Cesarismo Democrático

Bolivariano, gomecista y cesarista

19/12/2019

En diciembre de 1919 –pronto hará un siglo– se publicó Cesarismo democrático. Estudios sobre las bases sociológicas de la constitución efectiva de Venezuela, controvertido texto de Laureano Vallenilla Lanz donde se expone la tesis del “gendarme necesario”, doctrina que sirvió para sustentar, intelectualmente, la dictadura de Juan Vicente Gómez. No obstante, el volumen continúa generando reflexiones pues varios de los asuntos que trata mantienen inusitada vigencia en el contexto venezolano actual.

La primera asociación directa que se realizó entre el Libertador Simón Bolívar y el general Juan Vicente Gómez estuvo asociada a la coincidencia existente entre las fechas de nacimiento de ambos personajes: el 24 de julio de 1783, el primero, y el 24 de julio de 1857, el segundo.

En consecuencia, fue bastante frecuente que se hiciesen alusiones a la natural proximidad que había entre el general andino y el padre de la patria por el hecho de haber nacido ambos el mismo día. Pero también, esta particular casualidad fue oportuna para elaborar y difundir un discurso mediante el cual, cada 24 de julio, se destacaba la continuidad histórica que había entre la obra de la Rehabilitación Nacional, conducida por el general Gómez al frente del ejército nacional y la gesta emancipadora llevada adelante por Simón Bolívar y el Ejército Libertador.

Así puede leerse en la prensa de la época y, especialmente, en El Nuevo Diario, periódico que se caracterizó por defender abiertamente al régimen de Gómez. A partir de 1915, dos años después de su fundación, quedó bajo la dirección de Laureano Vallenilla Lanz, quien se encargó de llevar adelante una campaña ininterrumpida de respaldo y exaltación del general Gómez y de su obra de gobierno.

El 24 de julio de 1919, el editorial destaca la celebración oficial conjunta del natalicio del Libertador y del Conductor de la Causa de Diciembre, saluda los logros alcanzados durante esos primeros diez años de gobierno y afirma que «todas las fuerzas de la masa pobladora, cuantos aman la memoria veneranda del Libertador, vuelven hoy el pensamiento hacia el General Juan Vicente Gómez, porque no hay quien no reconozca que es a quien se deben estos días prósperos que permiten a la República celebrar, la fausta fecha en que nació su Libertador y Padre». Un mes antes, el 24 de junio, coincidiendo con la fecha de la batalla de Carabobo, dice Vallenilla en el editorial: «Las generaciones que nos sucedan juzgarán que él –el general Gómez– es digno continuador de la obra de los Libertadores, por haber cerrado con mano firme el largo paréntesis de las discordias civiles y haber abierto la era de un progreso digno de los recursos con que para ello cuenta Venezuela».

No se limitó Vallenilla a celebrar la feliz coincidencia de la fecha natalicia entre Bolívar y Gómez, tampoco se contentó con exaltar los logros y alcances de la Rehabilitación Nacional, estableciendo la continuidad histórica entre la gesta Libertadora y la obra del general andino, sino que fue más allá. Ese mismo año de 1919, al cumplirse la primera década de la Rehabilitación Nacional, publicó su libro Cesarismo democrático. Allí reunió varios ensayos escritos en diferentes momentos, pero unidos entre sí por un propósito común: demostrar con base en una discutible interpretación del pasado venezolano, sostenida sobre determinismos raciales propios de las teorías evolucionistas, que la única posibilidad de lograr un orden perdurable en nuestra sociedad era mediante el sostenimiento en el poder de un jefe único: de un gendarme necesario.

De acuerdo con la lectura histórica que hacía Vallenilla, con la guerra de independencia quedó destruida la riqueza acumulada en las últimas décadas de la Colonia; emigraron y sucumbieron las clases elevadas, poseedoras de ilustración, cultura y riqueza, y «el pueblo, la masa de esclavos, de gente de color y de indígenas se hallaba en plena evolución regresiva por catorce años de aquella guerra asoladora, es fácil explicarse la supremacía, el encumbramiento del los más valientes y temidos». No había otra opción.

