Armonía, disciplina y talento

30/10/2021

Fotografía de Diego Vallenilla

La sala Ríos Reyna del teatro Teresa Carreño luce abarrotada: en pocos minutos el público podrá disfrutar de La Rondine, una ópera de Giacomo Puccini. Genera curiosidad leer «nuestro agradecimiento a la Orquesta Sinfónica del estado Guárico» impreso sobre el rojo brillante del programa. Se trata de una apuesta audaz: aquella orquesta de la provincia compuesta principalmente por jóvenes cuyas edades no sobrepasan los dieciséis años intentará seducir a los espectadores caraqueños al ejecutar una de las piezas más complejas del compositor italiano.

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En 1993 el maestro José Antonio Abreu, ministro de cultura, decide que cada estado del país debía tener una orquesta sinfónica. El acta constitutiva de la Fundación Orquesta Sinfónica del estado Guárico (OSEG) se firma el 9 de diciembre de ese año en San Juan de los Morros, gracias al esfuerzo de varios miembros de la comunidad sanjuanera y de un grupo de activistas del movimiento cultural de la región. Los fondos para el funcionamiento de la OSEG provenían del CONAC (Consejo Nacional de la Cultura); posteriormente pasa a ser un ente dependiente de la gobernación del estado.

«En sus inicios la orquesta enfrentó numerosos obstáculos», relata Carlos Ríos Roldán, director administrativo fundador del proyecto. A la OSEG le asignan uno de los presupuestos más bajos del país. La sede era una casa pequeña con dos cuartos utilizados como salones de estudio, otros dos destinados a funciones administrativas y un estacionamiento que fungía como sala de ensayos. «Cuando llovía, el agua se filtraba por las paredes y se interrumpía el servicio eléctrico». La orquesta contaba con poca dotación de instrumentos y solo trece músicos; para los conciertos había que solicitar refuerzos provenientes de las comunidades cercanas: San Sebastián de los Reyes, Villa de Cura, Valencia, Maracay o Puerto Cabello. Otro problema, quizás el más crítico, radicaba en la falta de director; varios habían ocupado la plaza pero ninguno de manera permanente. Pasaban meses en que la orquesta estaba acéfala.

Fotografía de Diego Vallenilla

En 1995, Marcos Rubén Carrillo Perera es designado director titular. El maestro Carrillo, quien había regresado al país procedente de Londres donde había cursado estudios de dirección, asume el reto de levantar una orquesta de provincia con muy pocos recursos. En aquel momento la presidente administrativa era doña Elisa Pineda de Belisario, cuyo compromiso incondicional y estrecha relación laboral con el recién nombrado director creó un fructífero vínculo que permitió el crecimiento sostenido de la agrupación. Entre 1995 y 2002 la OSEG se consideró la orquesta de provincia de más rápido desarrollo artístico destacándose en repertorio lírico: «Supieron capitalizar el talento musical de los niños y jóvenes guariqueños», explica Rebeca Calderón, quien con doce años fungía como primer oboe: «Marcos solo vio músicos en nosotros, no reparó en edad, nivel social u otra limitación».

El maestro Carrillo aplica un enfoque integral al proceso formativo de la orquesta. Para elevar el nivel técnico se contrataron profesores de las orquestas de Aragua y Carabobo. El repertorio hace énfasis en obras de Haydn, las nueve sinfonías de Beethoven y las últimas siete sinfonías de Mozart: «Los puse a tocar Haydn desde el primer día. Más allá de transmitir una alegría exultante, es un compositor que ayuda al crecimiento de la orquesta porque sus obras se adaptan a la técnica de cada instrumento», explica el propio Carrillo.

Con el objetivo de educar e integrar a la comunidad realizan presentaciones cada quince días en el teatro de una de las escuelas públicas en la capital del estado. Todo bajo una rigurosa disciplina. Este trabajo comprometido y constante permitió que la OSEG, pese a las adversidades, lograra los altos estándares que consiguió dentro del competido y exigente movimiento orquestal del país.

Son pocos los músicos de aquellos días que aún hacen vida en San Juan de los Morros. Reunidos una tarde de sábado recuerdan experiencias y anécdotas. Se consideran hermanos; para muchos la OSEG fue la única familia que conocieron. Los años bajo la guía de Marcos Carrillo resultan inolvidables: «¿Acaso ustedes quieren ser unos rascatripas toda la vida? ¡Estudien!»; ríen al recordar los regaños del director.

