COVID-19

Covid-19 y el antropocentrismo

08/06/2021

Imagen de Unsplash

“La historia comenzó cuando los humanos inventaron a los dioses, y terminará cuando los humanos se conviertan en dioses” – Yuvel Noah Harari

A pesar de llevar seis décadas tratando de convencer a la gente de tener un pensamiento más ecológico y descartar al antropocentrismo que coloca al ser humano en el centro del planeta y hasta del universo, la pandemia de la covid-19 ha puesto en el tapete la pésima cosmovisión de los seres humanos. 

Científicos, periodistas y activistas han luchado apasionadamente por una revisión de las relaciones entre humanos y no humanos, invitando al público a aprender las duras lecciones de la pandemia.

Taylor y colaboradores en 2020 señalan que, en los últimos 50 años, los científicos han estado documentando cambios ambientales antropogénicos negativos, expresando una alarma creciente y fomentando en respuesta la necesidad de una transformación socioecológica profunda. 

Los científicos dicen que, a pesar de celebrarse una gran cantidad de reuniones internacionales, la erosión de la diversidad biológica continúa acelerándose. Señalan una ausencia de políticas efectivas, debido a las premisas éticas y retóricas moralistas antropocéntricas con respecto a la conservación de los ecosistemas y la biodiversidad. Sugieren que es esencial promover argumentos morales para la conservación de la biodiversidad que no sólo se basen en los intereses humanos percibidos, sino en valores ecocéntricos. Es decir, las convicciones de que las especies y los ecosistemas tienen valores e intereses que deben respetarse independientemente de si sirven a las necesidades y aspiraciones humanas.

Peter Hotez, un reconocido investigador y vacunólogo estadounidense, dice que, además de guerras, colapsos políticos, cambio climático y deforestación, debemos añadir los movimientos antivacunas y la anticiencia como malos comportamientos. También señala que “la divulgación científica debe cambiar, no puede quedarse en los extremos, con un lenguaje técnico incomprensible de un lado y del otro un discurso infantil para niños de cuarto grado. Debemos montar una contraofensiva y construir una nueva infraestructura para combatir la anticiencia, tal como lo hemos hecho para estas otras amenazas más ampliamente reconocidas y establecidas”.

Parte de la cobertura mediática ha hecho especial hincapié en la propagación de enfermedades zoonóticas a través de la cría intensiva en la industria cárnica y la erosión de los hábitats naturales. Sin embargo, el coronavirus sufrió una peculiar interpretación discursiva, por lo que se convirtió en una especie de figura enemiga, una fuerza suprahumana intransigente y peligrosa.

Los organismos reguladores de la salud y el mundo científico han procurado que las enfermedades no reciban nombres de países, culturas, grupos étnicos, etc., con la finalidad de evitar la estigmatización social. Expresiones como «el virus chino», «la vacuna cubana» o «la variante brasileña» deben evitarse. Además, se promueve un lenguaje biocentrista y ecocentrista con respecto al SARS-CoV-2 y la covid-19 que descarte hablar del virus como un enemigo, la enfermedad como una plaga y de la respuesta inmunitaria como un ejército, entre otros. 

Varios estudios señalan que existe una conexión significativa entre el antropocentrismo y el declive acelerado de los sistemas naturales de soporte de la vida en la Tierra. 

El antropocentrismo, según lo interpretado por los pensadores ambientalistas, manifiesta explícitamente que la naturaleza humana permite a los seres humanos colocarse en la cima de los otros seres vivos que existen en el planeta. Con base en este pensamiento, los humanos tienden a explotar la naturaleza a su antojo, lo que eventualmente resulta en la destrucción de los sistemas naturales y afecta la vida de otros seres que viven y dependen de ellos. 

Los bosques y océanos, entre otros, tienen un gran valor para la humanidad. Y es debido a este valor que los sistemas naturales se han explotado enormemente desde hace mucho tiempo. No obstante, la gente tiene mejores opciones para tratar a los sistemas naturales. Por ejemplo, pueden optar por el preservacionismo, el cual no se opone al manejo de la naturaleza, sino que se centra en su protección por razones no económicas. Lamentablemente, muchos humanos han optado en gran medida por la opción antropocéntrica, porque les proporciona más dividendos económicos. Los humanos han tendido a sobreexplotar los sistemas naturales, lo que ha provocado desequilibrio en los ecosistemas y fracturas en la biodiversidad. 

