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“Cafecito” Martínez: “De mi papá también aprendí lo que no se debe hacer”
por Mari Montes
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La historia de José “Cafecito” Martínez comenzó como la de muchos hijos de beisbolistas profesionales que crecen con un papá intermitente, a quien pueden ver pocos meses en el año.
Los jugadores que pertenecen a una organización deben reportarse en febrero a los campos de entrenamientos. No importa la categoría, desde novatos hasta Grandes Ligas, al terminar la pretemporada de primavera, por 6 meses estarán dedicados a trabajar, a prepararse todos los días para jugar, para destacar. Si la familia se queda en el país de origen, como la familia Martínez en Venezuela, los hijos del pelotero deben esperar que la temporada se termine en septiembre o en octubre, depende, para verlo de vuelta.
Recuerda “Cafecito” que su papá llegaba de Estados Unidos, estaba con ellos 4 o 5 días, y se iba al Universitario a practicar con los Tiburones. Después se quedaba jugando hasta donde llegara el equipo y si lo llamaban como refuerzo se iba a la Serie del Caribe. De ahí unos días en casa y de regreso otra vez a los entrenamientos. Por eso la presencia de la esposa que se queda con los hijos es tan determinante. En este caso fue Evelyn González de Martínez quien se hizo cargo de todos, apoyada por su familia, sus padres y hermanos.
José “Cafecito” Martínez suma 5 temporadas en las Grandes Ligas. Sin ser un jugador súper estelar ha sabido hacerse necesario. Se ha ganado su puesto. Ningún nombre en una nómina de una organización de las Mayores está escrito por cortesía, ahí no hay nadie que sobre. Si está es porque se le necesita. La competencia es muy dura, unos tienen más talento, son sobresalientes con sus habilidades y herramientas, y todos trabajan con dedicación para seguir ahí. Es muy exigente, además es una carrera contra el tiempo, donde la “juventud” se termina demasiado temprano.
Los peloteros a los 17 años “están viejos para que los vean los scouts”, a los 25 años ya “están viejos para llegar a las Grandes Ligas”, a los 30 “comienza el declive”, a los 35 años “son unos viejos” y los que juegan más allá de eso, más allá de los 40 años, “son unos fenómenos”, casi unos ancianos venerables. Es cruel.
Recuerda sus días en el Universitario, acompañando a su papá, Carlos “Café” Martínez, uno de los jugadores icónicos de los Tiburones de La Guaira, figura legendaria de la inolvidable “Guerrilla”, uno de los peloteros más talentosos de su generación. Jugó 15 años en la LVBP y 7 temporadas en las Grandes Ligas. Era polémico por su temperamento, como describe “Cafecito”:
—Mi papá era muy volátil. Su carácter hablaba más por él, su carácter iba primero que él. Eso confundió mucho a la gente, por sus actos. La gente me decía cosas de él, que no era una buena persona.
Tiene claro que su papá cometió errores, precisamente por no controlar su temperamento. Lo sabe porque es su hijo, y lo sabe porque hay fanáticos que en las redes sociales le escriben, a él y a su hermano Teodoro, lo que su papá hizo, lo que dijo, y lo que no hizo y no dijo también.
Aunque no queramos, lo que hacemos, bueno y malo, repercute en nuestros hijos. En el caso de los Martínez, han tenido que escuchar cosas negativas y también otras como: “¡No vas a ser tan bueno como tu papá”, “no mereces que te den el número de tu papá”, y cosas por el estilo. Han tenido que aprender a vivir con eso, pero son de carne y hueso. No es grato.
En el caso de “Cafecito” especialmente todo ha sido una gran lección para ser como es.
—De mi papá también aprendí lo que no se debe hacer.
Lo dice sin titubeos, sin resentimientos, lo dice agradecido:
—Hubo quienes dijeron cosas de mi papá que no eran gratas y olvidaron muchas cosas buenas que mi papá hacía. Él tenía sus luces y sombras. Aprendí mucho de mi papá, también de esas cosas que dijeron, pero también hay jugadores que me dicen que él aconsejó a muchos peloteros para que no hicieran lo que él hizo. “Café” entendió dónde falló. Al final mi papá sabía eso y quiso transmitirlo.