Fotografía de Diego Vallenilla

Sus éxitos no solo fueron consecuencia de muchas horas practicando el instrumento o ensayando con la orquesta. Fue también fruto de sacrificios personales: la mayoría eran niños y jóvenes de bajos recursos: «No era fácil conseguir lo necesario como transporte o uniformes», explica la trompetista Yaneiski Hernández:

Muchos caminábamos largas distancias con estuches pesados y aparatosos. Los compañeros que venían de San Sebastián necesitaban conseguir medios para regresar después de las nueve de la noche, que era la hora en que terminaban los ensayos y el transporte público ya no estaba disponible.

Otro inconveniente era tener acceso a los instrumentos, en algunos casos implicaba una espera de meses o años hasta que se despacharan desde Caracas. Marcos Utrera relata:

Yo tenía más de un año esperando, mi padre quien era maestro de carpintería en una escuela técnica, propuso construir mi propio instrumento: a los trece años fabriqué mi primer violín y más adelante la viola con la que toqué como principal de la fila.

Poner en escena La Rondine fue el desafío más grande –desde el punto de vista logístico– que enfrentó la OSEG: el elenco de cantantes y coros ensayaba en Caracas; la orquesta, en San Juan. Los congregados aquel sábado de anécdotas recuerdan cuando finalmente, después de intensos talleres de estudio y ensayos con los cantantes que se desplazaron durante varios días a la capital guariqueña, salieron rumbo a Caracas en varios autobuses: más de sesenta músicos e instrumentos: «Sentíamos una gran responsabilidad. La orquesta había salido muchas veces de gira, pero esta sería la primera vez que ocuparíamos el sitial que por excelencia y tradición correspondía a las grandes orquestas del país».

Se hospedaron en el hotel Anauco Hilton. No hubo tiempo para distracciones, organizados por grupos de instrumentos practicaban en los cuartos antes y después de los ensayos de rigor en el teatro. «Debíamos trabajar muchas horas», explica Diego Guzmán Villalobos, quien con dieciséis años fue el concertino y director asistente:

Puccini asigna a la orquesta un rol protagónico que va más allá de un simple acompañamiento a los cantantes. Además, sus obras están concebidas desde un punto de vista musical no técnico, es música maravillosa rica en colores, matices y armonías pero muy compleja de ejecutar. Todas las secciones, incluyendo la percusión, tienen una participación importante. En La Rondine, por ejemplo, los violines enfrentan  elementos que no son idiomáticos, no son naturales para el instrumento y se necesitaban soluciones técnicas inteligentes para lograr una afinación óptima.

A las ocho de la noche la totalidad de las dos mil trescientas setenta y dos butacas estaban ocupadas.

Sabíamos que tocaríamos a casa llena, pero no fue sino cuando pasamos a ocupar nuestros puestos que sentimos el bullicio del público. Mientras esperaba a que Marcos entrara, revisé la partitura, me senté en silencio y reposé mis manos sobre el cello, me quedé observándolas: serían ellas el verdadero instrumento y en ese momento temblaban, relata Laura Laya.

«Cada función fue mejor que la otra pero esa primera fue mágica, flotaba una intensidad que pocas veces se logra en las orquestas», agrega la violista María Enriqueta Calderón. «En el cuarteto final –continúa Calderón– levanté la vista, todos llorábamos. Pero lo más impresionante fue Marcos: sus lágrimas caían sobre mi atril, eso jamás lo voy a olvidar».

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La reacción del público fue inolvidable aquella noche de septiembre de 2002. «Recibieron una generosa ovación», recuerda la maestra Isabel Palacios, «nos regalaron un momento emotivo muy hermoso».

La crítica especializada fue igualmente generosa:

De gran mérito la dirección y presentación de Marcos Carrillo al frente de su Orquesta Sinfónica de Guárico; nitidez e inspiración en la rica filigrana pucciniana, extraordinario sentido de balance y una habilidad soberbia en la concertación de los números de conjunto. (Einar Goyo Ponte, «Rondine de esperanza», El Mundo, 17 de septiembre, 2002.)

«Fue algo indescriptible, nadie podía creer que en el foso estaba la OSEG», contaría después el violinista Christian Vázquez, «una orquesta del interior haciendo historia en el templo operático del país».

Durante tres horas aquellos jóvenes de la provincia y su director lograron emocionar al público e impresionar a la crítica ejecutando una ópera compleja, de envergadura, cargada de dificultades técnicas e interpretativas. Demostraron que estaban al nivel de cualquier orquesta profesional. Así pues, esa noche la Orquesta Sinfónica del estado Guárico con talento, esfuerzo y disciplina asentó definitivamente la fama que ya venía cosechando. Una juventud impregnada de sueños que se ganó el respeto del país musical.


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