Entrevista

David De los Reyes: “No se escuchan y no los escuchamos”

14/02/2021

Fotografía de David de los Reyes

El blog Filosofía Clínica, cuyo autor es David De los Reyes*, trata sobre el dolor y su relación con la filosofía. Al principio, el punto de vista era más teórico que práctico, pero posteriormente, lo llevó a una condición de filosofía práctica y una posibilidad de las terapias con relación al dolor físico y al dolor psíquico “que es el peor”. Lo que ha ocurrido en Venezuela es que el Estado se ha encargado de expandir el dolor. “No hay un sentido del bienestar y la condición del dolor pareciera ser la imposición dentro de las políticas que privan dentro del Estado venezolano”.

Actualmente, David De los Reyes es profesor titular de la Universidad de las Artes, Guayaquil, Ecuador. Su blog, que comenzó en 2008, sigue publicándose como vínculo con el país. Veamos cuál es la impresión que tiene De los Reyes del momento actual de la política venezolana. 

¿Por qué las sociedades, en algún momento dado y bajo ciertas circunstancias, tienen la urgencia, la necesidad, de construir la memoria, detenerse en ese hecho como algo fundamental?

El hecho de construir la memoria, al menos en una sociedad que tiene historia, tradición, herencia, tiene que ver con todo lo que ha ocurrido. Es decir, con los destrozos, las guerras, el horror. Se ha hecho en Europa y también en América Latina, en las sociedades contemporáneas, precisamente para no olvidar las gravísimas injusticias que se han cometido y, sobre todo, a las víctimas. Realmente, creo que el tema de las víctimas es lo importante, siempre y cuando se quiera llevar a cabo la imperiosa tarea y la necesidad de construir la memoria. Es, si se quiere, la mejor forma de evitar el olvido y la amnesia social. Pero si hablamos de esto, también tenemos que referirnos a las políticas del olvido. Todo régimen tiene una memoria selectiva desde el punto de vista de su construcción. Todas las naciones tienen una memoria que, al ser idealizada, es falsa, en la cual hay voces silenciadas que no se toman en cuenta. 

En la construcción de la memoria, se llega al punto de erigir un monumento que refiere, necesariamente, a un hecho histórico o a una etapa de la historia. Hablemos de América Latina. Hay un museo de la memoria en Santiago de Chile, al igual que en Bogotá, Colombia. Creo que, en ambos casos, se refleja un fragmento, quizás una visión parcial de la memoria. ¿Cómo podemos evitar la amnesia social? ¿Acaso la memoria no tiene otra cara que es, precisamente, el olvido?

Eso pudiera formar parte de la utilización de los símbolos para construir, también, un olvido. En ese concepto museístico, por ejemplo, se olvidan prácticamente de todos los relatos, de todas las vivencias luctuosas, del duelo, que se debió vivir y que, por otra parte, debe existir en la presencia de la condición de la memoria ante las víctimas de un hecho criminis. Por otro lado, como decía Orwell en 1984, es «la vaporización de los individuos». Se trata, al fin y al cabo, de monumentos de piedra. ¡Y conmemorarán! Pero las muertes no se pueden conmemorar. Es decir, ante hechos tan abismales, como pudiera ser la eliminación del otro, ya sea por ser diferente o por tener posiciones de consciencia distintas al común o a la condición del Estado central, eso no justificaría, de por sí, que haya un monumento que conmemore a las víctimas. Lo que debemos preguntarnos en Chile, en Argentina, en Colombia, en la propia Venezuela, en Nicaragua o en Cuba, es ¿qué políticas llevaron a esas situaciones? ¿Y cómo enmendar las injusticias que provocaron esas políticas, en función de una supuesta justicia o la superación de un hecho conflictivo?

En Venezuela, el Gobierno habla de reconciliación y la sociedad civil de entendimiento. Lo importante, eso sí, tener en cuenta que esas palabras no se usan como sinónimos, entre otras cosas, porque son definiciones clave para caracterizar un conflicto político. Lo pertinente, antes que nada, es entenderse, luego pudiera hablarse de reconciliación. ¿Usted qué cree? 

Lo que pudiéramos ver, si hablamos de la superación del régimen que detenta el poder, es una suerte de autoamnistía, que la están proponiendo sus propios actores, con miras a un acuerdo que conduzca a un nuevo poder. La pregunta es ¿quiénes van a participar en ese nuevo poder? Hay que buscar el reconocimiento entre las partes, hay que integrar a sectores hostiles, que se autodenominan oficialistas dentro del Estado, como parte de un nuevo horizonte político. Lo que pudiéramos ver no es la búsqueda de la justicia, sino una política de olvido que, invariablemente, ha sido una táctica empleada por regímenes dictatoriales en América Latina. Los sectores democráticos quizás se vean obligados a aceptar esa política, tomando en cuenta la asimetría de fuerzas y de poder que hay en la política venezolana en estos momentos. Siempre va a haber un punto donde va a sopesar más la postura del régimen que la postura de un orden —vamos a decirlo así— que busque la superación de la condición de la dictadura, que hoy está presente en Venezuela. 

