Carlos Manuel Álvarez: “El castigo se convierte en resistencia”

Carlos Manuel Alvarez por Romina Hendlin | RMTF

09/06/2024

Este debe ser el boleto de avión que, difícilmente, alguien quisiera comprar. Pero Carlos Manuel Álvarez* lo pagó para viajar desde Nueva York, con escala en Miami, a La Habana. Fueron 45 días los que permaneció en Cuba. Reconstruyendo lazos, trabando amistad, con artistas, cantantes raperos, escritores jóvenes, bailarinas, poetas y especialistas del performance. Todos ellos habitando en los márgenes de la sociedad cubana, repudiados por el aparato cultural del castrismo. Perseguidos por la Seguridad del Estado. Posteriormente encarcelados, aún en prisión al día en que escribo estas líneas.   

De esa experiencia, llena de peligros, de riesgos y tensión, Carlos Manuel Álvarez escribió un libro titulado Los Intrusos, ganador del premio Anagrama/UANL de Crónica Sergio González Ramírez. En el castrismo, todos estos exponentes de la conducta impropia llevan una vida de estrechez económica, de privaciones y en muchos casos de hambre. Se diría que no tienen nada que perder, pero el desmentido llegó en forma de canción «Patria y Vida», que fue un gancho a la mandíbula del títere que gobierna la isla, el señor Miguel Díaz-Canel. 

En la información que pude encontrar en Internet, apareces como un integrante del Movimiento San Isidro, pero vives en Nueva York. ¿Cómo es esa relación?

El Movimiento San Isidro tenía, realmente, unas fronteras porosas, donde la pertenencia no pasaba por un registro formal. En sentido estricto nunca fui miembro del MSI. Pero a partir de cierto punto, eso sí, como parte de una sociedad civil incipiente, en la Cuba de los últimos 10 años, que fue ganando tamaño, complejidad y consciencia política, compartí esta experiencia cívica (del MSI) en distintos grados. Así como con otros jóvenes artistas independientes, escritores, ciudadanos en general. En ese contexto nos hicimos amigos muchos de nosotros y, en cierto momento, yo estaba muy integrado, pero más que todo por motivaciones afectivas, también por identificación política. Eso implicó mi participación en hechos, que quizás pudieron llevar a que se pensara que yo era parte del MSI. Si me lo preguntas hoy. Sí, lo soy. Pero no lo fundé ni participé en su gestación. Juntos solíamos pensar conflictos con el poder político, pero yo no tenía una labor artística o performática. Compartí con ellos un par de protestas políticas. 

En tu libro le pones fecha a tu viaje a Cuba (20 de noviembre) y regresas a Nueva York en los primeros días de enero (2021). Podría decirse, sin embargo, que esos dos meses fueron una vida entera, no sólo por lo que viviste, sino por lo que ocurrió en Cuba después. ¿Cómo te marcó ese lapso de tu vida?

No podría decir que sigo anclado, porque sería admitir que se trata de un momento fijo. Lo que quiero decir es que, de muchos modos, algunos más íntimos, otros más explícitos, ese lapso de mi vida sigue transcurriendo, por muchas razones. Quizás la más evidente es que algunos protagonistas de ese momento hoy están presos, con lo que no cierra del todo la experiencia del castigo; ni para los que están exiliados, ni para los que están presos aún. Siendo un cronista ágrafo de ese momento, digamos, después que concluí el libro, creo que no sólo me ha sucedido a mí. La vida de los participantes sigue, de algún modo, atada al ciclón de aquellos acontecimientos, porque trajo consecuencias directas para cada uno de nosotros. Generó, luego, un lugar público y político específico que cada cual ha sabido, o ha podido defender, desde esa instancia, generó alianzas, también rupturas. Creo que sería largo cartografiar o recorrer la cantidad de implicaciones que ese momento trajo para cada uno de los participantes en aquel evento. 

Una de las cosas…

No, es que no quisiera reducirla sólo a eso. Creo que, dentro del contexto estrictamente político del país, me parece que algo cambió en la subjetividad nacional. Soy juez y parte. Pero luego acontecieron una serie de protestas en la isla, cuyos antecedentes muchos cubanos reconocen en las manifestaciones del MSI o como botón de muestra. 

