Arte

Diana López, 101 Dianas

26/06/2024

El siguiente texto fue leído por su autora en la presentación del libro “101dianas: Autos, Capturas y Desplazamientos”, en el marco del más reciente proyecto de la artista Diana López, desarrollado en plataformas virtuales y espacios expositivos, en la galería Carmen Araujo .

101 Dianas. Fotografía de Josselin Chalbaud

-1  La co-existencia

El proyecto de Diana López, 101 Dianas, pone énfasis en el aspecto coexistencia. Y esta coexistencia incluye a seres que son simultáneos, y, así, que son contemporáneos entre sí. Y esta es, por cierto, una de las características del universo de las redes –que Diana convoca y resalta aquí:  esa peculiar coexistencia de los simultáneos, bien sean semejantes …o diferentes.

Así es que ella se pregunta aquí tanto por lo semejante como por lo diferente. Se pregunta por la coincidencia y, a la misma vez, por la diversidad; se pregunta por la capacidad de enfrentar contradicciones –reales o solo aparentes- y de comprenderlas e integrarlas dentro de la más amplia condición humana. Comprehenderlas, pues, humanamente.

-2 La semejanza

Todas las dianas son semejantes. Lo son en cuanto al nombre, que claramente se repite, hasta parecer casi un mantra.  Pero, más allá de cualquier semejanza física o de nombre, en general los humanos somos también llamados, en una escala más alta de humanidad: “los semejantes”. Es ese otro nivel, en el que Tú eres mi semejante … y en el que Yo soy tu semejante.

Así, si esta obra nos deja abiertas preguntas sobre qué significa “ser un semejante” entre los muchos habitantes de las pantallas en el medio digital, también nos deja abiertas preguntas sobre qué significa “ser un semejante”, de modo más amplio, en esta época nuestra. Más aún, nos hace preguntarnos sobre qué significa “ser un semejante” en un sentido más ontológico, más esencial.

-3 La semejanza… en medio de la diversidad

Si Diana ha creado un cuerpo de trabajo a partir de la semejanza, lo ha hecho desde la conciencia de que esas semejanzas existen en medio de una muy amplia diversidad.

Una Diana López protagoniza y muchas otras son en parte homólogas, en parte homófonas: sus nombres se escriben igual, suenan igual; pero no viven, ni se viven igual. ¿Cuál es su vínculo, además de la palabra que las nombra? No un vínculo afectivo, pues ni siquiera se conocen; ni un vínculo de colegas, pues las imágenes muestran diversidad de oficios y vocaciones: la que hace tatuajes, la jugadora de football, la rockstar, la arquitecto, la psicóloga, la influencer, la escritora, la actriz, la modelo, la chica prepago, la campeona olímpica, la periodista, la juez. Y naturalmente Diana la artista: la que crea el vínculo. La que da lugar.

Las vincula también el ser mujeres de hoy ocupando un espacio destacado (internet muestra a quienes destacan, pero también destaca a quienes muestra).

Las vincula esencialmente el espacio de esta nueva creación artística donde todas habitan. Y así una particular resonancia se establece entre ellas, tanto en sentido de sonoridad (un cierto eco, un repicar una y otra vez el mismo nombre) como en el sentido de una extraña armonía, halo imprecisable de unas figuras reverberando en las otras.

4 La permanente búsqueda de identidad

Este es un proyecto sobre la identidad, pero a la vez sobre la alteridad, de tal manera entretejidos el Yo y el Otro que solo el plural puede formar la verdadera trama: este haz-y-envés inseparables entre esta Diana, a la que muchos conocemos, y todas las demás.

Ella también se encubre, intercambiando segmentos de su rostro con los de otras. “Por mi experiencia personal, yo trato de enmascararme”, confiesa. Pero si bien juega al ocultamiento, también es cierto que se reitera, se autoexpone, y su imagen –aun estallada o disuelta- se vuelve omnipresente. “Todas tienen algo de mí”, afirma. Pero, a la vez, todas son otra, pues las repeticiones nunca son exactas: pequeños agregados o rasgos traspuestos crean divergencias para ilusiones diferenciadoras. Mientras la razón necesita anclar en los parecidos, el arte se crece en la brecha de las desemejanzas.