Puede haber un objetivo plausible que concite la aprobación de una gran mayoría de la sociedad, que no sería otro que la consulta electoral —competitiva y auditable— cuyos resultados sean aceptados por todos. ¿Cómo ve esa posibilidad?

Yo, particularmente, soy bastante escéptico con relación a ese camino. No veo que en la organización de esa consulta —que sería equivalente a un referéndum— participen las personas, de lado y lado, que reúnan la condición de neutralidad. Los grupos de poder los considero bastante distantes. Sin embargo, ese sería el deber ser, en esta situación que, por otra parte, pareciera que no tiene salida, si no se llega a una mesa de discusión, a una mesa de negociación. Ése podría ser un punto de partida, pero no creo que tampoco sea el punto de llegada. 

¿Sería un punto de partida para qué?

Para crear las condiciones que, eventualmente, nos lleven a un período de transición. Allí deberíamos comprender, como tanto se ha hablado, que es necesaria la participación de representantes de todas las fuerzas políticas de la nación —de un lado y de otro— pero que sea, además, una transición para que surjan otras opciones, desde el punto de vista del relevo generacional, dentro de la política venezolana, que hoy no se dejan representar o visualizar, pero ciertamente existen. Sería un momento para impulsar una posición más inteligente, menos salvaje. Ése sería el deber ser, pero no le veo esas cualidades a las personas que detentan el poder y lo digo, entre otras cosas, por lo que hemos visto en estos 20 años. Por eso dudo y soy escéptico ante lo que sería una propuesta de reconciliación y de búsqueda de la verdad, desde el punto de vista político, para un nuevo orden en la nación venezolana. 

Los venezolanos no podemos eludir la responsabilidad que tenemos ante una crisis económica pavorosa, ante una emergencia humanitaria compleja, ya prolongada y extendida. ¿Cuál es la actitud que debe prevalecer?

Atender, en este momento, las necesidades que enfrenta la población venezolana. Hacia allá es lo primero que (los actores políticos) deberían apuntar y, por otro lado, buscar la ayuda internacional requerida —no sólo de los países que apoyan al régimen, sino de otros países que han manifestado su disposición a ayudar— para revertir las condiciones infrahumanas en que se encuentran, prácticamente, 30 millones de personas en Venezuela. Ése sería un punto de partida. No para que los personeros del régimen, insisto, decreten algo parecido a una autoamnistía, sino para que veamos una actitud diferente, realmente conciliadora, que nos lleve a la consulta electoral, a una reinstitucionalización de la democracia y a un periodo en el que abordemos el tema de la justicia ante lo que se ha vivido en estos 20 años por parte del régimen. 

La realidad, duélale a quien le duela, es que el chavismo no es un adversario derrotado, a quien se le pueda juzgar como si hubiese, de por medio, una «rendición incondicional». Todo lo contrario, han puesto de rodillas a la sociedad venezolana. ¿Qué queda entonces?

El concepto de justicia tendrá que discutirse para llegar a acuerdos, en cuanto a quién y qué debe ser tomado en cuenta. Tiene que haber un reconocimiento de las víctimas, de lo que han padecido. No sólo en cuanto a muertes, sino a la violación de sus derechos humanos —las prácticas de tratos crueles y torturas—, a la privación de su libertad personal dentro del contexto de lo que hemos vivido. Eso es, al menos, lo que debería plantearse. Pero en el momento actual, más bien, deberíamos hablar de una filosofía de la espera, porque no hay condiciones, vamos a decirlo así, de llevar a cabo actos de justicia de manera inmediata. Habría que mantener la pregunta sobre ¿cómo se construye la justicia dentro de la barbarie en la cual se ha anclado la sociedad venezolana a partir de los últimos 20 años? Lo que uno ve es que la condición del estado de excepción ha sido permanente y en ese contexto se han cometido crímenes como la eliminación de individuos por parte de grupos paramilitares afectos del régimen. Lo que vendría a ser una especie de depuración salvaje. También deberíamos comprender que de la otra parte podría surgir algo similar a esta especie de depuración salvaje, al no haber instituciones que apliquen un ordenamiento jurídico, dentro de las cláusulas que se planteen como parte de esta postura de negociación. La Comisión de Determinación de Hechos de Naciones Unidas ya se pronunció en cuanto a los crímenes de lesa humanidad que ha cometido el Gobierno del señor Maduro. Entonces, hay una esperanza de que, en algún momento, pueda haber justicia. Hay un reconocimiento y la victoria no ha sido como ellos la prefiguran a través de los medios de comunicación. 

Dialogar se ha convertido en una enorme dificultad. Entonces, ¿cómo puede haber negociación? Uno ve que hay una aproximación con el sector empresarial, que una delegación del reino de Noruega se reunió con voceros del Gobierno del señor Maduro a comienzos de este mes, uno ve pronunciamientos de la sociedad civil que buscan el entendimiento. Pero en realidad, no hay instancias de diálogo que estén funcionando. Y mucho menos instancias de negociación. ¿Cómo contraponemos el deseo a la realidad?

