Entrevista

Carlos Granés: “América Latina ha ocupado el triste rol de deshuesadero de la historia”

Carlos Granés retratado por María Elena Velasco | RMTF

27/03/2022

No todo el que publica un ensayo, sustentado en una investigación minuciosa, es objeto de encomios. Sin embargo, El delirio de la soberbia, del colombiano Carlos Granés*, fue elogiado por el nobel Mario Vargas Llosa y antes lo había sido por Juan Luis Cebrían (presidente de honor del diario El País). El señor Granés juega ahora en las grandes ligas. Su hipótesis, verificada en el recuento de la historia de este atribulado continente, es un imán para quienes vivimos en esta parte mestiza de Occidente. Algo de eso encontré en otro de sus ensayos («Salvajes de una nueva época») y lo que sigue en las líneas de abajo gira justamente en el papel que han jugado las elites culturales en la construcción de los regímenes populistas, incluso en las dictaduras más sangrientas, que recorren la región de la Sierra Madre a la Patagonia. Sí, una y otra vez, como el hámster en el carrusel.

Enmarca usted su más reciente ensayo («El delirio de la soberbia») entre comienzo y fin de la República de Cuba, entre el poeta José Martí y el dictador Fidel Castro. También es, digamos, una alegoría del sueño emancipador y el fracaso de América Latina, así como una síntesis del siglo XX. ¿Realmente le sirvieron esos parámetros para enmarcar su ensayo?

Sí. Yo siempre había oído esa frase: el corto siglo XX (del historiador británico, Eric Hobsbawm, quien estableció sus límites entre la Primera Guerra Mundial y la caída del Muro de Berlín). Pero, por alguna razón, esa fórmula no aplicaba en América Latina. La región estuvo al margen de la primera guerra mundial y de la segunda se escucharon muchos ecos, pero en realidad no fuimos protagonistas. La caída del Muro de Berlín sí tuvo consecuencias, pero pasó inadvertida en el lugar donde debió haber repercutido, que era Cuba. Revisando la historia, me doy cuenta de que los conflictos políticos del siglo XX Latinoamericanos empiezan un poco antes, en 1898, con la guerra hispano estadounidense y algo parecido a un desenlace comienza con la muerte de Fidel Castro. ¿Cuáles son esos conflictos, esas ansiedades de la región? Prioritariamente la amenazante presencia del imperio estadounidense en el Caribe. Esa es la gran angustia de José Martí y la razón por la cual intenta acelerar la emancipación cubana de España. Esa es la razón por la cual se va a luchar y por la cual muere finalmente, habiendo ya advertido que el gran peligro no era España sino Estados Unidos.

Es muy curiosa la muerte de Martí, así como la de Camilo Torres. Por una sola vez estos dos hombres empuñan las armas, se enfrentan al enemigo y caen. Ninguno de los dos tenía experiencia militar. Martí fue un poco nariceado por los independentistas cubanos que le reprochaban que era un hombre de letras y no un hombre de acción. Y algo parecido podríamos decir de Camilo Torres, que era un sacerdote. ¿Ese romanticismo, esa noción del héroe, esa idea fantasiosa de que vamos a lograrlo a través de la guerra, qué nos dice?

Nos habla del delirio, hacía allá apunta el título de mi libro. Hacia la búsqueda de utopías. En el caso de Martí, menos que Camilo Torres. Martí fue el último poeta romántico que luchaba en una guerra de liberación nacional, pero también fue el primer modernista y, por lo tanto, se dio cuenta de que, en poesía, esa exaltación romántica conducía a un callejón sin salida. Quizás por esa razón moderó los tonos poéticos, los hizo más sombríos, más luctuosos, más bohemios. Sí, buscaba una utopía claramente y la emancipación nacional tenía visos muy románticos, pero no desentonaba con respecto a sus antecesores que participaron en las campañas libertadoras. Camilo Torres, en cambio, era más utópico, más mesiánico, porque en sus fantasías se fundieron la visión cristiana y la visión marxista. Se convenció de que mediante las armas se podía bajar el Paraíso a la Tierra. El resultado fue patético, porque en su primer combate acabó muriendo. Pero antes de irse a la guerrilla, dejó a medio hacer una iniciativa política que hubiera tenido mejor desarrollo en Colombia: El Frente Unido, un intento de agrupar a las organizaciones políticas de izquierda y participar en la lucha política y no en la lucha armada. Ese disparate -el deseo de irse a vivir la aventura castrista, muy contaminada por una lectura cristiana- lo condujo a una muerte prematura.

