Auxi Escarano retratada por Alfredo Lasry | RMTF
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Lo que hemos visto son carencias, falta de medios, imposibilidad de cubrir los costos de una pandemia que ha profundizado la brecha social. De manera espontánea, impelidos por la realidad y la ausencia del Estado, los venezolanos construyen redes y mecanismos de solidaridad.
Auxi Scarano* advierte que se están creando nuevas formas de resentimiento en una sociedad horadada por un virus. No hay un Estado que proteja, cuide y ampare a sus ciudadanos. Así como los venezolanos resuelven el tema de la gasolina, el agua y la electricidad, enfrentan al covid. Por su cuenta y riesgo.
Alrededor de la pandemia hay una serie de factores que están incidiendo negativamente en la psiquis de las personas. Hay un marco general, completamente adverso, pero también condiciones propias para cada individuo. ¿Qué efecto tiene la combinación de estas dos cosas?
La experiencia de la pandemia, en sus inicios, resultó traumática. Por abrupta, por inesperada, por todo lo que implicó. Además, cayó sobre una sociedad que viene lesionada por la crisis humanitaria compleja. Hay personas lesionadas que tienen que sacar más fuerzas para lidiar con una circunstancia ajena, con una incertidumbre insólita porque el virus es muy amenazante. Es invisible. No sabes si lo que más te afecta es el contagio, el transitar la enfermedad hasta probablemente la muerte, sino la circunstancia económica que te impone el hecho de saber que no tienes dinero, que no tienes seguro, para cubrir el tratamiento médico y las medicinas. Es un elemento vejatorio que golpea la identidad, entre otras cosas, porque resulta muy doloroso sentirse desamparado por un país, por unas instituciones y por una pandemia, que además es aplastante.
¿A qué se refiere cuando habla de identidad?
Sin duda, la circunstancia pandemia covid y pandemia país afecta de manera distinta a los grupos etarios. Los venezolanos, por ejemplo, que se formaron en un escenario de bienestar económico y en una democracia, se encuentran con que hoy en día no tienen dinero o con una disminución de ingresos muy abrupta e irrespetuosa y con grandes dificultades para sobrellevar la cotidianidad. Esas circunstancias han maltratado la identidad de lo que yo soy, de lo que yo quería hacer a esta edad y de lo que yo esperaba. Esas expectativas están continuamente modificándose. O los adolescentes que, a esta edad, quieren interrelacionarse, vivir los afectos y comerse el mundo, pero se tienen que quedar confinados. La pandemia te saca de tu mundo laboral, te saca de la escuela. Entonces, hay que hacer reajustes con la identidad.
Tenemos que lidiar con la pandemia encerrados en nuestras propias casas, más allá de si vivimos solos o tenemos una familia constituida. El hogar se convirtió en un recinto de confinamiento. ¿Qué podría decir alrededor de este punto?
La pandemia nos cambió toda la vida, todos los referentes, incluso el lenguaje, las palabras. Eso ha impuesto adaptaciones muy difíciles. Sobre todo, cuando no hay otros elementos que atenúen el impacto de la pandemia. El confinamiento implica una pérdida de libertad y eso implica un duelo. Tú no puedes salir, no puedes ir a un lugar de esparcimiento, no puedes estar con tus amigos, no puedes… Y la convivencia en casa, cuyo espacio es por lo general reducido, satura los vínculos. El espacio se reduce tanto, tanto que para algunos supone experiencias claustrofóbicas. La frustración se traduce en irritabilidad, vínculos maltratados y violencia intrafamiliar. Un niño hiperquinético, por ejemplo, no entiende de pandemia. Si tus hijos son adolescentes, son varias cabezas manejando sus propias angustias, sus propias frustraciones. Lo que implican los duelos -el duelo país y el duelo pandemia- es mucho. Por eso hay una melancolización del país. Desánimo, la falta de energía, abulia, hartazgo. Eso afecta, de manera distinta, edades, personalidades, condiciones previas, duelos anteriores. Todos estamos atravesados por la salud mental aporreada.
