Dani Alves levanta el trofeo de la Copa América 2019. Fotografía de Mauro Pimentel | AFP
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Brasil respondió. Fue el equipo más parejo de la Copa América 2019 y se llevó el título. Consiguió picos altos de rendimiento gracias a unos retoques de Tité en pleno torneo: Richarlison y David Neres al banco para darle protagonismo a Gabriel Jesús y Everton. De alguna manera, el 0-0 ante Venezuela le sirvió al equipo amazónico para confirmar una idea y a Venezuela para confundirse. Pero no venimos a hablar de la Vinotinto.
Brasil volvió a ser Brasil en el mítico Maracaná. No es una selección que enamora. Desde hace muchísimos años que no lo hace, pero cumple con ráfagas de juego, y esas ráfagas no son cualquier cosa. Posee el talento para voltear todo en 15 minutos. El eje de este equipo fue Dani Alves, justo ganador del Mejor Jugador del torneo. Se arremangó cuando tuvo que poner pierna fuerte y creatividad cuando el juego se lo exigía.
El fútbol se puede enfrentar desde el victimismo, como Argentina, o desde la acción, como Perú. Y Brasil agradeció que el finalista salió a proponer, porque después de un inicio incierto, se dio cuenta de que tendría opciones claras cuando se juntaran dos de tres: Everton y Firmino, Alves, Coutinho y Arthur o todos a la vez.
El deseo del rival de jugar en corto desde la primera línea de volantes le ofrecía al conjunto local establecer la lucha en el mediocampo y desde ahí, de una rápida recuperación, hacer diferencias con el talento. Eso sucedió en el segundo gol, muy bien finalizado por Gabriel Jesús, previo robo de Firmino y pase de Arthur.
Hace unos días escribíamos en este espacio que jugar bien es, entre muchas cosas, hacer lo que el rival no espera. Eso fue lo que hizo Gabriel Jesús para abrir el marcador. Fue un buen truco de magia, de “te la muestro por aquí y te la saco por allá”, algo que cualquiera que haya jugado fútbol de salón alguna vez intentó. Luis Advíncula termina con la mirada absorta en ese recodo de acción y se olvida que atrás de él está Everton. Brasil siempre ha sido, antes que todo, cuna de ilusionistas.
Sin embargo, también hay mérito en los ajustes defensivos de Tité. Cuando vio que Perú era un equipo corto, le adelantó líneas, dejando a Paolo Guerrero completamente aislado, sabiendo que ya no puede correr en piques largos. De esta manera, Casemiro sufría menos. Su mirada siempre estaba al frente y no detrás. Thiago Silva y Marquinhos lo agradecieron. Trate de recordar, obviando el penal, cuántas veces escuchó nombrar a los dos centrales brasileños durante el partido.
El empate momentáneo, tras una mano inobjetable de Silva, no insufló el corazón peruano. Por el contrario, rápidamente se vio que ningún jugador estaba en su día. De hecho, el segundo tanto de Brasil fue como un compendio de errores y bloopers impropios de un once que disputa una final. Y ni hablar del tercero. Podemos discutir mil veces si la acción de Carlos Zambrano debió o no ser pitada como penal, pero es inobjetable que se desentiende del balón cuando ya Pedro Gallese tenía la pelota dominada. De allí la duda y todo lo que puede abrir cuando tu rival tiene uno menos. Dicho de otro modo: cuando Brasil tiene una ventaja, no la desaprovecha. Perú la tuvo, y la tiró al caño. Y aceptemos que eso genera envidia en esta región. Y por eso le sobran haters en las redes sociales.
Perú había hecho un partido perfecto contra Chile, pero tenía que haber dejado parte de esa perfección en el tanque para enfrentar a Brasil. Cuando el partido le exigió ser largo, fue corto; cuando le pidió ser ancho, desnudó la zona media, cuando, con un hombre de más, le rogó que fuera directo, no pateó al arco. Perú lo perdió por mérito y por superioridad del contrario. No hay mayor explicación.
La Copa América se fue y dejó un montón de cosas malas: terribles arbitrajes, mala utilización del VAR, estadios vacíos, canchas en mal estado y la argentinización de Lionel Messi. No hubo una revelación en el juego colectivo ni individual, más allá de Everton. Los equipos que hoy lucieron sólidos se desarmaron con un vientico (Chile) y en ese reino de la mediocridad, se impusieron Dani Álves (36 años) y Paolo Guerrero (35). Esto es como ver Dark, la serie de Netflix, en una cancha. Todo sigue conectado a un fútbol primitivo y el espectador lo paga, al punto que termina aplaudiendo un par de regates.
Jován Pulgarín
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