Se detiene en la figura de Rubén Darío y ahí comienza la ebullición del continente con la Revolución mexicana. Esas pulsiones nacionalistas nos llevaron a gobiernos autoritarios, a dictaduras militares. La victimización social sirvió para que los redentores populistas se convirtieran en victimarios 

Sin duda. Toda esta amenaza imperial produjo, al menos en los poetas, un giro americano. Fue la adopción generalizada de las angustias martianas de nuestro americanismo. Todos los poetas clásicos dejaron a un lado los referentes que habían animado sus obras, que los habían inspirado, y empiezan a hacer investigaciones latinoamericanas. Dejan de hablar de los centauros griegos, de las náyades, y comienzan a hablar de los caciques indígenas o de la geografía, o de la flora y la fauna de la región. Poco después esto se traduce en reivindicaciones de personajes vernáculos. Es el momento en el que empieza a surgir el indigenismo, o el criollismo, o el negrismo. Los poetas empiezan a buscar a ese personaje que pueda convertirse en un símbolo que emane a todo el continente y que le pueda ofrecer unos valores con los cuales se pueda identificar América Latina. El resultado es más bien contradictorio, porque, en lugar de unir a la región, esto degenera en el nacionalismo, en el particularismo. Lo que termina creando focos de cultura muy nacionalistas. Algo que los caudillos -que entran entre 1931 y 1932- van a aprovechar para reivindicarse a sí mismos. Ellos van a ser la reencarnación de estos personajes vernáculos, inicialmente exaltados por la poesía y por el arte. Muchos, no todos, intentan encarnar reivindicaciones populares, exaltan la raza vernácula y lo popular y pasan, sin lugar a dudas, del victimismo a ser victimarios como presidentes de dictaduras muy sangrientas, que no crean instituciones igualitarias, sino que excluyen a buena parte de la sociedad.

Me interesa que abordemos la lectura política de América Latina que podríamos hacer a través de las artes. Vargas Llosa sostenía que la región había destacado por las realizaciones artísticas (en casi todas sus disciplinas) pero no por su accionar ni su dinámica política. Lo curioso es que usted en uno de sus ensayos («Salvajes de una nueva época») es que deja en el lector una interrogante dando vueltas. ¿Influyó la política en el arte o el arte en la política? ¿Hay que poner en duda la observación de Vargas Llosa?

Si nos ponemos a ver lo que pasó en 1890 con el modernismo, luego con el posmodernismo y finalmente con la vanguardia, nos encontramos con una serie de experimentos poéticos de gran riqueza y, en medio de esta experimentación, surgieron poetas de primerísimo nivel (César Vallejo, Neruda, Vicente Huidobro), que son personajes universales. Su obra es incontestable. Surgen, claro, en un clima artístico muy americanista, muy de experimentación vanguardista y también muy politizado. Es verdad que políticos y poetas se formaron y surgieron en los mismos nichos, porque en ese momento no había diferencia entre una cosa y la otra. Eran personajes intercambiables, amigos de tertulia. Haya de la Torre y César Vallejos, por ejemplo, eran compadres de peña. Eran parte del mismo grupo. Eran personajes que deambulaban por los mismos ámbitos. Unos tenían inclinaciones poéticas, pero también políticas. Y otros tenían inclinaciones políticas, pero también poéticas. Había, digamos, una contaminación de intereses y los más talentosos, para una y otra rama, se definían durante su propio trayecto vital. Pero el problema, creo yo, es que esa imaginación desatada, ese delirio que compartían tanto poetas como políticos, y creo que le sirvió muchísimo más al poeta, que no tenía que rendirle cuentas a la realidad, que podía desmadrarse, podía ser utópico. Pero, inevitablemente, para el político, que tiene que tener un pie en la tierra (y, por tanto, una gran dosis de realismo), esta euforia imaginativa, este desborde fantasioso y utópico, le resultó absolutamente nefasto, le estalló en las manos. Allí hay un contraste tremendo. Quizás lo más importante es que todos los proyectos políticos concebidos para crear una gran utopía latinoamericana en realidad no consiguieron ninguno de sus fines. No consiguieron unificar al continente, no consiguieron frenar la influencia estadounidense, no consiguieron crear sociedades inclusivas e igualitarias y, desde luego, en términos económicos, fueron un fracaso. Lo peor de todo es que ninguno de esos proyectos hizo algo para legitimar la democracia. Esa es la gran desgracia.

