en su integridad, fue publicado en el número 5/2002 de MicroMega. Almanacco di Filosofia.
Nietzsche fue el último sobreviviente del romanticismo alemán; por lo que no deberían extrañarnos sus contradicciones, la esencia misma de ese movimiento. Igualmente romántico es su llamado a convertirnos en el Übermensch de tan diversas interpretaciones. Una advertencia, una invitación, un llamamiento al hombre “normal” a superar la servil condición en la cual lo ha convertido la sociedad del capital y la desbordada tecnología. El término “hombre mediocre” es típico del siglo XX. En el XXI es más recomendable hablar de “nulidad”. El hombre mediocre del siglo pasado es el “hombre nulo” del nuestro. Rebajado a la mera condición de receptor insaciable de la seudo-realidad que le es suministrada en las pantallas de sus dispositivos. El hombre nulo no quiere saber de nada que lo pueda sustraer de su nulidad; de su situación receptora de todo tipo de mensajes, que sean verdad o no es irrelevante. El mensaje ha dejado hace tiempo de ser el “masaje”. Ahora el mensaje es el “pasaje” a la nueva felicidad. Por eso Nietzsche, a pesar de Kolakowski, tenía razón. O superamos el hombre para acceder a una condición superior o corremos el riesgo de convertirnos ya no en hombres mediocres; lo cual ya era bastante grave, sino en hombres nulos, absortos en nuestra propia nulidad.
Caracas, domingo 14 de abril de 2019
Hoy estaría cumpliendo mi padre noventa y ocho años. En 1921 llegará a su primer siglo. Freue Geburstag, DG!
Nietzsche y el Ulises de Dante
El Ulises del florentino, tal como aparece en el Canto XXVI de Inferno, es una bella metáfora de la aspiración nietzscheana del Übermensch. El héroe, esa prefiguración del hombre renacimental, pierde la vida de la manera más heroica en la empresa de “superar el hombre”. Deberíamos pensar en el buen Hamlet cuando, emulando al personaje de Dante decía, aproximadamente, “What is a man if his chief good and mark of his time is but to sleep and feed, a beast no more!” (“Qué es un hombre si sus principales preocupaciones son dormir y comer, ¡un animal nada más!”). El príncipe de Dinamarca también conoció las limitaciones trágicas del Übermensch.
1969-2019. Recuerdos
Hace justo cincuenta años, en una entrega especial de la legendaria revista bogotana Eco, dedicada a Nietzsche, leí una de sus cartas de juventud en donde expresaba su admiración por Hölderlin. Dos circunstancias llamaban la atención en la misiva. Su interés por Hölderlin en ese momento el cual sus obras se encontraban dispersas o inéditas; y la sensibilidad de Nietzsche, quien parecía destinado a convertirse en un gran poeta. Una lástima que la filología haya terminado captando el talento del joven estudiante. Me gusta conjeturar que su carrera no habría sido distinta a la de Hölderlin, brillante, iluminada, visionaria y trágica. No obstante, incluso como filósofo el estilo del bardo alemán se refleja en la escritura del autor de Ecce homo: fragmentario, sorprendente, apasionado, original y, como en toda buena poesía, marcado por la ambigüedad.
Valencia, lunes 15 de abril de 2019
Notre Dame. Abril es el mes más cruel
Todo lo que puede pasar, quiere el axioma, pasa; pero lo que no puede pasar, también. Que es lo que ha ocurrido hoy con la Notre Dame parisina. Después de mantenerse a salvo de incendios durante la incendiada Edad Media y las incendiarias revoluciones del XIX, su venerable estructura de madera viene a ser consumida por el fuego en una época de GPS, USB, PC, SP, G6 y otras lindeces. Su destrucción remite a experiencias arquetipales, tipo fin de mundo, Apocalipsis Now y otros paisajes distópicos. Pero también a visiones y sueños de nuestras primeras memorias. Notre Dame era una imagen reiterada en los álbumes y libros que hablaban de las grandes maravillas ante nuestros maravillados ojos infantiles, que asumieron a la vieja iglesia y al Partenón como imágenes irrefutables de lo bello. Por eso su colapso ensombrece una parte de nuestra psique. Como si hubiésemos sido despojados con violencia de algo amado. Y así es.
