Entrevista

Ángel Álvarez: “Se realizan las primarias porque no hay más nada que hacer”

26/02/2023

Ángel Álvarez fotografiado por Sebastián Bertozzi

Una visión pesimista, respaldada por los hechos, tan visible como los propios fracasos de la oposición. Ángel Álvarez*, se inscribe como estudioso de la política y como politólogo, en esa corriente desarrollada en los países anglosajones que evalúan a los políticos con una dosis de realismo antes que cualquier emocionalidad. Sus opiniones son duras. Las primarias recuerdan la obra teatral Acto Cultural de José Ignacio Cabrujas y la experiencia histórica parece que no nos dice nada. Más aletargamiento y hastío en una sociedad frustrada. 

En 1958, en plena transición democrática, había un programa mínimo y varios candidatos. A su vez, esos candidatos se comprometieron a ejecutar ese programa mínimo, cualquiera fuera el ganador de las elecciones, hoy tenemos varios candidatos, pero no hay un programa mínimo. Pareciera que en esa ecuación algo va a salir mal.

El contraste es acertado, aunque son situaciones, muy diferentes entre sí. Lo único parecido y lo que valida ese contraste es que, justamente, las fuerzas políticas que, en 1958, se acuerdan entre sí, en el pacto del 31 de octubre (bautizado luego como el pacto de Puntofijo), alrededor de un objetivo: Garantizar la gobernabilidad, para hacer posible que la democracia se consolidara. Eso se construyó sobre la base de la experiencia del trienio adeco (1945-1948) que, recordemos, es la primera experiencia de elección universal y directa en Venezuela. Primero para la constituyente del 45 y luego para las presidenciales del 48. Durante el trienio, las fuerzas políticas estaban más enfrentadas de lo que están hoy en día. Acción Democrática, Copei, URD y el Partido Comunista se enfrentaban en la calle, incluso de forma violenta, con heridos y muertos. A eso Betancourt le puso un adjetivo, a mi juicio, genial, él lo llamó la época del canibalismo político. ¿Qué se quería con el pacto del 31 de octubre? Suprimir el canibalismo político. Poner a todos los partidarios de la transición democrática en una misma agenda y después, también, con un programa común. Iban a competir y el resultado de las elecciones, iba a ser respetados por todos, que en la medida de lo posible constituyeran gobiernos de coalición y que ninguno jugara a tocarle la barraca a los militares para que dieran un golpe de Estado. Eso no lo tenemos en este momento.

Los venezolanos vamos a un hipotético líder de la oposición, del cual no conocemos un programa.

Yo iría más allá del programa. No conocemos para qué lo vamos a elegir. En el 58, sí estaba claro. Los venezolanos estaban eligiendo, no solamente para un programa, sino para ir a unas elecciones. Se estaba consolidando el proceso electoral. En estas primarias, hay aspirantes que se proponen competir en las elecciones presidenciales venideras, que quieren, además, ser candidatos de la coalición opositora contra el partido de gobierno. Pero esa no es la agenda de todos los candidatos. María Corina Machado, por ejemplo, ha sido absolutamente clara y Guaidó lo ha insinuado, aunque menos claramente, que ellos no están compitiendo para luego competir con Maduro, que ellos están compitiendo para ser los líderes de la oposición, en una agenda distinta que, no necesariamente, es la electoral. ¿Cuál será? Nunca la han dicho.

Vamos a elegir a un líder que automáticamente va encabezar un movimiento político y además va a contar con el respaldo, ya no de los partidos políticos, sino de la sociedad venezolana. Yo veo dos problemas. Uno, vamos a elegir a un nuevo Chávez, una persona que va a decidir adónde vamos y cómo vamos. Dos. Esta es la expresión más acabada de la antipolítica. ¿Qué diría usted?

Creo que hay un componente importante de antipolítica, entre otras cosas, porque los partidos, que son por definición las organizaciones de intermediación política en una sociedad, están en un estado de casi completa postración. Cualquiera que sea el candidato que resulte electo, incluso si está vinculado a un partido político, como Manuel Rosales o Henrique Capriles, tendrá las manos muy libres, respecto a las organizaciones políticas. Y ese es otro contraste con 1958. El acuerdo de ese año fue entre partidos, este más bien, es una elección para elegir a un líder que va a tener, sí, las manos muy libres. Pero compararlo con Chávez no creo que sea afortunado. En todo caso, sí es la elección de un líder personalista. No es la elección. ni de un programa ni de un partido.

