Entrevista

Claudia Nikken: “¿Qué significa democracia para ti o para mí?”

Claudia Nikken retratada por Alfredo Lasry | RMTF

27/02/2022

Si alguien puede hablar e incluso darle continuidad al esfuerzo que, hasta el último aliento, hizo Pedro Nikken para que Venezuela encontrara una solución política, negociada, pacífica, para resolver sus problemas, es su hija, Claudia Nikken*. Si hablamos de angustia, como lo hizo su padre, pues hay una gran emotividad en las líneas que siguen, pero también una contundencia en sus ideas, en sus planteamientos. 

Ante la ausencia de la negociación, los dolientes somos todos los venezolanos, los que estamos inermes frente a la emergencia humanitaria compleja y la crisis imparable que nos devora a diario. Unos más y otros menos, pero dolientes al fin. Hay que organizar el dolor de quienes han sufrido la diáspora, el dolor de las familias divididas y el dolor que produce las durísimas condiciones que impone la supervivencia de todos. Solo entonces podremos presionar a una clase política que vive y actúa de espaldas al país. 

¿Cuáles eran los dilemas, las preocupaciones, de Pedro Nikken en medio de las negociaciones de paz en Centroamérica y, particularmente, en El Salvador?

Para él fue sorpresivo que lo llamaran a participar en ese proceso de negociación, como asesor del representante del secretario general de Naciones Unidas. Creo que el dilema que tenía, como un ser humano de gran sensibilidad, era estar en contacto directo con la guerra, porque la guerra, para los venezolanos, afortunadamente, es un hecho ajeno, a pesar de las escaladas de violencia que han habido en el país en los últimos años. Creo que esa era una gran preocupación fundamental: el estar codo a codo con la guerra y, eventualmente, no poder ayudar a que el conflicto cesara, con un acuerdo ejecutable y que se ejecutara. Mi recuerdo de ese tiempo es que él pasaba mucho tiempo fuera, en Ciudad de México, donde se hacían las negociaciones. Se reunía con los actores políticos en El Salvador. Yo siento que le dio más peso a su interlocución con los guerrilleros del Frente Farabundo Martí que a los contactos con el Gobierno y los militares, quizás porque era más fácil relacionarse con un gobierno constituido y su fuerza armada que con la insurgencia. 

¿Qué puede decir de Joaquín Villalobos, comandante del Frente Farabundo Martí, a través de Pedro Nikken?

No mucho, eran Villalobos, Schafik Hándal y Ana Guadalupe Martínez los guerrilleros con quienes más habló sobre las posibilidades de la paz en El Salvador. Hándal murió hace algún tiempo, a Ana Guadalupe le perdí la pista y a Villalobos lo he leído, sé que está muy activo. Él los respetaba y hubo un aprendizaje mutuo. Esos tres personajes quedan en mi memoria en aquel tiempo, como interlocutores con quienes él hablaba con frecuencia. 

En cualquier negociación hay tanteos, aproximaciones, que parten de la desconfianza, del conflicto y de la polarización. Es decir, del peor escenario, pero -paradójicamente- eso es lo que dispara una negociación. ¿Qué voluntades, qué disposición podría haber allí?

Uno pasa el día, sin darse cuenta, negociando hasta con uno mismo. Pero, en una negociación más estructurada, es fundamental conocer y entender al otro. No solo saber quién es, cuál es su bagaje, su historia, sino conocer sus necesidades. ¿Por qué esa persona, esa empresa, ese Estado, querría sentarse a dialogar conmigo? ¿Qué necesita esa persona que yo le puedo dar? ¿Y qué necesito yo (a su vez) que esa persona me pueda dar? En el caso de El Salvador, hay una frase que mi padre citaba y le atribuía a Schafik Hándal: “Nosotros estamos aquí, no porque hayamos claudicado, sino porque no pudimos vencer, así como tampoco ustedes pudieron vencer”. Lo cierto es que las dos partes ya no querían seguir en un estado de guerra. Claro, cada una tenía sus condiciones para cesar el estado de guerra. Pero había ese punto en común: no queremos seguir con la guerra y también el reconocimiento de que ninguno ganó. 

Pedro Nikken siempre manifestó su preocupación por el largo conflicto que hemos vivido durante todos estos años y señaló la incapacidad política para encontrar un punto de coincidencia. Diría que, en este momento, donde aparentemente nadie necesita de nadie, es cuando esa necesidad se vuelve más visible. Todos sabemos que la crisis humanitaria continúa y que la crisis económica nos devora a diario. 