Este personaje llamado Presentación Campos, de Lanzas Coloradas de Arturo Uslar Pietri, está en todas partes, lo vemos en toda América Latina. Campos, fiel a sus instintos y a sus propios intereses, aprovechador de su entorno, sin detenerse en pruritos morales o éticos. Es quien alimenta, además, todos estos delirios, todos estos fracasos. ¿Diría que hay una cualidad de visionario en Uslar Pietri al construir este personaje?

Sin duda, sin duda. Es el marginado que quiere ser amo. Es el personaje al que no le importa gobernar, sino tener poder. Es el personaje al que no le importa la ideología, sino la plataforma que lo pueda convertir a él en un caudillo poderoso. Es un hombre que no aspira a la idea transformadora, sino a la fuerza que lo reivindique a él mismo y a su condición social y, quizás, a su núcleo más cercano. Es, justamente, la encarnación de los peores vicios del caudillo. Es el hombre que, aprovechándose de su condición marginal, va en busca del poder, no necesariamente para que las cosas cambien, sino para que su propia situación cambie y empiece a vivir como cree que se merece.

Lo llamativo es que la izquierda, el progresismo, termina reivindicando a Presentación Campos, termina, de alguna manera, siendo cómplice de este personaje. Lo tienen al lado, pero no lo cuestionan. Claro, cabalga sobre cierto imaginario, sobre el victimismo, que también es un rasgo del populismo, así como del autoritarismo. No sabría decir si Presentación Campos reencarnó en Hugo Chávez o en Nicolás Maduro. ¿Qué piensa usted?

Sí, son estos personajes vernáculos que, supuestamente o en teoría, recogen las virtudes, las reivindicaciones y el sufrimiento popular. Entonces, son la víctima que, por haberlo sido, tiene derecho o se siente con derecho a usar la violencia para redimir su condición. Y este personaje está ahí, claramente, pero también se vislumbra en muchos otros caudillos latinoamericanos, sin lugar a dudas. Es la persona que, por haber sido blanco de discriminación, puede reivindicar su identidad a tal punto que la convierte, básicamente, en el referente de la nacionalidad, excluyendo a los demás. Este personaje, curiosamente, es quien desde el extranjero también se reivindica como lo verdaderamente latinoamericano. Entonces, también desde fuera, se acaba aplaudiendo a todos los tiranos que acaban con la democracia en América Latina. Es uno de nuestros dramas, ¿no? Aquellos que deberían ser aliados de los demócratas en el extranjero acaban fascinados por estas figuras populares que, supuestamente, están reivindicando a las víctimas de la opresión que ejercen las clases blancas occidentalizadas.

No puedo decir que eso sea por ignorancia o porque no sea materia de interés de la academia, tanto de Europa como de Estados Unidos. Diría que esa visión, esa fantasía, nos ha llevado a fracasos atroces, una y otra vez. Basta pasearse por la historia de este continente. Pero no veo ninguna reflexión que no sea la que hace usted en su libro. Diría, más bien, que esa intelectualidad nos ve con cierto morbo. 

Sí, exactamente. Han convertido a América Latina en la pantalla donde proyectan todas sus utopías fallidas. La región ha ocupado ese triste rol de deshuesadero de la Historia. Todo lo que no ha funcionado bien en Europa se supone que habría de funcionar bien en nuestro continente. Todos los nostálgicos de la revolución, que desde luego están felices de no vivir en una, se alegran cada vez que hay un estallido revolucionario en América Latina. Es un vicio terrible del intelectual europeo, del intelectual norteamericano. Idealiza, de forma banal, frívola e irresponsable, todo movimiento utópico, romántico, que surge en el tercer mundo y sobre todo en América Latina. No solamente yo; poco a poco, mucha gente ha denunciado esta actitud de parte de la progresía occidental. Claro, todavía hay proyectos políticos -como Unidas Podemos, en España- que se nutren de toda esta fantasmagoría romántico-revolucionaria populista. Incluso, tratan de convertirlo en un producto de exportación. Pero viendo el vicio que inocula el populismo, muchos españoles han reaccionado.

Uno podría ubicar en la foto del siglo XX a los personajes en los que reencarnó, antes y después, Presentación Campos. Podríamos hablar de Pancho Villa, Augusto César Sandino, Che Guevara, Fidel Castro, Hugo Chávez. ¿Qué diría usted de esa galería? ¿Qué los emparenta? ¿Qué nexo hay entre ellos?