Quien resulte electo va a decidir a su real saber y entender, ¿no era eso una característica de Hugo Chávez?

Es que Chávez no era solamente eso, él tenía un programa político claro. Y en este caso no creo que lo haya. Chávez sí era hegemónico en la formulación de ese programa político. Él no tenía competencia ni en el Movimiento Revolucionario 200 ni en el MVR y mucho menos en el PSUV. Es decir, Chávez era el líder único e incontestable. Nadie se atrevía a contradecir o rechazar lo que dijera, porque se exponía a consecuencias severas. Había disciplina con respecto a Chávez. Allí hay una diferencia importante. En segundo lugar, el enorme poder que Chávez concentraba, contrasta con el que pueda tener el ganador de las primarias, porque no hay ninguna forma de obligar a los perdedores, digamos, a obedecer la línea del ganador; perfectamente puede haber disidencia, sin ninguna consecuencia o sanción.

¿Cómo para imponer su propio proyecto?

Sí, Chávez tenía un proyecto político claro. A muchos no les gusta. En lo personal, a mí no me gustó nunca. Pero era un proyecto político de instaurar… lo que finalmente instauró, pues. Un proyecto de control político y social, altamente concentrado en sus manos, con restricciones económicas severas e inversiones populistas petroleras. Era el único proyecto político sin competencia. En cambio, aquí tenemos un proyecto de libre mercado, en manos de María Corina y un proyecto de reformismo social en manos de Rosales. Hay muchos proyectos y ninguna unanimidad entre ellos.

Creo que hay una falla de origen y, para utilizar una metáfora, va a provocar un movimiento sísmico. Ese movimiento sísmico va a demoler la gobernabilidad, la viabilidad de la transición política y seguramente quedará en pie las ruinas de lo que se intente construir. ¿Describe esta imagen lo que podría pasar?

Ese es un escenario posible, pero no sé qué probabilidad tiene. Hay otros escenarios, pudiera ser que nada cambie: llegamos a 2024, vamos a elecciones y Maduro las gana, con trampa o limpiamente, pero las gana. La oposición sigue fragmentada. Algunos irán por las protestas de calle, otros por el acatamiento y la saturación, otros por una crítica, pero sin atreverse a manifestarse de forma radical. Es decir, más o menos, lo que ha venido ocurriendo desde el año… ¿2000? ¡Qué sé yo! Sin mayor cambio y más bien una consolidación del madurismo como facción hegemónica de lo que queda del chavismo y un aletargamiento de la sociedad venezolana, sin mayor activismo. No sé si llamarías a eso un terremoto. Yo creo que el símil no aplicaría en este caso, sino más bien todo lo contrario a un terremoto. Sería, insisto, el aletargamiento de la sociedad y la política. Me atrevería a decir que es el escenario más probable, producto de la incapacidad que, en este momento, tiene la oposición de motorizar ninguna acción, en ninguna dirección, que tenga efectividad política. A lo sumo, estas primarias van a servir para elegir una vocería, que tal vez, con suerte, en el futuro, se convierta en un agente de interacción con el gobierno, en el que tal vez sea la contraparte en procesos de liberalización económica y política.

¿Y la transición?

No creo que esto pueda ser pensado para alcanzar ese objetivo, porque la oposición, casi en ningún régimen autoritario, y mucho menos en Venezuela hoy en día, tienen lo que los politólogos y economistas anglosajones, llaman agency. Es decir, capacidad de acción para ser líder de procesos de cambio.

Ambos escenarios son malos: el terremoto y el aletargamiento. No nos van a dejar absolutamente nada. El problema es que no hay un tercer escenario. Entonces, todo lo que se está haciendo carece de sentido. Y la pregunta es: ¿por qué se está haciendo?

