Alexander Bustamante. Fotografías cedidas por La Rama Dorada Clúster Cultural.
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Más abajo hay una definición clara de lo que significa resistencia. Viene de muy atrás, de la colonia. Se trata de preservar espacios que se han conquistado mediante el trabajo o el esmero propio, donde no interviene la política partidista ni la ideología. Al poder, revestido de cualquier forma de gobierno, no se le debe ningún favor. Aunque hay disposición de construir un capital relacional inclusivo, en el sentido más amplio de la palabra. Si algo bueno dejó el fin de la renta petrolera y su vicioso entramado de compadrazgos y privilegios, ha sido la necesidad, la urgencia, de buscar soluciones distintas a la problemática que ha dejado la destrucción del país.
Una experiencia, vinculada a la venta de libros usados, se convirtió en un clúster cultural. Su promotor, aunque no es el único, es Alexander Bustamante*. Asegura que el proyecto (La Rama Dorada clúster cultural) es sustentable desde el punto de vista económico y ha dejado satisfacciones millonarias entre los asociados que participan en el reacomodo de la ciudad de Mérida.
Es muy extraño ver nuevos emprendimientos en Venezuela en esta época. ¿Qué lo llevó a desarrollar el primer clúster cultural del país? Lo más llamativo es que lo hizo en Mérida, una de las ciudades más castigadas por la crisis, que ya dura más de una década.
Esta historia tiene más de 14 años. Todo empezó con un hecho que nos pareció contradictorio: Que la Escuela de Letras (en la ULA) usara solo fotocopias y no pensara en la producción de libros. Conocimos la experiencia de libros de segunda mano gracias al escritor Ednodio Quintero. Te estoy hablando del año 2008-2009, cuando en Venezuela había una producción editorial significativa y la Feria del libro de Mérida abría oportunidades e inventarios de nuevos títulos que ingresaban a la ciudad. Desde ese momento, hemos transitado por una vía con tres canales. El canal universitario, el canal de la comercialización y el canal del emprendimiento. Hubo un salto importante con el programa Aprendiendo a aprender (iniciativa de Fedecámaras) y pasamos de una actividad marcada por el amor a los libros, y de lo que era un voluntariado, creo yo, a convertir nuestra librería (La rama dorada) en una incipiente empresa cultural. En paralelo, desarrollamos una actividad ecológica para sanear una de las calles del centro de Mérida, en la que había un grave problema de desechos sólidos. Recuperamos las áreas verdes y esa experiencia nos amplió la visión hacia la ciudad y su patrimonio arquitectónico. Fue un despliegue que sirvió para entender dos cosas. Una, la problemática de los espacios públicos. Y dos, lo que significa no contar con políticas públicas. Hemos visto la pérdida de ciudadanía, pero también la necesidad de relacionarnos de una forma distinta con el entorno.
¿Cómo germinó esta idea? ¿Qué aspectos relacionales podría mencionar?
Durante mis estudios doctorales en la ciudad de Barcelona, le hablé de esta historia a mi tutor, quien me sugirió que estudiara distintas experiencias de clúster en el mundo. Allí mismo teníamos lo que se conoce como el Distrito 22@ (una iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona para desarrollar 200 hectáreas en el barrio industrial de Poblenou). Estudié otros casos y regresé a Mérida cargado de nuevas ideas y energía, expandimos la librería, con un inventario más nutrido, y nos mudamos a una casa patrimonial, en el centro de la ciudad (diseño del arquitecto español, Manuel Mujica Millán). La propuesta del clúster lo desarrolla el economista Michael Porter, en su libro “Ser competitivo». Ahí encontré un capítulo muy interesante: las ventajas competitivas de los barrios céntricos degradados. Al menos como ciudades, Barcelona y Mérida compartían algunas problemáticas.
Esta forma de producir riqueza comenzó en California (Silicon Valley) y, bajo distintos esquemas, se ha extendido por todo el mundo. Entiendo que en Barcelona y Madrid esta experiencia está alimentada por el programa de becas Erasmus de la Unión Europea. Diría que la profunda crisis de las universidades autónomas venezolanas ha bloqueado el canal universitario en Mérida. ¿Cuál es el soporte que han identificado ustedes?
