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Diario literario 2022, enero (parte III): aire de Navillod, el tigre de Weerasethakul, Marco Antonio, la navidad de Brecht, el Quixote de Baillie
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Navillod, viernes, 14 de enero de 2022
Llegamos a esta minúscula población alpina en una noche blanca y de cristal. El brillo de la nieve, como extendida centella, se opone a la oscuridad del valle. El aire gélido penetra los pulmones y los limpia del aire sucio de la gran ciudad. Antes de ir a la cama, una botella de borgoña malograda por el corcho en mal estado.
Navillod, sábado, 15 de enero de 2022
Poca nieve en las montañas a pesar de las bajas temperaturas (-9, -13). Sin este atributo, el paisaje luce menos hermoso y terrible, lejos de las descripciones de Hamsun o Ramuz. A lo lejos, la imagen olímpica de Monte Cervino, una de las grandes alturas de esta zona de los Alpes.
Traducir y admirar
Son reiteradas, y por eso excitantes, las dificultades que se le presentan al traductor de Shakespeare. La frustración está asegurada, pero como traducir es admirar, en la expresión del maestro José Solanes, insisto en traducirlo como una prueba de fidelidad, como la de los creyentes católicos cuando toman la comunión. No es que el Bardo se me presente como uno de los “inmortales” de Hölderlin; traduciéndolo, sin embargo, me siento como el que ayuda al sacerdote en los oficios.
Armando Reverón
En una lista publicada en Internet de los artistas representantes del “arte povera”, incluyen a Armando Reverón. Una inclusión de lo más inquietante.
Navillod, domingo, 16 de enero de 2022
Comienza el día frente a las imponentes montañas solo con los prados, y las altas cumbres, cubiertas de nieve. En Radio Classique, la conmovedora Ballade No.1, de Chopin, en una versión que desconozco. Me imagino al maestro polaco de niño en los inviernos de la Varsovia a la cual llegó de seis meses de nacido, jugando con la nieve. Lo veo arrastrando su trineo para lanzarse desde una pequeña elevación en un parque no lejos de su casa. Juega y es feliz. No obstante, en los momentos más melancólicos de la balada, lo observo sentado al piano en casa de Madame Sand, con la muerte tuberculosa marcada indeleble en el rostro blanquecino, que hace aún más blanco su negra cabellera, abundante como es patognomónico de los afectados por el bacilo descubierto por el Dr. Koch. Un mal sin cura que hizo estragos a lo largo del XIX y entrado el XX. En el prestigioso salón de Georges Sand, también vemos a Liszt, cuyo rostro hierático sabe disimular la preocupación por la deteriorada salud de su amigo. La próxima vez que Liszt lo vea será durante su multitudinario velorio en la Madelaine, de París.
