Yeniree Azuaje retratada por Antonio Pérez | RMTF
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«Éramos millonarios, pero no lo sabíamos. Muy humildes, pues», así resume su infancia y adolescencia Yeniree Azuaje, quien ha vivido toda su vida en Telares de Palo Grande, una localidad de la parroquia Caricuao. Su padre tenía autobuses y jeepses. Pero un buen día se hartó de la ciudad y regresó a Boconó, a vivir de la tapicería y de las tareas del campo.
Yeniree era, según sus propias palabras, «la sifrina» de Telares. Estudió el bachillerato en un liceo privado y comenzó la carrera de Diseño en la Universidad José María Vargas. A los 18 años tuvo un embarazo complicado -bajas de tensión, náuseas y desmayos en los trenes del metro de Caracas-, abandonó los estudios y se dedicó a su familia. Era una etapa tranquila. Los medios de vida los proporcionaba un jeep hasta que (a comienzos de 2016) se lo robaron. De la noche a la mañana, Yeniree, junto a su esposo y tres hijos, se toparon cara a cara con lo que hemos dado en llamar «la emergencia humanitaria compleja». Valga decir, la peor crisis que ha vivido el país desde su independencia. «Quedamos con una mano adelante y con la otra mano atrás».
Su liderazgo comunitario empezó en el colegio Fe y Alegría de Telares de Palo Grande, donde Yeniree formaba parte de las Madres Promotoras de Paz. Pronto se vio haciendo suplencias de maestra y poco a poco se fue involucrando en la cocina del colegio. Tenía la posibilidad de llevarle una comida -la cena o el desayuno- a sus hijos. Su esposo se fue a Colombia a buscar oportunidades y una vida mejor. La directora del colegio la recomendó para el programa de Alimenta la Solidaridad en el barrio. Otros líderes comunitarios de Catia le explicaron en qué consistía el programa de comedores para los niños del barrio. Yeniree, que para ese momento «estaba viviendo lo que a mucha gente le había tocado vivir», decidió ayudar. «Yo quiero, yo quiero y yo quiero».
¿Cómo fue involucrándose en el proyecto?
Empecé integrándome a las actividades que se hacían, a desarrollar otras iniciativas, a dar a conocer lo que estábamos haciendo, y finalmente pudimos abrir el comedor. En principio, no quería que funcionara en mi casa. Sentía que era una gran responsabilidad. ¿No encontramos otra sede? Bueno, lo hago en mi casa. Ya son tres años. Servimos almuerzo a 65 niños. Hemos tenido el apoyo de otras madres, pero la líder que se encarga de toda la parroquia soy yo. Jamás pensé que llegaría a este punto. He aprendido muchas cosas en los talleres, incluso a manejar mis emociones, porque yo era una mujer con muchas inseguridades. No ha sido fácil, porque Caricuao es inmenso. He tratado de estar en todos los lugares y dar lo mejor de mí, pese a las dificultades, a las adversidades. Tenemos ocho comedores en la zona y hay muchas mujeres que me dicen «me pasó esto bueno, me pasó esto malo, ayúdame con esto».
¿Usted está coordinando ocho comedores?
Son más de 400 niños los que se están beneficiando. Madres líderes, tres por cada comedor. En cada uno hago el acompañamiento para ver cómo van las cosas. Además, soy líder del programa femenino. Nosotros estamos en una formación constante.
¿Tiene el apoyo de su pareja?
En un momento en el que nos la vimos muy fea, él se fue para Colombia. La pasó bastante mal durmiendo en una hamaca. Le dije, si tenemos que comer arepa con mantequilla todos los días, pues comemos eso, pero estamos juntos. «Usted se viene, se viene y aquí vemos lo que puedas hacer». Hoy, afortunadamente, tiene un ingreso como chofer. Los dos estamos trabajando en lo mismo. Al principio fue duro, porque él no quería que yo trabajara. Esa mentalidad machista que tienen los hombres. Pero hoy en día él ha entendido que lo que yo hago es parte de nuestra realidad. Esta experiencia nos ha servido para comprendernos más como pareja. Hemos aprendido a manejar las situaciones.
¿Cómo son las relaciones, los vínculos, con la comunidad? ¿Cómo funciona la solidaridad?
