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Diría, siguiendo el título de esta entrevista, que tenemos que insistir. No hay otra alternativa. Insistir para que el Estado provea servicios a la sociedad y para que el Gobierno no se sirva de ella para mantenerse en el poder.Insistir para redemocratizar el país, bajo acuerdos institucionales. La posibilidad está en México. ¿Podremos aprovecharla? De eso se trata esta larga conversación con Antulio Rosales*.
¿Qué ha conseguido el gobierno del señor Nicolás Maduro con la pandemia y la propia dinámica política que hay en el país?
A mí me parece que la dinámica política, en los últimos dos años, se caracteriza por la capacidad que ha tenido el Gobierno de sortear una serie de obstáculos, tanto internos como externos. Estamos en una etapa que podríamos calificar como un proceso de consolidación autocrática. El Gobierno logra anular, casi aplastar, al parlamento electo en 2015. Logra sortear la estrategia del interinato que, finalmente, fracasó. Entra en una etapa en la que se siente seguro, porque su poder no está en contestación inmediata, pese a las circunstancias profundamente precarias para el país, para la sociedad venezolana. Es decir, el Gobierno sobrevive a expensas de la sociedad venezolana, no gracias a ella y lo sabemos por las condiciones tan precarias en las que vive la gente.
Digamos que el momento es propicio para instalar la mesa de negociación en México.
El Gobierno abre un proceso de pseudo liberalización o al menos negociación, para sentarse a conversar con las oposiciones, ahora que tiene una ventaja estructural: controla todas las instituciones, controla la Asamblea Nacional y, por supuesto, al estamento militar que es su principal base de sustentación de poder. Además, hay un cambio importante en el contexto internacional. Hay una nueva administración en Estados Unidos, que está dispuesta a repensar las sanciones, entre otras cosas, porque también fueron un fracaso. El Gobierno sabe que -por mucho que pueda ceder- su posición de poder no está en tela de juicio. Esa es la dinámica política actual, en la que vemos a una oposición debilitada, dividida, que acepta negociar como una nueva etapa de lucha, en la que deja atrás la estrategia «cese de la usurpación, Gobierno de transición y elecciones libres», para entrar, progresivamente, en un proceso de redemocratización del país y sus instituciones. Obviamente, es un reto substancial.
¿Qué diría de los dilemas que están planteados, tanto para el Gobierno como para la oposición? Tomemos en cuenta que ninguna de esas dos fuerzas políticas está en capacidad de darle una respuesta a la sociedad venezolana.
Son dilemas distintos. Para la oposición es: ¿cómo reconocer una derrota, sin que esto implique desaparecer del mapa político, sobre todo para los partidos que integran el llamado G-4? Sabemos, además, que enfrentan circunstancias muy difíciles, enfrentan a un régimen que utiliza el control institucional para arrinconarlos y reprimirlos. Pero que a su vez tiene severos problemas de resolución de conflictos internos, tienen problemas de contestación de liderazgos que reproducen ciertas prácticas autocráticas. La pregunta es ¿cómo participar en elecciones y mecanismos institucionales que ellos mismos han denunciado como espacios tramposos? ¿Pueden convencer a la población de que hay allí una esperanza para que se vea representada a través del voto y con ello configurar la idea del cambio político? No es tan fácil, después de tantos años de decepción. Para el Gobierno el dilema es medir fuerzas en unas elecciones locales. Ver cuánto más puede movilizar a sus bases ahora que mecanismos de control -el intercambio de alimentos por lealtades políticas, por ejemplo- son precarios. ¿Hay disciplina? ¿Funciona la cooptación? Yla pregunta: ¿podrá el Gobierno restablecer el músculo electoral nuevamente, digamos, con disciplina y conexión con sus bases profundamente descontentas? Es un dilema sustancial, dado que el Gobierno ha abandonado a la sociedad. Se ha retraído en muchos sectores donde antes estaba muy presente, con mayor o menor éxito, y ha dejado a la sociedad a su suerte. Pero tal como lo planteas, la sociedad está abandonada por ambas élites políticas.