El clúster cultural se ha convertido en una alternativa para muchas ciudades del mundo. Incluso ha sido objeto de estudio por parte del Banco Interamericano de Desarrollo. Nosotros estudiamos 20 casos, en los que la respuesta económica ha sido, precisamente, el clúster cultural. Identificamos el tejido productivo del centro de Mérida, con potencial para el desarrollo de la economía naranja o la economía cultural. Hablamos de un tejido importante de alrededor de 50 actores, incluidas empresas pequeñas, medianas, empresas culturales y de tecnología, además de instituciones públicas y privadas. La ventaja competitiva del centro de Mérida -claramente definida en su retícula- es, básicamente, su patrimonio arquitectónico. Nos hemos propuesto desarrollar la idea del Distrito Cultural Manuel Mujica Millán -arquitecto español que tuvo gran influencia en el desarrollo urbanístico, tanto de Caracas como de Mérida, a mediados del siglo pasado-. A este proyecto se unió la Cámara de Comercio y la Cámara de Turismo del estado y uno de nuestros objetivos es revitalizar el centro de la ciudad, que en este momento atraviesa por un marcado deterioro. ¿Mencionabas el caso de la ULA? La universidad ha perdido el 80 por ciento de sus estudiantes -actualmente la matrícula se ubica entre ocho mil y diez mil estudiantes que viven en Mérida-. Además, el deterioro de la conectividad, aérea y terrestre, ha tenido como consecuencia una reducción del 90 por ciento del turismo. Hemos ido buscando nuevos patrones y respuestas distintos a los que ya conocíamos, tanto en el turismo como en la vida universitaria.
¿Podría hablar de algunas experiencias con el sector público, digamos, con instituciones gubernamentales? ¿Cómo ha sido la vinculación con este proyecto? ¿Ha sido diferente? Digamos que en estos años hemos visto mucha exclusión y una saturación del pensamiento único en las plataformas culturales del chavismo.
Mérida es un estado altamente opositor, tuvimos un gobierno local -tanto en la alcaldía como en la gobernación- que ayudó a que esta iniciativa avanzara. Pudimos contrarrestar, justamente, lo que me estás diciendo. El año pasado, esos espacios políticos se perdieron y regresamos a la gestión oficialista. En este momento, estamos en un proceso de recomposición de las relaciones, así como ellos están redefiniendo los vínculos locales. Nuestra propuesta es promover la gobernanza como una manera de convivencia social. Hay cierta apertura y ahora estamos en una etapa de transición hacia nuevas relaciones. Nuestra forma de hacer oposición es a partir del trabajo y de promover la cultura. También ha sido una respuesta a una idea que se viene interiorizando en muchas partes del país: es el fin de la renta petrolera. Nuestro proyecto tiene muy poco que ver con el modelo cultural del petróleo.
Vivimos en un país en el que prevalece una enorme desconfianza. ¿Cómo ha sido esa aproximación al sector gubernamental? Creo que, de buenas a primeras, no es posible poner “manos a la obra”, como decía el promotor de la Gran Venezuela.
Hay dos entes culturales importantes, uno local (El Instituto Municipal de Cultura) y otro regional (Fundación para el Desarrollo Cultural del estado Mérida). Con estos dos entes trabajamos durante tres años y eso permitió examinar el estado de los inmuebles, los museos y establecer alianzas. Quedó ese capital relacional ya establecido. No todos los cargos son políticos y hay gente que viene trabajando, desde hace 20 años, en ambas instituciones. Son alianzas más humanas y en buena medida mucho más profesionales, donde el tema ideológico o la política partidista intervino muy poco, por no decir nada. En este recambio, quedaron esas relaciones, nos hemos reunido en dos oportunidades y ya se ha montado el proyecto para lo que sería la segunda edición del Festival Naranja (iniciativa que reúne a más de 40 emprendedores del estado). Podría decir que hay una disposición de escuchar, ya no es la tendencia vertical que conocimos hace una década, en la que se imponían todos los criterios. La desconfianza es tremenda, es mutua, diría yo. Pero percibo que estas instituciones se están desmarcando del color rojo, a nivel visual. Hay un cambio semiológico, en la estética, en la construcción de los íconos.
Dijo que la ciudad de Mérida está parcialmente aislada. ¿No representa eso una gran dificultad para el desarrollo de sus actividades?
Lo que yo percibo es que hay un cambio de la actividad económica per se de la ciudad. Los expertos hablan de que al menos 80 mil personas ya no viven en Mérida debido a la diáspora. La ciudad perdió alrededor del 40 por ciento de su población y eso lo notamos a simple vista. El modelo anterior -cuyos afluentes financieros eran la ULA y el gobierno regional- dejó de funcionar. De alguna manera, más que reinventarse, lo que hemos visto es un reacomodo. Mérida ha sido castigada por el centralismo, sobre todo por su carácter opositor. A través de la figura del “protector”, al gobernador anterior le fueron socavando funciones, presupuesto y gestión. El actual gobernador, que había asumido el “protectorado”, ha heredado los mismos problemas. Lo que está sucediendo en el suministro eléctrico es realmente grotesco -tanto en Mérida como en Táchira y Zulia-. Hay zonas que pueden estar perfectamente cuatro horas sin electricidad. El teleférico no funciona y el problema de la gasolina ha tenido muchísimas repercusiones negativas. Todo lo que estamos haciendo, en alguna medida, es una respuesta para mantenernos en pie. ¿Cuánto va a seguir funcionando? No lo sabemos, porque cambia el perfil del estudiante universitario y cambia el perfil del turista, estamos entrando en una dinámica desconocida. Al escenario que estamos viviendo, le estamos buscando respuestas por distintas vías. Una de ellas consiste en explorar las distintas oportunidades que ofrece la proximidad con Cúcuta. Es un canal que ya existía, pero se ha reactivado recientemente.