Valencia, miércoles 17 de abril de 2019
Juan Sánchez Peláez & Magloire Saint-Aude
Ahora cuando, gracias al convenio Editorial Visor-Fundación Cultura Urbana (leáse Herman Sifontes) se vuelve, finalmente, a hablar del querido Juan Sánchez Peláez, se me ha ocurrido pensar en una de sus grandes pasiones literarias. La vinculación de la lírica de Juan con la sintaxis surrealista ha sido destacada por todos sus comentaristas: sus experiencias con Mandragora en Chile y sus afinidades con otros dos chilenos, Rosamel del Valle y Humberto Díaz Casanueva; así como su fidelidad a Breton y su admiración por Benjamin Peret. Menos destacado, sin embargo, ha sido su comercio con una de sus afinidades más reiteradas. Hablo, por supuesto, de Magloire Saint-Aude, cuya sintaxis onírica, sus imágenes desprevenidas, su automatismo siempre controlado, su hermetismo y su cristalina dicción son los mismos del iluminado vate venezolano. La primera vez que me habló Juan de este marginado poeta haitiano fue en 1973, en la ocasión de un viaje a Nueva York, para pedirme que buscara los libros de Sainte-Aude en la librería francesa de esa ciudad. No los tenían y, al regreso, me consoló cariñosamente: “No te preocupes, Alejo, tampoco en París es fácil conseguirlos”. Más tarde, escribiría que había sido el estudioso del surrealismo Stefan Baciu quien, por fin en 1975, se los había conseguido. Por mi parte, tuve que esperar mucho más; por lo menos hasta 1997, para que pudiera ponerme en el libro de Magloire, Dialogue de mes lamps, su poesía reunida; una alegría de las más efímeras, porque esa misma noche se lo regalaría a un buen amigo vietnamita y no lo he vuelto a conseguir.
Magloire Saint-Aude (Magloire era el nombre de la madre) nació en Haití en 1912; fue educado en los mejores institutos y participó desde temprano en actividades literarias donde compartió con Duvalier, cuando era poeta antes de convertirse en “serial killer”. Conoció a Breton en 1941, a su paso por la isla y el francés lo daría a conocer en París . Magloire escogió la vida de los poetas malditos; una tradición revitalizada por el surrealismo: solitario, alcohólico, marginal, oscuro y nocturno. Fue periodista incansable y prosista. Al final de su vida, Duvalier, en un gesto no obvio, alivio sus últimos días con una ayuda económica. Su libro más difundido fue Dialogue de mes lamps (1941); luego Tabou y Dechou. Después de Breton, Juan fue su mejor lector y traductor al castellano. En 1980, en el número 228 (octubre de Eco, publicó una breve selección de sus versiones. En su breve nota introductoria escribiría:” (El de Saint-Aude es un universo) que prolifera en ráfagas, centellas y celebraciones, y donde el famoso color local (el Vudú en este caso) es una vía de penetración interior y no la frecuente y ya casi retórica negritud. Hay entre las líneas del poema cierta ironía velada o como el juego al azar y la caída sentimentales, y con todo esto, un sentido simbólico que bordea lo trágico”. Es imposible no pensar que Juan pareciera estar refiriéndose en las últimas líneas a su propia poesía, y no pensar que uno está leyendo a Juan cuando traduce al vate haitiano.
Frases
Siete veces mi cuello,
Diecisiete veces el collar.
El viento giboso de hiel.
Informe, frío,
Los ojos sin agua como la fatalidad.
*
Domingo
Al horizonte de las fiebres
Para la voz en baile del poeta.
El poeta, gato lúgubre, con risa de gato.
El corazón, lamido, quebrantado por las vigilias.
Decid a las letanías desvanecidas Edith
El lugar el busto al capricho de mi reflejo.
Inmovilizado, incompleto en los abanico
Con la dulzura de un moro.
Sopor en mi sangre desguantada sin amor.
Tardes desvalidas en vuelo.
Yo desciendo, indeciso, sin indicios,
Sigiloso, callado, inquilino, a ras de los polos.
*
II
En las realizaciones del poeta cansado,
Mi vitral dislocado
En los raíles de la melodía.
Para una hermosa muchacha naufraga,
Cual la armonía del pillete.
Hacia la araña hendida
De las estrofas segadas.
Sobre la carpeta ciega
De mis talentos apagados.
VI
Solemne cual el jorobado de piedra,
En el oasis de las colinas internas,
Con los ojos abiertos,
Los ojos por tierra,
No soy de vosotros
El intento el cielo el rito.
Alejandro Oliveros
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