Ana Teresa Torres retratada por Roberto Mata
Destacadas
Te puede interesar
Los más leídos
Escribe Ana Teresa Torres*, en su libro más reciente La utopía destartalada (ediciones, Blanca Pantin), lo siguiente: «En la mentalidad venezolana salta a la vista el arquetipo heroico, que, a pesar de las transformaciones históricas, continúa manteniendo su lugar como insignia o valor de la nacionalidad». Es un mito que está vivo y ha servido para que el militarismo y sus expresiones políticas, como las dictaduras, por ejemplo, sean un signo intermitente en la historia de Venezuela.
Más adelante, en otro de los ensayos incorporado al libro citado: «El imaginario petrolero venezolano contiene dos creencias bastante distinguibles, y al mismo tiempo aparentemente contradictorias. Una, el petróleo ha sido una maldición para los venezolanos. Dos, el petróleo nos hace ricos a cada uno de los venezolanos». No podemos encajar tanta ambivalencia, sin pensar en las consecuencias que han tenido como elementos constituyentes del tejido social. Esa inclinación cultural por desestimar, e incluso despreciar, las construcciones logradas en el quehacer diario, en el esfuerzo cotidiano de los otros.
En la novedad de estos años, sobresale la diáspora, la sensación de pérdida y el duelo. El nuevo libro de Torres indaga en la psicología colectiva y el resultado es paradójico, quizás una ironía sin llegar al sarcasmo. Los elementos estéticos impregnan su escritura de una belleza inusual, al tiempo que la lectura nos resulta un golpe certero en la emotividad. Dejemos que sea la propia Ana Teresa la que nos hable de su libro.
¿La revolución bolivariana es una revolución militar?, como lo dijo María Sol Pérez Schael-Fihman recientemente. ¿Está de acuerdo con esa caracterización?
Sí, completamente. Es lo que ocurre cuando pones en acción un mito, como ocurrió el 4 de febrero de 1992. El mito ya no es parte de la historia y de los imaginarios, donde deberían quedar guardados, sino que termina precipitando, efectivamente, una revolución militar. Visto desde hoy, resulta obvio. ¿Quién estaba anunciando esa segunda independencia y toda la ideología bolivariana? Los militares. No recuerdo a ningún civil anunciando nada de eso. Quizás mucha gente no le dio importancia, no lo sé. Ha pasado bastante tiempo, pero con ese concepto estoy de acuerdo.
El mundo civil quedó… me cuesta utilizar un adjetivo, ¿Eclipsado, tal vez? ¿Paralizado?
El adjetivo que usaste, me parece apropiado. Eclipsado, porque en el eclipse tú dejas de ver algo, pero después lo vuelves a ver. En ese momento lo que quedó fuera de la escena fue el mundo civil, que representaba 40 años de historia, 40 años de democracia, con todas las imperfecciones que les quieras añadir. Eso quedó fuera de foco, de momento nadie lo quería ver. Pasado estos años, la gente quiso verlo otra vez, por el desastre que se estaba produciendo era demasiado grande. No es cuestión de echarle la culpa a nadie, pero gente de distintos factores, de distintos orígenes, de distintas visiones políticas, vieron el eclipse y el mundo civil quedó borrado ante aquellos discursos incendiarios, eso fue lo que pasó. Yo me quedaba atónita al ver lo que estaba ocurriendo en el Congreso Nacional en el lejanísimo año de 1999. Recinto civil, por excelencia, ¿no? Allí llegó un señor, no juró lo que tenía que jurar y no pasó nada. Se produjo el eclipse y los civiles, justamente, quedamos eclipsados.
Este tema del heroísmo, el personaje de Bolívar, el único, el divino, como lo llamó alguien por ahí, encierra, en su relación con el pueblo adánico, una complejidad psicológica. ¿Podría desarrollar esa idea?