El virus revolucionario, sin lugar a dudas. Todos, de una u otra forma, son personas que, por motivos distintos, se lanzan a la aventura revolucionaria. Pancho Villa, por ejemplo, es un producto típico de la revolución mexicana, donde se mezclan muchísimos elementos de reivindicaciones campesinas, agraristas, socialistas, hasta el nacionalismo puro y duro. Además de la rencilla y el odio personal. Pero has mencionado a un personaje muy singular, que es Sandino. Para mí fue una sorpresa descubrir que tenía muy poco de izquierdista. Era un arielista católico (corriente ideológica opuesta a la idea del utilitarismo anglosajón) que detestaba a los yanquis y no soportaba que Nicaragua estuviera dominada e invadida por los marines. Su afán revolucionario fue, más bien, liberacionista y nacionalista. Incluso, a un izquierdista de verdad, como Farabundo Martí, lo expulsó de su revolución. No le gustaba el tipo de mentalidad que traían consigo los comunistas. Pero sí es verdad que todos estos personajes están dispuestos a transformar sus fantasías en realidades. Es decir, son personajes que no sueñan en vano. Aquella utopía que alumbra en su mente se convierte en acciones transformadoras e incluso violentas. Esto es lo que hermana a estos grandes nombres de la historia latinoamericana.

Así como hay muchos intelectuales que tuvieron un maridaje con el poder, no faltan aquellos que lo tuvieron con la violencia, con la insurrección, con el castrismo, con estos proyectos tenebrosos como el que se instaló en Cuba. Entonces, es cierto que, a través de algo tan sublime como el arte, podemos contar lo peor de lo que somos, ¿no?

Sin duda. Y, además, en América Latina fue muy claro la forma en que las ideas revolucionarias más peligrosas llegaron a través de la cultura. Fueron las tertulias poéticas de los años 20 las que se empezaron a entusiasmar con las dos revoluciones que estaban marcando la vida europea por aquellos años: el comunismo y el fascismo. Curiosamente, fue un amor no del todo explicitado, pero que tuvo muchos adeptos entre los poetas. En muchas vanguardias de América Latina hubo facciones muy reivindicatorias de las identidades nacionales, que acabaron fundando partidos fascistas. La vanguardia nicaragüense, por ejemplo, era absolutamente nacionalista, era muy católica, muy reaccionaria, era experimental en la poesía, pero en la política era un movimiento que acabó fundándose como camisas azules y cometieron actos de violencia. Le prendieron fuego a un periódico, El Pueblo, creo, si no estoy mal. Fueron ellos los que apoyaron a Somoza, los que preferían a Somoza sobre Sandino. En Sandino veían a un guerrillero liberacionista, pero no a un representante de las esencias nacionales. Otro poeta, Leopoldo Lugones, empezó escribiendo la historia de los gauchos y acabó reivindicando al gaucho como una figura militar y lo invoca. En un discurso dice que los militares tienen que dar un golpe de Estado en Argentina para proteger al país de la migración de los años 20, que pongan freno a los judíos que están trayendo ideas anarquistas y socialistas. Lugones se convierte en el primer fascista Latinoamericano. Y en Brasil pasó exactamente lo mismo, una facción de la vanguardia empieza a desarrollar pasiones muy nacionalistas, empieza a recelar de todas las influencias culturales extranjeras y, en 1932, se convierte en un partido político (Acción Integralista Brasileña) que pronto sale a las calles como una fuerza ultraderechista de choque a pelearse con los comunistas y, en 1938, intentó darle un golpe de Estado a Getulio Vargas.

Carlos Granés retratado por María Elena Velasco | RMTF

Lo que hubo fue mucho desparpajo, sin mayores problemas para embarcarse en los radicalismos. 

Es decir, era gente muy belicosa, muy atraída por ideas radicales. En la izquierda pasó algo muy similar. Es decir, en esa época los jóvenes estaban totalmente desencantados con la democracia, les parecía una cosa superada, “un colchón de papeles dormidos”, como decía Vicente Huidobro y lo que querían era acción. Estas ideas parecían ser las herramientas más útiles para sus propósitos. Todos cayeron seducidos y promovieron ideas terriblemente nocivas para la sociedad. Fueron ellos, los poetas, los que más enemistaron a la sociedad civil con la democracia, fueron los promotores de toda suerte de radicalismos: antiimperialismos, nacionalismos, fascismo, comunismo, nacional populismos, cualquier cosa, menos la aburrida, lenta y burocratizada democracia.

¿Qué diría de las relaciones entre Colombia y Venezuela, dos países siameses, imposibles de separar? ¡Qué lamentable esta tirantez, esta incomprensión, este antagonismo tan virulento que estamos viviendo hoy! ¿Qué perspectivas ve en el futuro de estos dos países?