Paralelo a tu experiencia, en el libro vas construyendo unos perfiles de los artistas que forman parte del MSI. Me queda claro que todos ellos se mueven en los márgenes de la sociedad cubana. No son figuras del aparato cultural. Todos tienen conciencia política y una opinión contraria al castrismo. ¿Son disidentes políticos? ¿Artistas contestatarios? ¿Críticos de eso que llaman la revolución cubana? ¿Cómo los categorizarías?

Creo que algunos cumplen con todas esas categorías a la vez. A otros les corresponderían algunas de ellas. Creo que el sentido de disidencia, de rechazo al poder político, a la ideología oficial, es trasversal a todos. En efecto, es un texto en los bordes. Y en algún momento, pensé que en esa reunión (de integrantes del MSI), en ese punto de nuestras vidas y en ese encuentro, en un lugar marginalizado, periférico, no sólo en términos de espacio físico, sino de ubicación política, porque hay un desplazamiento, el disidente se desplaza hacia los límites de la sociedad, queda apartado, queda aislado también, pero ese aislamiento genera compañías, entre los distintos defenestrados.

Para el régimen cubano son inclasificables. 

Yo lo pienso de este modo: Imaginemos una escuela primaria donde hay un alumno rebelde, que no cuadra en los moldes de la ideología oficial, que contradice al maestro y llega el día en que lo botan al pasillo. Le dicen, ya no perteneces. Y en el pasillo se encuentra con otros alumnos que también han sido expulsados de otras aulas. Ese reconocimiento entre individuos aislados es lo que genera a un grupo disidente. Se reúnen en el patio, piensan otras ideas, actúan en consecuencia y hacen algo que a la escuela no le conviene, que tampoco pensó que podía ocurrir cuando sacó al alumno para castigarlo, pero el castigo, para muchos de ellos, se convierte en resistencia. 

Hablas en tu libro de dictadura y/o revolución. A mí modo de ver en Cuba hay una dictadura comunista. No sé si la revolución murió en los primeros años de la década de 1960. ¿Por qué estableces esa diferencia?

Es una oposición de términos que quizás fue revisada in extenso en el libro. Juega con el sentido literal de cada una de esas definiciones; luego con el lugar histórico que podrían ocupar, una especie de genealogía, fuera del contexto estrictamente cubano; y luego, simplemente, con la malversación de la lengua, algo que suele ocurrir en procesos políticos de esta naturaleza. Y, finalmente, con el modo particular con que las revoluciones suelen envejecer y lo que hacen con ellas mismas. No creo que sea un caso único. No lo es, de hecho. Al modo en que la revolución cubana fallece, a su larga agonía, la siguen llamando como tal: revolución. Es decir, podemos señalar, y esto se ha hecho muchas veces, un momento en el cual la revolución cubana cambia de estado, cambia de nombre. Pero no hay una fecha para ello, ni la habrá nunca. ¿Qué es una revolución? Un embarre, un derramamiento, en términos de ideas, de acciones, de fuerzas desatadas, donde conviven ideas profundamente renovadoras con rezagos y fuerzas reaccionarias terribles. Hay personas que se desencantaron en 1968, con la invasión soviética a Checoslovaquia y la complicidad de Castro, hay quienes se desencantaron con la UMAT (los campos de concentración a los que enviaron a los homosexuales). Y hay quien lo hace desde el minuto uno. O incluso 20 o 30 años después. Quizás en el momento en que las fuerzas históricas se han asentado, pero se quiere alargar el estallido, es cuando una revolución cambia de estado y se convierte en una dictadura. 

Hay varios temas recurrentes en el libro. Uno es el racismo. Empecemos por ahí. Una lacra, la definió Fidel Castro, pero hizo poco o nada para erradicar el racismo en Cuba. Es un racismo muy elaborado, social y políticamente. ¿Usted qué piensa?