Los mitos existen en todas las culturas, no es un invento venezolano. Y nuestro mito, por excelencia, está relacionado con el arquetipo heroico, lo que refiere, directamente, a la Guerra de Independencia. Esto es así y no se puede cambiar, está en nuestra historia, porque Venezuela fue el país de avanzada en lo que constituyó nada menos que la Independencia del imperio español. Eso es un hecho histórico. Eso no se puede tocar, no se puede mover. Tienes a Miranda, tienes a Bolívar. Ha quedado como el mito fundacional de Venezuela, que tampoco es una exclusividad nuestra. El problema radica y eso lo trabajó largamente Luis Castro Leyva, que con ese mito se ha hecho una suerte de plan político y una suerte de que ante la palabra Bolívar, todos tenemos que decir que sí. Claro, el uso político que le dio este sector militar estaba condenado al éxito, porque estaba tocando la fibra substancial de la venezolanidad y la estaba tocando en un momento en que el sistema democrático estaba en crisis. Lo que tampoco es una exclusividad nuestra. ¿Qué país no ha atravesado por una crisis? Pero había desconcierto, probablemente mucha decepción, era un momento adecuado para lo que ellos quisieron hacer. Lo poco que sé sobre los mitos, lo aprendí con Michaelle Ascencio, pero me parece que no se pueden borrar. Tienen su momento de cúspide, pero como dijiste antes, se eclipsan. Diría que eso es lo que estamos viendo, porque el fracaso es tan notorio que no hay manera de reivindicar una revolución de contenido social, con todo lo que está pasando. Ese mito se está eclipsando y ha costado muy caro.
Es una cosa muy curiosa, porque así como quedó eclipsada la democracia, también quedó eclipsada la revolución militar.
Así es. Eclipsada, pero en el poder, ¿no?
Creo que el mundo militar nos debe una reflexión sobre el papel que han cumplido en la sociedad venezolana, en el manejo del Estado, incluso en la Nación, en estos últimos 30 años. Pero a decir verdad, el mundo civil también está en deuda, no se ha hecho una reflexión sobre la diáspora y sobre el trauma, otro de los temas que aborda en su libro.
Yo diría que en Venezuela todas las personas han sido afectadas por la diáspora. El 25 por ciento de la población se ha ido del país en estos años. Hasta donde he podido revisar, sólo en la Guerra de Independencia podemos hablar de una perdida tan significativa. El doctor Pedro Cunill Grau, quien falleció recientemente, la calculó en 44 por ciento. Estamos hablando del 25 por ciento, que es menos, pero es brutal. Para mí es el drama más grande que ha quedado de todo esto. No ha habido un diálogo suficiente sobre ese tema. Hay gente que le ha ido muy bien y eso me alegra; otros, en cambio, no han tenido esa suerte, incluso han sido asesinados. Pero ese no es el tema. El tema es que el país, sin que haya habido una guerra, ha perdido el 25 por ciento de su población. Pierdes tejido social, pierdes gente calificada para hacer todas las tareas que tenemos por delante, gente que practica un oficio (dentro de los llamados oficios menores), pero que son fundamentales para el funcionamiento de un país. Efectivamente, ese duelo está pendiente, está por hacerse, primero reconocerse, para poder entonces admitirlo.
Me sorprendió la reflexión que hace sobre el duelo. La escena de los niños que perdieron a sus padres, fallecidos o desaparecidos en el deslave de Vargas. No sé a quién se le ocurrió que era conveniente una sesión con payasos para hacerlos reír, cuando el trauma, al menos, exige sosiego, pero practicamos la frivolidad en todo momento y ante cualquier acontecimiento. ¿Qué ocurre cuando una colectividad no procesa el duelo?
Creo que individualmente hemos lidiado con esto. Pero estamos hablando, como acabas de decirlo, de la colectividad. En ese ámbito no ha habido mucho diálogo. A los políticos tampoco se les escucha demasiado, creo que nunca. Creo que es algo en lo que hemos preferido pasar la página. Quedarnos paralizados, como si la suerte de cada quien, buena o mal, fuera producto del azar. No, no. Esto es una pérdida colectiva, es una pérdida nacional. De todo lo que estas personas representaban en la cotidianidad del país, con sus inquietudes, con sus quehaceres, con sus oficios. Para hacer un duelo, para elaborarlo, lo primero que tienes que hacer es reconocer y decir: He perdido esto. Lo he sentido entre los profesores universitarios, casi todos están fuera por razones obvias. Entonces, yo creo que ese vacío todos lo sentimos individualmente. Lo que ha faltado es el dialogo colectivo: Esto nos pasó.
Mientras la escucho, pienso en lo que plantea a propósito del duelo. Quién no lo elabora alimenta resentimientos, rabia. De eso se trata el drama social, ¿No?
