FotolibroRitornare, sempre ritornare
Apuntes sobre el fotolibro “Andata e ritorno”, de Paolo Gasparini
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Para esta entrega #52 de la serie “Apuntes sobre el fotolibro” escribe el profesor y poeta, Alejandro Sebastaini Verlezza, sobre Andata e ritorno, del fotógrafo Paolo Gasparini, publicado por la editorial La Cueva en 2019. El fotolibro fue diseñado por Ricardo Báez e incluye los textos en italiano, inglés y español realizados por Marco Menato, Silvio Mignano, Sebastiani Verlezza y el propio Gasparini.
Antonio Tabucchi en Autobiografías ajenas repasa –bajo infinidad de recursos– la historia de su escritura y elabora una trama que se mueve con desparpajo desde la reflexión más personal –en sucesivos pases y bandazos– hasta el tono más narrativo. El subtítulo de la obra no puede ser más elocuente: poéticas a posteriori. No por casualidad –al obrar dentro de su memoria y escribir esta peculiar “autobiografía”– el pisano se apoya en la siguiente frase de Yourcernar y su Alexis o el tratado del inútil combate: “Como todo relato escrito en primera persona, Alexis es ante todo el retrato de una voz”. Bien valdría reparar en esta rareza bibliográfica: hace recordar la progresiva recreación de sus archivos que ha trazado Paolo Gasparini al menos en sus tres más recientes fotolibros: Karakarakas, La verdadera historia de Paolo Gasparini y Andata e ritorno.
El fotógrafo de Gorizia –en un gesto a veces similar al de Tabucchi– revisita su obra y da con una particular recurrencia, la de andare e ritornare, con la cual puede variar y viajar en sus fotolibros. Este recurso toca su paroxismo en Andata e ritorno: historias de idas y vueltas, viajes y resonancias a través de las décadas, lo visto y lo captado, lo vivido y lo leído, lo reencontrado –puesto al día– en una sucesión de (re)encuadres que desembocan en infinitas situaciones narrativas. En el léxico más personal (o familiar) del autor: ensaya con la ya decantadísima –y hábil– sabiduría del después –il senno di poi– un largo fotoracconto (i). Así se pone en marcha un complejo mecanismo estético y archivológico condensado en una palabra: evocación (ii). En sucesivos vistazos Andata e ritorno pareciera pasar la impresión de ofrecerse como una sola fotografía inmensa, compuesta por varias capas y grados de profundidad. Al revisar en la edición la ristra con las fechas y las procedencias de las imágenes, el autor ha retrocedido hasta el ya mítico Bobare (¡1959! [iii]), sin contar el periplo de sus capturas por tantas ciudades latinoamericanas y europeas.
Gasparini da con un espacio expresivo lleno de reverberaciones. Cada foto –y cada edición– tiene su historia. Como el autor se ha vuelto el editor-productor de sus fotolibros, concibe el concepto que los rige, trabaja con el diseñador (desde Karakarakas con Ricardo Báez), crea equipos de trabajo, cruza las experiencias de impresores, escritores, traductores y casas editoriales: es el caso de La Cueva con La verdadera historia de Paolo Gasparini y Andata e ritorno, el más reciente de sus fotolibros, soportado por un complejo juego de notas paratextuales, bibliografías, traducciones, epígrafes. Esto es posible por la claridad de visión con la que enfrenta el autor la factura de su fotolibro, en tanto producto editorial y estético autónomo, aunado al background visual, teórico (Benjamin, la Escuela de Frankfurt) y literario (la gran poesía del novecientos italiano) conformado a lo largo de su vida y la innata habilidad para trazar relaciones analógicas: el rostro captado en Bobare puede estar relacionado con el anuncio publicitario raído y una página recordada de Gramsci lo lleva a su tumba y a las cenizas que Pasolini le dedicó. En dos o tres movimientos el autor, en Andata e ritorno, a la vez que repasa sus viajes, se mueve alrededor de la elegía (todo un género para Mallarmé, bastaría volver a sus tombeau, por no hablar de las estelas fúnebres de los antiguos, formas muy remotas de poesía inscrita). Esta disposición contrapuntística en las imágenes se traslada a la compleja evocación que hace el proprio Gasparini en el texto principal de Andata e ritorno: “Mi pequeña fotolibre historia con los fotolibros”. Además de trazar una muy interesante autobiografía, siempre cruzada por la imagen, le sale al paso al canon de Martin Parr con una divertida provocación:
Quizás pueda parecer exagerado, o presuntuoso, pero ya en los lejanos 60 –cuando no se pronunciaba la palabrita mágica y el celebrado Martin Parr era todavía un niño– yo sabía que un fotolibro no era un libro con fotografías bien encuadraditas y cada una por su propia cuenta, sino que se trataba de un racconto a través de las imágenes. Sabía que la esencia del fotolibro es la narración y que a través de su propio lenguaje visual construye una historia. Así me lo había descrito y explicado Paul Strand viajando desde los frailejones de los Andes venezolanos hasta el crudo horizonte de las torres de los balancines que chupan el petróleo en el Lago de Maracaibo.