Los seres humanos debemos incorporar una visión menos antropocéntrica del planeta donde vivimos. Los humanos somos sólo una especie más de los millones de seres vivos que habitan la Tierra. Si no protegemos a nuestros ecosistemas, los desequilibrios eliminarán especies y promoverán otras. Muchas de las enfermedades humanas vienen del comportamiento sinantrópico de insectos, mamíferos, reptiles, aves y otros animales, así como algunas plantas, los cuales aprovechan la forma de vivir de los humanos.

Fotografía de Vishu Vishuma | Unsplash

SARS-CoV-2 y la antropización del entorno 

En 2018, unos investigadores predijeron que un nuevo coronavirus surgiría de los murciélagos en Asia, en parte porque ésta era el área más afectada por la deforestación, urbanización, agricultura y otras presiones ambientales, incluyendo antropización.

La antropización genera un entorno muy diverso en áreas periurbanas, caracterizado por diferentes densidades de bosques. A diferencia de los entornos naturales que son altamente selectivos, estos paisajes alterados son aceptables para una amplia gama de especies de murciélagos, que generalmente no se encuentran juntas.

La destrucción del hábitat es una condición esencial para la proliferación de un nuevo virus, pero es sólo uno de varios factores. Los murciélagos también necesitan transmitir la enfermedad a otros animales, incluyendo a los humanos. No hay evidencias que señalen la infección directa de coronavirus a humanos. Hasta el presente, no se ha identificado un intermediario para el SARS-CoV-2, ya sea un animal domesticado o un animal salvaje con el que los humanos entraron en contacto para obtener alimentos, comercio, mascotas o medicamentos. Se cree que un pangolín pudiese ser un intermediario del SARS-CoV-2, pero todavía no ha sido comprobado.

Un estudio de Frutos y colaboradores argumenta que la clave para contener futuras epidemias no es temer a lo salvaje, sino reconocer que las actividades humanas son responsables del surgimiento y propagación de la enfermedad. Los investigadores sugieren que la atención debe centrarse en estas actividades humanas con la finalidad de organizarlas adecuadamente.

Para finalizar resalto estas palabras de Bruce Byers, ecólogo, consultor ambiental y escritor: “El coronavirus nos está dando la oportunidad, una vez más, de reconsiderar nuestro antropocentrismo y la arrogancia humana. Para orientarnos nuevamente en la época del coronavirus, necesitamos darnos cuenta de dónde estamos y el alcance infinito de nuestras relaciones”, como escribió Henry David Thoreau en su ensayo titulado Walden. Somos parte de una biósfera coevolucionada y en constante coevolución. Desde el ADN viral en lo profundo de nuestros genes hasta las antiguas bacterias endosimbióticas que alimentan nuestras células. Desde las firmas de pandemias pasadas que llevamos en nuestros cromosomas hasta los microbiomas y viromas dentro de nuestros cuerpos. Desde la diversidad de especies entre las que vivimos y comemos hacia la atmósfera. Nos intercalamos con cada respiración, vivimos en un mundo dependiente del surgimiento colectivo de sus seres vivos. Nos guste o no, vivimos dentro de la armonía de la simbiosis universal, con coronavirus y todo.

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Félix J. Tapia. Biólogo de Concordia University, Montreal, Canadá, e inmunólogo de la Universidad de Londres, Reino Unido. Profesor Titular de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y jefe del Laboratorio de Biología Molecular, Instituto de Biomedicina, UCV. Ha publicado más de 100 artículos en revistas científicas y capítulos en libros. Algunas de sus distinciones son: Miembro Honorario de la Sociedad Venezolana de Dermatología (1993); Premio Fundación Empresas Polar “Lorenzo Mendoza Fleury” en 2005; Miembro de la Academia de Ciencias de América Latina (ACAL, 2018); Premio “Voz de la Ciencia 2019 del Instituto de Investigaciones Biomédicas e Incubadora Venezolana de la Ciencia”. Además, ha sido miembro de comités editoriales de varias revistas científicas y activo en el ciberespacio con publicaciones en varios blogs.


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