Todos tenemos una historia, un pasado. No somos iguales. Todos sabemos que los tratamientos psicológicos son, por lo general, largos y costosos. El que cae en la depresión, en la angustia, en la claustrofobia, realmente la tiene muy difícil.
Absolutamente. Hay una historia previa, quizás de carencias, de frustraciones, en la que el niño o el adolescente llegó a pensar que la adultez sería con mucha más esperanza. Que habría un mejor futuro. Pero se encuentra con un presente muy adverso a lo que es la calidad de vida. De hecho, el coronavirus lo que más ataca son los vínculos. Y lo que más atacan los modelos totalitarios es la dignidad. Yo creo que la circunstancia nos conduce a buscar una manera de sobrevivir. Esto, básicamente, es una experiencia individual. Ha obligado, en buena medida, a darle lugar al mundo psíquico, al mundo interno. Pero hay muchas personas que ni siquiera saben que tienen mundo interno. Y se encontró con miedos, con frustraciones y con un virus que lo ha asustado mucho. En estas circunstancias, la inteligencia y la sensibilidad se convierten en problemas, porque por inteligente, resulta que te percatas y tienes una mayor consciencia de las cosas y con eso se sufre, porque te puedes quedar impotente. Entonces, tienes que saber administrar la inteligencia o ese hiperrealismo para no salir lesionado. Pero también está el aquí y ahora para seguir adelante. ¿Cuándo nos van a vacunar? Ésa es la pregunta que se hacen los venezolanos. Y no pueden contar con la vacuna, así como no pueden contar con el agua y la electricidad. Eso agota, desgasta, irrita, hay trastornos de sueño, trastornos de alimentación, alcoholismo, drogas. Es como demasiado, para decirlo coloquialmente.
¿Dice que el coronavirus ataca los vínculos? ¿A qué se refiere?
Tenemos que guardar el distanciamiento social. No nos podemos tocar, no nos podemos besar. Si alguien sale de su casa, ¿cuál es la pregunta que los demás se hacen cuando regresa? ¿Te habrás contagiado? Entonces, tenemos grandes limitaciones para demostrar afectos y una gran desconfianza. ¿Cómo podemos llevar una vida normal si no tenemos confianza en el otro? La confianza básica está intervenida, afectada, atravesada, porque el virus es muy contrario al amor, a la cercanía, a la proximidad, a los vínculos.
A los afectos.
Sí, y los afectos son los que nos sanan. Pero, además, después de 14 meses de pandemia, ¿cómo se renuevan? ¿Cómo se revitalizan los afectos? Vivimos en una especie de montaña rusa -entre una y otra ola la pandemia, entre semanas restringidas y semanas flexibles, entre noticias alarmantes o esperanzadoras-. Sin duda, estamos en esa cosa amenazante de ¿qué es lo que viene luego?
Usted estuvo -durante ocho meses- muy presente en un centro hospitalario privado. ¿Qué fue lo que vio?
Me tocó sostener la educación en pandemia y la educación médica no puede ser remota, tiene que ser presencial. Mi labor fundamental tenía que ver con la atención emocional del residente, porque el burnout -o síndrome de estar quemado en el trabajo (agotamiento, físico, emocional, mental causado por el estrés laboral)- se presentó tan pronto como desde el inicio de la pandemia. Los médicos no se daban abasto. Y todo el personal sanitario estaba, como dijo una paciente, «paniquiado», un nuevo verbo. Aprendimos a abordar la covid, pero lo que vino después fue una sobrecarga de trabajo abrumadora y las medidas de bioseguridad eran y siguen siendo súper estrictas. Tú tienes que tener, por ejemplo, un compañero espejo cuando te pones o te quitas la ropa. Tienes que trabajar en equipo para que el cansancio no te lleve a cometer un error. Entonces, toca aceptar la realidad, reconocerla, para poder afrontar el estrés que implica admitir las emociones y ponerle palabras a través de la escritura, del arte, de la fotografía.
¿Qué otras manifestaciones pudo ver?
