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Me dieron el nombre de Dagoberto Valdés* como la persona que había definido el concepto de “daño antropológico”. No por casualidad, Valdés es de origen cubano y vive en la isla. Así que ha visto desde su niñez la imposición de las máscaras y el vivir en la mentira. Pero la mención a un cuento de caballería –que se resume en el título de esta entrevista– le sirvió para comprender, a muy temprana edad, en qué consistía la jugada de un régimen que se propuso eliminar toda base espiritual, y con ella la religión, en una isla, donde un hombre y el Estado eran la misma cosa. Fracasaron y lo demostró el 11 de julio de 2021.
En el libro de memorias de Huber Matos Cómo llegó la noche hay un testimonio desgarrador de la condena a muerte fallida a la que lo sometió Fidel Castro. Las estratagemas y los señuelos con los que intentaron quebrar la voluntad de “un plantado”, como se conoce en Cuba a los hombres que han atravesado la larga noche del martirio sin perder su libertad interior. Matos se refugió bajo la sombra de Dios. Y resistió, durante 18 años, de pie. A los estúpidos, más que a los ateos, hay que decirles que para eso sirve la religión, entre otras cosas.
El daño antropológico: “el debilitamiento, la lesión, el quebranto de la persona humana”. ¿Esto lo produce un régimen político que controla el Estado? ¿Es válida la pregunta?
Sí, a lo largo de los años yo he hecho una investigación alrededor de ese mismo concepto (el daño antropológico), que acuñé en 1994 en una semana social católica, celebrada en La Habana. Mi tesis de maestría (Universidad Francisco de Vitoria, en Madrid) fue precisamente el daño antropológico causado por el totalitarismo en Cuba. Su definición, sus causas y sus consecuencias.
Tenemos un prospecto, más que una hipótesis sobre ese concepto.
Incluso con encuestas y entrevistas, en las tres zonas del país (Cuba), y en algunos lugares de la diáspora.
Si el daño antropológico lo produjo el régimen castrista, el socialismo, la ideología marxista, no nos debería sorprender, porque lo que el marxismo propone para la conducción del Estado es la dictadura del proletariado. Es la herramienta para cambiarlo todo, para lo que sería la transformación social. ¿Por dónde empieza el daño antropológico? ¿Por la colonización plena de todo espacio público? ¿Por todas las aristas del Estado?
Un hallazgo de la investigación es que no es estrictamente la ideología sola, la ideología marxista leninista del socialismo real, sino el régimen totalitario que deriva de esa ideología. Es decir, que lo que comienza a lesionar las dimensiones y facultades de la persona humana es el control totalitario del individuo, del ciudadano, por el Estado. Las causas que provoca ese daño en el totalitarismo es, en primer lugar, vivir en la mentira. No se trata de proferir falsedades o decir mentiras, sino que la vida misma, la existencia cotidiana, se convierte en un baile de disfraces, en una simulación constante para poder quedar bien con el poder totalitario del Estado y poder en cada ambiente escenificar, dramatizar, simular las cosas que se esperan de las personas. La segunda causa, además de vivir en la mentira, es la confiscación de las libertades políticas, civiles, económicas, sociales, culturales. Al ser las libertades esencia constitutiva de la condición humana, entonces se lesiona, precisamente, la condición humana. Otra tercera causa es convertir el sistema educacional, el único sistema educacional sin alternativas posibles, en un aparato de adoctrinamiento ideológico y político y no en una educación en valores y virtudes. Esa educación, en la medida que se prolonga en el tiempo, pasa de una generación a otra, se convierte en una tradición familiar de padres a hijos. El daño antropológico crece, aumenta, en la medida que pasan las generaciones bajo el régimen totalitario.
A uno le cuesta mucho hacerse una idea de la penetración que puede tener el régimen totalitario en todos los órdenes de la vida. Quienes no han vivido bajo el totalitarismo no entienden, no son capaces de captar, asimilar, procesar, todo lo que causa el daño antropológico. ¿Usted ha sentido incomprensión por parte de sociedades que viven bajo regímenes que respetan las libertades? ¿Incluso de los países latinoamericanos frente al régimen cubano?
