Arturo Peraza retratado por Alfredo Lasry | RMTF
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Esta entrevista es parte de una serie especial con rectores de universidades venezolanas. Puede leer la segunda entrega, con la rectora de la Universidad Metropolitana, en este enlace.
Podríamos mirar la radiografía de la educación superior en Venezuela. Detenernos en los síntomas acuciantes de una crisis que tiene en la migración de los jóvenes la expresión más contundente. Hacernos preguntas alrededor de la capacidad de las universidades para generar conocimientos, para crear y publicar investigaciones. Seguramente, el balance será mixto, ambivalente. Las pocas universidades privadas están haciendo lo suyo, pero representan una capacidad limitada. Mientras las universidades autónomas, bajo la tutela del Estado, languidecen, sobreviven con muy pocos recursos.
Arturo Peraza*, rector de la Universidad Católica Andrés Bello, sostiene que, si el marco general del país no funciona, o lo hace de una manera esquizofrénica, el ecosistema universitario tampoco lo hará. Entonces, la suma de las partes hace el todo, pero para eso necesitamos una visión del país compartida. Un proyecto de país incluyente. De lo contrario, seguiremos dando tumbos en este laberinto en donde vivimos.
¿Cuál es el estado de la educación superior en Venezuela?
Yo tengo la sensación de que estamos en una situación prácticamente calamitosa en materia de educación universitaria. Particularmente, cuando uno piensa en las universidades autónomas, cuya situación es muy complicada. El régimen de salarios, por ejemplo, es absolutamente absurdo y la manutención de esas universidades ha pasado a ser un tema operativo, fundamentalmente. En algunos casos, más o menos exitosos. Es decir, han hecho algunos remozamientos de la planta física de las universidades, han logrado recuperar algunas áreas y departamentos académicos; otros siguen en el mismo estado de abandono. Pero ya que quieres hablar de capital humano, yo sí creo que hay una pérdida masiva de capital profesional. Lo que hace, fundamentalmente, la vida en una universidad.
Justamente, la rectora de la Universidad de Harvard admitía, en un informe que se publicó recientemente, que el prestigio de las universidades es el prestigio de sus profesores.
Son cosas que están profundamente vinculadas. Es decir, en la medida en que esos profesores no reciben un ingreso mínimamente acorde para la subsistencia de ellos mismos, pues las posibilidades de producción, en términos académicos, se anula. Y esto, en el fondo, atenta contra el objeto mismo de lo que es una universidad. Fundamentalmente, una universidad es un centro de investigación en donde se hace docencia. Lo propio de una universidad es la creación del conocimiento. Creo que en Venezuela eso, prácticamente, ha perdido sentido. Es muy difícil avanzar, porque las universidades no tienen recursos, no tienen personal, no consiguen condiciones. De ahí, la palabra calamitosa. Las universidades privadas, especialmente la Universidad Católica Andrés Bello, hacemos un ejercicio en el campo de la investigación, en algunas áreas, en la posibilidad de publicar en áreas del conocimiento, con un enfoque específico en lo social. De ahí, la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) o Psicodata (el estudio nacional que muestra las características psicosociales de la población venezolana). O las investigaciones específicas que hemos hecho en materia de Historia. Pero nuestra capacidad es limitada. No disponemos de energías económicas para tales fines y creo que el país tampoco. No estoy hablando solamente del Estado venezolano, sino de la sociedad venezolana en su conjunto.
La sociedad venezolana no tiene mayor conexión con el Estado, no cumple con sus deberes —aunque exige sus derechos—, hace muy poca vida comunitaria, se desliga, se desvincula de ciertos problemas. El soberano no le rinde cuentas a nadie. Diría que, como sociedad, tenemos una gran responsabilidad en la situación calamitosa de la educación superior. ¿Usted qué diría alrededor de este planteamiento?
Yo creo que la sociedad venezolana tiene que reaprender una forma de relacionarse y reestructurarse en sus relaciones, en los propósitos que quiere hacer y en la forma de llevarlos adelante. ¿Qué quiero decir con esto? Efectivamente, esta es una sociedad muy acostumbrada al modelo del rentismo petrolero, a que las cosas podían ser financiadas por parte del Estado venezolano, sin que eso implicara un costo importante para la sociedad, que podía marginarse de lo que significaba sostener los servicios públicos, entre otros, la educación. Puedes pasearte por cualquiera de los múltiples servicios públicos que se requieren para que una sociedad funcione. En términos fiscales, los impuestos indirectos, por ejemplo, no terminan de establecer un vínculo entre los ciudadanos y lo que están pagando, porque es simplemente un aumento del costo objetivo de un producto o un servicio.
¿Está hablando del IVA?