Diana sabe que comunicaciones e identidades, y vida toda, pasan cada vez más por el mundo electro-digital. Observa esta presencia múltiple en aparatos y prótesis, pero también sus fragilidades al actuar horizontal y superficialmente, en circuitos hipercomunicados que benefician, pero también sobrecargan y que, incluso sobre-informándonos, resultan insuficientes, pues mientras multiplicamos esas comunicaciones mediadas, reducimos los encuentros vivaces, el tú a tú directo y presencial entre “semejantes”.  A más pantalla, menos cuerpo. A más pantalla, menos con-tacto.

La obra habla de identidad, pero no de esa –también existente- identidad homogeneizadora que es uno de los peligros de la comunicación electrónica, sino que quisiera una identidad diferenciadora, que hace de cada individuo un ser único e irrepetible. Y así, en este sentido, esta obra nos hace preguntas desde y para una humanidad “crítica”.

Esta exposición, que plantea la existencia de una persona y de un colectivo –aunque atomizado- explora precisamente en relaciones indirectas, generadas en entornos mediados (las redes son sociales solo virtualmente).

Diana aborda aquí la vida virtual con objetivo artístico, sí, pero también identitario, accediendo a figuras existentes en la globalidad de la red e inventando -y descubriendo- conexiones, lo que le permite intuir y “conocer” otras vidas, e interrogar al lugar común según el cual el conocimiento en redes es plano y vaciado, sin énfasis o matices vitales…Ella parece dejar esa otra pregunta abierta: ¿será verdad esa planitud, ese vaciamiento, o las redes todavía habrán de depararnos importantes sorpresas hacia nuestra potencial plenitud? 

Autos. 101 Dianas. Foto Josselin Chalbaud

-5 La fragmentación

Una característica de los medios digitales, que puede ser percibida para bien o para mal, es su naturaleza fragmentada, eminentemente parcial. En un caso como el de esta obra de Diana, donde se ofrece el nombre y muy pocos datos básicos más (como la profesión o el país de cada una de las dianas, por ejemplo), el arte es capaz de constituir, y precisamente a partir de lo fragmentario, un peculiar modo de plenitud del lenguaje, que deriva en un goce diferente, tanto sensorial como intelectualmente diferente.

Pero esa fragmentación que en el contexto ético más amplio puede ser, ha sido y sigue siendo muy cuestionada, en cambio en el contexto de la creación artística resulta elemento reiterado en la constitución de muchos lenguajes contemporáneos.  Así vemos que aquí 101 combinaciones de ojos, narices, bocas, gestos, rictus, entrelazan retratos y autorretratos, fragmentarios y superpuestos, ofreciendo nuevo relieve y densidad -dramática, humorística, o sutilmente monstruosa- a estos personajes, y a sus retazos.

Vale decir, por otra parte, que las otras dianas no son fakes, pues tienen tanta realidad en sus propios ámbitos como la artista que las convoca. Pero ellas solo nos llegan virtualmente, y no completas, sino desmembradamente. Así, inmateriales y fragmentadas, conforman una zona de secreto inevitable: cien dianaslópez que están sin estar del todo, figuras alusivas a personas reales, pero también elusivas: se muestran parcialmente, se retraen, se enmascaran, recordándonos aquella presencia fantasma a la que se refería Jean Baudrillard cuando hablaba de simulacro y simulación, y que nos hace pensar ese modo difuso y fugaz en que el humano se enfrenta a las redes, se pierde o se aliena en ellas, se ve dudosamente repetido en ese hábitat electrónico en que interactúan este ser y aquel fantasma, lo seguro con lo incierto, donde tiene lugar el enfrentamiento del yo con quienes le son “semejantes”, pero ya no en sentido ontológicamente humano sino como apariciones tecnológicamente mediadas, en camino que avanza –pavimentado de trozos- hacia realidades más inmateriales.