No he sentido rechazo personal, pero sí de incomprensión con relación al daño antropológico que ocurre en Cuba. Varias de esas críticas surgen del mito creado alrededor de la revolución cubana en los años 60, cuando el mayo francés: “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Y de todas aquellas revoluciones en América Latina. Y considerar que, después de seis décadas, aquel mito de la redención de los humildes, de los pobres, de la justicia social, se ha convertido en un sistema viable. Pero ese mito ha caído, ya venía cayendo, el 12 de julio del año pasado, cuando en Cuba hubo manifestaciones masivas en las calles, de gente muy sencilla, muy humilde, de barrios marginales vulnerables y lo que gritaban era, precisamente, libertad, cambio, Patria y Vida. Esa incomprensión de algunos países de América Latina se debe a que nadie escarmienta por comunismo ajeno. Es decir, nadie puede evaluar el grado de penetración en el ámbito de la persona humana y de la convivencia entre los ciudadanos, sino se experimenta en carne propia. Por eso vienen personas, ya sea por turismo, políticos invitados, activistas sociales y no entienden, porque lo que ven no es la vida real, lo que ven es una vitrina donde se les muestra un espacio irreal, justamente, la vida en la mentira.
La revolución cubana tiene un ejército de propagandistas y de incondicionales en los distintos foros académicos de Europa y América Latina.
Sí, hay una incomprensión por parte de los académicos, de los estudiosos, con relación al concepto de daño antropológico porque argumentan que en otros regímenes sociopolíticos y en otras formaciones económico-sociales a lo largo de la Historia, en la esclavitud, el feudalismo, la edad media, así como en los sistemas capitalistas contemporáneos, también ha habido de daño antropológico, no necesariamente el mismo, pero sí de otro tipo. Sin embargo, lo que hemos investigado y estudiado nosotros es lo que concierne a la situación que ha vivido Cuba bajo un totalitarismo de signo marxista leninista durante 63 años. Y ahí sí es la experiencia, la tozudez de la realidad, no de los estudios, sino de la realidad sobre la cual se estudia o se investiga, la que dice lo que hay. Y sobre todo la experiencia de los que hemos vivido, durante la inmensa mayoría de nuestras vidas, experimentando este Estado fallido.
Me imagino que no quedan espacios para el individuo cuando el Estado coloniza hasta el hogar de la gente. Tal vez un ejemplo lo vemos cuando se sustituye un retrato de Cristo por uno de Camilo Cienfuegos o el che Guevara. Eso encierra un simbolismo muy poderoso. El Estado llega hasta los resquicios más profundos de la intimidad de las personas.
El asunto es que la palabra “colonizar” la realidad podría sonarles a algunos como los actuales sistemas neocoloniales. Se aplica cierto control, pero se dejan ciertos espacios para la subjetividad individual. En realidad, hay una semiótica –usted ha mencionado lo de los retratos–, una ciencia de los símbolos y de la comunicación propia de los sistemas totalitarios, que comienzan por reescribir la historia, borrar o intentar borrar la memoria histórica y apropiarse de un nuevo lenguaje verbal –es decir, el discurso– y un nuevo lenguaje simbólico, sustituyendo incluso el lenguaje religioso. Es decir, la ideología se convierte en una religión secular que crea sus propios ídolos, sus propios dioses, el culto a la personalidad, el mesianismo de los líderes políticos y convertir el sistema en una religión de vida. No sólo son los retratos sino el sistema del lenguaje simbólico y verbal, incluso gestual que va a convertirse en uno de los instrumentos de la propaganda y la manipulación de la interioridad, de la espiritualidad de la persona. La Navidad en Cuba, por ejemplo, fue abolida durante décadas, la Semana Santa, los días de la religión mayoritaria, la religión católica, por celebraciones seculares, laicistas, propias de la llamada revolución. El Día de Reyes, el seis de enero, fue sustituido por una fiesta en julio, cuando ocurrió el asalto a un cuartel militar (la frustrada toma del cuartel Moncada). Los niños cambiaron a los reyes magos que venían a adorar a Jesús por un relato épico, reescrito, de acontecimientos propios de los revolucionarios.
