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Al ser nombrado provincial de la Compañía de Jesús, Alfredo Infante* sj, nos recuerda la misión que asume como gobierno de esta congregación eclesiástica. Se trata del Plan Apostólico Jesuita en Venezuela. Dentro de la misión hay dos objetivos vinculados a dos áreas de sumo interés para los venezolanos: la educación y los derechos humanos. De ambos temas tenemos noticias desde el Centro Gumilla, la Universidad Católica Andrés Bello y la red escolar Fe y Alegría.
Sobre educación y derechos humanos trata esta entrevista. La eliminación del Programa de Alimentación Escolar va a tener un impacto muy negativo en los sectores populares, niños que hacían, quizás, su única comida diaria en las escuelas, son condenados al hambre. Y eso que el tema de la alimentación fue uno de los acuerdos a los que se llegó en México. Una mala señal. El regreso de la hiperinflación va a profundizar la desigualdad, la convertirá en un trauma estructural. El balance de los derechos humanos es desalentador a lo largo de la historia del país. No hay instituciones que le den soporte, tampoco hay cultura democrática. Pero sí hay torturas, ejecuciones extrajudiciales, persecución política y una política de Estado marcada por el resentimiento. Sin embargo, a pesar de los pesares, reconciliación es un desafío, un horizonte que no podemos despreciar.
¿En qué consiste su misión como provincial en Venezuela?
La Compañía de Jesús, a nivel mundial, tiene su gobierno central en Roma. Cada uno de los países es una provincia y en cada uno de ellos hay un gobierno provincial. Corresponde a mi misión darle continuidad al Plan Apostólico, que inició el padre Garrido. El plan contiene una matriz de objetivos y lo que busca es responder a los desafíos que el país nos exige a nosotros. Uno de esos objetivos es acompañar a los pobres, víctimas, descartados del mundo y vulnerados en su dignidad para que se constituyan en verdaderos sujetos personales, sociales y eclesiales, a partir de sus identidades y culturas. Este objetivo tiene mucho que ver con lo que he venido desarrollado en La Vega. Estar ahí, codo a codo con la gente, enfrentando los desafíos, acompañando, animando, para que no haya resignación y se puedan ir generando alternativas ante tanta adversidad. Otro objetivo es contribuir al fortalecimiento de una sociedad civil justa, democrática, solidaria y sustentable, desde nuestra experiencia de fe. Sabemos que en Venezuela hay una fragmentación social muy fuerte, tanto por las políticas que se han aplicado, que han generado una emergencia humanitaria compleja, como por la diáspora. Hemos perdido el bono demográfico, lo que equivale a decir la sustentabilidad y productividad. Venezuela es un país de niños y adultos mayores. Entonces, cómo fortalecer a la sociedad civil en medio de este deslave social.
Diría que no es una misión, sino en una encrucijada. No la tiene fácil, padre Infante.
No nos creemos los supermanes tampoco, tenemos que trabajar junto con otras organizaciones en esa dirección: ir recuperando, rescatando, resignificando, animando y dando esperanza para, en esa línea, fortalecer a la sociedad civil, con sentido democrático. Sabemos que estamos en una autocracia. Lamentablemente, se han reducido los espacios tanto de la libertad de expresión, de acceso a la información, como en la participación social y política. Bueno, ¿cómo recuperar la cultura y la institucionalidad democrática? Creo que la institucionalidad se erosiona porque no se construyó con inversión provista por el ingreso petrolero, tampoco nos preocupamos por incentivar la cultura democrática.
La Compañía de Jesús juega un papel muy importante en el sector educativo. Recientemente, el gobierno decidió modificar el horario escolar y con ello el fin del programa PAE, cuya finalidad era ofrecer un incentivo para la escolaridad de los niños y adolescentes. ¿Qué consecuencias podría tener esta decisión en los sectores populares?