Estoy de acuerdo. Voy a ser muy duro con lo que voy a decir: se está haciendo porque no pueden hacer otra cosa. Todo lo que intentaron anteriormente fracasó. Lo intentaron por la vía electoral en 2015, ganaron la Asamblea Nacional y no supieron capitalizar ese triunfo en las urnas para traducirlo, a su vez, en siguientes avances electorales; por el contrario, se lanzaron al saboteo de las elecciones en 2018 como lo hicieron en 2005. Se lanzaron en el 2014, así como lo habían hecho en el 2004, y en el 2017, por la vía de la protesta de calle, lo que algunos llamamos vía insurreccional, tratando de provocar lo que la misma María Corina llamaba el quiebre, que no sé exactamente a qué se refería, creo entender que se refería a una fractura en la coalición dominante, especialmente en la Fuerzas Armadas, que pudiera propiciar una salida de fuerza de Maduro y también fracasaron. Entonces, esas sumas de fracasos, de todas las facciones de la oposición, lleva a una situación, en la que lo único que les queda hacer es: Bueno, vamos a hacer esto a ver qué pasa. Pero sin ninguna agenda.

Ufff, ufff

Han probado que ninguna de sus agendas ha funcionado, porque no han tenido la capacidad política, los recursos de poder y, en algunos casos, ni siquiera la habilidad política para hacer real los proyectos que se han planteado. A mí me recuerda aquella obra de teatro de Cabrujas (Acto Cultural). Se presenta la obra, porque no queda más remedio, no hay más nada que hacer. Y eso es lo que yo creo que está ocurriendo.

Además, con unos agregados, unos ingredientes asombrosos, por ejemplo: Que en Primero Justicia no sepan quién es el líder de Primero Justicia

Es correcto. Hay como tres voceros. Eso tiene que ver con lo que decía inicialmente, los partidos políticos desaparecían. No hay partidos políticos… Hay, básicamente, unas franquicias con unos nombres. Pero no hay estructura organizativa, no hay disciplina partidista, no hay organización del poder dentro del partido. Lo que hay son unas personas que se ponen un rótulo del partido equis, pero son personas, no hay una organización.

La reaparición del Conde del Guácharo que, aparentemente, tiene aceptación en las encuestas, ¿qué nos dice?

No he visto una encuesta con muestreo probabilístico, quizás sea una encuesta por vía digital o telefónica. No lo sé. Pero suponiendo que son representativas del estado de la opinión, yo diría que la popularidad que tiene un personaje como el Conde del Guácharo es la consecuencia lógica de este desarreglo del sistema de partidos venezolanos. Es decir, no hay entidad partidista; no hay credibilidad en el liderazgo partidista. Hay un desgaste de todas las estrategias que se trazaron y la corona de ese desgaste, en mi opinión, fue el gobierno interino, con su famoso mantra (cese de la usurpación, elecciones libres y gobierno de transición), que no condujo absolutamente a nada, sino más bien al desconcierto y depresión de la oposición. La gente apostaba a una salida que nunca se produjo. Y no solamente eso, quedaron muchas dudas de cómo se manejaron los recursos, de las relaciones de las distintas fuerzas que estuvieron en ese gobierno, de la transparencia financiera, de las relaciones con el gobierno de Trump y los Estados Unidos. Quedaron demasiadas dudas que ellos no respondieron. Aunque Guaidó era la cabeza visible de ese gobierno, allí estaban todas las fuerzas políticas opositoras.

El antecedente de un hipotético y remoto gobierno de la oposición venezolana es, justamente, el gobierno interino. Si vemos, una vez más, los señalamientos que acaba de hacer, difícilmente ese gobierno dure 90 días.

Estoy de acuerdo. América Latina está llena de casos similares. ¿Qué ocurrió en Bolivia después de la salida de Evo Morales? Un desastre, porque los opositores se fraccionaron, empezaron a pelearse entre sí, a tratar de hacer una rebatiña, una piñata del poder. ¿Qué pasó en Nicaragua cuando Violeta de Chamorro le ganó las elecciones a Ortega? Exactamente lo mismo, una rebatiña con altísimos niveles de corrupción por parte de la oposición en Nicaragua. ¿Qué ocurrió en Brasil? Lula termina preso y Dilma destituida. Ahora Lula está de nuevo en el poder, porque el desastre de Bolsonaro es extraordinario. Yo creo que eso se pudiera repetir, incluso con mayor gravedad, en el caso venezolano, por ese nivel de fragmentación, de pragmatismo, que hay en algún liderazgo opositor. Hay que decirlo, aunque no tengo las evidencias, pero sí con altísimas sombras, oscurísimas sombras, en la transparencia y uso de los recursos financieros que les ha tocado administrar. Sí, estoy de acuerdo con eso que tú pintas: una transición con ese equipo estaría condenada al fracaso.