El Estado en Cuba colapsó en 1990 con la implosión de la Unión Soviética, algo similar ocurrió en Venezuela con la destrucción de la industria petrolera. Entonces, el Estado se desentendió de sus funciones –la seguridad, la educación, la salud, los servicios básicos– y abandonó a la población a su suerte. Aquí es donde surge esa categoría tan difundida en Cuba, el rebusque. La gente se ve en la necesidad, obligada, a emplear cualquier vía legal o ilegal para satisfacer sus necesidades básicas. La sobrevivencia es a través de mecanismos informales, pero también delictivos, ¿no?
Esa es otra de las manifestaciones de las consecuencias, causadas por el daño antropológico, causado por el totalitarismo. Es la corrupción de la vida. No se trata de la corrupción de cuello blanco de los altos funcionarios o de los políticos, sino de la corrupción y la ilegalidad como forma de vida. El ciudadano común, al no poder satisfacer sus necesidades a través de su trabajo honesto, está obligado a mantener a sus hijos, a su familia. El colapso de la extinta Unión Soviética provocó lo que en Cuba se llamó “el periodo especial”, que no era más que una crisis estructural, sistémica, porque la economía cubana era parasitaria del llamado campo socialista y cayó 85 por ciento, que es una cosa brutal. Años después, a partir del año 99, comenzó un nuevo subsidio, una nueva dependencia de la economía cubana, precisamente, de Venezuela, que vino a ser la nueva Unión Soviética, un poco más cercana, un poco en el Caribe; pero una vez que Venezuela cae en la situación actual ya no es posible que se haga cargo de los subsidios a Cuba, hemos vuelto en esta crisis cíclica, aumentada, acumulada y sin ninguna alternativa, porque el resto de los países del mundo tienen economías de mercado y, por lo tanto, el intercambio no puede ser desigual. En Cuba no hay liquidez para poder sostener un comercio normal con cualquier país. La consecuencia de eso es que se ha perdido la dimensión ética de la vida cotidiana. Es decir, el vale todo para sobrevivir, para subsistir. Lo ilegal se convierte en cotidiano. Lo corrupto en normal. Y se borra el límite de la honestidad, de la honradez, que nos enseñaron nuestros padres.
¿Qué ocurre con las remesas en Cuba?
Eso está conformando la primera entrada de divisas del país. No es ninguna de las industrias nacionales, ni siquiera el turismo, lo que está sosteniendo a Cuba. El primer renglón de ingresos financiero son las remesas de nuestros familiares. Entonces, se crea una enorme brecha, una enorme desigualdad entre los que tienen familia en el extranjero y los que no la tienen. Acabar con esa desigualdad era uno de los objetivos de la revolución del año 59. Era lograr una cierta justicia social, una cierta igualdad entre los ciudadanos. Ahí vemos uno de los signos más grandes del fracaso del proyecto.
¿No resulta una ironía de la historia, una paradoja, que la diáspora cubana, descalificada por el castrismo como gusanos, como escoria, sea ahora la que aporte la principal fuente de ingresos financieros en Cuba?