La comunidad internacional también plantea un dilema. Para el régimen de Maduro, la posibilidad de legitimarse ante gobiernos que no lo reconocen, mientras la oposición se enfrenta a la revisión de las sanciones. ¿Esta es una carrera para ver quién gana posiciones en este escenario adverso?
Sí, para el Gobierno la carrera es ¿cuánto más puedo obtener en términos de reconocimiento internacional y de flexibilización de sanciones? ¿Cuánto más puedo obtener cediendo menos? El Gobierno está dispuesto a ceder ciertos espacios (gobernaciones y alcaldías) que pueda ganar la oposición en medio de circunstancias profundamente adversas, o de implantar mecanismos de mínima transparencia, con tal de que Estados Unidos le permita vender petróleo nuevamente o importar ciertos aditivos necesarios para reactivar la industria petrolera. Ese es el planteamiento del Gobierno, porque, como lo hemos dicho, su poder -a lo interno- no está en tela de juicio. La comunidad internacional está consciente de ese hecho y está dispuesta a revisar las sanciones si consigue ver cambios en la relación del Gobierno con la sociedad venezolana y los partidos de oposición. Allí hay un punto importante. Y la carrera para la oposición es ¿aprovechará esa circunstancia, sabiendo que no puede desplazar al Gobierno del poder, pero sí puede generar mecanismos para reinstitucionalizar y redemocratizar al país? ¿Cómo? A partir de cambios en el ámbito electoral y de acuerdos que permitan la revisión de cuentas, por ejemplo, en materia presupuestaria, en el gasto social, en la reactivación de la economía y en la gestión de la pandemia. Allí la oposición puede jugar un papel importante y podría organizarse alrededor de esos objetivos.
El asunto es que la oposición venezolana, como diría un político, no está conteste con la idea del «check and balance». El interinato, por ejemplo, no se ha sometido a una revisión de cuentas.
Lo que planteas es uno de los dramas más profundos de la dinámica política venezolana. Es decir, el régimen político venezolano se ha autocratizado, ya lo hemos planteado. Tenemos un Gobierno no democrático que ejerce la hegemonía y el poder de forma depredadora sobre la sociedad. No solo eso. Las prácticas sociales no son necesariamente democráticas, ¿por qué? Porque no hay espacios de contestación al poder y, como dices, no hay rendición de cuentas ni «check and balance». De eso también ha sido víctima la propia oposición, entre otras cosas, porque no hay espacios democráticos, no hay mecanismos que unan en vez de dividir. Por eso la negociación en México es importante, porque obliga a grupos diversos, a grupos divergentes, con intereses contrapuestos, a encontrar mecanismos de coexistencia. Yo creo que es importante rescatar un término que ha sido denostado por un sector de la población. Me refiero a la cohabitación. Y la ven como una posibilidad. No. Nosotros tenemos la obligación de cohabitar. La cohabitación debe pasar de una mentada de madre para convertirse en una realidad. Tenemos que generar mecanismos institucionales en los que cohabiten distintos grupos políticos. Esa es la única forma de retornar a espacios de rendición de cuentas y de «check and balance».
Su planteamiento me lleva a una reflexión. Creo que la sociedad venezolana no está lista para dejar atrás al chavismo. Y más aún, tampoco está lista para cohabitar con el chavismo. Vivimos entrampados, ¿no?
Yo tengo cierta resistencia con la forma en que lo planteas. Tendríamos que ver qué es el chavismo. Es el propio gobierno de Nicolás Maduro el que ha dejado atrás prácticas consustanciales con el chavismo, lo que pensábamos que era algo inevitablemente chavista, por ejemplo, en el ámbito de las políticas económicas. Ha sido el propio madurismo el que ha dejado atrás la idea de que el Estado debe generar mecanismo de control del capital -el cepo cambiario- o crear un cuasi monopolio en el sector petrolero. Es el propio madurismo el que está liberalizando ciertos espacios en la economía. En ese caso, tenemos que darnos cuenta de que la sociedad venezolana está no solamente lista, sino que ya le da cabida, por las presiones internacionales y nacionales, a un cambio en materia económica. Ahora bien, dentro de esos mismos cambios, la sociedad venezolana se ha visto desprovista de mecanismos de protección, desprovista de servicios públicos y, en ese contexto, ha tenido distintas reacciones. Una de ellas ha sido organizarse y buscar, por su cuenta, resolver esos problemas, lo que genera nuevas dinámicas productivas. Algunas han sido depredadoras del ambiente (Arco Minero del Orinoco), otras han sido dependientes y rentistas, vinculadas con economías ilegales e informales. Pero en otros casos se ha relacionado con mecanismos de solidaridad, de cooperación, en el que organizaciones de la sociedad civil participan de forma activa, en la solución de los problemas de la sociedad. Habrá que ver cuáles son esos espacios, cuáles son sus mecanismos y vincularlos con la realidad política, para institucionalizarlas y que se trasciendan las prácticas autoritarias.