Milán, miércoles, 19 de enero de 2022
El hombre-tigre de Weerasethakul
Enfermedad tropical es como se llama la cinta del tailandés Weerasethakul estrenada en 2004 y premiada por el Jurado de Cannes. También aquí, como en El tío Boome puede recordar sus vidas pasadas, uno siente el homenaje a grandes realizadores norteamericanos de vanguardia. En especial al visionario Bruce Baillei, cuyas alucinantes transparencias gravitan sobre largas secuencias de El tío Boome… Una de las películas más conocidas de Baillie consta de un solo plano que se extiende por los dos minutos y medio que tiene de duración. O a la formidable Maya Arden, quien, con Meshes of the Afternoon (1943), realizó la mejor película surrealista después de La edad de oro. Enfermedad tropical es dos películas en una, que, sin embargo, no pueden verse de manera separada. La primera película, que ocupa más o menos la mitad de la duración total, es una arcádica historia de amor entre un soldado de permiso y un obrero de una fábrica de hielo. De manera más bien rara en el director con excepción de un muerto anónimo encontrado por unos soldados, aquí no hay tragedia. Nadie muere de enfermedades incurables y los fantasmas son mantenidos al margen. Se trata de una exploración de los sentimientos amorosos al amparo de la inocencia y el candor. Sus protagonistas pertenecen al paraíso perdido. No obstante, como se recuerda, el paraíso, si es que existe, es la más fugaz de las experiencias. En este caso, es apenas el preámbulo al más conocido infierno. La segunda película de las dos que son Enfermedad trópical basa su asunto en la mitología del tigre y su “fearful simmetry” en la cultura indochina. Se cuenta que un poderoso chamán decidió un día convertirse en un hombre-tigre, la más temible de las criaturas que cabe imaginar. Y he aquí que un joven soldado se da a la caza de la fiera que se ha dado cuenta de algunas reses de los campesinos de la zona. Lo que sigue es uno de esos viajes de Weerasethakul, iniciáticos y fantásticos. Se cuenta el encuentro del protagonista con el chamán con forma humana y comportamiento felino. Incapaz de sujetarlo, el soldado casi pierde la vida en el combate. Una vida sentenciada, de acuerdo con las advertencias de unos monos parlantes, que le advierten que el tigre sigue los pasos de quien cree seguir los pasos del tigre. De nuevo, la selva húmeda y dantesca de Tailandia es el espacio de la aventura. La música tiene algo de hipnótico, como la fotografía que alterna los largos planos fijos con alucinantes travellings que siguen al soldado en los desplazamientos tras su presa. Al final, el más imponente de los tigres, encaramado en su rama y con los ojos de una muerte ritual, observa al joven casi desnudo y aterrado a los pies del árbol. Todo hombre, nos dice el director tailandés, tiene su propio tigre que lo espera subido a la rama de un árbol.
Milán, jueves, 20 de enero de 2022
En blanco
Uno de esos días en los que uno no tiene nada que escribir, y en los cuales es mejor no hacerlo. Lo que no sepas cómo decir, no lo digas, o algo así escribió Wittgenstein. Lo mío es diferente. No solo no sé cómo decirlo, sino que ni siquiera tengo nada que decir. Mientras, sigo con mi traducción del Antonio y Cleopatra de Shakespeare, impresionado, como cada vez que leo la obra, por la evolución del personaje de Marco Antonio desde su primera aparición en Julio César, escrita unos nueve años antes. ¿Qué se hizo aquel Marlon Brando quien, con su magnífica oratoria, manipuló la opinión del monstruo con mil cabezas de los ciudadanos de Roma, y lo llevó a repudiar lo que momentos antes había aplaudido? ¿El brillante estratega que en Filipos derrotó a los experimentados Casio y Bruto y que antes, aun cuando no lo cuente Shakespeare, tuvo una actuación brillante y decisiva contra Pompeyo, llenándose de gloria en las llanuras de Farsalia? El Antonio que aparece en el drama que traduzco es una especie de Richard Burton idiotizado por las manipulaciones de Cleopatra. Desde la primera lectura del drama durante mi adolescencia, me ha resultado chocante el Octavio de Shakespeare, pero no queda sino darle la razón cuando advirtió los peligros de mantener un tercio del imperio bajo la égida de aquel héroe degradado. Cavafy se lo advierte en su poema, que recuerde su pasada grandeza, que, incluso en su caída, abandonado por los dioses, tenga la dignidad que mantuvo cuando era la mano derecha del gran Julio César:
Como el que está preparado desde hace tiempo, como un valiente,
despídete de ella, de la Alejandría que se marcha.
Y, sobre todo, no te engañes, no digas que se trató
de un sueño, ni que tus oídos se confundieron;
no te rebajes a tan vanas esperanzas.
Como el que está preparado desde hace tiempo, como un valiente,
como te corresponde por haber merecido la ciudad,
mantente firme frente a la ventana
y escucha con emoción,
no con las súplicas de los cobardes,
el rumor como un último deleite,
los instrumentos sublimes de la secreta comitiva,
y despídete de ella, de la Alejandría que pierdes.