Una de las cosas que vimos a raíz de la emergencia humanitaria es que los niños comienzan a desmayarse (2016) y la pregunta era: ¿Se puede educar con hambre? Entonces, comienzan todas las iniciativas de comedores populares, los comedores escolares y también los comedores comunitarios. El PAE es un programa de vieja data –comienzo de los años 90-. A propósito de la emergencia alimentaria, los centros educativos se convirtieron en escuela y en comedor. Allí el niño tenía, quizás, la única comida que podía hacer al día. Yo creo que la eliminación del PAE sería grave, porque difícilmente el cerebro funciona con un estómago vacío. Hay algo que tendríamos que ver: tal era la emergencia que las escuelas se estaban convirtiendo sólo en comedores y el proceso educativo, la verdadera misión de la escuela, se estaba perdiendo. A mí modo de ver habría que organizarse mejor para que el comedor sea un auxiliar del proceso educativo. A mí me llama la atención, porque en la reunión de México, uno de los acuerdos, era atender la emergencia alimentaria.
El desafío planteado sería: ¿Cómo educar y cómo alimentar?
De alguna manera, las escuelas son la plataforma más universal del país para poder llevar la alimentación. Entonces, ¿Cómo mantener el acceso de los muchachos a los nutrientes, sin que se pierda la misión educativa? Y sin que se cargue a los docentes de esa gestión, porque nuestros docentes están viviendo una vida muy precaria, participando del hambre, entregándose a su trabajo y encima tienen que pensar, no solamente ¿Cómo educan sino cómo deben gerenciar un comedor?
El reciente colapso del bolívar planea sobre nosotros como la amenaza de un nuevo proceso hiperinflacionario. ¿Qué diría del regreso de ese desequilibrio económico en términos sociales, a partir de lo que vio en La Vega entre 2016 y 2018? ¿Qué reflexión haría?
Yo creo que sería más dramático. ¿En qué sentido? En 2016 hubo una hiperinflación, pero también una gran escasez. Y eso fue terrible. Hoy, como supuestamente Venezuela se arregló, lo que no es cierto, porque no ha habido una reactivación del aparato productivo, sino un aumento de las importaciones y de un consumo que no está sustentado en la productividad, se ha creado una ficción. Si vas a los barrios ves las bodegas llenas de mercancía, pero el acceso de las mayorías a esos productos está negado, porque hay una gran desigualdad social. Una desigualdad que ya no es sólo entre el este y el oeste, en el caso de Caracas o entre el norte y el sur, en el caso de Maracaibo o Valencia, sino que esa desigualdad se percibe en el mismo barrio, digamos, entre quiénes tienen acceso a las divisas y quiénes no, en medio de esta situación. Sin duda, es más dramático, porque la pobreza es más grosera y más indignante. Eso no lo vimos en 2016.
¿Qué otras cosas podrían configurarse en medio de un potencial proceso hiperinflacionario?
En el país se está abriendo una desigualdad cultural. Mencionaste el tema educativo y el desafío que enfrentamos es ¿Cómo poner la educación a la altura de los tiempos, pero que sea, al mismo tiempo, accesible a la gente? Lo que estamos viendo es que hay un sector de la sociedad que tiene acceso a una educación de calidad porque la puede pagar, eso yo no lo pongo en juicio, pero lo que a mí sí me preocupa, al estar viviendo en un barrio, es que los pobres no tengan, y no lo tienen, acceso a una educación de calidad, con la que puedan introducirse en la era del conocimiento. Eso está configurando una desigualdad, no solamente socioeconómica sino cultural, y a la larga se van a generar unas heridas, una pobreza y una exclusión muy grandes.
América Latina es el continente más desigual del mundo y ser el país con mayor desigualad en la región es un record desastroso. La pobreza se va convirtiendo en algo cultural. Difícil de erradicar porque se retroalimenta a sí misma. En esa medida es el elemento más distintivo del escenario en el que vivimos.
