Entrevista

Alberto Navas Blanco: “La destrucción del país no empezó con Hugo Chávez”

Alberto Navas Blanco retratado por Alfredo Lasry | RMTF

07/05/2023

Dentro de la oferta académica de la Universidad Central de Venezuela, nos topamos con el curso de ampliación Proyecto político y recomprensión del tiempo histórico venezolano, a cargo del profesor Alberto Navas Blanco*. Todavía es muy temprano para evaluar el impacto que ha tenido el chavismo en la historia de esta comarca llamada Venezuela. Pero no para que la evidencia, cada vez más visible, nos lleve a afirmar que se ha acentuado nuestra propensión al militarismo, al nepotismo, al saqueo de los bienes públicos y privados. Somos más dados al palo que a la zanahoria.

Los escándalos de corrupción de los años 80 y 90 palidecen ante la ruina del país. Hay que ser creativos, muy persistentes e ingeniosos para quebrar a una empresa como PDVSA. Que sus siglas se hayan incorporado a la lápida del cementerio empresarial venezolano es todo un récord mundial. En esta conversación, los hechos se van configurando, encajan como las piezas de un rompecabezas, aunque la imagen sigue borrosa, aún no cobra la nitidez de una fotografía. Pero deja ver, en un lapso muy corto de la historia, una secuencia de desaciertos, malas prácticas, corruptelas y vicios políticos que hoy adquieren dimensiones colosales.

¿En qué consiste la recomprensión del tiempo histórico?

Como lo han sostenido los grandes pensadores de la era moderna, la única Historia que existe es la Historia Universal. Lo cual no quiere decir que se pueda estudiar historia regional, local o incluso familiar. La historia es espacio y tiempo a la vez. Venezuela es el resultado de un proyecto histórico, pero debo aclarar que no hablamos de un proyecto político tal como lo conciben y lo exponen los partidos políticos. Ese proyecto histórico venezolano es, a mí modo de ver, político y parte de los tiempos precoloniales hasta nuestros días. Es decir, Venezuela es un proyecto centro-norte costero y las evidencias las señaló el profesor Mario Sanoja. La migración Caribe, que se originó en el Orinoco, apunta hacia el eje centro norte costero, primero en el lago de Valencia y luego hacia la costa y el valle de Caracas. Los conquistadores españoles, que llegan en el siglo XVI, apuntan también hacia el centro por razones económicas. Esa es la causa de que nosotros estemos aquí, en Caracas.

Vamos a ubicarnos en el año 1936, cuando la sociedad venezolana despierta de la pesadilla gomecista y busca espacios de libertad democrática. ¿Podemos hablar de un proyecto político?

Cuando hablamos de proyecto político, no es la elaboración intelectual o programática de un grupo en particular, sino el paradigma en el cual se mueven todos los sectores sociales y políticos empujando hacia algo. Por eso te hablaba del período prehispánico, del período colonial que pone a Caracas como capital y al centro-norte costero, que organiza la República. Ese es un proyecto político y hasta ahora se ha sostenido, se ha mantenido, independientemente de que allí existan patriotas y monárquicos, liberales y conservadores, y más recientemente adecos, copeyanos y comunistas. Es decir, todos confluyen hacia un proyecto nacional que, de alguna forma, tiene sus escalas de tiempo.

Justamente 1936 marca un hito, ¿no?

Ese año marca el fin de un período, que abarca desde 1870 a 1936. Es el fin de la tiranía liberal, tal como la llamó Manuel Caballero. O el Estado configurado como aparato de la violencia. Me refiero a las tiranías de Guzmán Blanco, Joaquín Crespo, Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. Son 66 años de tiranías caudillistas y militaristas. El colapso llega en términos del agotamiento generacional de ese grupo y por los cambios que impuso la economía petrolera, que hizo emerger nuevas clases sociales: la clase media y la clase empresarial. Fueron esos grupos los que presionaron hacia la democracia liberal.

La irrupción de esos nuevos protagonistas se mantuvo hasta el año 1998, pero en términos generacionales también se agotó.