El “Café” Martínez tuvo un talento superior, descomunal, habría llegado más lejos de no ser por él mismo.
Hablamos de su historia como jugador, porque en sus primeros años su papá no quería que ellos jugaran. Él cuenta su historia desde el deslave de Vargas en 1999. La tragedia marcó la vida de muchos varguenses, y ellos no fueron la excepción. Tuvieron que irse a La Sabana, ahí se encontró con el béisbol.
—Después de eso nos vinimos para La Guaira otra vez y empecé a trabajar en la Academia de Virgilio Mata en el Pavero. Empecé a jugar desde per-junior y llegué juvenil, hasta los 17 años. Era ese momento de no saber si debía seguir estudiando. Mi papá no quería que me vieran. Los scouts iban a verme a los juegos de Criollitos y él decía que no quería que nadie hablara conmigo ni con mi mamá, o con los entrenadores. Fue pasando el tiempo y fui agarrando más confianza en lo de la firma. Mi mamá me dio un poco más de espacio para que fuera a la academia. Los scouts comenzaron a visitar a mi papá, me pedían su número, y cuando iban a verlo él no me lo decía. Pedro Ávila de los Marineros me ofreció $150 mil y mi papá dijo que eso era poco, y que él prefería que estudiara. Fui a un try out en Yaracuy con Cleveland, pero estaba delgado, era muy delgado, yo no era el que tenía estampa de pelotero, nunca fui de los que impresionaba con el físico. Yo era más de adrenalina. En un juego daba batazos, pero en un try out era diferente. Yo pedía que me pusieran un pitcher, además era muy lento, corría 7.4 de home a primera, cuando el promedio era 6.8. Mi mamá, mis abuelos, toda la familia esperaba que yo les diera la noticia de que me iban a dar la oportunidad, y no pasaba. Siempre fue la familia de mi mamá, más que todo ellos. Yo llegaba y me encerraba en el cuarto, y al día siguiente les decía que no quería hacer nada, no quería estudiar, me contrariaba, quería tirar la toalla. Pero aparecían esos ángeles que yo tengo, que son mis abuelos, que me abrían la puerta, me llevaban el desayuno, me apoyaban, me decían que yo sí podía. Mi abuelita nos mantenía limpiando oficinas, porque todo fue más difícil luego de que mi papá falleció. Pero cuando él murió empezaron a abrirse puertas, me empezaron a ver, mejoré en mi alimentación, gané peso e hice trabajo de gimnasio. Comía 5 o 6 veces al día. Cincinnati me invitó a su academia en Cagua, pero luego los jefes no me vieron.
Hizo varios try outs con las 30 organizaciones. Ya no creía que iba a lograrlo. Su papá, buscando lo mejor para él, origen de muchos de los errores que cometemos los padres, le hizo el camino más complicado, además de su fama, la buena y la mala.
—Tuve problemas porque mi papá pidió mucho.
Su mamá, Evelyn, sus abuelos y tíos se convirtieron en su fortaleza.
—Seguí entrenando en La Guaira y ahí mi tío Rómulo recomendó que me llevaran a Maracay a entrenar con el señor Valentín Escobar. Eso fue una reunión familiar, ahí tuve que dar la cara para decir que no iba a seguir estudiando. Llamaron a mi tío Nacho, hermano de mi mamá, que era como el jefe de la familia. No fue una conversación fácil para convencerlo de que yo quería ser pelotero profesional, que sentía que podía lograr que me firmaran, que podía lograrlo.
Se fue a Maracay y comenzó la historia del profesional.
—Se presentó Amador Arias, a mí me vieron muchos scouts, hice muchos try outs, casi me voy para seguir estudiando y ser profesional en otra cosa para mantener a mi familia.
Eso fue en 2006, recién había fallecido su papá. Un cáncer de estómago se lo llevó temprano. Apenas tenía 41 años.