Un clúster ofrece distintos servicios y espacios para emprendedores pequeños. ¿Cómo pueden ofrecer los distintos servicios en Mérida, que es una ciudad tan castigada por el centralismo?
¿Qué hacemos nosotros? Tenemos un inmueble con 10 pequeños espacios; somos librería- con un inventario de 25.000 títulos-, somos café, tenemos un libro club, con más de 600 miembros, cuyo objetivo es pedagógico y didáctico. Tenemos un dispositivo para ofrecer internet, aunque no haya servicio eléctrico. Tratamos de darle respuesta a cada una de las dificultades. Tenemos un programa -Oportunidad Naranja- para los emprendedores del estado. Nuestro espacio es una especie de oasis para cubrir necesidades primarias. Es un espacio de resistencia cultural, como lo hemos llamado. Nuestro modelo de negocios es un híbrido entre el emprendimiento, el arte y la cultura. Tenemos una pequeña sucursal en Ejido, la primera librería que hay en el pueblo.
¿Podría definir el concepto de resistencia, digamos, en medio de las circunstancias actuales?
Mi materia de ingreso a la Universidad fue Literatura Colonial, así que me tuve que meter, como decimos en criollo, un puñal de la conquista. Ahí entendí muchas cosas de nosotros los latinoamericanos. De ahí viene la famosa frase: la resistencia indígena. Yo creo que uno no puede ceder los espacios que ha conquistado por trabajo o por esmero. Aunque millones de latinoamericanos, en alguna medida, tomaron una decisión contraria a sus intereses, por sentirse acorralados o por falta de alternativas. Cuando uno desarrolla un espacio laboral, artístico o cultural, se genera arraigo y, cuando hay arraigo, uno resiste ante la dificultad. Después eso se interioriza en uno y en los equipos de trabajo y la pregunta es ¿por qué voy a ceder estos espacios si, en buena medida, fueron conquistados por nosotros mismos? Se genera la resistencia y, ante una nueva dificultad, se resiste con más fuerza. Es una actitud que se convierte en una forma de vida, en una forma de darle respuesta a todo esto. No hablo de Mérida solamente, somos muchos los que estamos en esta actitud de resistir, porque hay cosas que hacemos aquí que, difícilmente, las podríamos hacer en otras partes del mundo. Si nos hubiéramos ido, ni siquiera esta conversación hubiese tenido lugar. A partir de la resistencia, hemos conocido aliados que tienen la misma actitud. Nos hemos apoyado y también hemos trabajado en conjunto.
Una pregunta algo capciosa: ¿el proyecto de La Rama Dorada es rentable?
En lo económico, sí, y en la satisfacción personal es millonario. Nosotros vivimos del café y de los libros. No tenemos altas deudas. Diría que es una empresa cultural sostenible.
¿Por qué eligieron preservar la obra del arquitecto Manuel Mujica Millán? A excepción de la intervención que hizo en el Panteón Nacional y algunos vestigios de su obra en la urbanización Campo Alegre, no hay mayor registro de su legado en Caracas.
El centro de Mérida tiene diez inmuebles de Mujica Millán. La casa que ocupa La rama dorada, clúster cultural, es la más antigua y fue restaurada, según los planos originales, en 1994. Sus propietarios recuperaron la casa de una manera exquisita, diría yo. Dos arquitectos que viven en Mérida (Bernardo Moncada y José Luis Chacón) se convirtieron en grandes difusores y pedagogos de la obra de Mujica Millán, tanto así que ya hay itinerarios y recorridos por las casas y los edificios. De los 10 inmuebles que hay en Mérida, nueve están en buen estado, incluyendo la catedral, el edificio del rectorado de la ULA y un edificio de dos pisos que recuerda las edificaciones de Madrid de comienzos de siglo. Nos hemos acercado al Ayuntamiento de Vitoria (Navarra, España) para establecer vínculos a partir de la obra que su hijo (Manuel Mujica Millán) desarrolló en Mérida. Lo que vimos en Caracas fue el Panteón Nacional, la iglesia de la urbanización Campo Alegre y la sede de la embajada de Serbia, que ha sido muy intervenida. Otros inmuebles, sencillamente, fueron demolidos.
***
*Alexander Bustamante-Molina. Magíster en Literatura, con estudios doctorales en Comunicación de la Universidad Pompeu-Fabra (Barcelona, España). Librero. Profesor universitario. Gerente fundador de La Rama Dorada clúster cultural. Miembro de la Cámara de Comercio e Industrias del estado Mérida.
Hugo Prieto
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