No es fácil hablar con la gente y que la gente te entienda. En los encuentros presenciales, a veces te das cuenta de que tienen la mente en otra parte. Cuando me involucré en este proyecto y quería implantarlo, hablé con una persona del consejo comunal, que conocía de vista. ¡Hola!, ¿cómo estás? ¿Sabes, muy amigable? Y cuando le comenté que esto era Convive, «No, eso me huele a escuálido. Déjame preguntar a ver. No, no, eso me huele a escuálido». Para su sorpresa, yo logré montar el comedor sin su ayuda. Yo los busqué a ellos, porque supuestamente ellos saben quiénes necesitan y quiénes no. De ahí me cerraron las puertas y más nunca me trataron. He aprendido que una acción vale más que una palabra. Siento que a la gente hay que darle de qué hablar de buena manera. Eso me ha servido. Aprendí a hacer política. Con el resto de la gente, siento que la empatía me ha ayudado mucho. Que la chispa que tengo -en realidad es carisma- me ha servido para conectar con la gente. Yo era la «sifrinita» que iba del colegio a su casa. Ahora conozco gente a la que jamás imaginé que iba a hablarle. Que tocaría a su puerta y me dijeran: «Ven, pasa, y tómate un café conmigo». Más que los programas, que la organización, es cómo llegarle a la gente y que se siente contigo. No es un trabajo fácil, pero tampoco es imposible.
Digamos que salió de su zona de confort. ¿Con qué se encontró en su trabajo?
Ver gente que pasaba por mi casa, quizás bien vestida, arregladita, e ir a su casa y ver que viven en un rancho de tabla, con piso de tierra, con muchísimas carencias, produce un choque muy importante. El contener mis emociones en ese momento ha sido para mí lo más difícil. Queriendo llorar, sin llorar, queriendo reír, sin reír -según la situación-, ha sido mi mayor dificultad para entrar en la comunidad.
¿Podría explicar cómo es la logística que implica atender ocho comedores?
Sin una comunicación permanente creo que no existiría Alimenta la Solidaridad. Nosotros tenemos un grupo de madres que están 24/7, todas las semanas. Desde que llega la comida al centro de acopio y de ahí a los comedores es un proceso enorme. Hay que descargar el camión y seleccionar la comida, dividirla de acuerdo a la cantidad de niños que se atienden. Eso lo hace un equipo logístico los días lunes. Los martes se lleva la comida a los comedores de acuerdo a rutas preestablecidas. Por ejemplo: Telares, Pedro Camejo, Bloques, Macarao y Kennedy, los insumos de esos cinco comedores en un solo jeep. El grupo de madres está pendiente. Una de ellas hace el chequeo de la lista, firma, recibido, entregado, y el jeep va a regresa al centro de acopio para hacer otra ruta. Esto funciona porque hay comunicación y, sobre todo, trabajo en equipo. Una sola persona no lo podría hacer. Por eso existen los equipos. La comida se sirve entre 12 am y 1 pm. De ahí lo que queda es fregar y listo. En tiempos de pandemia, los niños retiran la comida en cada comedor y se van a sus casas. Sin pandemia, los niños comen dentro del comedor. Así somos garantes de que el beneficio le está llegando al niño. ¿Cómo me triplico para atender a mis chamos, para estar en la calle, para atender los ocho comedores? Es un trabajón, pero yo realmente me siento satisfecha.
¿Cuál es el principal beneficio que obtiene de su trabajo?
Mi hijo de 10 años me dice: «Yo quiero ser como tú. Hacer lo que tú haces. Ayudar a la gente». Yo creo que les estoy enseñando valores: solidaridad, empatía y, sobre todo, que piensen en el bien común. Entonces, sí es gratificante.
¿Usted cree que esos mecanismos de solidaridad están cambiando al barrio?
Sí, lo están cambiando. Tendría el impacto que deseamos si el equipo fuera mucho más grande. Hay mucha gente que sabe lo que estamos haciendo, pero no quiere o no se atreve a hacer lo que uno hace. La corresponsabilidad es lo más complicado para que los demás se te unan. ¿Por qué? Porque muchos se acostumbraron a que todo se lo dan. Si yo a ti te doy un lápiz mensual, el día que no te lo dé me vas a reclamar. Nosotros tenemos que romper esa forma de control social. La gente tiene que entender que se puede valer por sus propios medios.
¿Han logrado romper ese grado de dependencia?
Sí, se ha roto. Pero no al 100 por ciento. Que la gente entienda que el control social es chimbo, que no es el deber ser, es muy complicado.
¿Cómo diría que ha cambiado?