Esto es algo que han estudiado largamente intelectuales negros cubanos. Pero también fueron reprimidos, defenestrados, por tratar de pensar el país y sus tradiciones antirracistas, más allá de las ideologías oficiales. Creo que el marxismo leninismo, entendido como ideología rectora del Estado cubano, deja por fuera zonas de la realidad, que no pueden pensarse con una herramienta tan determinista como esa. No soy ni remotamente un especialista en el tema, pero en mí experiencia particular, en mis años de vida en Cuba, me parecería un insulto afirmar que el racismo se ha reducido. Las métricas que se emplean para hablar de los negros, las mujeres, el campesinado, parten de lo que sucedía antes de 1959, pero esa es una fecha arbitraria, porque cualquier país latinoamericano, con nuestras democracias fallidas y demás, puede validar, empíricamente que, en ciertas materias, se han obtenido mejores resultados. En cualquier otro lugar, si bien el racismo sigue siendo estructural, permanente, feroz, quizás se exprese en formas menos brutales como ocurría en los años 40 o 50 en el continente. Pero en Cuba todo adquiere proporciones mesiánicas: el socialismo es irrevocable, el racismo se erradicó, son términos absolutos, y, por supuesto es doblemente racista no reconocerlo sino, además, negarlo. 

El otro tema que atraviesa las páginas de su libro es el totalitarismo. En América Latina hay autoritarismo, pero no totalitarismo. En ese sentido, Cuba es una excepcionalidad y lo que uno lee, en los perfiles de los integrantes del MSI, así como en tu propia experiencia es una sensación constante de ahogo, incluso, de paranoia. La seguridad del Estado es omnipresente, puede irrumpir en cualquier momento. 

Creo que es una forma muy específica de control político, distinto a lo que estrictamente es una dictadura. Incide directamente sobre los hábitos y la cultura de un país. Tiene un enorme peso en la construcción de las ideas de la gente. Y alcanza su punto más alto cuando parece que ya no tiene que funcionar, cuando hace que la gente, por sí misma, responda a aquello que el poder tendría que infligir. Es decir, el totalitarismo pareciera desaparecer y genera una relación entre las personas y las instituciones a partir de la educación totalitaria. Ahí entran las manifestaciones que señalas: la paranoia permanente, la reconducción de la lengua y de los términos con los que se habla, el largo catálogo de eufemismos que existen para nombrar las cosas y todo esto empieza, incluso, a heredarse y la gente no llega a ser completamente consciente, en algunos casos, nada consciente, en otros parcialmente consciente. Pero pasa otra cosa. Ese recorrido hacia la luz de la consciencia empieza a suceder, también aparece la sombra del miedo. Y, ante la sombra del miedo, mucha gente detiene el camino de la revelación. Para decirlo en términos religiosos. Ese es otro punto fundamental, en un orden totalitario. El pivote central, la ideal del miedo y cómo el miedo actúa sobre la gente y eso reconduce, absolutamente, todo lo demás. 

¿Cómo te afectó el totalitarismo en tu experiencia personal?

Lo he vivido en la experiencia cubana. El totalitarismo no concluye con el fin de una dictadura comunista o cuando escapas de ella. Se fija en costumbres. Se vuelve un hábito. Hay, dentro del exilio, por ejemplo, una comunidad que no aprendió a vivir de otro modo. Huyeron del castrismo, pero su orden de relación con las cosas, con otros cubanos y en otros contextos, siempre va llevando la marca totalitaria. Llevan la sospecha, entienden las relaciones interpersonales a partir de esa estructura. Muchas aparentes liberaciones del totalitarismo, no lo son. Y eso es lo más peligroso. Es más difícil de escapar del autoritarismo, porque (el totalitarismo) decide cómo tu eres y cómo vas a ser. Incluso cuando ya ha desaparecido, aparentemente, de tu vida.

Uno ve el uso de las metáforas en escritores cubanos que citas (Lezama Lima, Lidia Cabrera, Reinaldo Arenas). Como no hay libertad de expresión, como es imposible expresarse por cualquier medio, te refugias en la metáfora, para construir la propia literatura como un espejo de la sociedad. Es sobrecogedor. Y tú, justamente, desmontas los códigos secretos para que uno pueda entender la realidad de Cuba. ¿Puede la literatura darle algún sentido a la vida de esos escritores, oprimidos y quizás aplastados por el totalitarismo?