-6 Humanismo… todavía

Pero aun basándose en el universo virtual, Diana transita todavía entre lo humano y lo humano, dando lugar a un espacio estético y ético diferenciado entre persona y máquina, dejando ser persona a la persona (una diana y todas las demás) y mostrando que es lo humano lo que aún controla la tecnología.

Este proyecto existe como a medio camino entre la idea de “aldea global”, que MacLuhan desarrolló a fines de los años sesenta motivado por la presencia invasiva de radio y televisión y, de otra parte, el futuro inquietante de ciborgs y seres híbridos. Los montajes de las 101 Dianas derivan en seres híbridos, sí, pero dentro del terreno de lo artístico e imaginario donde, como en los sueños, todo es posible. En este mundo de invención la línea es fina, pero está amparada por la propicia ambigüedad del arte: entre realidad y metáfora, entre digital y objetual, entre presentación y representación, donde un ser híbrido no es un ciborg sino un existente en la tradición del retrato y el autorretrato, un ente de invención en la estirpe compositiva del ensamblaje y el collage (ahora digital, naturalmente).

Así esta obra, tan marcada por la tecnología de la información, no es identificable con filosofías del llamado post-humanismo, basado en biotecnologías. Lejos está del “ser informacional” de Gregory Bateson, pues una cosa es utilizar los recursos, las extensiones del cuerpo que ciencia y tecnología ponen al alcance de la persona –y privilegiadamente del artista- y otra los pensamientos post y trans-humanistas según los cuales la línea sería cada vez más fina e indistinguible entre real y virtual; entre humano, redes, robot y ciborg.

Performance 2dianas. Fotografía de Carlos Germán Rojas

7… Y ahora finalmente el libro

El libro es la nueva etapa. Este es un libro que nos estimula lo táctil, lo visual, lo escritural. Pues la palabra, reiterada hasta la casi oscuridad, produce un espacio plástico: visual y texturado, que es uno de los hitos de esta nueva etapa del proyecto: el objeto libro.

Nos llegan las palabras sueltas, como pistas donde se mezclan datos de las vidas personales, con informaciones políticas o seguimientos policiales, con premios deportivos…; con ojos, bocas, sonrisas, muecas; con signos gráficos, puntos, líneas, manchas…

Hay que recordar aquí lo que ha sido, en la exposición de Diana en la galería de Henrique Faría en Nueva York, la zona de sus Captures / Capturas. Allí no protagonizaban ya ni rostros ni cuerpos, sino palabras, en obra creada desde capturas de pantalla en desplazamientos verticales y horizontales donde los nombres se iban sucediendo como antiguos palimpsestos -signos nuevos sobre caligrafías pasadas-. Pero este soporte no era documento arcaico, pergamino envejecido, sino video, medio ideal para mostrar tiempo, progresión, proceso.

Así esa obra, visiblemente desmaterializada, existió en la visualidad veloz de palabras que nombran personas. La imagen se densificaba y oscurecía, enrarecida por la saturación de los textos.

¿Pero qué pasa cuando aquellas grafías típicas del medio digital que existen en el tiempo, que son tiempo, son llevadas al espacio del papel, y del libro? Y es que, aquí hay que decirlo, aunque Diana se está acercando al mundo electrodigital, se siente todavía habitante del lenguaje analógico. Pero, además y de manera clara, habitante del medio pictórico…y también gráfico, y aquí, en esta etapa-libro, ese entusiasmo por lo gráfico protagoniza visiblemente. Ella convierte sus performances, por ejemplo, en grandes pinturas (como las pinturas “de acción” que se derivaron de la acción corporal colectiva que dirigió con el Grupo Tránsito durante el Festival de Performance en el Espacio Cultural Chacao.