(Ed. Pre-textos)
La navidad de Bertolt Brecht
Con retraso imperdonable, me encuentro con un ajustado poema de Bertolt Brecht dedicado a la Navidad. Fue publicado en una entrega de la revista Modern Poetry in Translation en 2018 en traducción al inglés de David Constantine que me ha servido para mi versión en verso libre al castellano del original alemán. Son veinticuatro versos octosílabos rimados reunidos en cuatro estrofas de seis versos; mi versión, como la de Constantine. No se dice cuándo lo escribió, pero su intención social y marcada ironía se corresponden con la del Brecht anterior a 1932, cuando escapó de Alemania con su esposa judía y sus hijos. En efecto, el poema fue terminado en 1923. Su tono directo, la discreción en el uso de las imágenes, la precisión, su actitud antinarcisista y la consideración del otro en plural le otorgan al texto una contemporaneidad ausente en los “grandes” de la lírica alemana de la modernidad.
LEYENDA NAVIDEÑA
Vísperas de Navidad, y nosotros, los pobres,
pasaremos toda la noche aquí, en esta
fría habitación donde nos encontramos.
El viento sopla afuera y sopla dentro.
Aproxímate, Oh querido señor Jesús, tú también,
porque en verdad te necesitamos.
Hoy nos encontramos juntos,
como paganos que no han visto la luz.
La fría nieve cae sobre nuestros huesos.
La nieve no puede quedarse afuera;
pasa nieve, quédate con nosotros y no digas nada,
porque en el cielo no hay lugar para ti.
Vamos a preparar un ponche caliente
para calentarnos el alma y el cuerpo.
Es lo que necesitamos, un ponche caliente.
Alrededor de nuestras frágiles paredes
hurga algún animal. Pasa, quédate con nosotros,
no tienes a dónde ir en una noche como esta.
Vamos a arrojar la ropa al fuego
para estar más calientes. Las vigas
brillarán y no nos congelaremos
hasta la madrugada.
Pasa, querido viento, bienvenido,
tú, como nosotros, no tienes dónde ir.
Impresiona cómo fue de torpe la crítica literaria de todo el siglo XX. Sostenida por criterios tan dilatados como el de considerar a Brecht como uno de los mejores dramaturgos y uno de los peores poetas del siglo. Para los teóricos de la modernidad, el hermetismo era un atributo de la gran poesía. De allí la consagración de vates como René Char o Paul Celan, quienes hicieron de la oscuridad expresiva una aplaudida virtud. Los tiempos cambian y la sensibilidad. Lo que parecía muestra de la deficiencia mental de Brecht como poeta es reconocida, finalmente, en el nuevo siglo, como la única manera de escribir una gran poesía, una en la cual la comunicación sea esencial. Poesía, cosa cordial, había dicho Antonio Machado, otra víctima del oscurantismo de la modernidad.
Milán, viernes, 21 de enero de 2022
Quixote por Bruce Baillie
A propósito de Weerasethakul, he vuelto a ver el Quixote (1964-65) del cineasta norteamericano Bruce Baillie. La alusión al personaje de Cervantes se justifica porque el medio metraje de Baillie es una crónica visual de su recorrido por la vasta geografía de los Estados Unidos. No obstante, más que una crónica, se trata de un largo poema de imágenes, la gran épica norteamericana que, después de Whitman, todos los vates del país quisieron escribir sin resultados que igualaran al entusiasmo. Lejanamente afín a En el camino, de Kerouac, no es una narración, sin embargo, carece de diálogos y la banda sonora es un collage que incluye cantos aborígenes, sonidos industriales y jazz, por supuesto. Son 43 memorables de la más pura poesía épica, cuyo héroe plural es la población de los Estados Unidos y su paisaje urbano y extraurbano.
Alejandro Oliveros
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