Literatura

Con los ojos en caída libre

26/05/2021

«La poesía es la última religión que nos queda», dijo alguna vez Eugenio Montejo. Nunca unas palabras me habían explicado de una manera tan nítida mi terca relación con la poesía. Cada vez que abro las páginas de un libro de poesía sé que entro a un documento del misterio. Cada poema busca ser oración y liturgia. Y, a veces, ocurren revelaciones. Es el instante de la incandescencia. Un temblor que recorre todos los filamentos de la condición humana.

En estos días –que ya son demasiados años y escombros– leer poesía no es solo rito y rezo. Es también un acto de resistencia. Un ejercicio cívico de libertad. Una experiencia espiritual en mitad de la sordidez. Y quien la escribe, quien la procura en el silencio de un lápiz o teclado, sabe el riesgo que corre: va a asomarse al abismo sin correaje, sin red de protección. Es abrir los ojos como platos. Es el fogonazo de luz que hay en el hallazgo. Es quedarte desnudo en mitad de las palabras.

A esa experiencia nos invita el poeta Alexis Romero desde la primera página de La inclinación. A atravesar la comarca de las pérdidas, a recorrer la devastación. «Por ello la destrucción empezará conmigo», nos dice.

Es imposible no sentir el país en cada esquina de este libro. Así convoque otros hablantes y paisajes. Así le haga guiños a la historia y otros andenes. La brújula de estos poemas cae de bruces dentro de nosotros, en el pozo de nuestra herida esencial. Hay un vértigo creciente ante cada línea. Un corrientazo en los ojos. Un escalofrío en el roce de las piedras que también llamamos poemas. La inclinación es un campo minado de deslumbrantes metáforas que nacen del estremecimiento. Una obra, me aventuro a decir, que busca el antídoto contra el menoscabo en el fulgor de la palabra escrita.

Inclinarse es aproximarse. Es intentar ver más de cerca. Es recostar el peso del cuerpo en el viento, con los ojos en caída libre. Desde esa posición, Alexis Romero observa y testimonia las «manos de los buscadores de alimentos», «los emplazamientos y las expulsiones», la humillación, la ráfaga y la angustia, pero también la belleza, el trino, los animales de la infancia. Alexis Romero se inclina sobre el abismo y nos hace señas para acompañarlo en la ruta, que también es nuestra, porque todos somos cal del canto. Y solo nos queda, lo sabe el poeta, «el cansancio de la sangre», el fuego como la casa final.

Toda inclinación viene de la quietud. Toda quietud entraña un acto de reflexión. Y, sin duda, toda reflexión es abecedario del espíritu. Este libro es un arduo y rocoso viaje interior, una admirable caja existencial. El mismo autor de Demolición de los días (Caracas, Fundación para la Cultura Urbana, 2008) nos propone esta vez una inclinación sobre el alma humana, quizás para avistar su sombra, pero también para procurar el río lento de la calma. Siento que hay algo de eso en estas páginas.

Auden decía que un poeta es ante todo una persona enamorada –apasionadamente– del lenguaje. Alexis Romero lo demuestra en cada página. Atraviesa el bosque de las pérdidas con su equipaje de palabras. Busca la expiación. Busca el oxígeno. El país que está detrás de las piedras. Es una travesía dolorosa. No podía ser de otra forma. Cada poema es una astilla. Un testimonio de la destrucción, pero también una apuesta por la luz humana.

Hoy, cuando todo es crispación y ruido fatuo, celebro este libro que el poeta Alexis Romero nos entrega en una edición de la ya imprescindible colección de la Fundación La Poeteca. Es el mismo Alexis Romero que sigue tallando el blanco de la página con un cuchillo irrepetible. El mismo que te sonríe desde el entrañable y cómplice silencio de su mirada. El mismo que desde un rincón de una librería en Altamira te acercaba libros en voz baja, para seguir haciendo de la palabra fiesta y epifanía. El mismo que cruje contra la barbarie y que señala al «emperador que odia las bibliotecas». Ese que simplemente ambiciona ser vestigio, rastro, surco, en el pozo de la demolición. Y que repite, con Montejo, que siempre habrá un lugar que nos salve en la ceremonia sagrada de la poesía.

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[Texto leído el pasado 15 de mayo de 2021 en el lanzamiento del poemario La inclinación, de Alexis Romero, publicado por Fundación La Poeteca. El libro de Romero puede descargarse de forma libre en el portal de la institución.]


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