Sí, fundamentalmente. En todo caso, sea lo que fuere (en materia impositiva), el ciudadano no siente un vínculo entre el aporte económico que tiene que dar y la sostenibilidad de los servicios públicos, así como de la exigibilidad que significa la calidad de esos servicios, asociada al pago que él está haciendo. Esa ausencia de vinculación creo que es lo que más daño nos ha hecho como sociedad y nos sigue haciendo. Deberíamos aprender o reaprender que las cosas cuestan. Se trata de un modo social distinto de funcionamiento. Mantener los servicios públicos tiene una significación económica. No podemos verlo como una forma ilegal o irregular de obtener recursos, es decir, yo le resuelvo el problema de la internet o el agua si usted me paga, porque eso conlleva un costo y a una privatización de los servicios que no es estructurada, sistematizada, transparente o socialmente aceptada, entre otras cosas, porque funciona a través de la coima, lo que encarece y empeora la calidad de los servicios. Por ahí no vamos a lograr que la sociedad venezolana se empodere y aprenda a vivir en comunidad.
Una pregunta que quizás no tiene que ver con el tema de la educación en general, pero sí con lo que está diciendo: ¿lo revolucionario no sería expropiar al Estado?
Yo siempre he pensado que el Estado tiene una función esencial indeclinable. No estoy dentro del marco de las líneas liberales que, una vez más, parecen ganar cierto espacio en América Latina, digamos, como un modelo opuesto o contrario a los regímenes socialistas, todos disfuncionales, en la región. Pero creo, al mismo tiempo, que eso no niega que el Estado pueda venir acompañado de una estructura de servicios privados, que puedan colaborar con esa función del Estado. La educación puede ser un buen ejemplo de este modelo. Puedes tener universidades privadas, brindar oportunidades, abrir estructuras de becas y otros servicios estudiantiles, lo que no impide que el Estado pueda sostener universidades públicas.
¿Cómo sostener universidades públicas?
Esa es una buena pregunta. No necesariamente significa gratuidad absoluta para todos y cada uno de los estudiantes que pretendan ingresar a esa universidad pública, pero la obligación indeclinable del Estado pasa por garantizar el acceso a la educación. Eso es parte de lo que significa vivir en comunidad y generar oportunidades para todos, y el Estado tiene la principal responsabilidad en esta materia. Otra cosa es que eso esté ocurriendo. Ya sabemos que no. Lamentablemente, estamos en el contexto de las antípodas de esa realidad. Eso es lo que ha hecho que la gente salga a buscar un cambio.
La diáspora de los docentes, en todos los niveles de la educación, es realmente alarmante. Tengamos en cuenta la migración de más de siete millones de venezolanos, buena parte de ellos formados y con herramientas profesionales. Pero no tenemos cifras de cuánto representa esta desbandada en la formación del capital humano. Hemos experimentado una merma muy severa.
Tú tienes un gap en la población que está ubicada entre los 30 y los 50 años gigantesco. Lo que hace difícil para las empresas, para las universidades, para el aparato productivo en general, encontrar gente que tenga las habilidades y las competencias para llevar adelante procesos de alto nivel de gerencia o de desempeño, porque la gente está próxima al retiro o está iniciándose en su actividad productiva. Y no sabes si van a emigrar. Creo que esa tendencia se ha reducido. Los jóvenes se mueven en esa ambigüedad.
No por esa tendencia la migración es menos difusa.
No, no. Se mantiene, porque el mercado es incapaz de generar un ingreso acorde con las expectativas de un joven que quiera permanecer en el país. Estamos muy lejos de superar el proceso migratorio. Y quien ya emigró y se instaló fuera no está volviendo. Son muy pocos los casos de retorno. El proceso de reversión es muy pequeño y lo hemos probado a través de investigaciones de la propia Universidad Católica Andrés Bello.
El tema de la institucionalidad plantea varias interrogantes: ¿Cómo se asignan los recursos? ¿Se ejecuta la rendición de cuentas? ¿Qué diría alrededor de estos asuntos?
El sistema educativo convive en un marco que es mucho mayor. Si ese marco no funciona, el subsistema puede quedar marginado de los objetivos que pretende. Eventualmente, es lo que estamos viendo. Los jóvenes pueden estudiar, a Dios gracias, suficientemente bien. Logran instalarse en posiciones fuera de Venezuela, cónsonas con las áreas en las que ellos ejercieron sus estudios y con ingresos acordes a los que ellos esperan o están en sus expectativas. Eso es bueno para los casos particulares, pero no lo es para el país en términos generales. Entonces, lo primero que uno tendría que decir es que la universidad necesita que todo el ecosistema funcione, digamos, en su conjunto, para poder ser ella misma parte de ese ecosistema.