Ahora, con el apoyo de Yonel Hernández y Eddymir Briceño, ha convertido lo que fue su reciente exploración en internet en un libro de artista, donde las semejanzas, diversidades y fragmentos aplican también a las texturas gráficas; donde la serie de sus CapturesCapturas, hace aún más densa la dimensión de lo textural, de lo imaginalmente tridimensional. Y todo esto a la misma vez que hace más abstracta, menos referencial, la multiplicidad de las palabras que fueron pasando desde el soporte digital de la obra hasta las páginas del libro. Son palabras que, más que construir frases amplias, construyen la dimensionalidad misma de la imagen.

Con relación a sus Capturas, había escrito yo lo siguiente, en el texto que acompañó la muestra en Nueva York: “Pero la acumulación (de palabras) no es aquí solo tema, es también estructura. Y la obra llega clara en su condición de exceso, pues esa opacidad de los Captures alude tanto al tempo de las redes, de apariencia indetenible, como al espacio de lo coexistente/insistente, haciéndonos sentir ruidos superpuestos –sonoros, visuales-, congelamiento del nombre, solapamiento de individualidades”.

Ahora, en la impresión sobre papel, los oscuros y los claros que dejan entre sí las palabras son estructuras espaciales que también aluden a esa coexistencia/insistencia/existencia, tres instancias que se dan cita ahora en el placer del papel y del libro, esos insustituibles objetos para la vista y el tacto.

Por otra parte, ya aquí en el libro, más que dar nombres que se reiteran, se dan pistas, signos, señales a través de fragmentos significativos o de fragmentos de un sin-sentido solo aparente, porque ya el propio espacio-libro les otorga otra realidad y sentido.

Performance 2dianas. Fotografía de Carlos Germán Rojas

-8 ¿Y después..?

Me interesan especialmente las obras que quedan abiertas, pero no abiertas solo en sus formas espaciales sino también en sus procesos posibles, en sus derivaciones temporales…Así, me interesa la pregunta –usualmente tácita, pero creo que muy pertinente en un proyecto como éste-: ¿cómo evolucionará esta obra en el tiempo, como se multiplicará ella sola, ya después de que la artista la ha lanzado a la existencia, es decir la ha puesto en exposición, la ha mostrado, la ha compartido, la ha presentado, aquí y allá, ante los demás?

En este caso son muchas las dianas que pueden hacer un feed-back (directo o indirecto) a esta especie de mensaje lanzado por Diana en una botella al mar. Porque a eso se me parece cierto aspecto de este proyecto, solo que aquí no es el mar físico de la realidad, ni el mar incorpóreo de los románticos, sino el mar digital en que se envían y se recogen millones de mensajes por segundo. ¿Cómo seguirá creciendo? ¿Cómo sorteará las tormentas? ¿Cómo se expandirá en la imaginación de las otras dianas que participan, muchas todavía sin saberlo, o cómo lo hará en la imaginación de los que integran, aquí y allá, los públicos diversos?

Una de las situaciones que se están procesando en ese “después”, va a tener lugar el próximo domingo, aquí en este espacio. Se trata de una performance en que Diana se encuentra y dialoga con otra de las Dianalópez de su proyecto, la conocida periodista colombiana que hoy cumple funciones diplomáticas en la embajada de Colombia en Caracas, una de las dianas a quien conoció sólo por azar, y ya un tiempo después de haber lanzado al océano digital su mensaje.

En esa performance construirán juntas un texto oral, “en un espacio determinado y en un tiempo determinado”, me adelanta la artista. Es otra manera de estimular el azar, una especie de cadáver exquisito, pero no escrito sino incorporando, en este nuevo momento del proyecto, algo que no estaba en los anteriores: la sonoridad de la voz, con su timbre y su tono, y naturalmente el cuerpo, el cuerpo presencial en la realidad-real y ya no (solo) virtual, durante el desarrollo de la performance.


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