—Estaba con Alex Cabrera, Ramón Hernández, con mi tío Rómulo, pero olvidándome del béisbol. Entonces Amador Arias llamó a mi tío Rómulo y le dijo que quería verme. Ya yo le había dicho a mi tío que me iba para mi casa. Arias siguió llamando, que quería verme, que al final de cuentas si yo hacía un try out presentable él me daba la oportunidad. Le dije a mi tío: “así me han dicho todos”. Había mejorado y no me daban la oportunidad. Mi tío me dijo que probáramos por última vez. Amador nos dio un mes de preparación. En ese mes trabajé el triple de lo que había trabajado normalmente. Bajé a 6.7 mi velocidad de home a primera, le di mejor a la pelota, el alcance de mi brazo mejoró en un 80 %, era más ágil, empecé a comer más fibra, y llegó el día. Hice un try out de ensueño. Pensaba que era el último, que tenía que darlo todo, siendo el último chance ya no importaba si en eso me lesionaba. Debía darlo todo. Impresioné a Amador Arias. Cuando terminé, Amador se salió a hablar por teléfono y yo noté eso. Cuando lo vi me dije: “Esto va a ser lo mismo, me van a decir que no”. Guardé todo en la batera y le dije a mi tío que gracias por todo, que después de recoger mis cosas me llevara al terminal para irme a mi casa. Me dijo que esperara, y en eso volvió Amador: “Te quiero firmar, quiero darte la oportunidad porque lo que yo vi hoy aquí no lo había visto en todos mis años de scout. Las ganas que le pusiste, el ímpetu, la energía, lo hiciste todo tan natural que parecías un profesional”. Fue la primera vez que me dijeron algo tan claro. Me fui a la casa en La Guaira y le dije a mi mamá que posiblemente me iban a firmar, que me dijeron que me iban a firmar, pero que yo no quería ilusionarlos y que no pasaba nada.
Pero pasó, y con los Medias Blancas de Chicago.
—Nos fuimos a Maracay. Cuando Amador llegó con el contrato fue cuando creí que ya se había cumplido el sueño, además frente a mi mamá. Eso me llenó muchísimo. Yo hice tantos try outs y nunca pasó nada. Después de ese día celebramos, fue el momento donde yo prometí que por ninguna razón nadie me iba a quitar mi puesto de pelotero. Le dije que iba a trabajar duro por llegar a las Grandes Ligas. A mí me dieron una oportunidad, el bono fue por $35 mil dólares. No necesitaba más que eso.
La historia de “Café” en las menores fue menos complicada, cumplió rápido el trámite de estar en la “Summer League” (Liga de Verano) en Venezuela. Se ganó su visa para irse a Estados Unidos a la Liga de Novatos. Avanzó rápido con el inglés, al punto de ayudar a sus compañeros a expresarse cuando no sabían defenderse en las tiendas o en restaurantes.
—No esperaba que en mi primer año me mandaran a viajar, yo no me lo creía. Por primera vez viajé solo, por primera vez me sentí en un clubhouse profesional, donde escuchaba otro idioma, compartía con peloteros de otros países, otras cultura, compartía con jugadores de las Grandes Ligas. Disfrutaba mucho esos momentos. Muchos sabían que yo era hijo del “Café”. Cuando llegué a White Sox vi a muchos conocidos que me trataron muy bien, de manera profesional. En mi primer Spring Training no me fue nada mal, me quedé en el entrenamiento extendido y fue muy bueno, bateé .320. Cuando salí de ahí me mandaron para los novatos en Virginia, ahí me dieron mi lugar todos los días. Empecé a desarrollarme, mi brazo y bateo mejoraron muchísimo. Estuve en la lista de los 10 mejores prospectos de la organización. A mí no se me hizo difícil el inglés, aprendí muchísimo, aprendí muy rápido porque me apliqué a estudiar. Un año me llamó Buddy Bell a la oficina, me dijo que llamara al traductor y ese día le dije que no lo necesitaba.
Su desarrollo en las menores era bueno. Pero así como le costó firmar, le costó llegar.
—Fui bien conceptuado con los White Sox, pero cuando salí de esa organización firmaba solo contratos de Ligas Menores. No tuve temporadas malas, más bien sobresalientes, pero con todo y eso no era fácil. No me llamaban, firmaba en enero, pero nunca era seguro. Lo que decía era que me pusieran un uniforme. Mi agente llamó a los Bravos y ellos dijeron que no me iban a dejar. Ese año jugué con los Tiburones y tuve problemas con los managers y gerentes por la forma en la que me trataban. Una persona me contó que alguien en los Tiburones corrió la voz de que yo no era una buena opción, y eso me cerró puertas. Le escribí a mucha gente y no tenía respuestas. Hasta para Italia escribí, para ligas independientes.