¿Por qué al Estado venezolano no le preocupa el tema de la migración, el tema del capital humano? El hecho de que para cualquier venezolano sea muy difuso tener un proyecto de vida. ¿No es lo que esperaría cualquier joven que egrese de una universidad?
Yo creo que en la medida que no tengamos, como país, un proyecto compartido, una visión de hacia dónde ir, en definitiva, lo que tienes y lo que estás gestionando es una crisis. Y en parte, esa crisis le puede bajar al Estado la presión política, la presión social. Tienes una masa de gente que se va y eso le quita la presión interna. Por tanto, no veo por qué eso le tiene que molestar, si hay asuntos primarios que tiene que atender. Estoy hablando de la crisis económica, en la cual el propio Estado ha imbuido a la sociedad venezolana y que no tiene solución, a menos que se logre un horizonte compartido. Pero como no estamos yendo hacia allá, la única salida es consentir la migración si eso evita que me genere una mayor preocupación. Eso es lo que está ocurriendo. Yo le estoy transfiriendo el problema a otros países y, en particular, a América Latina. Eso va a tener, a mí juicio, un límite, porque la región no tiene capacidad para absorber siete millones de personas. Diría que es del interés de América Latina que la sociedad venezolana logre una solución política a sus problemas, porque de ello dependerá, eventualmente, el arranque del sistema económico. Yo creo que la gente quiere y sueña un cambio.
La Locti abrió una puerta para el financiamiento de investigaciones y proyectos entre las universidades y el sector privado. Claro, había un aparato productivo que podía hacer ese aporte. Pero el Estado intervino para decidir qué proyectos se podían desarrollar y cuáles serían objeto de financiación. Decisión que trancó el serrucho.
Siempre sería maravilloso que se pudiera establecer ese vínculo entre las empresas y universidades, en donde ambas instancias pudieran desarrollar en conjunto proyectos con cierta libertad; y en donde el Estado intente ser un mero colaborador de procesos, con objetivos sociales en Venezuela. No importa tanto el monto sino lo que esto signifique. Eso es lo que hemos venido haciendo en la UCAB, al margen de la Locti, porque a nosotros no nos llega absolutamente nada de esos recursos desde hace muchísimo tiempo. No nos planteamos, ni creemos que haya que plantear algo en esa dirección. Pero sí hemos hecho una serie de convenios, muy interesantes, con empresas privadas, entre otros, la Academia de Gastronomía, la Academia de e-games. Eso se ha hecho con inversionistas privados que han decidido apostar con nosotros en oportunidades de estudio. Lo que a su vez genera formación de talento que, eventualmente, se revierte para las empresas. En la medida en que se puedan establecer estas conexiones, estos tejidos, entre universidades y empresas privadas, vamos en el camino acertado. Es algo que tenemos que hacer en el país. Restablecer las conexiones. Diría, incluso, ojalá el Estado quiera ser parte de ese proceso.
¿Hacerlo a pesar del Estado?
No, porque el Estado no se opone. En la medida en que el Estado quiera sumar, cuánto mejor. Creo que el Estado podría ser un gran colaborador.
En el debate que tuvo lugar en la UCAB, Andrés Caleca, uno de los aspirantes en la primaria de la oposición, les dijo a los estudiantes que si él llegaba a la presidencia no podía ofrecerles nada, sólo la oportunidad de reconstruir el país entre todos. ¿La sociedad venezolana entenderá ese mensaje?
Yo creo que la sociedad venezolana está pasando sangre, sudor y lágrimas, si esa es la pregunta. Toda esta lógica de emprendimientos en las comunidades populares, en donde la gente se inventa cualquier cantidad de actividades que llegan a tener un significado económico, en el fondo, son cosas que responden a la necesidad de construir el ingreso familiar; aprovechar las distintas vías: los bonos que da el Estado, el salario miserable que percibo, más lo que pueda sumar con mi propia iniciativa. Entonces, en medio de la adversidad, de la crisis económica, la gente le está poniendo sangre, sudor y lágrimas.
¿Qué peso le asigna a la falta de institucionalidad en la profunda crisis del capital humano y la educación?
Yo podría hablar de un 70 u 80 por ciento. Un nivel muy alto. La ausencia de institucionalidad es una de las causas fundamentales del por qué estamos viviendo esta crisis. Y ese hecho está muy vinculado a la ausencia de un proyecto compartido. Sin institucionalidad no tienes ninguna oportunidad de desarrollo económico.
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*Sacerdote, miembro de la Compañía de Jesús. Abogado por la UCAB. Doctor en Ciencias Políticas (UCV). Actualmente es rector de la UCAB.
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Hugo Prieto
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