Sí, es una incoherencia, pero al caer en esa crisis de los años 90 se cambió el concepto de “gusanos”, de “no los queremos, no los necesitamos”. Esos gusanos se convirtieron en mariposas, se convirtieron por obra del mismo discurso oportunista del Estado, en “la comunidad cubana en el exterior”. Incluso, el propio régimen ha organizado varios eventos (fuera y dentro de Cuba) para dar la imagen de que aquel rechazo –los que se van, que se vayan, etc.– ahora cambia, y se reconoce que la nación cubana también está formada por nuestros hermanos de la diáspora. Lo que pasa es que esa incongruencia, al ser una estrategia de supervivencia, solamente considera al cubano de la diáspora desde el punto de vista económico, como fuente de ingresos financieros, pero no se corresponde con el reconocimiento de los derechos civiles y políticos de esos cubanos que viven en el extranjero. De manera que puede enviar remesas, pero no un voto o sus supuestas opiniones o su supuesto activismo cívico y político, porque en ese ámbito a ellos no se les reconoce sus derechos que les corresponden por el solo hecho de ser cubanos.
En el totalitarismo el régimen político es un solo hombre y a su vez un solo hombre es el régimen político. Son la misma cosa. ¿Qué papel juega la sociedad civil? ¿Cómo se compagina la organización a la que usted pertenece, la revista que dirige, por ejemplo, con un régimen totalitario?
Como estamos hablando de antropología, me apoyo sobre la base del concepto de la persona humana. La persona humana es un ser subsistente, dotado por el Creador de libertad y responsabilidad. El daño antropológico puede fracturar algunas o todas sus dimensiones: intelectuales, sentimentales, políticas, culturales, etc. Pero hay algo en la persona humana que es su libertad y su dignidad, que son capacidades o dimensiones subsistentes a pesar del régimen totalitario. De manera que en todo régimen totalitario hay personas que por razones de la educación que han recibido en el seno del hogar o de la religión, que es otro factor, han podido, hemos podido, mantener una parte de su espiritualidad, de su subjetividad, de su libertad interior. Y puede ser que no existan libertades civiles y políticas, económicas, sociales y culturales, pero subsiste la libertad interior, propia de la condición humana. En ese marco antropológico se inscribe el resurgimiento del tejido de la sociedad civil en los regímenes totalitarios. Hemos visto que, en la medida en que se va descomponiendo el propio totalitarismo, va creciendo incipientemente la semilla de distintas iniciativas o proyectos de la sociedad civil. Hay otra institución, además de la familia, que es la Iglesia. La Iglesia ha sobrevivido al Estado totalitario, por razones espirituales, por razones de su fundador, por razones de la profundidad en la que trabaja la religión, y la espiritualidad de los seres humanos, una zona en la cual han intentado penetrar, pero todavía, a lo largo de 60 años, no han podido destruirla o anularla totalmente.
¿Qué elementos diría que han sobrevivido o que aún sustentan lo que sería una alternativa cultural y espiritual?
En la revista Vitral y el Centro de Convivencia nosotros provenimos de la Iglesia Católica. Es decir, de una comunidad que antes era mayoritaria y ahora –después de tantas décadas de la doctrina marxista– se ha convertido en un resto fiel, vamos a decir, bíblicamente. Pero la Iglesia constituye un espacio de libertad, un espacio de espiritualidad, un espacio de creatividad y de promoción humana integral. Quien promueve la Iglesia, la religión, está promoviendo la dignidad y la libertad de la persona humana. El Papa San Juan Pablo II, que conoció ambos regímenes durante su propia vida, decía: el hombre, el ser humano, es el primer camino de la Iglesia. Y también dijo: El error principal del comunismo es un error antropológico. Es decir, quiso construir el hombre nuevo y le salió el hombre enfermo, el hombre dañado, en sus facultades, en sus dimensiones. De manera que la sociedad civil ha logrado reemprender el camino de su crecimiento muy lentamente, muy precariamente, sin personalidad jurídica, solamente tolerada bajo presión, bajo amenaza, bajo persecución, pero aun así, lo que estamos viendo, es que el ser humano es irreductible en su esencia. Está creado a imagen y semejanza de Dios y esa imagen es indefectible, imborrable, aun con el mayor grado antropológico. Siempre subsiste esa esencia, esa dignidad de la persona humana. Y de ahí, de esa semilla indeleble, comienza a resurgir sus capacidades, su talento, su creatividad, para volver a tejer el entramado de la sociedad civil. Lo hemos comprobado, patente y fehacientemente, en Cuba y en otros países donde estos regímenes se han instalado.
Son más de 60 años viviendo en la mentira, pero en algún momento se caen las máscaras, los mitos se derrumban y los sueños se convierten en pesadillas. ¿Podría hablar de su experiencia personal? ¿Cuándo experimentó ese rechazo a vivir en la mentira? ¿Cómo se sobrepone el individuo al dominio del Estado?
Puedo dar mi sencillo testimonio, pero hay otros que han sido heroicos, que han entregado su vida, que han muerto, precisamente, por ser libres en Cuba, a lo largo de estos 63 años. Yo soy uno, de tantos miles, que lograron ser libres antes de que les robaran su libertad. Quiero dejar eso bien claro, porque Cuba tiene un martirologio, una gran reserva de testigos proféticos martiriales a los cuales todos debemos honrar. En mi caso no he llegado a ese extremo, todavía, gracias a Dios. No hubo un momento en que viera caerse el mito, porque mi familia y la Iglesia no permitieron que construyera en mí ni el mito ni la máscara. Recuerdo que a los nueve años escuché en la radio, al lado de la cama de mi padre, la palabra comunismo y yo, a esa edad, le pregunté: ¿papá, que quiere decir comunismo? El apagó la radio y me dijo: te voy a contar una historia de caballos. A mí me encantaban las historias de caballería. Había un gran capitán, un Rey, el Rey de los hunos, que tenía una caballería inmensa, que por donde pasaban sus caballos, de pisada fuerte, nunca más volvía a crecer la hierba. Luego, hizo una pausa y agregó: así es el comunismo, por donde pasa no vuelve a crecer la hierba. Este es un recuerdo de los más patentes de cómo mi padre me pudo responder a una pregunta que, evidentemente, a los nueve años no se podía responder de otra manera, que con la historia de Atila.
Una respuesta, a simple vista sencilla, para una interrogante imposible de explicar a un niño de nueve años.
Eso dejó una huella muy profunda y conversando con usted, a los 66 años, lo recuerdo como si ahora mismo estuviera viviendo esa anécdota de mi padre. Posteriormente, tuve acceso a lecturas en las bibliotecas que se salvaron en las sacristías de las Iglesias y a las reflexiones que se hacían en los distintos grupos laicos de la Iglesia. De manera que, frente a la vida en la mentira, fui educado –gracias a Dios, a mi familia y a la Iglesia– en la vida, en la verdad. En la verdad que todos buscamos, en la verdad que nadie tiene totalmente, pero que me permitió ir descubriendo, en medio de la más oscura noche política, que la persona humana está creada a imagen de Dios y que eso nos hace libres. Y que siendo libres podemos buscar la verdad, conocerla y practicarla. Lo que vino después, que son las obras que he podido organizar, son parte del proyecto de transmitir a mis hermanos aquello mismo que yo recibí como el mayor tesoro de parte de mi familia y de mi comunidad cristiana.
En el estallido social que hubo en Cuba, en 2021, se pusieron en cuestión los símbolos de la revolución cubana. Para empezar, el lema “Patria o muerte”. Se irrumpe incluso contra lo simbólico. Y son los mismos cubanos, los que viven en la isla, los que están proponiendo salidas democráticas.