La explicación de Vallenilla se nutre también de otro valiosísimo recurso que le sirve de soporte al sostenimiento de sus premisas: la palabra y la experiencia del Libertador. No esconde Vallenilla su respeto y admiración por Simón Bolívar, a quien califica y describe como «Grande Hombre», «demasiado grande, su figura no cabía en los estrechos moldes de ninguna de aquellas democracias incipientes»; de «elevada estructura moral»; admirado por «su genio» y su «superioridad intelectual»; fue «el único constitucionalista, el único estadista original y genial que ha producido la América Española».

En su ensayo «Los principios constitucionales del Libertador. La ley boliviana», uno de los textos incluidos en Cesarismo democrático, encuentra su autor el fundamento doctrinario que permite dar sustento a su tesis del hombre fuerte como garante del orden y el progreso. Con este fin realiza una maniobra bastante extendida en Venezuela, fundamentalmente respecto a Bolívar, la cual consiste en extraer y seleccionar las propuestas e ideas del Libertador, elaboradas para atender y dar respuesta a las circunstancias de su tiempo, con el fin de que sirvan y se ajusten a las necesidades políticas de cualquier otro momento de nuestra historia. En este caso, las premisas de la ley boliviana y, en particular, la figura del presidente vitalicio, le viene a Vallenilla como anillo al dedo para legitimar, no solamente la dictadura del general Gómez, sino todos los gobiernos fuertes que se impusieron en América Latina, después de la Independencia.

Se encarga, a lo largo del ensayo, de exaltar las bondades del genio del Libertador al concebir la ley boliviana como la más conveniente a «pueblos inorgánicos recién emancipados de una tutela monárquica»; coincide y comparte con Bolívar el desdén por el sistema representativo, el rechazo al sistema federal y la impracticabilidad del principio alternativo, convencido de la necesidad de un poder único, personal y despótico, como el encarnado por Bolívar en Colombia, para garantizar el triunfo de la Independencia y también para lograr, en otro tiempo y lugar, la estabilidad, el orden y el progreso.

Cuando el político colombiano Laureano Gómez lo acusó de ser un «inescrupuloso apologista y filósofo de la dictadura», defendió sin cortapisas la pertinencia y vigencia del código boliviano, sin importar que hubiesen transcurrido casi cien años de su elaboración y sin considerar que las circunstancias del momento no tenían nada que ver con las de Hispanoamérica en 1826. Escribe Vallenilla en El Nuevo Diario, el 21 de febrero de 1922:

Todavía es un gran pecado en América profesar los principios del Libertado Simón Bolívar. Pero yo continúo imperturbable mi camino, porque tengo una fe absoluta que a medida que la cultura científica vaya generalizándose en nuestros países y fortaleciéndose por medio de la inmigración europea el fomento de la riqueza, los órganos de selección democrática, las bases fundamentales del Código Boliviano, serán un día las del Derecho Constitucional en Hispanoamérica.

Lo que no podía sospechar Vallenilla, cuando defendía tan entusiastamente los principios del Libertador Simón Bolívar era que, recurriendo exactamente a la misma maniobra de extracción y selección interesada de sus ideas, los principios y propuestas del Libertador serían utilizados como soporte y sustento de los más variados proyectos políticos, incluido el llamado «socialismo del siglo XXI».

Cuando se cumplen cien años de la publicación de Cesarismo democrático, resulta fundamental insistir en las funestas consecuencias que en el pasado y en el presente ha entrañado la instrumentalización política del discurso del Libertador para justificar y legitimar prácticas abiertamente autoritarias y dictatoriales, tanto aquellas que han sido consideradas de derecha, como aquellas que se postulan revolucionarias y pretendidamente de izquierdas. La verdad es que Bolívar no da para tanto.

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Lea otros trabajos de la serie sobre Cesarismo Democrático:

Vallenilla Lanz: “Un jefe que manda y una multitud que obedece”; por Elías Pino Iturrieta

Una lectura de ‘Cesarismo democrático’; por Florence Montero Nouel

Fue una guerra civil; por Laureano Vallenilla Lanz

Cesarismo democrático: ¿un oxímoron innecesario?; por Wolfgang Gil Lugo

A cien años de ‘Cesarismo democrático’ de Laureano Vallenilla Lanz; por David Ruiz Chataing

Cesarismo democrático: la victoriosa derrota de Vallenilla Lanz; por Tomás Straka


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