FOTOLIBRO

Apuntes sobre el fotolibro: La vuelta de “Bobare”

«Bobare» (1959, reedición: Carmen Araujo Arte, 2019), de Paolo Gasparini. Reproducciones de Ricardo Jiménez @Archivo Fotografía Urbana

03/05/2023

[En la entrega 63 de «Apuntes sobre el fotolibro» compartimos este texto del escritor e investigador Alejandro Sebastiani Verlezza sobre “Bobare”, de Paolo Gasparini, publicado en 1959 y reeditado por Carmen Araujo Arte en 2019.]

En medio de la naciente y próspera democracia venezolana Paolo Gasparini publica Bobare (1959) como una separata de la revista Cruz del sur (números 47-48). El autor de Gorizia, recién instalado en Venezuela, descubrió el lugar en un viaje por carretera que hacía con su hermano Graziano. Al tomar un desvío, mientras regresaban de Maracaibo, se cruzaron con el pueblo larense. Así lo recuerda en una conversación: «Bobare era el pueblo más polvoroso, como se dice en italiano, miseroabbandonato, el más misero de todo el estado Lara, dicho por la propia gente del lugar. Entonces me dije: aquí tengo que regresar».

En el texto introductorio el autor habla de «crónica fotográfica», aunque también podría ubicarse ‒valga el matiz‒ dentro del reportaje y el ensayo fotográficos. La distinción genérica viene a cuento: la establecían los fotógrafos del momento para diferenciar sus investigaciones más profundas de los trabajos por encargo, pero a fin de cuentas «se trata de un cuento –acota Gasparini– y una manera de decir» (sin duda es una pieza a considerar para comprender sus fotolibros posteriores). El autor, bien lo señaló, vuelve al lugar: indaga, registra, recoge testimonios, los contextualiza, denuncia las limitaciones en los servicios básicos, transmite la vida desolada de sus habitantes, establece inventarios de dificultades materiales, accede a los libros de registro, las actas fundacionales, conversa con las autoridades locales, percibe las filiaciones partidistas, las relaciones de poder, las condiciones climáticas, la relación con la producción de alimentos, la dinámica de los traslados, el estado de las carreteras y los oficios de los habitantes, quienes emplazan al Presidente del momento –Rómulo Betancourt– a visitar el pueblo y constatar su drama. Gasparini se suma a la petición: «Le deseamos, de todo corazón, BUEN VIAJE, señor Presidente». Estos rasgos quedan aún más acentuados con una fotografía del botiquín de Bobare: en sus muros aparecen dos propagandas: invitan a votar por Acción Democrática (el partido de Betancourt, el «partido del pueblo»). El caucho de la bicicleta recostada en el borde de la acera remata el toque «neorrealista». Dice la acotación que acompaña la fotografía: «El botiquín de Bobare. Los hombres se sientan, toman y esperan que algo cambie. Al mismo tiempo las casas del pueblo se desmoronan, los techos se caen y en su lugar queda el cielo».

«Bobare» (1959, reedición: Carmen Araujo Arte, 2019), de Paolo Gasparini. Reproducciones de Ricardo Jiménez @Archivo Fotografía Urbana

Además del diálogo entre fotografía y testimonio, Bobare se vuelve un modelo de trabajo cercano al oficio reporteril. Pero las mismas circunstancias de estar en el camino –más que una pauta de redacción– ponen en marcha la inquietud por conocer las vidas de Bobare. No cede el autor a las tentaciones de la retórica militante. No hace apología a la pobreza. No pretende dotarla de heroísmo: la muestra para denunciarla. Tampoco se queda prendado de la arquitectura popular y su belleza. No, no basta –sería una tremenda banalidad, típica del turismo ideológico– idealizar las penurias y las bregas de la sobrevivencia. ¿Hay cierta belleza en las fachadas de las casas de Bobare? Sí, anota el autor, pero no basta. ¿Demuestran cómo el genio resuelve aún en la aridez? ¿Son estas construcciones un elogio del trabajo manual? Ciertamente, pero no, tampoco basta. Por eso –así lo anota– hay que cruzar las puertas de las casas, ver la pátina raída de los trastos, el humo de los fogones adherido a los techos, la pura interioridad desollada del lugar. Otra de las leyendas de Gasparini (toda una pintura verbal): «Las casas tienen las puertas trancadas. La gente se va del pueblo. Los que quedan caminan mucho para buscar agua. Y la tierra es árida, los cardones están consumidos y acabados como las casas, como el paisaje desolado».