Quisiera plantear la pregunta anterior de otra forma, porque yo veo que, ya podemos hablar -al menos en el campo económico- de una suerte de cohabitación. Allí están los acercamientos del sector empresarial al gobierno del señor Maduro. Pero también se da en espacios sociales, donde la consigna ha sido «tenemos que buscar una solución entre todos los venezolanos». Pareciera que la cohabitación la estamos viviendo, aunque no la hemos concientizado. Tengamos en cuenta que los partidos venezolanos no quieren darle contenido ni eficacia política. ¿Qué piensa alrededor de este punto?
Yo creo que no van a tener alternativa. El estancamiento del conflicto como el que vivimos en Venezuela va a llevar, tarde o temprano, a una negociación efectiva. No sabemos si va a ser México o no, no sabemos si ese va a ser el escenario. Es posible. Pero, ineludiblemente, esa cohabitación tiene que escalar a nivel de los partidos políticos, en la oposición y también en el Gobierno. El Gobierno va a tener que reconocer que no puede, eventualmente, crear y manufacturar una oposición a su medida. Esa no puede ser la única manera de coexistir con aquellos que piensan distinto. Por eso, son importantes las presiones internacionales y el mecanismo que ha establecido el reino de Noruega. Por lo que tú planteas: existe una dinámica social que sobrepasa a la dinámica política. Existen mecanismos de cohabitación un poco caóticos, sí, pero que buscan resolver los problemas de la sociedad, mientras los políticos son más reticentes, entre otras cosas, porque están buscando esa victoria total, obtener la totalidad del poder, pero tienen que darse cuenta de que no es posible.
Han transcurrido 20 años y estos señores no se han enterado de eso…
… Tendremos que tener paciencia y seguir perseverando.
¿Usted cree que en Venezuela vale la pena votar?
Yo creo que en Venezuela vale la pena participar, no tenemos otra alternativa sino participar. El asunto de votar o no pasa por qué hacer alrededor del voto. Diría, en lo personal, que vale la pena votar. Pero más allá de eso, hay que organizarse alrededor del voto, discutir la forma en que nos podamos sentir representados en el ámbito político. En las últimas semanas han surgido ciertas preguntas, una de ellas es ¿qué representante es el que se parece más a la sociedad venezolana? Hay un problema en el relevo de liderazgo y un ejemplo es lo que ocurrió en el municipio Libertador, estamos hablando de la falta de representatividad de las mujeres en el tope de los partidos políticos. El punto es importante, sobre todo porque te lleva a otras discusiones que tienen que ver con ¿qué es la democracia?, ¿cómo participamos?, ¿cómo resguardamos esos espacios de participación una vez que votamos?, ¿cómo hacemos valer esos espacios en caso de ganarlos?
Una vez más, en este punto, tengo que decir que la sociedad está por delante de los partidos políticos, porque la solución que se le ha dado a la representatividad, que está en crisis, es una respuesta meramente partidista, en casi todos los ámbitos y en el grado de importancia que eso tiene. Entonces, tenemos esa dualidad: una sociedad que no se siente representada y unos partidos políticos a los que no parece importarles el asunto de la representación.
Lo que dices refiere al siguiente hecho: la sociedad no se siente representada y los partidos políticos no están dispuestos a ir a ella para representarla. Es un dilema muy profundo. Quizás por eso, en México se redacta un comunicado que devela que las negociaciones estaban en un punto de estancamiento y son los propios actores los que han decidido ir de vuelta a hablar con las organizaciones sociales. Es un reconocimiento elemental de humildad, pero la sociedad tiene que plantarse frente a esos actores, ¿para qué? Para no permitirles (a los partidos) que instrumentalicen sus agendas o la cooptación de sus banderas. Ese es el gran punto, el desafío que va a tener la sociedad venezolana cuando estos mecanismos se establezcan.