La preocupación de Pedro Nikken por el país es una preocupación histórica. Creo que quedó marcado por el proceso de El Salvador y luego por el de Guatemala. Eso ocurrió en los años 90 y coinciden con un momento histórico en Venezuela, que comienza con el Caracazo, continúa con los intentos golpistas del año 92, con la deposición de Carlos Andrés Pérez, el gobierno provisional de Ramón J. Velázquez, la eclosión del bipartidismo y la presidencia de Rafael Caldera, que termina siendo la última de la mal llamada o bien llamada, como queramos decirlo, IV República y que abre la puerta a la autodenominada revolución bolivariana. En ese tiempo, lo recuerdo con meridiana claridad, mi padre fue electo para incorporarse a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. En su discurso, en 1997, él se preguntaba ¿por qué si unos enemigos pudieron sentarse para alcanzar la paz, los políticos venezolanos no pueden dialogar para seguir viviendo en democracia y resolver los problemas que existen, dentro de un marco de paz? 

Una voz en el desierto. 

Sí, una voz en el desierto. Esa crisis conduce a la elección de Hugo Chávez como presidente en 1998, con una particularidad: días antes se eligió un Congreso, en mi opinión representativo de las fuerzas políticas del país y llegó Hugo Chávez a ponerle fin a esa posible reconstrucción de la democracia venezolana. Vino a ser tabla rasa y convocar a una constituyente. 

Para mi generación, la democracia era un escenario que estaba dado. Quizás, demasiado tarde, entendimos que la frase de Pedro Nikken no solo era una preocupación sino una clara advertencia.

No, era la fotografía de un momento. La democracia se construye todos los días. No la demos por sentada. Pero lo hicimos. Al final de la década de 1990, yo estaba estudiando afuera y tenía una noción imprecisa de lo que estaba ocurriendo en el país. A mí me recibió el deslave de Vargas, todo era muy elocuente. Se había aprobado una nueva Constitución. Estaban cambiando las instituciones y la discusión era si íbamos o no a unas mega elecciones, la fecha y el estatuto electoral. Claro que estaba al tanto de esa discusión, porque me desenvuelvo en el medio jurídico. Pero cuando empiezo a visitar gente, casa tras casa, no importa donde vivieran, lo que escuchaba era: “todo esto es ilegítimo, no voy a participar porque sería darle legitimidad a Chávez y su proceso”. Era una cosa increíble y la pregunta que me hacía, y le hacía a la gente: si no participamos, ¿cómo vamos a hacer un contrapeso?, ¿cómo vamos a contribuir a cambiar las cosas? Bueno, el triunfo de la antipolítica, porque no eran personas de mi edad, sino los padres de mis amigos. No entendí porque nos apartamos de la participación ciudadana, a través de los mecanismos que nos da el ordenamiento jurídico.  

Uno no escoge el tiempo histórico que le toca vivir, así que no podemos evadir la responsabilidad y mucho menos las consecuencias de las decisiones que se toman en ese momento. No a impedir la gigantesca ola del tsunami. 

No por taparme los ojos vas a detener el tsunami. Va a pasar y me va a llevar por delante. Creo que eso es lo que pasó en 1997 y era lo que advirtió mi padre, como lo hizo en 1990 e incluso antes. ¿Quién era Pedro Nikken? Un político profesional, incluso desde la adolescencia. Fue militante de COPEI hasta 1991, creo. Después no militó en ningún partido, pero desde su perspectiva se mantuvo en la política, y su perspectiva fue la defensa de los derechos humanos. Siempre decía que los derechos humanos eran la mejor invención del ser humano para luchar contra la arbitrariedad y la represión, con esa bandera hizo la política que creía que tenía que hacer. Y ahí, la defensa de la participación y del sufragio, porque derecho que no se ejerce se pierde. 

Diría que en toda negociación el punto clave es ¿Cuánto voy a ceder? ¿En qué medida voy a ceder? Yo creo que en Venezuela no hay claridad sobre ningún punto en ninguna fuerza política. Si bien el chavismo, ejemplo, se mantiene firme en el control institucional, eso no quiere decir que tenga claro qué puede ceder y qué no. Tampoco creo que la oposición lo tenga claro… si es que tiene algo que ceder. 

Me iría más atrás y no utilizaría esos términos. Hablaría de ¿qué necesito? ¿Y qué estoy dispuesto a dar a cambio? Aclaro que no se trata de una mera transacción monetaria o de un intercambio mercantil. Estamos hablando de otra cosa. En el caso venezolano, tal vez desde 2006, cuando Chávez terminó su primer período y entró de lleno con la reforma constitucional y su proyecto socialista, la pregunta, que a mi juicio era el nudo de la cuestión, era ¿qué quiere decir democracia? Y saber ¿qué quiero y qué estoy dispuesto a ceder? Y lo digo porque en Venezuela la democracia es la bandera de todos… Todos somos demócratas. ¿Pero qué significa ser demócrata para el PSUV? ¿Qué significa ser demócrata para Acción Democrática? ¿O para Vente Venezuela o para el PPT o para el MAS? ¿Y qué significa democracia para ti o para mí? ¿Tenemos un imaginario común de lo que significa la democracia? 

