Perspectivas

Carga y descarga

07/10/2020

Si el título de esta nota, tomado del libro que acaba de publicar Adriana Irazabal Dorta, nos invita a pensar en el flujo de emociones que es la vida, esperen a leer sus páginas: amor, agradecimiento, valentía en una trayectoria de vida cuyas dificultades aparecieron desde el comienzo

Apenas abrió los ojos, la tuvo difícil. Una parálisis cerebral la convirtió en una mujer diferente. Se llama Adriana Irazabal Dorta y acaba de publicar un libro sobre el significado de la vida. Con palabras sencillas y mucho humor, porque desde muy chiquita, Adriana decidió que su condición no la iba a condenar a una cama o a una silla de ruedas, aunque no pueda caminar.

No es, como pudiera suponerse, un libro de autoayuda, ni una guía para llegar hasta la montaña más alta. Pero las personas “normales” —las que no llamamos la atención, las que pasamos desapercibidas, las que en apariencia tenemos «dominio de los cinco sentidos», deberíamos leerlo por muchas razones. Es una reivindicación de la vida, del amor, de la compasión, de lo que significa sobreponerse, todos los días y a toda hora, a la adversidad. Sin lloriqueos ni sentimentalismos.

En una entrevista que le hice a Mercedes Angarita, la excepcional educadora y fundadora de Rondalera, caí en la cuenta de lo cruel que puede ser un niño, sin que necesariamente tenga consciencia de ello. Pero eso sólo me lo pudo hacer ver una persona que no sólo enseña, sino que educa en valores como el respeto, la solidaridad, la empatía y el extrañísimo —y casi olvidado— acto de ponerse en los zapatos de los demás. Adriana debió tener algunos maestros excepcionales, porque a lo largo de su vida en la escuela da cuenta de lo que significan para ella esos valores. En su libro, además, hay testimonios de maestros que supieron alentar en ella el deseo de hacerse presente mediante su voz. Así que su libro Carga, descarga, no es un hecho casual, sino el resultado de explorar en su interioridad con ánimo pionero.

En las aulas de clase, en los pasillos de la escuela, en el patio de recreo, Adriana descubrió y convivió con el bullying. Sobre este punto hay varios matices, varios significados. Bullying no sólo puede ser una ofensa deliberada, casi canallesca, también puede ser una mirada intimidatoria, indiferente, o una pregunta indiscreta, o la intención de ignorar o descalificar, porque todas ellas revelan el deseo, expreso o tácito, de descalificar, de ofender, de poner «en su lugar», a quienes son diferentes, a quienes no son «normales como nosotros». Pero no se crea que Adriana no supo desquitarse. Con la complicidad de su hermana pequeña, en un pacto de mutua defensa, ambas miraban feo a quienes, a su vez, la miraban a ella como preguntando. ¿Y a ti que te pasó?

Se inventó sus propios juegos, sus propias travesuras, en su silla de ruedas. Adriana en su carruaje, Adriana en su carro, echando gasolina para seguir su camino. ¿Cuándo experimentó la frustración, la adversidad, porque la hubo? ¿En qué momento tomó consciencia de ella? Dejemos hablar a Adriana.

“Tomé consciencia de la frustración quizás sin saber que tenía ese nombre, desde muy chiquita, porque me sentía muy mal al ver que otros niños jugaban y yo no podía hacerlo de la misma manera que ellos. Pero a medida que fue creciendo ese sentimiento se fue transformando, porque descubrí nuevas maneras de jugar, inventé mi propia manera de hacerlo, entendí que jugar igual al otro era aburrido, que lo divertido era hacerlo de manera diferente, distinta. Y poco a poco, la frustración fue desapareciendo. Pero eso no quita que algunas veces regrese. Cuando eso pasa, dejo que las cosas fluyan, porque también hay días grises, aunque mis días, mayormente, son de colores”.

Adriana sabe, desde que abrió los ojos, que la vida no le ahorra dificultades a nadie. A unos más, a unos menos. Que el camino para llegar a ser realmente quien eres está lleno de desafíos, de retos y de riesgos. Irse a vivir sola durante un año, para hacerse cargo de las cosas que los demás damos por hecho, pero que a ella le resultaron todo un aprendizaje. Desenvolverse fuera de su casa, lejos de sus padres y hermanas, en un entorno totalmente desconocido, en un idioma diferente. Hay que hacer de tripas corazón y descubrir, además, que eres una persona decidida y valiente. El libro de Adriana es una demostración de que la vida la tenemos que vivir donde, como y con quien queramos. Sin ahorrarnos absolutamente nada. Que una cosa es el individuo y otra el ser y las causas colectivas. También es una demostración de que si somos capaces de convertir nuestros deseos en objetivos y luchar por ellos. En esa clave, no hay obstáculo —por formidable que sea— que nos impida llegar a la meta. De sus eternas compañeras, su silla de ruedas y la soledad, ha extraído la limonada de su vida, a veces ácida, a veces dulce. Porque como todos nosotros, ella también tiene días buenos y días malos. Adriana no es amante de las causas perdidas, pero dejemos que sea la que responda a una pregunta: ¿Dónde está el cambio? ¿En la política o en la cultura?

“Creo en las causas colectivas, pero a la vez pienso que estas empiezan de forma individual, porque un grupo de gente se reúne para defender una causa en la que cree. Alcanzamos el logro a través de la cultura. Primero porque debemos ser una sociedad culta que elija bien a sus políticos. O sea que ambas cosas, cultura y política van —o deberían ir— de la mano. Pero la causa que yo más defiendo es la inclusión, que empieza desde la cultura, porque desde que somos niños nuestros padres deberían inculcarnos el hecho de respetar las diferencias. Y cuando esos niños crezcan serán, ante todo, buenas personas”.

Adriana habla tres idiomas, es actriz y produce un programa de radio semanal. Su mente es inquieta y explora a cabalidad los talentos que se insinúan como acertijos o desafíos. Carga y descarga es su primer libro, pero apostaría, como un jugador de póker, que no será el último, porque ella tiene una buena mano.

Nada hubiese sido posible sin el apoyo de su familia. Su madre, como ella dice, es una súper mamá. No se crea que la ha idealizado como si fuese uno de los súper héroes que lucha a favor del bien y contra el mal. Ambas, madre e hija, han recorrido sus propios caminos que se bifurcan, pero que también se conectan, porque Adriana sabe que su vida está en sus manos y no en las de ninguna otra persona. En una ocasión, Nelly Dorta, así se llama la mamá, le escribió una carta a su hija. Yo la leí y me pareció que la escribió desde el atalaya de una elevación a la que había llegado. Difícil es expresar esa sensación de paz y de haber cumplido. Adriana tiene suerte de contar con el amor de su familia. En su libro hay páginas, demostraciones y episodios, de agradecimiento, de empatía y solidaridad y de todo lo que eso significa. Y esto, más allá de su entorno, despierta en Adriana un deseo.

“Me gustaría vivir en una sociedad más empática, una sociedad más consciente, que aprenda a escuchar de manera respetuosa al otro, para generar un ser humano más sensible, que no tenga miedo de mostrarse vulnerable, porque va a encontrar en el otro un abrazo de comprensión y de apoyo para ayudarlo a levantarse de una circunstancia adversa, difícil. Y que logre salir de ahí, de ese momento, aún más fortalecido”.

Queda dicho lo que tanto necesitamos.


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