Se empezó a agotar a partir del año 1983, con el gobierno de Luis Herrera Campíns, pero también con la política de lo que ellos llamaron el enfriamiento de la economía. Detrás había una retaliación política al modelo adeco, en el que había empresarios que desarrollaron grandes obras como Parque Central. El sistema entró en una fase de conflictividad que lo hizo inviable. Se destruye el Banco de los Trabajadores de Venezuela, que era un banco con una orientación social. Todo eso tuvo consecuencias políticas muy importantes. Eso lo destruyeron los copeyanos para afectar al proyecto adeco. Acción Democrática también entra en un proceso de deterioro interno y de corrupción administrativa. Se fortalece el nepotismo que gobierna en los partidos políticos. AD era un cogollo de amigos y de intereses, ¿no? De igual forma, se contaminó Copei. Entonces, ese agotamiento que empieza en 1983 se acentúa con la devaluación monetaria y el empobrecimiento de la clase media, en la cual contaba mucho el petróleo y los trabajadores petroleros. Fíjate que cuando emigran los trabajadores de PDVSA, la conflictividad social en el país disminuyó muchísimo.

Afirma usted que “la relación mutua de protección Estado-Sociedad, fundada desde 1958, quedó reemplazada por un irresponsable vacío funcional”. Tengamos en cuenta que el Estado siempre ha querido avasallar a la sociedad. ¿Podría hacer énfasis en esa relación?

Hay muchos ejemplos importantes, pero a la gente se le olvida. Uno, la desaparición del seguro social: una institución altamente eficiente en los tiempos de Pérez Jiménez, Betancourt y Leoni, que atendía en todo el territorio nacional, se suministraba atención médica, se hacían los exámenes médicos, se daban las medicinas. Una institución que fue liquidada por esa misma democracia, después de Caldera I, de una manera extraña y sospechosa. Dos: ¿quién liquida el Banco Obrero? El Banco Obrero jugó un papel muy importante en esa mediación entre la sociedad y el Estado, en lo que respecta a la dotación de vivienda. El Inavi, el organismo que sustituyó al Banco Obrero, se reorienta hacia otra cosa, hacía un mercado de otra naturaleza y más politizado. Tres: empresas insignias como La Compañía Nacional de Navegación y Viasa. Cuatro: grandes empresas nacionales son acosadas y eliminadas, entre otras la Electricidad de Caracas, que era un grupo con vocación hacia el Caribe, Colombia y otros países. Fue un proceso de liquidación del país. ¡Qué lo hizo Chávez! No. Eso viene de antes.

En su momento se dijo que la compra de la Electricidad de Caracas era una simple operación mercantil, una venta de acciones a un grupo estadounidense. ¿Se puede hablar de un criterio político?

Sí, una OPA, una oferta hostil. Había un trasfondo político que venía desde mucho antes. Se quería nacionalizar la empresa porque era eficiente y estaba en plena expansión, con plantas termoeléctricas como Tacoa y otras que se construyeron en los alrededores de Caracas. De esas plantas sólo quedan los restos. Ese grupo empresarial venezolano, que viene desde 1896, pasó de la esfera mercantil y comercial al sector industrial, en un proceso cuya importancia la gente desconoce. Los empleados del Grupo EDC tenían un nivel de vida igual o superior a los de PDVSA en aquel momento. La destrucción del país no empezó con Hugo Chávez.

Alberto Navas Blanco retratado por Alfredo Lasry | RMTF

¿Cuál fue el reflejo político de la desaparición de la Electricidad de Caracas?

No sé si llegaste a leer un libro que escribió Eloy Lanza, que se titula El subimperialismo venezolano (La diplomacia y la política exterior de Venezuela en el Caribe y los países andinos). Ni a los cubanos ni a los norteamericanos les gustaba la presencia y la influencia de Venezuela en el Caribe. Para ellos, Venezuela era un país potencialmente peligroso. Yo recuerdo haber escuchado la incomodidad de los cubanos por el financiamiento que daba la Electricidad de Caracas al exilio en Miami. Algunos interpretaron que el incendio de Tacoa fue un castigo por esa estrategia de expansión. Ya los testigos han muerto y sería muy difícil verificar esa hipótesis. Pero tengamos en cuenta que el Caribe era una zona geopolítica disputada por los intereses cubanos y soviéticos, así como por los Estados Unidos. Quizás le dieron un parado a esa vocación expansionista de los venezolanos. Por no hablar de lo que podría significar la influencia petrolera.