No, no lo tenemos y las fuerzas políticas en Venezuela, absolutamente todas, no han sabido construir una identidad con esa palabra: democracia. ¿Usted qué cree?

Yo no sería tan terminante. Yo creo que sí hay una identificación del concepto de democracia y unas ideas comunes, así como también creo que la crisis es tan extensa y profunda, que se desdibuja, e incluso pierde sentido el concepto de democracia. Si sales a la calle hoy, no hace 20 años, y preguntas qué es la democracia, con suerte alguien responde algo más o menos razonable, quizás, con respecto a los parámetros de uno, pero en general la gente va a decir ¿qué? Y como dijo aquel señor: ¿y con qué se come eso? La gente apenas puede sobrevivir. Y eso es un daño terrible, porque no hay conciencia. Y lo que estaba dado ya no lo tenemos. En mi opinión, diría que en democracia no vivimos. Si bien lo que tuvimos era una democracia en construcción, con serios problemas, había oportunidades de crecimiento, en distintos órdenes, y eso tampoco lo tenemos. Obviamente, la democracia tiene un sustrato político, pero la imagen de un país democrático no es la Constitución o el escrutinio electoral, sino la economía. ¿Cómo está la economía de ese país? No estoy hablando de las variables macroeconómicas (el empleo, la inversión, el gasto público…), estoy hablando de la gente, de lo que uno ve en la calle, de la condición social, de la calidad de vida. 

¿Por qué la palabra negociación y los procesos de negociación son objeto de un permanente bombardeo, de una descalificación permanente, de un sitio, en Venezuela? Hablo en términos militares porque lo creo pertinente. ¿A qué obedece ese estado de ánimo?

Diría que a unas experiencias previas, donde la negociación no ha sido de buena fe. O quizás, donde una de las partes, o ambas partes, han negociado de mala fe. ¿Qué es una negociación de mala fe? Y aclaro que estoy hablando desde la teoría de la negociación: es aquella que se inicia sin la intención de llegar a ningún acuerdo. 

¿Lo que vimos entre Rusia y Occidente?

Sí, pero eso no quiere decir que toda negociación termine en un acuerdo. Se acaba una, pero eventualmente comienza otra negociación, con otros términos y bajo otras circunstancias. La negociación, en medio de un proceso democrático, no termina nunca, porque hay que llegar a acuerdos (a consensos) que, a su vez, deben ser refrendados por vías institucionales.

Lo llamativo es que Venezuela no está inserta en esa dinámica permanente. Las negociaciones son esporádicas, con apoyo de distintos facilitadores y en lugares diferentes. 

No estoy segura, yo creo que hay formas de negociar, unas públicas y otras privadas. No se llega del punto A al punto B sin transitar lo que está en el medio. Eso aquí y en cualquier lugar. Lo que en Venezuela no funciona son los canales ordinarios de negociación. ¿Cuáles son esos canales? La Asamblea Nacional, los consejos legislativos de los estados y los concejos municipales de los municipios. Ese es el lugar de la negociación. O el consejo de ministros, así como una reunión entre empresarios (o cualquier otra instancia de la sociedad civil) con las entidades del poder público. Esos son los lugares donde todo el mundo negocia. ¿Para qué? Para resolver diferencias y alcanzar un acuerdo. El acto de negociar puede ser sencillo o muy complejo, dependiendo de los problemas que haya que resolver. Negociar no es una mala palabra, al contrario, es una buena palabra. Sirve para resolver las diferencias o para tratar de manejarlas. Y tenemos que tener conciencia de ello. 

¿Dice que una negociación fracasa porque uno de los actores no quiere llegar a un acuerdo?

No, no necesariamente. Pero vamos a descartar esa causa. Hay veces en que los que se sientan a la mesa no son los que toman las decisiones y muchas veces no se sabe quién es el que toma las decisiones y cómo las toma. Eso influye, porque a veces uno está hablando y ofreciendo cosas y está obteniendo respuesta de alguien que no es la persona que va a tomar la decisión. Tampoco sabes si lo que estás ofreciendo va a llegar al proceso de toma de decisiones. Además, en esos procesos hay bloqueadores. ¿Cómo manejar a los bloqueadores? Muchas veces las negociaciones no dan los frutos porque no se ha hecho el ejercicio completo de entender al otro, de ponerse en los zapatos del otro y realmente saber qué es lo que quiere. Entonces, lo que yo le ofrezco no es lo que quiere. No es que se niega a negociar, es que yo le estoy ofreciendo algo que no quiere. De esa forma, también funciona a la inversa. Allí, realmente, reside el problema fundamental: la incapacidad de ponerse en los zapatos del otro.