La versión al español del texto procura mantener el “ritmo italiano” de ciertos pasajes, como para dar a entender mejor que Gasparini se mueve dentro de un español que lleva consigo la viva huella de su lengua materna y no ha perdido la cadencia, ciertos giros a veces –casi– intraducibles, así como la terminología especifica de sus empeños (fotoracconto, contrapunto dialettico…, work in progress, integrazioni, fotosequenze, idee-immagini, allegorie, epifanie). Otro apunte: basta constatar el interés de Gasparini por entablar diálogos con creadores e intelectuales, desde su época inicial en la UCV de Villanueva, pasando por la experiencia de Rocinante con Edmundo Aray, Ramón Palomares, Duda Ferrari y Efraín Hurtado; su libro sobre La Habana con Alejo Carpentier –La ciudad de las columnas– y los autores que han participado en sus publicaciones, Victoria de Stefano, Fernando Rodríguez y Sagrario Berti, siempre mediando la benéfica presencia de Strand, la guía teórica de Renzo Chini (iv) y el montaje cinematográfico.
El movimiento de Andata e ritorno tiene que ver con el desparpajo de Gasparini para jugar con los formatos y sus posibilidades: del fotolibro puede pasar al díptico y dar el salto al tríptico; con la misma pericia gira hacia el políptico, el fotomural y la creación audiovisual. Ocurrió en Madrid el pasado 27 de febrero, cuando se mostró en La Fábrica otra variante de sus tantísimos proyectos: Karakarakaskuartaykintakonkade
***
Notas:
(i) Gasparini, a la hora de organizar sus fotolibros, busca la combinación entre la imagen y el relato para reconstruir las huellas de su mundo. Toda una poética: “para mí –explicó en una conversación del año 2017– cada foto tiene que tener una relación, las imágenes son como palabras que le dan forma al discurso; yo siempre he pensado en las secuencias, desde que descubrí los reportajes de las revistas norteamericanas, como Life, que llegaron a Italia después de la guerra; también en Italia descubrí y aprendí del fotoracconto por la edición de Conversazione in Sicilia, la novela de Elio Vittorini que tiene las fotografías de Luigi Crocenzi; el mismo Crocenzi, de hecho, desarrolló mucho este tipo de experimentos en Il Politecnico, una revista fundada y dirigida por el propio Vittorini; yo así pensé instintivamente que Conversazione in Sicilia tenía que ver conmigo; me impresionó mucho y me sigue impresionando” (“El baúl mundo de Paolo Gasparini”, disponible en el blog de La Cueva, impreso como fanzine por la editorial en el 2018).
(ii) Al respecto reflexiona Tabucchi en su “autobiografía”: “He pronunciado la palabra ‘evocación’. ‘Evocar’, que significa ‘llamar a la memoria’, es una palabra que viene del latín, de ex vocare, es decir, ‘llamar fuera’: y es sabido que la memoria pasa a través de nuestra actividad sensorial. La realidad, que percibimos con los sentidos mucho antes de que sea descifrada y elaborada por nuestras capacidades intelectuales y psicológicas, puede volver a presentarse al cabo de los años gracias a los sentidos que en su momento la percibieron: la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto”. Por eso el pisano habla de poéticas a posteriori, lo cual implica aceptar el carácter “vagabundo” de sus hipótesis y aquí la mejor coartada para entregarse al discurrir de la escritura, en el caso de Gasparini sería más bien moverse dentro de sus archivos a partir del topos de las idas y las vueltas.
(iii) Publicado por primera vez –en separata– por la revista Cruz del Sur (47-48), rediseñado por Ricardo Báez, impreso por Carmen Araujo Arte (Caracas, 2019).
(iv) Oriundo de Calci (Pisa), publicó Il linguaggio fotográfico. En esta obra alude a Gasparini. El bibliotecólogo y ensayista Marco Menato –para los buscadores de rarezas– refiere las coordenadas de la edición (Torino, Società Editrice Internazionale, 1968). Gasparini se encontró con Chini a través de Paul Strand. El propio Chini –al que Gasparini califica de “histórico e iluminado crítico”– le entregó al goriziano una copia mecanografiada de su intervención en el Congreso de las Ciencias y las Artes en Torino. Allí –era el año 1965– dijo Chini: “El fotolibro es un género expresivo como lo son la comedia, el cine, el cuarteto, etcétera”. Gasparini, a propósito, ha comentado: “era la primera vez en Italia –seguro– que se habló del fotolibro…y quizás en el mundo”. Chini –refiere Gasparini– desarrolló en su trabajo una veta teórica, hizo documentales sobre el Mayo del 68 y sus barricadas, organizó fotoclubes en Piombino (Livorno), donde fue maestro de escuela desde muy joven; practicó la fotografía y algunos de sus ensayos, siempre acompañados de imágenes, están disponibles en la Rivista di Storia e Fotografia (L’Archivio Fotografico Toscano). Entre 1981 y 1983 –refiere en 2007 el diario Il Tirreno– hizo una serie fotográfica que años más tarde se expuso (catálogo incluido, con textos suyos): Ritratti piombinesi. La publicación livornesa refiere otras obras de Chini: Prove di fotologia y Storia, técnica e critica della fotografia. Un amigo del autor, Pino Bertelli –situacionista italiano– le dedicó un libro: L’uomo con la fotocamera: lettera a Renzo Chini (La Bancarella Editrice, 2006).
Alejandro Sebastiani Verlezza
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