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Carlitos González apostó las Torres de El Silencio y nunca perdió

05/01/2020

Carlos González en la transmisión del análisis del juego Italia vs Argentina del Mundial de México de 1986.

Hubo una vez un comentarista de béisbol que era capaz de escribir en su memoria cada detalle que iba ocurriendo, y cuando terminaba el juego podía resaltar lo más importante, describir los momentos claves, agregar estadísticas y contar una anécdota. Tenía un estilo único, ameno, original y divertido, manejaba el humor y era certero con palabras y frases. Para él su trabajo era su pasión y además lo asumía como un compromiso con la audiencia.

Llegaba temprano al estadio y conversaba con los jugadores y técnicos. Luego aportaba esa información en sus comentarios, enriquecía la transmisión.

Se esmeraba en explicar con sencillez el complicado juego, le gustaba hacerse entender en palabras llanas y, sin proponérselo, en cada transmisión en televisión o en radio dictaba cátedra de comunicación, valoraba el uso de todas las herramientas de las que disponía. Sabía qué debía reiterar, dónde poner los acentos e interactuar con sus compañeros. Señalaba los elementos que para él habían sido determinantes en los resultados, no buscaba complacer a nadie. Poco le importaba si sus opiniones molestaban, hablaba con franqueza y siempre destacaba que su trabajo se debía a la afición. Lo escuchamos en Radio Rumbos, en los circuitos de los Navegantes del Magallanes, Leones del Caracas, Tiburones de La Guaira y Cardenales de Lara, y como staff deportivo de Venevisión y RCTV. En prensa escrita fue columnista en El Nacional y cofundador del diario Meridiano, primer periódico dedicado exclusivamente al deporte en Venezuela, que se inició bajo su dirección. Su búsqueda fue siempre la innovación, un curioso. Disfrutaba ser comunicador.

Consciente de que el gran protagonista de la transmisión era el béisbol, le daba importancia a todo lo que sucedía en el terreno, y en las gradas y en la tribuna, lo que estaba al alcance de sus ojos. Acotaba para sumar, para acercar el análisis a sus escuchas, los más preparados y los que se iniciaban, incluidos los niños. Era didáctico y lúdico.

Periodistas, narradores, locutores comerciales y comentaristas que pudieron compartir con él, coinciden en describirlo como un hombre generoso para transmitir conocimiento. Así como no se guardaba un comentario, tampoco se guardaba un consejo para contribuir en el desarrollo de la carrera de los más jóvenes. No veía como amenazas a las figuras emergentes, pues no dejaba de trabajar y de renovarse.

Era ingenioso con la palabra. Sus frases quedaron para siempre, aún siguen diciéndose, para recordarlo y porque hace tiempo comenzaron a repetirse, aunque algunos no sepan el origen y no hayan conocido al autor. La más célebre: “Sin que me quede nada por dentro”. Luego, seguía el análisis cargado de conocimiento y honestidad, despiadado si hacía falta. La frase precedía un comentario sin concesiones a nadie. Había otras opiniones, usted podía tener la suya, diferente, pero el resumen del juego que él hacía era irrefutable.

“Las he visto más feas y se han casado”, para no perder el optimismo, todo es posible en un juego que puede cambiar en segundos, donde también se gana “con un Cristo en la mano”.

“Apuesto las Torres de El Silencio…” Así iniciaba el riesgo del pronóstico que iba a acertar en breve. Era un desafío que se atrevía a hacer confiado en sus conocimientos del juego y de las reglas.

Transcurría el juego y él iba llevando las cuentas en su cabeza, concentrado en lo que iba comentando, y aunque lo veían hacerlo siempre, sus compañeros no dejaban de sorprenderse con su memoria asombrosa. Precisaba con exactitud las jugadas y batazos que habían determinado el resultado. Nunca llevaba una hoja de anotación, pensaba que eso lo distraía.

Se convirtió en una figura entrañable en la audiencia deportiva y más allá. No solo comentó béisbol, también lo hizo con boxeo, fútbol y baloncesto, y en cada disciplina destacó e impuso su estilo. Era una combinación de sabiduría con desparpajo.

Se llamaba Carlos González. En la memoria de quienes lo escuchamos siempre será “Carlitos” González, porque así era presentado al lado de las voces con las que hizo dupla frente a los micrófonos y el campo, la cancha o el ring. Fue presentado en Tucupita, aunque nació en la Isla del Toro en Delta Amacuro, el 14 de octubre de 1932, y murió en Caracas el 25 de mayo de 2004.

Carlitos González (solo imitable por Honorio Torrealba), “con el corazón más grande que un estadio”, pertenece a aquellos equipos de narración y comentarios que nos contaron grandes momentos, jugadas extraordinarias, que nos transmitieron emociones y razones sobre el juego de béisbol, que estaban en el televisor de la sala, en la radio de la mesa de noche o de la cocina, camino a casa en la carretera. Todo era como ellos lo contaban. Fueron tiempos magníficos, años esplendorosos. Los comentaristas transmitían en vivo desde los escenarios de las Copas del Mundo, Series Mundiales, Juegos de las Estrellas, grandes peleas en Las Vegas y otras de gran cartel en El Poliedro.

Carlitos González y Delio Amado León, Carlos Tovar Bracho, Luis Enrique Arias, Mario Dubois, Rubén Mijares, Musiú Lacavalerie, Felo Ramírez, Gonzalo López-Silvero, Carlos Alberto Hidalgo, Lázaro “Papaito” Candal y su célebre “Dime algo, Carlitos”, se hicieron leyenda y forman parte de una muy luminosa época de nuestra televisión, la radio y el deporte.

Recordar a Carlitos González, es recordar aquella Venezuela que extrañamos tanto como lo extrañamos a él.


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