En el caso de Lezama y Arenas, sin duda. Lidia también fue víctima de la onda expansiva del castrismo. Aunque fue lanzada al exilio desde muy temprano. Lidia no sufrió las secuelas físicas del castrismo, como si las sufrieron Lezama y Arenas. En el caso de Lezama, termina apartado, apestado, hambriento y negado por el aparato cultural cubano, siendo como es el más grande escritor de la Isla que nunca ha habido y por decir lo menos, uno de los grandes escritores de la lengua española que también nunca ha habido. Arenas, como es sabido, llega a sufrir prisión por sus libros, en primera instancia. Creo que la relación con la memoria, a través de las obras de estos escritores, es fundamental, porque el castrismo cortó, de modo muy eficiente, la continuidad de la memoria y de la resistencia. Es decir, que cuando uno va adquiriendo conciencia política en Cuba, uno cree que es el primero en hacerla, porque no tienes ningún referente, ningún apoyo alrededor. Dentro de la doctrina oficial, en los métodos de enseñanza, sólo existen aquellos que han sido, por supuesto, adeptos, seguidores y defensores del régimen. Y luego te das cuenta de que aquel camino que estas recorriendo por primera vez, ya está trazado y ahondado por otros cubanos que han sufrido consecuencias más terribles aún. En mi caso personal, en los momentos de riesgo, de peligros y de tensión, la memoria de esos autores, me transmitieron una sensación de compañía. 

No hay nostalgia por una ciudad que fue pionera y adelantada en el continente. Aquellas trazas que uno podía intuir en la obra de los escritores que mencionas (agregaría a Cabrera Infante). En La Habana de tu libro reina la oscuridad, la vida transcurre en penumbras, la destrucción se vive en cámara lenta, en medio del chivateo y la implacable ley del sálvese quien pueda. ¿Qué dirías?

La Habana de mi libro no puede catalogarse como nueva. Ha pasado tiempo suficiente y la ciudad sigue en ruinas, en penumbras, en intermitencias y sombras que parecería que es su estado natural. Lo que resulta sorprendente para muchas personas que viven en La Habana es que la ciudad parece resistir. Hay una sustancia cosmopolita, una vida abierta y desenfadada que ocurre por debajo o adyacente o por fuera de las estructuras de orden del castrismo, que son muy disciplinarias, muy militarizadas. Por supuesto, hay una devastación física, como dices, pero La Habana todavía parece estar preparada para el día después. De algún modo, la ciudad ha resistido, como casi ninguna otra cosa, y en algún punto es inderrotable. Es muy curioso. Una ciudad que, en su plano más evidente, ha sido arrasada, pero que mantiene unas reservas a las que el castrismo no ha podido llegar. Una reserva de vida, una reserva de hábitos y una identidad cultural e histórica que parece reafirmar que este episodio cruel y nefasto es uno de muchos episodios que La Habana va a seguir contando. 

¿Cómo presupone el día después?

Felizmente la Isla va a durar más que el castrismo y que sus marionetas. Creo que aquellas ideas que le entregaron a Cuba una identidad cultural específica, son ideas que son, decisivamente, más fuertes que el daño profundo que el castrismo provocó en la Isla. Aun cuando ese daño, como se ha visto, es más amplio, más duradero, que la propia vida física de Castro o que la vida física de sus herederos. Yo no veo, ni a corto ni a mediano plazo, un futuro promisorio para Cuba, porque hay unos daños estructurales de distinto tipo. Incluso si mañana cae ese esperpento que llaman revolución, no creo que el pueblo esté listo para una transición democrática efectiva. Será un largo proceso, en el que habrá que desmontar las secuelas del totalitarismo y otras ruinas, materiales y espirituales, que son la herencia que nos dejó Fidel Castro.

***

*Periodista por la Universidad de La Habana. Fundador de la revista cubana El Estornudo. Sus escritos (tanto crónicas como columnas de opinión) se publican regularmente en El País, The New York Times, The Washington Post (sección internacional). Fue seleccionado en la lista de los mejores escritores menores de 40 años. La Tribu. Retratos de Cuba, es su primera colección de crónicas. Ha publicado las novelas Los Caídos (2018) y Falsa Guerra (2021). 


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