No olvidemos el tema del mesianismo y sus manifestaciones más recientes: Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez Frías. Diría que la sociedad venezolana es adicta al mesianismo.

Esa es una tendencia muy vieja. El cesarismo, que viene de la dinastía imperial julio-claudiana, en Roma, genera la figura del César. Muchos países, de una u otra forma, han adoptado esa figura. El zar es una derivación de la palabra César en ruso. El káiser, en Alemania. El duche, en Italia. ¿Quién era por excelencia el César moderno? Napoleón Bonaparte. El cesarismo es una figura de control político y concentración del poder, que puede ser tan revolucionaria como reaccionaria. El caso de Napoleón o del mismo Simón Bolívar, quien asume el cesarismo en Venezuela, una figura que todos han imitado y seguido. No fue solamente Chávez. Lo hizo Páez cuando repatrió los restos de Bolívar, Guzmán Blanco expandió esa figura y Juan Vicente Gómez, quien supuestamente nació y murió, en fechas coincidentes con Bolívar. Todos asumieron el culto a Bolívar de una manera importante. Y más recientemente Pérez Jiménez, Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez. Quizás Betancourt, Leoni y Caldera fueron más moderados, más discretos. Yo veo la historia a largo plazo y la forma en que Chávez asume la figura del cesarismo ya venía formándose de mucho antes. Por ejemplo, ¿quién trajo aquí a Fidel Castro? No fue Chávez, fue la coronación de Carlos Andrés Pérez. ¿Quién hizo el acuerdo entre PDVSA y la Weba Oil para que Venezuela le diera petróleo a Cuba y —en igual proporción— la Unión Soviética a Alemania? Ese no fue Chávez. Entonces, hay tendencias que vienen de atrás. Lo que hizo Chávez fue montarse en esas tendencias para lograr sus objetivos, ¿no?

La crisis militar es otra tendencia que viene de atrás. La infiltración de la vieja izquierda en los cuarteles. La política militar del expresidente Caldera que, finalmente, vino a favorecer a los oficiales golpistas del 4 de febrero de 1992. Y la ingenuidad, tal como usted lo ha señalado, con que los civiles trataron los derechos políticos de los militares en la Constituyente del año 99.

Desde 1777, cuando el rey Carlos III convirtió esto en una Capitanía General, apunta al proyecto norte costero. ¿Y el jefe quién es? El gobernador y capitán general. ¿Su segundo quién es? El teniente del capitán general, quien lo sustituía en caso de muerte o desaparición. De ahí viene una tradición y esa conseja, que quizás viene de la época de Gómez, según la cual Colombia era una universidad, Quito un convento y Caracas un cuartel. El rey Carlos III establece las milicias ordenadas, ¿y quién entra allí? Bolívar. Todos los héroes de la independencia eran funcionarios del rey. Eran milicianos, eran militares. Salvo Miranda que se fue a Europa e hizo allá carrera militar. El estamento militar, de una u otra forma, se apropia desde 1830, del proyecto nacional republicano, pese a que, en gran medida, fue una obra civil. El 19 de abril fue una obra civil, así como el 5 de julio. Ese militarismo se va a proyectar hasta la Guerra Federal.

En esa secuencia de obras civiles, que se perdieron en manos de los militares, uno podría decir que la democracia representativa, el mayor lapso de nuestra historia en manos de civiles, también se perdió el 4 de febrero de 1992.

Es un proceso invertido. Yo estuve ligado a la docencia en varias instituciones militares y la mayor ofensa que se le puede decir a un militar es: tú pareces un civil. Ellos veían cómo los civiles, de alguna forma, iban a halagarlos, a comprarlos, a ofrecerles posiciones. Había una suerte de contubernio entre los partidos políticos, el Congreso y los ascensos militares. La corrupción de los civiles y la proyección de la disfuncionalidad política e institucional se proyectó sobre las Fuerzas Armadas. ¿Recuerdas el caso Van Dam? ¿El caso de la chatarra militar? Tanto civiles como militares sucumbieron a esa crisis de moralidad y funcionalidad y de nepotismo. El civil tenía la obligación de mantener la autoridad, que le confería la Constitución, sobre el aparato armado, pero la perdió. Recuerda que fue Carlos Andrés Pérez quien sacó a los militares a la calle y, por tanto tiempo, y allí están. Desde ese momento, los militares se asoman al control político del país.