¿Adónde nos conduce, por un lado, el deseo? Todos quisiéramos que se llegara a un diálogo en el que no hubiese un enfrentamiento bélico, que es lo que, posiblemente, en algún momento, pudiera haberse planteado. Pero no creo que tal cosa tenga razón de ser, bajo las condiciones actuales del país. Al menos lo veo así. Una cosa es el deseo y otra la realidad. El deseo vendría a ser la postura un poco idealista, ¿no? En cuanto a que un régimen pueda dialogar con aquellos que no tienen la fuerza, ¿cómo se llega a dialogar en una relación, prácticamente, de amo y esclavo? Si el esclavo ha superado esa condición y ha vencido el miedo a la muerte, pudiera enfrentarse al amo. Pero en esa dialéctica del amo y el esclavo, ¿quiénes serían los esclavos? Todos los venezolanos que no estén amparados o dentro del régimen. Entonces siguen manteniendo la postura que no pueden dejar de mantener. Es decir, una postura de debilidad. Prácticamente de desdoblamiento humano con relación a las condiciones de la realidad. Quizás lo que podamos observar es que más que un cambio político factual, de hecho, lo que estamos negociando es una permanencia donde se dé la apertura a una cierta tolerancia, una cierta injerencia, una cierta atención a las fuerzas vivas y medio vivas que puedan estar en el país. No sé cómo se pueda dialogar con un régimen que, finalmente, lo que ha demostrado es que se decida a la conveniencia de su posición. A mí me resulta una técnica muy cubana, de darle largas al diálogo, de empastelarlo todo, para mostrar ante la diplomacia internacional que se está haciendo algo.   

¿Qué nos queda entonces?

En la relación del diálogo debe haber, al menos, unos resultados que, además de fiables, sean vistos y conocidos por todos. Y no dentro de unas cúpulas donde las discusiones terminan siendo silenciadas para la voz común de los venezolanos. Mientras no haya esa transparencia por parte de un Gobierno como el que tenemos, en cuanto a las acciones que se acometen con respecto a evolucionar, más allá de posiciones que hoy están ancladas e inamovibles, prácticamente estamos en un diálogo de sordos. No se escuchan entre ellos y no los escuchamos nosotros. 

Tanto en Europa como en América Latina hay experiencias útiles de diálogos que han contribuido a crear las condiciones para una negociación, así como la creación de mecanismos para que los acuerdos puedan ser verificados. ¿Por qué no podrían funcionar en Venezuela?

Las experiencias existen en Colombia, Perú, Argentina y Chile. Pero en Venezuela hay una particularidad, porque intervienen no sólo factores nacionales sino internacionales, que tienen unos intereses muy específicos dentro de lo que es la geopolítica de nuestro país. Entonces, el diálogo no es entre dos partes que están en discusión dentro de un territorio, sino que también (en ese diálogo) van a tener injerencia esos factores externos. No es un diálogo de un conjunto de pares, sino un conjunto mayor. En ese contexto, los factores externos podrían obstaculizar el diálogo. Por otra parte, lo que hemos encontrado es una reorganización total de la sociedad. Y no es algo que viene solamente de los intereses de un grupo nacional. Estamos hablando de toda una propuesta que está dada a nivel internacional y que viene a conformar un polo —un grupo de países—, en los que la democracia representativa, la democracia liberal, con visos socialdemócratas, está fuera del tablero. 

¿Usted cree que el chavismo modificó la sociedad venezolana hasta ese punto?

Creo que sí, una generación son 25 años. Los venezolanos que nacieron en 2000 no tienen ninguna referencia, ninguna experiencia en un ejercicio político que no sea el chavismo. Lo encontramos en el lenguaje, en los símbolos, en todos los cambios de una estética política que está muy presente dentro de ellos. Y, por otra parte, elementos que vienen de muy atrás: la exaltación del presidencialismo y de lo militar dentro de las condiciones de la vida política venezolana. No hay alternabilidad en el poder y, por tanto, la elección de un individuo que desarrolle, dentro de las prácticas democráticas, una política sensata, o certeras, desde el punto de vista de las necesidades del país. Lo que hemos visto es una discriminación, un desplazamiento de aquéllos que hemos practicado y que hemos creído, dentro de una democracia, tener no una pugnacidad sino, al menos, una capacidad de acción. 

Dentro del pesimismo, de los argumentos que ha enumerado como parte de esta conversación, ¿usted cree que en Venezuela hay posibilidades de que se respeten los Derechos Humanos? ¿De que podamos reinstitucionalizar el Estado y recuperar la democracia?

Si cabe esa posibilidad, sería a largo plazo, porque los actores que tenemos hoy en día —chavismo y oposición— no son los más idóneos para llevar a cabo esa tarea. Antes de recuperar la democracia, pienso que hay que recuperar las instituciones. Y eso va a tomar un tiempo. Hoy nos han reducido a una vida de supervivencia y eso no es una vida democrática.

*Licenciado en Filosofía, UCV, 1981. Máster en Filosofía, USB, 1990. Doctorado en Filosofía, USB, 1998. Estudios y Trabajo Postdoctoral, Universidad Neuchatel, Suiza, 1998-2000. Estudios completos de música en el Conservatorio «Juan José Landaeta», 1977.


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