Lo que uno ve es que el deterioro de la oposición es imparable. Que, invariablemente, surge una sorpresa desagradable que te deja pasmado, por no decir que da vergüenza ajena. Parece que eso no les preocupa a los políticos venezolanos.

No, lamentablemente no les preocupa, creo yo. Un consenso que hay dentro de las llamadas ciencias políticas institucionalistas, desarrollada principalmente en Estados Unidos y en la cual me inscribo como politólogo, es tener una actitud realista con respecto a los políticos. La idea de que los políticos son cortoplacistas, no aprueban políticas con el propósito de producir resultados sino para ganar las elecciones y es solamente en la competencia democrática, la que permite que algunas de esas políticas sean beneficiosas para los intereses que podríamos llamar colectivos o generales. Aunque eso es así, en general, en el caso venezolano hay dos agravantes. Uno, no hay ningún mecanismo, en manos del ciudadano, para que estos obliguen a los políticos a rendir cuentas, como te decía anteriormente: los opositores tienen las manos completamente libres.

Sí, tienen las manos libres y también llenas de incapacidad.

Estoy de acuerdo, ambas cosas. Pero yo creo que la incapacidad se debe a que la población, precisamente, no tiene mecanismos para que los políticos se hagan responsables de sus actos. ¿Quiénes están aspirando al día de hoy para las primarias? Básicamente las mismas caras que veníamos viendo ¿desde cuándo?, digamos, desde el 2006, por decir lo menos, ¿no? Rosales fue candidato ese año. Quizás hubo diferencias en 2012 y 2013, pero no hay mayor diferencia con respecto a lo que ha ocurrido en los últimos 10 años. Es el mismo liderazgo que ha intentado todas las estrategias que uno se pueda imaginar y ha fracasado en todas. Pero la población no tiene ningún mecanismo para cambiarlos. Por eso, un personaje como el Conde del Guácharo tiene alguna probabilidad de ganar en las primarias. Con todo lo que uno pueda criticar de un liderazgo tipo outsider, es una reacción popular ante el fracaso de todos los demás. No necesariamente acertada, pero sí comprensible.

¿Qué percepción hay en Canadá y Estados Unidos de la diáspora venezolana?

La diáspora venezolana que vive en los países anglosajones, especialmente en los países que mencionas, tiende a ser altamente radicalizada. Entonces, hay una gran frustración con todo el liderazgo. Creo que de todos esos liderazgos el que menos es evaluado negativamente es el de María Corina Machado, precisamente, por su radicalidad. Pero hay también una frustración que se resume en una pregunta: ¿cómo es posible que haya tanta incapacidad en la dirigencia política venezolana? Hubo mucho interés, al menos aquí en Canadá, entre los venezolanos que se sintieron convocados por el gobierno interino y colaboraron, desinteresadamente, ante los factores internacionales y la sociedad civil que estuvieron vinculadas a ese gobierno interino. Pero el resultado neto, para muchos de esos venezolanos, ha sido de frustración. Quedaron muy sorprendidos con los resultados, especialmente cuando Calderón Berti hizo las denuncias que hizo y la forma en que la oposición liquidó al gobierno interino. Eso generó más frustración de la que ya existía. Hay una sensación, creo yo, de expectativa, pero al mismo tiempo de desazón, de desconcierto.

No creo que la oposición pueda encontrar el apoyo internacional que consiguió en 2017.

Sin duda, ya no lo tiene. Tanto en Europa como en Estados Unidos y en alguna medida en Canadá, hay un reconocimiento de facto del gobierno de Maduro. Aceptación de que tiene el poder. Quien quiera hacer negocios con este país, que hable con este señor.

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*PhD en Ciencias Políticas por la Universidad de Notre Dame (Estados Unidos), profesor jubilado de la Universidad Central de Venezuela, consultor en políticas públicas y director del Observatorio de la Democracia en América Latina de la AUSJAL.


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