En medio de una diatriba suicida, se pone en marcha la Apertura Petrolera. Los partidos políticos y el Congreso de la República se enfrascan en una discusión irresponsable y se olvidan que el petróleo garantiza el funcionamiento del país. Pero la historia se encargó de verificar que esa política era conveniente, eficiente y perduró en el tiempo. El negocio con Chevron es una especie de máscara de oxígeno para el gobierno del señor Maduro. ¿Qué análisis haría alrededor de ese tema?

Ese tema se aleja de mi campo, pero uno ha tenido que trabajarlo paralelamente. El petróleo fue importantísimo para formar una clase empresarial distinta a la que había con el café, los cueros y el cacao. También impulsa a un nuevo sector de técnicos y profesionales. Y contribuye, de manera determinante, en la expansión de la educación. Durante ese período (son casi 60 años), el petróleo estuvo en manos de empresas extranjeras. Nosotros nos beneficiamos de los impuestos, de las regalías, de las obras de infraestructura que acometieron las empresas petroleras. Pero se creó un mito a raíz de la nacionalización petrolera de Lázaro Cárdenas en México. Que esa política era positiva, constructiva, cuando en realidad ese negocio es muy complejo, con inversiones altísimas y con implicaciones en la economía mundial. Terminamos nacionalizando una cantidad de problemas y a lo mejor no teníamos el personal, los recursos y la ética para manejar ese negocio. Eso les ha pasado a otros países latinoamericanos. Pemex, en México; Petrobras, en Brasil. Quien mejor conoce ese tema es Humberto Peñaloza. Diría, sin embargo, que quienes estigmatizaron la participación extranjera en el manejo del petróleo la están buscando otra vez. Ese negocio no es para cualquier espontáneo, ¿por qué? Porque el mismo que te está financiando es el que te está comprando. Y de alguna forma lleva el control de la economía energética mundial que es insustituible hasta el día de hoy.

Todas las expectativas que se crearon alrededor de otro líder mesiánico, el señor Hugo Chávez Frías, fracasaron.

Por eso tenemos a siete millones de venezolanos afuera. En mi caso, tenía 52 familiares viviendo en el país y ya quedamos 12. Entonces, las llamadas expectativas individuales están asociadas al proyecto nacional, a la suerte que corra el país. Los signos de estabilidad política, de crecimiento económico y bienestar, son los que le dan a la sociedad la confianza en el futuro. Incluso, una dictadura tan nefasta como la de Pérez Jiménez llegó a tener respaldo nacional e internacional. ¿Por qué? Porque hubo un progreso material muy significativo. Y este pueblo es tan olvidadizo que, en 1968, eligió senador a Pérez Jiménez con más de 400.000 votos, que para la época era un aluvión. El mismo pueblo que salió a la calle en 1958. El militarismo ha sido una fuerza intermitente en Venezuela. Recientemente, el chavismo ha caído en esa tendencia, atraído por la fuerza de gravedad.

¿En términos históricos como percibe el país?

En el mundo hay un replanteamiento de la democracia, de lo que conocemos como la democracia liberal, hacia un régimen de libertades restringidas. El Estado va a tener que distribuir bienes y servicios y oportunidades en función de criterios políticos y sociales que dependerán de cada régimen. El sistema Patria, por ejemplo, así como otros mecanismos para redistribuir recursos en Venezuela, ha fracasado. Quizás por lo que decía Marx: «El socialismo es para repartir riqueza, no para repartir pobreza». Hay un gravísimo error en estos pseudosocialistas contemporáneos; pero sea como sea, vamos hacia un régimen de concentración de la autoridad, justamente, para poder distribuir recursos. Sea Maduro, sea El conde, sea María Corina.

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*Ha hecho su carrera académica en la UCV. Licenciado en Historia. Doctor en Ciencias Políticas. Profesor titular en la Escuela de Historia. Profesor Titular Iter-UCAB. Investigador invitado BCV. Cronista oficial de la Ciudad Universitaria de Caracas.


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