El resentimiento tiene mucho que ver con lo que ocurrió, esa arremetida tan fuerte que hubo, especialmente en los primeros 15 años de esta revolución militar, contra todo lo que significaba que alguien tuviera una buena posición económica, que alguien tuviera una buena educación. Contra todo eso se arremetió. Aquél que tenía algo era un indeseable, de alguna manera. Ahí se destruyeron valores. Se creó una gran confusión. Lo que deja un país huérfano de ideas. Todo lo que se había construido en 40 años de democracia, resultó que era malo. Mucha gente lo pensaba. Y esto, a su vez, ha generado nuevos resentimientos en las personas que, durante estos años, han perdido muchas de las cosas por las que trabajaron y por las que lucharon. Es un círculo vicioso y no hay persona que conozca la fórmula de cómo se detiene eso. De lo que sí estoy segura es que la venganza y el resentimiento generan más deseos de venganza y más resentimiento, entre unos y otros. Eso es casi que inevitable.
Otra de las cosas que me llamaron la atención es la incapacidad que tenemos los venezolanos para valorar lo que hemos hecho, lo que hemos construido, incluso, de valorar la cotidianidad, el trabajo de hormiguita que termina en realizaciones satisfactorias. ¿Qué hay detrás de ese desprecio por la cotidianidad y el esfuerzo individual?
No sabría decir si es desprecio, pero si hay una altísima estima por otro tipo de valores, lo que hablábamos anteriormente. A fines del siglo pasado hubo dos investigaciones interesantes de la Escuela de Psicología de la Universidad Central sobre el tema de los valores y en ambos había coincidencia: los valores más importantes para los venezolanos estaban vinculados con el poder. En ese sentido, una vida normal, en la que alcanzabas tus propias metas, era vista, no con desprecio diría yo, pero como que eso no es demasiado importante. Lo importante, realmente, es tener el poder. Eso, en mi opinión, está vinculado a los arquetipos heroicos, pero esas son matrices de opinión, matrices de valores que se pueden cambiar en una sociedad. Otro tipo de valores se pueden estimular. Otra visión de la vida. ¿Pero que hizo la revolución militar? Se regodeó en el poder y en la lealtad a los libertadores y fue erosionando los valores, vamos a llamarlos así, de la clase media, hasta el punto de que logró que la clase media se fuera. Eso está, dentro de lo que yo pienso, entre lo más recuperable. Porque hay algo entre los valores del trabajo, de la persistencia, del cuidado de lo que se tiene, que, a la vez, es evidente y fundamental para una sociedad.
En tu ensayo sobre el petróleo tienes en cuenta los aportes que ha hecho Miguel Angel Campos. Su opinión contraria a lo que han dicho narradores e intelectuales venezolanos, que culpan al petróleo de casi todos los males culturales que padecemos los venezolanos. ¿Qué fue lo que llamó tu atención de su obra?
No es un tema del cual sea una experta, pero a raíz de la película de Carlos Oteyza me puse a indagar. Y me quedé sorprendida de la valoración que hacían del petróleo intelectuales venezolanos, sumamente destacados, a lo largo del siglo XX. Todo era malo. El petróleo era el minotauro, el vellocino de oro, el excremento del diablo, estoy citando a Arturo Uslar Pietri, a Ramón Díaz Sánchez, a Juan Pablo Pérez Alfonzo. A los escritores les parecía que el petróleo acababa con el campesino venezolano. Mientras más indagaba pensaba ¡Qué bueno que el petróleo pudo sacar de la pobreza a tanta gente! Era una nostalgia de una Venezuela idílica. A lo que tenemos que agregar la idea, que se impuso después, de que el petróleo es de cada uno de los venezolanos. Es decir, que a cada venezolano le toca su barrilito. Eso es completamente falso, pero está en el imaginario colectivo. Eso tiene mucho que ver con una pregunta ¿Por qué tengo yo que esforzarme cuando vengo de un país petrolero? Todo eso contribuyó a ir en contra de una cultura de otro orden. Eso también se va a modificar, porque el petróleo ha perdido importancia y la lluvia de ingresos parece haber terminado o no está presente en todo caso. Pero es increíble, como intelectuales de distintas procedencias políticas cayeron en la misma idea de que el petróleo era una maldición, cuando fue el instrumento que le permitió a Venezuela salir de la pobreza.
¿Cómo se puede idealizar a una sociedad rural iletrada, palúdica y sumergida en la agricultura de subsistencia?
Lo que describe Miguel Otero Silva en Casas Muertas.
¿Cómo una sociedad atrasada puede calificarse de idílica?