Tres tipos de situaciones. En pacientes hospitalizados, la experiencia más ruda es la soledad. La covid te confronta con el miedo más primario del ser humano, que es el miedo a la muerte. En los médicos, mucha incertidumbre, porque no sabían cómo se aborda hasta que le agarraron el hilo. En todo el personal hospitalario -desde médicos hasta personal administrativo- vencer los miedos personales. ¿Cómo? Dándole lugar a los logros. El hecho de salvarle la vida a un paciente. Y, por otro lado, luchar contra el coronavirus psicológico, porque en un momento dado, estás convencido de que te vas a contagiar, de que tienes los síntomas (dolor de cabeza, cansancio, hastío) todos tenemos algún tipo de burnout. No sabemos hasta cuándo se va a prolongar la pandemia. Y eso agota, eso resta. Es la pérdida de control del que no puede planificar. La pérdida de oportunidades de trabajo, de recreación, de oxigenación.
Todo esto lo podríamos asociar a dos emociones: la frustración y la impotencia que, por lo general, desembocan en la rabia, en la ira. ¿Usted vio ese tipo de manifestaciones?
Absolutamente. Por un lado, cuando estás en un hospital público, la frustración y la impotencia que produce no tener recursos para ayudar a un paciente. Cuando estás en un hospital privado, la impotencia de que la enfermedad es más fuerte que todo un equipo médico tratando de salvar al paciente. La impotencia que implica el confinamiento. Tú puedes entender que estás confinado porque te están protegiendo, pero tienes tu vida en suspenso. Los cambios de horarios generan trastornos de sueño e irritabilidad. La permanente posibilidad de contagio produce un miedo agotador. Quien tiene signos de una conducta obsesiva compulsiva la tiene acentuada. El que tiene procesos depresivos los tiene acentuados, entre otras cosas, porque el futuro se ha vuelto una incógnita. La alegría y la diversión la perdimos. Una de las poblaciones más afectadas son los jóvenes. A los adultos nos cuesta, pero los jóvenes -que tienen la edad para comerse al mundo- tienen la vida trancada. El tiempo psicológico es lentísimo, muy distinto al tiempo cronológico. Esto va castrando y hay situaciones en las que estalla la violencia intrafamiliar. Todo el mundo tiene una frustración, una irritabilidad, pero tenemos que convivir.
El hecho de que no tenga dinero, de que no tenga seguro, de que viva con una persona que dependa de mí. El hecho de que el contagio, probablemente, encierra una condena de muerte anticipada. ¿Qué nos dicen estas circunstancias adversas? ¿Qué efectos tienen?
Dentro de la impotencia y la frustración está el hecho de no contar con los recursos para enfrentar el virus. No tener dinero te limita, te hace sentir en desventaja. Entonces, es verse en el espejo de la pobreza. No tener seguro, porque tampoco hay instituciones que puedan costear el tratamiento, te deja la sensación de una angustia cotidiana. La vergüenza que produce no poder darles la alimentación, los medicamentos, a tus familiares cuando corresponde. El hecho de que la vida sea muy distinta a como la teníamos concebida genera depresión, angustia y ansiedad. Son los trastornos que estamos viendo. Incluso, trastornos mixtos, porque son emociones que la realidad impone. Ahí aparece la capacidad de cada quién de cómo afrontarlo, ten en cuenta que no estoy empleando la palabra enfrentarlo. Uno ve casos de personas que terminan como anestesiadas, que hacen poco o nada, y otras que, por el contrario, buscan la manera de ver cómo lo resuelven. Eso, sin duda, va dejando una secuela de resentimiento, de amargura, de rabia, incluso con la vida, sobre todo cuando tenías una expectativa distinta, cuando tuviste empresa o emprendimiento. El virus te deja en una exclusión social ingrata e injusta. Y con una gran dificultad de reponerla o de repararla.
El monto que por el tratamiento médico puede cobrar una clínica significa que te puedes quedar en la ruina. Tienes que vender la casa, el carro, sin garantías de que puedas sobrevivir. ¿Cómo manejar esta realidad?
