Perspectivas

Amar lo que se conoce, en memoria de Aquiles Báez

19/11/2022

Fotografía de Kathy Boos | Guataca

Nuestra vida está atravesada por el misterio. Desde que empezamos a pensar y a entender, nos enfrentamos a la complejidad de una existencia repleta de dudas, paradojas y pocas certezas. Apenas llegan a nosotros, las palabras nos ayudan a construir un puente (pequeño, impreciso) hacia un posible sentido de las cosas, pero rápido también nos damos cuenta de que no bastan, o mejor, de que hay otros lenguajes que también muestran, descifran y revelan. Nos conmueven.

En esa conmoción que no siempre está articulada, en la contemplación de lo que no sabemos bien qué es o cómo funciona, aparece el arte. El arte como una comunión con lo que imaginamos, lo que conocemos y lo que intuimos que somos. También como una especie de espejo inmenso donde todos los seres humanos nos podemos asomar y encontrarnos.

Aquiles Báez era un artista que se valía de dos lenguajes para todo: la música y el humor. Prácticamente sin distinciones, porque ese ánimo que lo llevaba a invertir letras, improvisar rimas y torcer oraciones, lo hacía procurar esos mismos movimientos con la guitarra y con su música. Como si todas las palabras fueran notas musicales esperando su momento para transformarse en un acorde de un concierto, o en el silencio cómplice de quien sabe que un buen chiste podría hacerse con lo que alguien acaba de decir.

Aquiles pudo conjurar y compartir mucha belleza. La defendía y hablaba insistentemente de ella. Aunque suene redundante, pensaba que la música, toda la música, era un instrumento para la belleza. Yo agregaría que la risa, que el humor, también lo es. Escuchando una canción o un concierto, entendiendo un chiste, nos damos cuenta de lo absurdo que es pretender entenderlo todo, incluyendo nuestra propia existencia y lo sano que es aceptarlo. De hecho, no hace falta entenderlo todo para poder disfrutar y gozar. Así como tampoco hacía falta entender todos los chistes de Aquiles para reírse con él.

Fotografía de Kathy Boos | Guataca

Tenemos todo lo que su música nos ha dicho y sigue diciendo, generando y transformando en nosotros. La imagen de su cuerpo inclinado sobre la guitarra, las barras oscuras de sus cejas, los ruedos anchísimos de sus pantalones. Pero, sobre todo, tenemos lo que nos acercó a miles de amigos, conocidos, músicos y artistas: el orgullo y la pasión por nuestra música, por la música de nuestros ancestros, nuestras calles y nuestras costas, de nuestras tradiciones, costumbres y ritos. De nuestros ritmos y cadencias.

Me atrevería a decir, que Aquiles nos ayudó a escuchar (antes que entender) a qué y cómo suena ser venezolano. Nuestro mestizaje, nuestras contradicciones, nuestros muchos orígenes, los que exaltamos y los que escondemos o simplemente no queremos ver. Magnífico, porque no hace falta verla, sino estar dispuestos a escucharla, a dejarla entrar. La música, que es aire, entra en todas partes y Aquiles seguirá donde alguien haga sonar algo, sea una maraca, una bandola o la garganta de alguien que grita de la risa.


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