Entonces apareció Jaime Del Valle –un jugador nacido en Colombia a quien conoció en las menores– para decirle que había conseguido trabajo en una liga independiente y que iba a sugerir su nombre. Así lo firmaron los Aviadores de Rockford. Todo iba bien hasta que el manager lo llamó a la oficina para decirle que él se quedaría en el equipo, pero que su compañero colombiano no.
—Para mí fue muy difícil. Salí de ese cuarto muy triste porque él se esforzó para darme esa oportunidad, y yo por él no pude hacer nada. Lo que él hizo me permitió seguir en la pelota. Yo a él le tengo que agradecer muchísimo. Empezó la temporada y me empezó a ir bien, entonces volvió a llamar Atlanta para mandarme a Clase A fuerte, les dije que yo lo que quería era la oportunidad, lo que he dicho desde que era prospecto. Ahí me fue bien, pero me enviaron a Kansas City, nada fijo, como siempre, de relleno. Pasó el Spring Training, no me vi en ninguna lista y pensé que estaba botado. En eso me llaman a la oficina para decirme que no tienen un cupo fijo, pero que me va mandar a Triple A. Me pusieron a jugar 2 veces a la semana y terminé jugando todos los días, bateé .384. Todo el mundo me felicitó y no me dieron la oportunidad, me pasaron por encima y no me explicaron. Aún pienso que merecía el chance, fue ese año que quedaron campeones. Al año siguiente fui a Spring Training, no me dieron muchos turnos y no pude demostrar nada. San Luis compró mi contrato. Cuando llegué al equipo Triple A estaba Mike Shildt. Cuando llegué me preguntó que cómo me sentía y yo le dije que bien, que había trabajado mucho para ser un grandeliga y que no se me había dado, que iba a trabajar duro para lograrlo.
“Aquí tienes que hacer lo mismo –le dijo Mike Shildt –ya nos dijeron la clase de persona que eres tú, cómo eres en el clubhouse, y nosotros aquí necesitamos gente así. Aquí hace falta un guía, hay muchachos aquí que lo necesitan”.
—Me sentí muy bien; en septiembre me subieron a las Grandes Ligas. Lo demás fue historia. Una experiencia gigantesca, porque dije que no me iban a bajar, que iba a dar el triple para quedarme. Fueron duros esos 2 primeros años, aunque no jugaba todos los días debía ir a Spring Training a ganarme un puesto. Lo que he hecho siempre es aprovechar las oportunidades.
Le pregunto por su día más feliz en el béisbol luego de 5 temporadas. Sube el tono de voz, se alegra:
—Cuando le dije a mi mamá que me habían subido. La llamé por teléfono. Decirle eso fue increíble, por todo lo que pasamos; cada vez que llegué triste, todo lo que tuve que demostrar, cómo a última hora es cuando llegaba la oportunidad. Nosotros hemos tenido paciencia y hemos encontrado la forma de salir hacia adelante. Mi carrera ha sido de retos, de demostrar, de callar bocas, sanamente. Nunca he caído en el juego de otros, yo trabajo a diario por ser mejor y eso lo hago por mí. Es importante la confianza que me ha dado mi madre y yo le dije a ella que nunca la iba a defraudar. Yo les aguanto que me insulten, pero voy a tratar siempre de hacerlo mejor. He sido muy tranquilo en eso. A mi mamá le han dicho en su cara muchas cosas de mi papá, incluso de su relación con él, de su pasado con mi papá.
Cuando habla de su mamá su tono de voz cambia. Se le escucha la emoción, la admiración que siente por ella:
—Yo creo que mi mamá fue la persona más inteligente en la carrera de Carlos Martínez. Nadie le ha dado esa importancia a Evelyn González, a mi mamá. Si hubiese sido fácil no estaríamos aquí como familia. Nosotros siempre callamos, nunca insultamos a nadie, nunca le dimos un golpe a nadie, tragamos, pero estamos demostrando qué clase de familia somos, todos apoyándonos, eso nos lo enseñó mi papá.
Hablamos y estaba en su casa, con ella escuchando nuestra entrevista, reviviendo momentos, con lágrimas y risas, ese inventario que tenemos todos.
Mari Montes
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