Los venezolanos, desde hace rato, no tenemos capacidad de ahorro, no hay acceso al crédito, no hay manera de afrontar los costos de medicamentos y hospitalización de covid. Eso son vivencias traumáticas. Sentir que por no tener dinero tu papá se muere, esa secuela de culpa, esa rabia, esos resentimientos que vendrán tendrán sus consecuencias. Lo que solemos hacer es pedirle orientación a un amigo médico, acudir a estas atenciones a domicilio que son más accesibles, son posibles, y ayudan bastante. Éste es el momento de red de apoyo de comunidades. Eso es lo que va surgiendo. La gente está, básicamente, atendiendo en su casa. Se están dando servicios a domicilio, porque no hay manera de afrontar unos costos que la infraestructura hospitalaria y sus sistemas administrativos requieren. Me consta que las clínicas ayudan, pero hay limitaciones.
En países que cuentan con sistemas públicos de salud que funcionan, las personas con covid son monitoreadas por un médico a través de una línea telefónica. Sólo en el caso de que el paciente tenga problemas respiratorios se admite la hospitalización. No veo que en Venezuela se esté prestando un servicio similar.
Lastimosamente, nuestro sistema de salud está en el suelo. Se está atendiendo la covid en medio de la precariedad, hay pocas camas UCI y poca disponibilidad. Tienes que cubrir una cantidad de medicamentos y al no tenerlos pones en riesgo la vida del familiar. Parte de la tragedia del venezolano es que tiene que resolverlo todo, así como resuelve el tema del agua, de la electricidad, de la gasolina, resuelve el tema de la salud. A pesar de estas circunstancias, los grupos se reúnen y tratan de ubicar a un médico conocido para tener esa posibilidad o para cuidarse muchísimo. Las personas de la tercera edad están aterradas, no salen de sus casas por temor a contagiarse.
Las cosas no son peores sencillamente porque hay redes y grupos de solidaridad. Un frente organizado de manera espontánea.
Esto que estamos hablando nos pasa a ti y a mí. No hay posibilidad de tener seguro. Entonces, nos ayudamos entre vecinos y tratamos de ir comprando los medicamentos para tenerlos en casa. Es una cosa preventiva. ¿Qué se puede hacer? Después de 14 meses de pandemia tenemos más información y debemos aprovecharla. Así es que nos protegemos. Hay personas que no soportan el confinamiento y recordarles que no pueden salir a la calle genera una dinámica que es muy agotadora.
La atención telefónica y la prestación de servicios a domicilio la debería proveer el Estado. Creo que eso no se está haciendo.
Que yo tenga información, solamente la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela. Ellos tienen un servicio a través de un número de teléfono, que, si tienes síntomas, ellos te orienten.
Sí, pero la Facultad de Medicina de la UCV no es una institución de salud pública.
De hecho, no hay promoción. Un Estado eficaz buscaría calmar a sus ciudadanos y decirles que van a ser protegidos, cuidados, amparados. Para eso es el Estado.
Han transcurrido 14 meses desde que estalló la pandemia y en Venezuela no hay un cronograma de vacunación. Una persona de la tercera edad no sabe si la van a vacunar o no. Una persona del grupo etario de riesgo tampoco lo sabe. ¿Qué nos dice esa realidad?
Lo primero que nos dice es que no hay un Estado protector, empiezas a escuchar que hay un mercado negro. O que la pandemia acentúa las diferencias. Hay un turismo covid. La gente viaja para vacunarse afuera. El que no tiene dinero vuelve a vivir la experiencia de quedar marginado dentro de una sociedad por sus dificultades económicas. Eso golpea. Se están generando nuevos resentimientos. Surge una especie de resignación forzada, un mecanismo para sobrevivir. Es una cosa de mucho maltrato social, es una cosa cruel.
*Psicólogo clínico del Hospital Universitario de Caracas. Psicoanalista de la Asociación Venezolana de Psicoanálisis. Exdirectora de Educación y adjunta a la Dirección de Educación e Investigación del Centro Médico Docente La Trinidad.
Hugo Prieto
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