Yo recuerdo que en las décadas de 1970 y 1980, un niño, un joven, en el barrio vivía en la pobreza, en la estrechez, pero había, desde las políticas públicas, una serie de posibilidades que abrían un horizonte de superación a través de la movilidad social. En el país se profesionalizó a mucha gente a través de la oferta de educación pública de calidad. Se fue creando una clase media robusta que, en definitiva, es el pilar del desarrollo de un país. Bueno, yo creo que la clase media va desapareciendo, porque la productividad se ha derrumbado. Entonces, nos enfrentamos a una desigualdad estructural, lo que a su vez nos lleva a una pobreza sin posibilidad de superación. El gran desafío de la Iglesia y de todos los sectores preocupados por el país es ver, como en medio de todo esto, abrimos posibilidades para que la pobreza no se convierta en algo que no podamos superar, para que Venezuela no sea una sociedad estratificada, sin vehículos que puedan transformar las relaciones sociales hacía un estadio de mayor justicia y acortar la brecha social.
La defensa de los derechos humanos forma parte de los objetivos de la Compañía de Jesús. Algo que estábamos esperando los venezolanos es que el tema de los derechos humanos se abordara en México. Ni una palabra sobre el Informe de Determinación de Hechos de Naciones, ni de sus recomendaciones. Pareciera que se confunden los acuerdos con una lista de supermercado. ¿Qué diría al respecto?
En primer lugar, yo saludo el hecho de que se hayan abierto las conversaciones. Creo que sentarse a dialogar, a negociar, siempre puede crear posibilidades para que se abran los espacios democráticos. Con relación a la agenda, creo que se tomó en cuenta algo en lo que, particularmente, yo he venido insistiendo. Me refiero a la urgencia de que haya un acuerdo humanitario, justamente por lo que estábamos diciendo. Que tomara en cuenta la alimentación, servicios públicos, educación, y que esos dineros no sean ejecutados por el Estado sino por una instancia internacional, con todos los riesgos que eso implica, creo que es una señal clara de que no hay confianza en la gerencia pública. Es decir, de que esos fondos puedan llegar a la gente. Creo que eso es un signo positivo, un buen comienzo.
El tema de los presos políticos no se puede dejar de lado.
El tema de los derechos humanos es estructural, entre otras cosas, porque en Venezuela no tenemos un estado de derecho. Creo que uno de los puntos clave es el tema de la justicia. Sin duda, todos sabemos que el gobierno está posicionado, tiene poder, cosa que hoy no tiene la oposición para el ejercicio de la negociación. Ese tema tiene que ser dialogado desde la perspectiva de las organizaciones de derechos humanos. Hay un temor muy grande en esas organizaciones, porque quizás no se pueda tomar en serio la aplicación de la justicia, la reparación a las víctimas y la no repetición. El país tiene que encaminarse hacia un conocimiento de la verdad. Esos son caminos maratónicos. ¿Cómo impedir la venganza, pero aplicar la justica justicia?…
… Que haya estado de derecho
Diría más: ¿Cómo construir un estado de derecho?
Justamente, en el Informe de Determinación de Hechos de Naciones Unidas hay unas recomendaciones que apuntan en esa dirección. Pero eso no va a suceder porque hubo un acuerdo en México solamente. Allí tiene que jugar un papel fundamental la sociedad civil. Y de eso nadie está hablando.
Creo que lo que estás diciendo es importante. En Venezuela estamos viviendo lo que dijo, quien era para entonces la ministra de Exteriores, Delcy Rodríguez: la venganza. Lamentablemente, eso ¿Qué significa? Que en el proceso democrático hubo gente muy herida políticamente y una vez que esas personas toman el poder, el resentimiento se convierte en una política de Estado. Y cuando eso sucede se genera más destrucción y más heridas. ¿Cómo detener eso? ¿Cómo construir el estado de derecho? No digo restituir porque, aunque en Venezuela hubo mayores libertades política, mayor institucionalidad, mayor educación y a la salud…
…lo que hubo, digamos, fue algo parecido al estado de derecho
Sí, pero no era propiamente un estado de derecho, ¿Verdad? Yo creo que tenemos el aprendizaje de un ensayo democrático frustrado, que no logró consolidar una cultura democrática, ni consolidar una institucionalidad que garantizara el estado de derecho. Se anheló la transformación buscando ese objetivo, pero quienes toman el poder entraron más en un proceso de venganza y de resentimiento como una política de Estado. Entonces, nos encontramos con una Venezuela fracturada, herida, llena de duelo. Por eso mismo, necesitamos reconocernos. Hay que reconocer que hubo una violación sistemática al estado de derecho durante el proceso democrático que surgió a raíz del Pacto de Puntofijo y también la ha habido durante el chavismo. Si queremos que el país sea viable, es la hora de repensarlo, incluido el papel que debe jugar la sociedad civil. Pero ya sabemos que en Venezuela fue el Estado el que creó a la sociedad. Ahora tenemos el desafío de repensarnos como sociedad civil para repensar también el Estado que queremos.