Si no tenemos una idea, un imaginario común, de lo que es la democracia, no podemos negociar o es mucho más difícil la negociación.  

Algo en común tendrá que haber. Por lo menos el demos y el cratos. Justamente, hay que entender qué entiende el otro por democracia. Y a partir de lo que pudieran ser dos conceptos, comenzar a ofrecer mutuamente. Eso es fundamental, creo.

Sí, porque de lo contrario no podríamos hablar de reinstitucionalización del país. O como suele decirse, no podríamos hablar de los asuntos pendientes aguas abajo. No podríamos hablar de puntos comunes, de consensos, alrededor de temas como el desarrollo económico, la pobreza o la inequidad social. 

Depende. Y lo que voy a decir no quiero que se tome de forma literal. No se trata de que nos vamos a olvidar de la democracia, sino de asumir que tenemos el mismo concepto. Es decir, ambos queremos democracia. ¿Qué podemos reinstitucionalizar? Sería un buen comienzo, creo. Es una hipótesis que puede funcionar aguas abajo, porque si nos ponemos a discutir el concepto de democracia, nos podemos pasar la vida entera. Pero sí hay cosas prácticas sobre las cuales podemos conversar y ponernos de acuerdo, bajo determinadas premisas de lo que ambas partes, efectivamente, quieren. 

Si todos pensamos que la salida a la crisis pasa por transitar la vía pacífica, democrática y electoral, estamos dando por hecho que tiene que haber una negociación. Y la pregunta es: ¿es este un buen momento para negociar?

Yo creo que todo momento es bueno para negociar. Lo que tiene que haber es disposición de las partes para negociar. Sin temor de hacer una revelación en particular, creo que este es un buen momento que puede dejar de serlo. Puede haber disposición de las partes, pero quizás el entorno pueda dañar el espacio del diálogo, más allá de la voluntad de las partes.

Si las partes no quieren negociar, alguien debería presionar para que se produzca esa negociación. Podrían ser las organizaciones de la sociedad venezolana. Sería lo deseable, más allá del papel que pudiera jugar un interlocutor internacional. 

La literatura dice que no hay una negociación posible del calibre de la que nosotros necesitamos. Para que una negociación tenga posibilidades de éxito, debería tener el sustento y la participación de la mayor cantidad de sectores de la sociedad. Las negociaciones que no tienen sustrato social están destinadas a fracasar. ¿Qué pasa, en el ámbito político, cuando dos partes no quieren sentarse a negociar? Los dolientes tienen que presionar, tienen que obligarlos. ¿Quiénes son los dolientes de la negociación en Venezuela? Pues los que vivimos aquí. ¿O no somos los dolientes de la crisis? Unos en mayor medida y otros en menor medida, pero todos somos los dolientes: los ciudadanos, las organizaciones sociales, el empresariado, todos somos los dolientes de la inexistencia de la institucionalidad democrática que nosotros necesitamos para nuestro desarrollo. ¿Cómo hacemos? Yo creo que hay que participar. ¿Basta salir a la calle con unas banderas? Eso no es suficiente, yo creo que hay que organizar a las fuerzas sociales. ¿Cómo engranas el dolor de la diáspora, de los pensionados, de los trabajadores, que padecen la crisis? Ese dolor tiene que organizarse. La mesa está puesta, hay una facilitación, ojalá que las partes se sientan a dialogar. Esa es la apuesta. 

En la entrevista que le hice a Pedro Nikken, en 2017, lo que vi en él era angustia, angustia por que se produjera la negociación, angustia porque no encontrábamos la vía para detener el deterioro y la debacle del país. Yo creo que esa realidad no ha cambiado. Sigue igual. ¿Qué le toca a usted de eso?

El título de esa entrevista es “Venezuela clama por una esperanza”, y sigue clamando por una esperanza. Pedro Nikken dio la vida, literalmente, por este país. Puso hasta su último aliento para que Venezuela encontrara una solución pacífica a sus problemas. ¿Qué más? Aquí estamos. 

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*Abogada por la UCV. Maestría en Derecho Público Interno por la Universidad Panthéon-Assas (París II). Doctora en Derecho por esa misma casa de estudios. Profesora de Derecho Administrativo en la UCV y de Derecho Constitucional en la UCAB. Miembro fundador de la Asociación de Juristas franco-venezolanos (Jurisfraven). Actualmente funge como secretaria ejecutiva de la delegación de la Plataforma Unitaria de Venezuela que participa en el proceso de diálogo político, instaurado en la Ciudad de México, con la delegación del Gobierno que preside el señor Nicolás Maduro.


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