Somos parte de lo mismo, culturalmente somos muy cercanos y la empatía y la simpatía entre venezolanos y colombianos es inmediata. Pero ahora la situación política de los dos países está muy convulsa. Venezuela, según la veo yo, está en un callejón sin salida, parece no haber un horizonte en el cual confiar, la oposición política está fragmentada, desdibujada. Maduro está totalmente enrocado en el poder. Es uno de estos tiranos que le importa un rábano el empobrecimiento de la sociedad, le importa un rábano el deterioro de las instituciones democráticas, le importa un pepino el sufrimiento de su gente. Lo único que le importa es la propaganda y el poder. Seguir, desde la silla presidencial, cacareando la misma estupidez, una y otra vez. Entonces, es una situación muy complicada y más ahora que Estados Unidos necesita el petróleo venezolano. Eso puede darle un aire nuevo al régimen, puede ayudar a perpetuarlo. No sé si las negociaciones políticas vayan con ciertos condicionamientos, digamos, de algún tipo de perspectiva democratizadora de cara al 2024. Es muy difícil ser optimista sobre la idoneidad de cualquier proceso democrático liderado por el chavismo madurismo. Por otra parte, en Colombia estamos viviendo una tensión política espantosa, una polarización que no se veía desde nunca, que tiene a Colombia totalmente ensimismada, encapsulada e indiferente hacia el resto del universo. Entonces, ese panorama no ayuda para nada al encuentro de los dos países. Creo que Colombia se va a desentender de cualquier política internacional democratizadora.

¿Qué expectativa genera la figura de Gustavo Petro, el gran favorito a ganar las elecciones presidenciales en Colombia? ¿Siendo un hombre de izquierda podría haber un acercamiento al gobierno del señor Maduro?

Petro nunca se ha atrevido a criticar abiertamente ni a Maduro ni a Chávez. Él tiene deudas históricas con Chávez y con el chavismo. Y, sentimentalmente, parte de su corazón está ahí. Pero no es tan tonto como para repetir los errores de Maduro. Yo creo que una presidencia suya no conduciría a una hecatombe como la venezolana, sobre todo porque las instituciones colombianas todavía aguantan y en el Congreso, a pesar de que llega con una ligera ventaja sobre los demás partidos políticos, no deja de ser un islote, no tiene el control legislativo del país. Es eso, sumado a cierta independencia judicial, lo que supondría un freno a un proyecto típicamente populista. Eso no quiere decir que Colombia esté libre de riesgos. Yo creo, al igual que Moisés Wasserman (columnista de prensa), que el problema de Petro es que no tiene ideas sino ocurrencias. El mito que se ha difundido es que Petro es muy inteligente. A mí me parece más bien un tipo sin fundamento. Todas sus ideas están apuntaladas en el lodo, no tienen mucha fortaleza. Por ejemplo, lo que ahora está intentando cuestionar es la independencia del Banco de la República (Banco Central). Si Colombia se salvó de la crisis inflacionaria de los 70 y de los 80 es porque los políticos no pudieron meter la mano en el Emisor. No pudieron convertirlo en un cajero automático para financiar los delirios de los políticos de turno. Ahora Petro quiere meterle la mano al Banco de la República y la consecuencia sería un mayor empobrecimiento de las clases populares, aquellos que dice rescatar. Pero lo que en realidad persigue, al aplicar subsidios directos, es crear una clase clientelar.

Yo creo que la mejor forma de destruir una sociedad es pulverizando la moneda. 

Ese es el gran peligro. Son las clases medias las que tienen espíritu reivindicativo y de lucha. Cuando empiezan a ver que pueden perder su nivel de vida y empiezan a empobrecerse, salen a la calle y se rebelan. Las clases totalmente empobrecidas están más bien resignadas y agradecidas con la limosna que el Estado les da. Y eso es claramente uno de los riesgos. No sé si eso está en los planes de Petro. Pienso que no. Él se cree un redentor popular, todos se lo creen, pero vamos a ver, cuando empiece a tomar decisiones contrarias a sus nobles propósitos, qué ocurre.

*Antropólogo por la Universidad Complutense de Madrid. Becado por la Universidad de Berkeley. Su tesis doctoral sobre antropología del arte obtuvo la mayor calificación (cum laude) y el Premio Extraordinario de Doctorado. Su línea de investigación son las vanguardias culturales. Ha escrito los siguientes libros: Antropología de los procesos de creación: Mario Vargas Llosa y José Alejandro Restrepo; Salvajes de una nueva época; El puño invisible, con el cual obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco; La invención del paraíso.


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