Es algo sorprendente. Es la idea de que esta gente noble, buena, se iba a envilecer y a prostituir. Es una cosa cuasi religiosa, no lo sé, no tengo una explicación. Pero hay una coincidencia de las mentes más importantes en ese período, incluyendo a Mariano Picón Salas. Como una nostalgia de la tierra, bueno, ninguno de esos escritores había sido campesino ni había contraído la malaria, la verdad sea dicha. Eran personas que habían disfrutado de buenos niveles de vida. Eso puede hacer una diferencia. Y luego esa idea de que el petróleo es de todos, que a cada quien le toca su pedacito.
Lo que se demostró en estos años es que el petróleo era de Rafael Ramírez y de Tarek El Aissami.
Sí, y de algunos más. Pero PDVSA era una empresa envidiable en todo el mundo y eso también forma parte de las pérdidas.
No sabría decir si los venezolanos, a estas alturas de la revolución militar, de la incredulidad que rodea la cuantía de la corrupción, tenemos una patología psicológica. ¿Habría que revisar la obra de Herrera Luque? Un neurólogo me dijo que se había quedado corto en sus cálculos sobre las taras mentales. ¿Qué diría alrededor de la psiquis de los venezolanos?
Todo eso gira alrededor de la visión pesimista y negativa del país. Yo no coincido con eso. De hecho, yo tuve cercanía y amistad con Herrera Luque y en algún momento comentamos lo que dices, por supuesto, él no me iba a prestar atención a mí, una joven psicóloga que le estaba llevando la contraria. No coincido con la idea de que somos más o menos problemáticos que otras sociedades. La corrupción está en todos los países, pero en un país petrolero, al que le ha llovido ingresos petroleros, lógicamente, tiene que haber más corrupción. Ha habido más dinero. Además, lo que se ha dicho una y mil veces, pero no deja de ser cierto: la falta de control, la permisividad. Más bien, veo una sociedad que sigue trabajando en condiciones muy adversas. Hemos tenido la lacra de la corrupción, pero no creo que eso tenga que ser siempre así. No lo veo como un destino que ha tenido Venezuela. Más bien es esa falta de no tener, y no querer, controles. Si se robaron esos montos, esas cifras que uno no puede manejar, es porque estaban en alguna parte.
Entonces, ¿la psiquis de los venezolanos era para Herrera Luque lo que el petróleo a los intelectuales venezolanos?
En parte sí. Toda la tesis de Herrera Luque está basada en su libro Viajeros de Indias, en notas estadísticas, cuantitativas, de cuántos delincuentes pasaron de España a América en tiempos del imperio español. Eso está fuera de contexto, porque si eras mujer y hacías sola el viaje a América, eso era un delito; si eras judío, eso era un delito, si habías robado un mendrugo de pan, era un delito que se podía penalizar con años de cárcel. No tiene nada que ver con lo que actualmente se tipifica como delito. Entonces, yo pienso que él llegó a conclusiones erradas, pero lo curioso es cómo ese libro le llegó a mucha gente y lo creyeron como una biblia. Esa tesis, científicamente, no se sostiene ni cinco minutos. Pero fue creída sin el menor análisis.
En el último ensayo de su libro veo una coincidencia con otros factores de la sociedad, alrededor de la necesidad de hacer algo por el país, de comprometerse de otra forma con lo que hemos sido y somos los venezolanos, de que tenemos que relacionarnos con el colectivo, con el entorno que nos rodea de otra manera. Que tenemos que hacernos preguntas alrededor de cuáles tareas asumir, de hacer el duelo y procesar el fracaso que hemos vivido.
Lo titulé Luces y sombras, porque no veo únicamente las sombras, veo también las luces. Tenemos que empezar por el reconocimiento de lo que hemos perdido, que ha sido mucho, incluso la pérdida del país aspiracional. Porque a partir de los años 50 del siglo pasado, en parte por el petróleo, pero también por el advenimiento de la democracia, la gente en Venezuela aspiraba a tener un mejor trabajo, una mejor vida, había un ímpetu de echa’palante, ¿no? La idea de salir de abajo está muy presente en el venezolano. Sí, ha habido casos colosales de corrupción y tanta permisividad que pueden llevar a una generación a pensar que esto está perdido, pero yo veo a una juventud que quiere formarse, que quiere relacionarse con sus iguales, que quieren tener trabajos productivos. ¿Echar para atrás? No, por Dios. Eso era lo que quería Chávez, que nos bañáramos con totumas.
***
*Escritora y psicoanalista. Es autora de obras de ficción (novelas y cuentos) y no ficción. Colaboradora en medios impresos y digitales. Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Su obra ha sido merecedora de premios y reconocimientos en Venezuela y en otros países de Europa y América.
Hugo Prieto
ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR
Suscríbete al boletín
No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo