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¿Cuáles son las consecuencias de una guerra comercial entre EEUU y China?

Fotografía Nicolas Asfouri / AFP

18/06/2018

El viernes 15 de junio de 2018, Estados Unidos anunció que impondrá un arancel de 25% sobre 1.300 bienes provenientes de China, cuya importación vale alrededor de 50.000 millones de dólares. La Casa Blanca comunicó que la decisión busca evitar la “transferencia injusta” de tecnología hacia el país asiático, en detrimento de la producción y el mercado laboral estadounidense. En una declaración, el gobierno chino divulgó que responderá aplicando medidas arancelarias de similar “escala y fuerza”; sin embargo, afirmaron que mantienen su “firme oposición” a una guerra comercial.

Este conflicto inició el 8 de marzo de 2018, cuando Estados Unidos fijó una tributación adicional sobre las importaciones de aluminio y acero. Esta decisión generó la protesta de la Unión Europea (UE), institución que denunció a EE.UU. y a China ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). A juicio de la UE, Trump está aplicando una política “proteccionista” y China “socava las leyes de propiedad intelectual”. Posteriormente, Trump decidió suspender la aplicación de la medida sobre importaciones provenientes de Europa y del resto de Norteamérica .

El 22 de marzo, Trump solicitó a la Oficina del Representante Comercial de EE.UU. (USTR) que presentara una propuesta arancelaria sobre productos chinos, lo que causó que el gobierno de Pekín estableciera aranceles sobre 128 productos estadounidenses y demandara a EE.UU. en la OMC. El 3 de abril, la USTR publicó una lista con 1.333 productos importados desde China para que fuesen evaluados por la Casa Blanca.

Economistas de destacada trayectoria se han pronunciado en las últimas semanas respecto a la dirección comercial anunciada por Trump. En general la preocupación de los especialistas se centra en que la imposición de tarifas encarecen, es decir elevan, los precios de los bienes importados a Estados Unidos; y cuando estos aranceles son seguidos por una retaliación de otros países, como China, Canadá y la Unión Europea, ocurrirá lo mismo con los bienes exportados. Desatándose un circulo vicioso en el que la protección a un número reducido de productores, y trabajadores, es acompañada por una reducción del comercio global, una disrupción en las cadenas de bienes intermedios y en pérdida de poder adquisitivo de los consumidores en general. A efectos prácticos, una guerra comercial entre las economías más grandes del mundo podría comprometer tanto la estabilidad como el crecimiento de la economía global.

La directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, ya había advertido en abril que una guerra arancelaria podría “desgarrar” al sistema global. Reafirmó su preocupación sobre el impacto que tendrían el déficit fiscal y el proteccionismo estadounidense: Sería serio, no solo si los Estados Unidos tomara acción, pero especialmente si otros países fueran a retaliar, notablemente aquellos que se verían más afectados, como Canadá, Europa y Alemania en particular”.

El 4 de junio Larry Summers, expresidente de Harvard y Secretario del Tesoro para el gobierno de Bill Clinton, criticó la agresiva política comercial de Trump a la que calificó de “carente de objetivos bien definidos”. Summers cuestionó que el presidente piense que una guerra arancelaria sea algo “fácil de ganar”.

Paul Krugman, galardonado con el Nobel de Economía en 2008, considera que Trump emplea la flexibilidad ejecutiva que el sistema de comercio internacional le permite, para elevar barreras comerciales sin una justificación razonable, remarcando que el presidente “impone aranceles argumentando seguridad nacional, en un contexto donde tal cosa no tiene sentido”. El economista considera que no hay mucho rédito político en enfrentar a Canadá, China y Europa.

Gary Cohn, exjefe de operaciones de Goldman Sachs, y exasesor económico de la Casa Blanca, se retiró de su posición dentro del equipo de Trump el 7 de marzo, precisamente por desacuerdos con la política arancelaria del presidente. En un evento con el Washington Post el 13 de junio, Cohn remarcó que una lucha arancelaria “borraría todas las ganancias obtenidas por la reforma de impuestos” y terminaría por inhibir a los negocios y firmas estadounidenses.

Noah Smith, profesor de finanzas de la Universidad Stony Brook y columnista de Bloomberg, critica que el asesor económico de Trump, Peter Navarro, declare que la política proteccionista del presidente ayuda a los trabajadores estadounidenses cuando no hay evidencia sólida de que el anuncio de aranceles impacte en la reactivación de la industria manufacturera. Más preocupante, los aranceles pueden afectar directamente a plantas estadounidenses al elevar sus costos de bienes intermedios, y eso sin contar la retaliación que pueden tomar otras naciones. “La beligerancia de nuestro presidente no ha sido acompañada de inteligencia. Desafortunadamente son los trabajadores y consumidores americanos quienes pagarán por ello”, explica Smith.

Por su parte, el economista Tyler Cowen, profesor de la Universidad George Mason y cofundador del blog Marginal Revolution, permanece optimista respecto a los prospectos del libre comercio a largo plazo. Cowen considera que la creciente interconectividad entre países y personas en todo el mundo, ayudada por el avance tecnológico, genera las bases para una profundización de las relaciones comerciales; y que el establecimiento de esas conexiones superará cualquier impacto de una lucha arancelaria.

El efecto contraproducente de tarifas es una de la áreas en la que hay fuerte consenso entre los economistas, con recientes encuestas reafirmando esa postura. A finales de 2016, el panel de economistas de la escuela Booth de la Universidad de Chicago respondió de forma unánime en contra de la imposición de tarifas. Reuters reportó que en un sondeo a 60 economistas, 80% consideró que la imposición de tarifas será más perjudicial que benéfica. Es difícil pensar que la política arancelaria anunciada por Trump hará mucho en cambiar esa tendencia.

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