No sé si la sociedad venezolana tiene los instrumentos, el ánimo, para poner en marcha un proceso de reingeniería política y social que, obviamente, necesitamos.
Dentro del caos, la sociedad venezolana ha generado mecanismos y prácticas para resolver problemas. Y por eso debemos darle crédito. La Universidad Católica Andrés Bello ha realizado una súper encuesta (la Encovi) que busca resolver la falta de información. Esa práctica es súper importante, súper valiosa. ¿Qué pasa? Que esas prácticas deben conectarse con otras dinámicas institucionales, que reactiven al Estado venezolano como un espacio público y no como un espacio tomado y dominado por un partido político. Venezuela, ciertamente, tiene una historia de prácticas institucionales imperfectas, lo sabemos, a tal punto que generaron una profunda crisis en los años 90, pero también tiene una historia de prácticas institucionales, en las que se compartía el poder y había rendición de cuentas y de «check and balance». Eso es importante rescatarlo de nuestra historia y hay una oportunidad en el papel que juega, con todas sus fallas, la comunidad internacional. ¿Por qué? Porque tienen la llave de los activos que tanto necesitamos y por los cuales se están peleando los actores políticos.
¿A usted no le parece inmoral que se hable de un acuerdo político cuando ni siquiera tenemos un acuerdo para vacunarnos?
No, no me parece inmoral. El acuerdo político es importante para que los actores políticos trabajen en la solución de un montón de problemas que, hasta el momento, no han querido o no están dispuestos a resolver. Lo que ha hecho el gobierno del señor Maduro, con su forma de atender la pandemia, es lo que ha hecho en los últimos años: dejar que sea la sociedad la que resuelva. La gente tiene que generar los crowdfunding o buscar dinero para atenderse en hospitales privados, ¿por qué? Porque el Estado venezolano está copado por una élite política depredadora, que no comparte el poder y que tampoco comparte las riendas para manejar los recursos que nos pertenecen a todos los venezolanos. Es necesario llegar a esos acuerdos políticos para poder penetrar en el Estado y ser capaces, nuevamente, de proveer servicios públicos a la sociedad, incluyendo, por supuesto, un mecanismo internacional de vacunas que vaya más allá de Rusia y China.
Todo esto se plantea en un año en el que la pobreza alcanza al 93 por ciento de los venezolanos. Y sabemos que la pobreza no es aliada de los cambios políticos, sino del estatus quo. Sin ir muy lejos, tenemos el caso de Cuba, un país que tiene 60 años sumido en la pobreza, bajo una dictadura comunista. Diría que estamos frente a un gran peligro, frente a un drama muy amenazante.
La pobreza y el abandono son una amenaza para rescatar la democracia. Por eso la gente prefiere buscar una pepita de oro en Guayana antes que buscar un empleo en sus localidades. Por eso la gente se va del país como sea, incluso caminando. Estamos hablando de unos niveles insoportables de desesperación. Pero también, dentro del abandono del Estado, hay grupos económicos, organizaciones sociales, que están generando respuestas la crisis. Algunos tendrán vínculos con el estatus quo, pero otros no. Y eso es bueno reconocerlo. Es importante reconocer que, si bien hay pobreza, también hay un reacomodo de actores en lo productivo, en lo social, que pueden empujar para que se produzcan cambios institucionales también. Por ahí puede haber una mínima esperanza hacia el futuro.
***
*Profesor asistente de Ciencias Políticas en la Universidad de New Brunswick (Canadá). Fue investigador en el Centro de Estudios del Desarrollo y Medioambiente en la Universidad de Oslo (Noruega). Obtuvo su PhD en Gobernanza Global en la Universidad de Waterloo. Sus investigaciones versan sobre la economía y la política de la extracción de recursos naturales, la democracia y sustentabilidad, con especial énfasis en Venezuela.
Hugo Prieto
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