A pesar de que no pude terminar mis estudios, toda esta etapa de formación me ha ayudado inmensamente. Desde ser mujer hasta valorarme a mí misma, a cómo criar a mis chamos. Todo eso se lo debo a esta organización y por eso trato de dar lo mejor de mí todos los días. Si no hiciera esto, capaz estuviera en mi casa lavando y planchando. O perdiendo el tiempo. O rumbeando, no lo sé. Siento que este esfuerzo tan grande ha valido la pena.
¿Tienes otra consciencia?
Mira, yo me la pasaba bachaqueando. ¿Recuerdas aquella época? Yo me la pasaba comprando y revendiendo para poder sobrevivir. Así, literal. Y al día de hoy me pregunto. ¿Coño, qué hice? Estaba loca. Me iba embarazada, con el otro chamo en brazos, a bachaquear. Hoy estoy de este lado. Me gustaría que te unieras y estuvieras de este lado. Yo siempre pongo mi experiencia de vida como ejemplo, porque si yo lo pude lograr, muchas mujeres lo pueden lograr. Hace cinco años yo estaba en mi casa viendo televisión. Hoy me preguntas ¿qué película están dando en tal canal? Mira, no lo sé. Realmente, no tengo tiempo ni para ver televisión. Estoy volviendo a estudiar, ayudando a mis hijos. He aprendido muchísimas cosas más. He aprendido que somos garantes del futuro que queremos. Nosotros mismos somos responsables de lo bueno o lo malo que quieras en la vida.
¿Hay otros programas en los que se ha involucrado?
El programa de liderazgo femenino. Básicamente consiste en empoderar a las mujeres. Nos basamos, más que todo, en violencia de género. Quiero implantar un programa para prevenir el embarazo a temprana edad. Hicimos unas reuniones, donde era la gente la que decía lo que quería aprender. Muchos padres querían enseñarles a los jóvenes a cuidarse, a practicar el sexo responsable. Y con los chamos aprender a ver oportunidades para que sean autosustentables ellos mismos. Hacer talleres con preservativos, con implantes, para tratar de evitar el incremento tan grande que hay de embarazos. No se ha podido dar por temas de pandemia y porque no hemos conseguido la organización que nos preste el apoyo en ese sentido. Pero en tiempos de pandemia se une el miedo con la apatía y eso es un choque bastante grande. Tenemos muchos proyectos tanto en Convive como en Alimenta y hay mucha gente que quiere seguir sumando. Estamos montadas en eso.
¿Cuál ha sido la tendencia de la violencia de género en la pandemia?
Ha aumentado, tanto en las parejas como en los niños. El esposo te pega y al día siguiente lo perdonas. Esto se repite una y otra vez. Hay mujeres que están enfrascadas en ese círculo vicioso y es muy complicado sacarlas de allí. En mi comunidad lo que más se escucha es la violencia hacia los niños. Las madres encerradas en sus casas, abolladas, porque muchas veces no tienen comida para alimentar a sus hijos. Quieren salir a trabajar y no pueden. No tienen a la familia cerca. Son muchas cosas negativas que inciden en las mujeres y, lamentablemente, la pagan con los chamos. Tratamos de hablar con ellas, porque lo que hemos aprendido lo tratamos de replicar con ellas. De eso se trata. Y así, lograr que haya mucha gente con más conciencia.
¿Con qué otro tipo de dificultades ha tenido que lidiar?
La carencia, en todos los sentidos, de los servicios públicos. El racionamiento del agua, ésa es una de las carencias que más preocupa. En la parte baja del barrio pasan hasta 15 días sin agua y en la parte alta hasta mes y medio. ¿Puede imaginar eso? El otro tema son los bajones eléctricos, que ocurren constantemente. El transporte, que te quieren cobrar desde 200 hasta 600 en la tarde. Ahora vemos los arreglos en las autopistas, todo está quedando bello. Pero en los barrios no es así. «Vamos a salir a la calle. Esto no puede seguir pasando». Estamos en una pandemia y no nos puede faltar el agua. «Sí, pero somos cuatro pelagatos». Bueno, pero esos cuatro pelagatos tienen la fuerza para mover a cuatro pelagatos más. «Pero viene la Guardia y nos reprime, nos meten preso, ¿y mis hijos?» El miedo nos acorrala y nos arropa de una manera impresionante. Entonces, no somos garantes de que haya una mejora en nuestra comunidad.
Hugo Prieto
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