Los rostros fuertes –los gestos de aguante, los retratos en grupo y los familiares, la precisión cercana de las tomas– invitan a conocer más de cerca la precariedad del lugar. Pero más escandaloso aún resulta advertir que los rasgos anunciados en Bobare parecieran persistir desde 1959 hasta la actualidad. Y los “presidentes”, hasta donde se sabe, nada que concretan su célebre aparición. Habría que dar un breve vistazo a los periódicos locales para tomar el pulso de tantas dificultades: Luis Felipe Colmenárez –en La Prensa, el 25 de abril del 2019– registra protestas por el servicio eléctrico; uno de los vecinos, anota el periodista, hace esta declaración que coincide con las recogidas por Gasparini en 1959: «Bobare no existe en el mapa»; el 27 de marzo del 2020, Aura Rosa Castillo reseña en El Informador dificultades en el transporte, entre otros servicios; el 2 de abril de este mismo año en curso Noticias Barquisimeto documenta el suministro de agua potable y alimentos –«casa por casa»– por parte de la Alcaldía del Municipio Iribarren; otra nota del 24 de abril en El Impulso, firmada por Pacífico Sánchez, recoge la denuncia de una educadora –Lorena Rivas– muy similar: «Nada hay en Bobare». De todos modos, mientras esta nota se escribe –y llega la fecha de su publicación– se espera que Bobare resuelva todas sus dificultades. Son las del país entero. «Pueblos como Bobare, en Venezuela, hay muchos», anotó Gasparini hace más de seis décadas. Y más adelante: «Son el resultado de desastrosas condiciones de vida, del hambre, de la ignorancia, de la explotación».

«Bobare» (1959, reedición: Carmen Araujo Arte, 2019), de Paolo Gasparini. Reproducciones de Ricardo Jiménez @Archivo Fotografía Urbana

La reimpresión de Bobare no puede obedecer a motivaciones simplemente estéticas. Resulta oportuno revisitar estas imágenes en el contexto del actual drama venezolano y la exposición Rostros y “golpes” de Venezuela en Carmen Araujo Arte (Caracas, 2019). De hecho, la misma galería, junto con Ricardo Báez, ha tenido la iniciativa de editar el nuevo Bobare. Ahora con la impresión de Javier Aizpúrua y el diseño del propio Báez, en esta oportunidad incluye un afiche de Rostros de Venezuela, la primera muestra de Gasparini (Museo de Bellas Artes, 1961), así como un prólogo de Sagrario Berti. Un pasaje de la autora sitúa la obra en su contexto de aparición:

Esta separata es quizá el primer impreso «comprometido» ilustrado con fotografías hecho en Venezuela, en tanto que visibiliza la pobreza de una comunidad rural. Desde un registro documental analítico, Gasparini certifica las miserables condiciones de vida del colectivo, en una propuesta que altera los discursos visuales de temas costumbristas y folklóricos difundidos en la revista El Farol (1938-1976), que idealizaban a los habitantes de las áreas rurales del país.

El recurso de las entrevistas en Bobare surge a partir de Paul Strand y Un paese, editado por Einaudi –casa editorial italiana fundada en 1933– con texto de Cesare Zavattini. En gran medida la postura erguida de las personas retratadas –casi hierática– y con la mirada puesta en la cámara tiene que ver con el universo fotográfico de Strand, sin duda el maestro de Gasparini. Una de las lecciones que el goriziano ha tenido más en cuenta está muy presente en la experiencia de Bobare y así lo confirma en la conversación evocada al principio: «recuerdo que él un día me dijo: Paolo, lo más importante es retratar al hombre y su historia».

Cada una de las leyendas se ajustan a esta premisa. Ocurre, por ejemplo, cuando Gasparini en dos trazos resume la historia de Carmelo Vargas. El texto en cursivas se corresponde al habitante de Bobare y las acotaciones entre paréntesis al fotógrafo:

Tengo más de 60 años. Yo mismo no lo sé. Trabajé en las obras públicas, por allá (e indica con el dedo). Corto leña para venderla a tres reales la carga: las cargas son de 40 a 48 pares (los pares son palos de madera).

«Bobare» (1959, reedición: Carmen Araujo Arte, 2019), de Paolo Gasparini. Reproducciones de Ricardo Jiménez @Archivo Fotografía Urbana

 


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