Yo no hablaría de una continuidad en las violaciones a los derechos humanos. En Venezuela hay más de 200 presos políticos. Hay casas clandestinas donde se tortura. Aquí hay un quiebre en el tema de los derechos humanos.
Sí, pero a mí me preocupa que a veces se piensa que en la democracia no hubo crisis de los derechos humanos. Que no hubo presos políticos; y los hubo. Que no hubo torturas; y las hubo. Que no hubo persecuciones; y las hubo. Recordemos la masacre de El Amparo, de Yumare, de Cantaura, las ejecuciones extrajudiciales, el Carcazo. Entonces, hay que dejar en claro que hay heridas y víctimas que vienen de esas relaciones de poder que violaron los derechos humanos de mucha gente. Así mismo, hay que decir que el modelo de detenciones arbitrarias, de ejecuciones extrajudiciales, de casas de tortura clandestinas (a partir de 2013) es mucho más dramático. Lo importante, como venezolanos, es que entendamos que la reconstrucción del estado de derecho pasa por reconocer que todas, unas y otras, son víctimas. Creo que allí está el punto.
Usted es una de las personas que ha impulsado la reconciliación de los venezolanos, diría que hay muchos, y me cuento entre ellos, que no están preparados para asumir ese proceso, entre otras cosas porque ha habido muchas injusticias y se ha aplicado, como bien dijo, el resentimiento como política de Estado. Estamos partiendo de un punto muy difícil. Entonces, ¿Cómo llegamos a la reconciliación?
Lo primero que diría es que, desde nuestra fe, la reconciliación es un horizonte trascendental que nos mueve, en este aquí y ahora, a caminar hacia allá. A su vez define unos modos de estar en medio de situaciones de heridas y confrontación. ¿Te parece imposible? Yo creo que tenemos referencias en la historia de la humanidad. Mandela, por ejemplo, era un hombre que tenía todas las razones para hacer del resentimiento como política de Estado. Sus enemigos lo llevaron a la cárcel, donde lo vejaron, lo torturaron y, sin embargo, la cárcel para él fue una escuela de libertad. En la cárcel vivió un momento de interiorización y sanación. El Mandela que sale de la cárcel está reconciliado consigo mismo y asume la misión de reconciliar a su país. ¿Lo logró? Todos sabemos que Suráfrica sigue siendo un país herido, pero tiene un símbolo, un referente importantísimo hacía dónde caminar. Lo primero que tenemos que tener claro en este tema, es que la reconciliación se trata de un proceso personal, pero también colectivo. El perdón, que es parte de ese camino, es un acto personal. Nadie puede ser obligado a perdonar. Entonces, estamos ante una encrucijada, o asumimos el camino de la reconciliación, con todo lo que implica, o nos quedamos anclados en el resentimiento y, eventualmente, en la venganza.
En este tiempo de Navidad, ¿Qué mensaje nos deja el padre Alfredo Infante?
Lo primero que diría es que las dinámicas del poder y del consumo desmesurado tienen a generar indolencia, que es lo contrario, o lo contradictorio, a la condolencia. Justamente, de la condolencia nace el compromiso, la solidaridad y la participación. Quien vive en la dinámica del poder se deslinda de la empatía y cae, inevitablemente, en la indolencia. Hay un sector que ha entrado en esa dinámica y eso corrompe la interioridad. Recordemos que la verdadera alegría es la que nace de hacer el bien.
***
*Provincial de la Compañía de Jesús en Vemezuela
Hugo Prieto
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