Perspectivas

Debate para una cultura postchavista

Fotografía de Yuri Cortez | AFP

01/02/2020

Siempre he creído necesario contemplar los problemas del país a través de otros ojos, y, en consecuencia, no me guío únicamente por lo que miran los míos.

Mario Briceño Iragorry, Mensaje sin destino

En otros artículos hemos hablado de cómo los intelectuales venezolanos a mediados del siglo pasado emprendieron el debate acerca de la cultura venezolana y su lugar en Hispanoamérica. Pensadores y escritores de la talla de Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri o Rómulo Betancourt publicaron libros fundamentales que hoy todavía nos sirven de guía a la hora de reflexionar acerca de la inacabada tarea de construir una cultura y un hacer político para Venezuela. Podría decirse que durante estos años sobrevino una especie de “Edad de Oro” del pensamiento venezolano, en la que sus inteligencias más privilegiadas se dieron a la tarea de meditar y escribir acerca del rumbo que debía tomar la cultura de un país que sufría los esenciales cambios sociales y económicos que sufría el nuestro, nada menos que la consolidación de su transformación de agrícola y rural a urbano y petrolero.

No era poca cosa lo que intentaban estos pensadores. Cada uno tenía sus ideas y cada uno supo aportarlas para el fructífero debate. Pensar el país. Ahí están textos esenciales como De la conquista a la independencia, Formación y proceso de la literatura venezolana y Comprensión de Venezuela de Mariano Picón Salas; Mensaje sin destino de Mario Briceño Iragorry, Venezuela, política y petróleo de Rómulo Betancourt. Ahí los ensayos de Enrique Bernardo Núñez (El hombre de la levita gris, La ciudad de los techos rojos), de Arturo Uslar Pietri (Letras y hombres de Venezuela, De una a otra Venezuela), de Augusto Mijares (Hombres e ideas en América), de Isaac J. Pardo (Esta Tierra de Gracia), el pensamiento pedagógico de Luís B. Prieto Figueroa (Estado y educación en América Latina) y las valiosas reflexiones de tantos otros que no cabrían en este espacio. Todos ellos pensaron e intentaron dar una respuesta a los profundos cambios que operaban en el pequeño país que de la noche a la mañana se convertía en potencia energética. Todos quisieron pensar la cultura venezolana cara a los intempestivos cambios económicos y geopolíticos, frente a los inesperados movimientos demográficos, al inédito papel que a partir de entonces cumpliría Venezuela en el continente. Hicieron propuestas sinceras para el futuro de un país por el que sentían apego y afecto.

Hoy llama la atención, por contraste, la ausencia de un debate similar, a pesar del momento definitivo en que nos encontramos. Es verdad que las urgencias de la gravísima situación económica nos obligan a enfocar nuestras prioridades hacia las necesidades más básicas de la supervivencia. Otros prefieren buscar en los bravos relatos de nuestra historia, y aún en las entrelíneas de la ficción literaria, las coordenadas de un derrotero mucho más difuso por deseado. No obstante es verdad también que hemos podido leer estupendos alegatos a favor de la libertad por parte de escritores de la talla de Manuel Caballero o Rafael Cadenas, ensayos memorables de un José Balza entre otros, y que hemos visto interesantes balances acerca de los errores y aciertos de la política cultural oficial durante las últimas décadas.

Sin embargo, persisten urgentes interrogantes que, considero, deberían abordarse ahora, cara a los graves cambios socioeconómicos que ya operan en Venezuela con el estrepitoso fin del populismo petrolero. Cara también, por cierto, al sonoro fracaso del proyecto cultural “revolucionario”. Se me ocurren de momento algunas preguntas: ¿Qué concepto de cultura manejan las nuevas clases dirigentes? ¿Qué papel otorgarán a la cultura en el proceso de (re)construcción de la identidad venezolana? ¿Qué mecanismos contemplan para propiciar una verdadera integración cultural en Venezuela? ¿Son conscientes de los daños que ocasiona el centralismo cultural? ¿Son conscientes del papel de la cultura a la hora de recuperar el lugar geopolítico que debe ostentar Venezuela en su contexto latinoamericano? ¿Qué medidas tomaría el Estado para incentivar el desarrollo de una verdadera industria cultural en Venezuela? ¿Cómo podría garantizar el desarrollo de una gestión cultural verdaderamente autónoma, libre de manipulaciones ideológicas? ¿Cómo podría garantizarse el libre debate y circulación de las ideas? ¿Continuarán los gobiernos sucesivos concibiendo la cultura como mero instrumento de propaganda política?

Estas preguntas, que podrían parecernos muy teóricas, tendrían aplicaciones directas y muy concretas: ¿Qué papel jugarían la televisión (o lo que sea de ella) y los nuevos medios digitales en la construcción de una verdadera cultura para Venezuela? ¿Se retomarían instituciones culturales exitosas que dieron prestigio al país, como la Biblioteca Ayacucho, el Festival Internacional de Teatro o el Premio Rómulo Gallegos, entre otras? ¿Se implementarán reformas económicas que favorezcan la libre producción e importación de libros (en cualquiera de sus formatos) y bienes culturales para que dejemos de ser un país desinformado y atrasado? ¿Qué medidas se tomarían para incentivar la lectura entre los ciudadanos? ¿Se diseñarán políticas que favorezcan la repatriación del talento venezolano desperdigado por el mundo? ¿Seguirán las políticas culturales sujetas a intereses ideológicos, clientelares y partidistas o se convertirán, por fin, en una política de Estado?

Hoy, solo un gobierno de ignorantes puede darse el lujo de despreciar el papel de la cultura en la dirección de un país. A estas alturas, son ya muchos los intelectuales y pensadores que dan cuenta de la incapacidad de la razón tecnológica, por sí sola, para llenar todas las expectativas y necesidades del hombre. Hace ya tiempo que el mundo se dio cuenta de que se necesita mucho más que “gerentes” y tecnócratas para llevar a cabo el desarrollo, incluso material, de un país. Por eso ahora, como hace medio siglo, Venezuela necesita de lo mejor de su talento para rediseñar el desarrollo futuro de su cultura. Se trata de un debate necesario, tan urgente como los demás.


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