Sus dos preguntas están interrelacionadas. En primer lugar, el 11 de julio de 2021, el pueblo cubano, a lo largo y ancho de toda la isla, se expresó de manera clara y contundente: “Libertad, cambio, patria y vida”, frente aquello de “Patria o muerte”, que fue una de las consignas –quizás la más difundida– de la revolución. Muchos creían que eran grupúsculos los que salieron a la calle. Que eran “mercenarios”, como los cataloga el régimen. Pero con las manifestaciones multitudinarias, en más de 60 localidades de Cuba, quedó patente que ni eran grupúsculos minoritarios ni eran personas pagadas desde el exterior ni eran manipulados por intereses estrictamente políticos, sino que se expresó la voluntad soberana del pueblo cubano. De manera que el primer deber de todos es escuchar la voz del pueblo que, por una acumulación de sufrimientos, de carestías, pero también por un impulso interior de ese espíritu libertario, que Dios ha puesto en cada uno de nosotros, pues el pueblo cubano se manifestó. Los antiguos latinos decían vox populi vox Dei. La voz del pueblo es la voz de Dios. Por lo tanto, hay una prueba nueva, fehaciente y contundente, de que la inmensa mayoría del pueblo cubano no está de acuerdo con las circunstancias en la que estamos viviendo.
¿La diáspora ha captado esas señales? ¿Las ha sabido interpretar?
Una vez que se expresó el pueblo el 11 de julio, se desató en más de 50 ciudades alrededor del mundo, geográficamente, donde quiera que hubo una comunidad cubana, pues esa comunidad cubana reaccionó, apoyó, se solidarizó, con esa manifestación del 11 de Julio. Eso no ha terminado, algunos pensaban que la represión desatada, las largas condenas de hasta 20 años, incluso de menores que cayeron en esa manifestación abrumadoramente pacífica, pues eso iba a cegar, apagar, esa voluntad de Patria y Vida, y no ha sido así. El deseo que se ha manifestado es transitar hacia la democracia. El centro que yo coordino ha trabajado, a lo largo de ocho años, con académicos, intelectuales, pensadores, dentro y fuera de Cuba. Uno de los temas que tratamos fue, precisamente, una transición pacífica, ágil y ordenada hacia la democracia. Nuestras propuestas y nuestros estudios están disponibles en nuestra página web.
La sociedad civil también es responsable de la imposición del daño antropológico. También tiene que mirar y examinar cuál fue el papel que jugó en la transformación de la democracia cubana en un régimen totalitario. Y eso no solo concierne a los cubanos, sino a los venezolanos. ¿Qué reflexión haría alrededor de este punto?
Sí, efectivamente. Todos tenemos, en mayor o menor grado, responsabilidad. Los regímenes totalitarios concentran todo el poder en sus manos. Pero el pueblo tiene también la soberanía ciudadana. Es decir, ese poder de los sin poder del que hablaba Václav Havel. De manera que, en distintas medidas y esto no lo podemos olvidar, todos somos responsables. En nuestros estudios y propuestas para el futuro de Cuba hablamos de un proceso que llamamos Verdad y Memoria Histórica. En ese proceso, que hay que animar y promover, para que haya una verdadera transición, hay un momento en el que, tanto el Estado como la sociedad civil, debemos hacer un examen de conciencia, debemos reconocer nuestros fallos, nuestras limitaciones y complicidades y pedir perdón al resto de la sociedad, para poder sanar, precisamente, el daño que pudimos hacer, o tolerar, o permitir, o ser cómplices, o ser delatores de nuestros hermanos. O de haber callado en un pecado de omisión. Ese es un momento de sanación muy importante, que forma parte de lo que hemos llamado la trinidad de la transición sana, que es: la Comisión de la Verdad y la Memoria Histórica, la Justicia Transicional y Reparadora de las Víctimas y, finalmente, un proceso de Reconciliación Nacional. Cuando esas heridas, esos daños y sufrimientos, hayan sido reconocidos haremos la transición hacia la democracia.
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*Doctor en Filosofía por la Universidad de Vitoria (Madrid, España). Maestría en Acción Política, Fortalecimiento Institucional y Participación Ciudadana en un Estado de Derecho, por esa misma casa de estudios. Ingeniero Agrónomo por la Universidad de Pinar del Río, Cuba. Educador, ensayista y editor de revistas socioculturales. Actualmente trabaja como director del Centro de Estudios de Convivencia (laboratorio de pensamiento) y en la revista Convivencia de Pinar del Río, Cuba.
Hugo Prieto
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