Entrevista
Paula Vásquez Lezama: “La política de la desconfianza destruyó los centros de conocimiento”
por Hugo Prieto
Fotografía de Andreína Mujica
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Poner una caja CLAP en la sala de tu casa y pensar qué hay detrás de ella no es un ejercicio que haga todo el mundo. Pero es lo que ha hecho, entre otras cosas, Paula Vásquez Lezama* como parte de sus investigaciones en el campo de las ciencias sociales.
También ha hecho trabajo de campo, entrevistas en el terreno, porque si queremos entender lo que ocurre en el país, no podemos hacerlo leyendo la solapa de los libros. Ése es el tema de la conversación periodista que resumo en las líneas que siguen. No hay concesiones ni lapsos para lamentos y lloriqueos. Pero sin saber quiénes somos y de dónde venimos no vamos a llegar a ninguna parte.
Actualmente hay una gran desconexión entre la gente y la política, entre la gente y los partidos políticos. Una consecuencia visible es la parálisis, el inmovilismo de la sociedad venezolana. ¿A qué obedece esa actitud, esa conducta, no sólo antropológica sino diseminada a lo largo y ancho del país?
Creo que obedece a dos cosas que van juntas. Es el resultado de una serie de políticas públicas del chavismo, que fueron creadas, justamente, para que no haya cohesión social, para no generar intereses en la sociedad y que cada uno se las arregle como pueda con unos individuos que dicen ser el Estado, pero que en realidad lo único que defienden son sus intereses. De lo que se trata es de un sistema en el cual los venezolanos están, básicamente, abandonados por el Estado, cuya misión no es el bienestar, el bien común, sino otra cosa. Tampoco podemos hablar de biopolítica, tal como la entendía Foucault (una forma de ejercer el poder mediante el control de «las necesidades biológicas» de los individuos), lo que ha habido es una intromisión en esas «necesidades» para dominar de la manera más brutal, tal como ocurre en Cuba o en Corea del Norte. Lo vemos con el manejo del covid-19 y la salud pública. Es mentira que haya una política de salud pública, de lo contrario hubiera protección al personal de salud, distribución de agua y de material de bioseguridad. Y más aún: acceso a las cifras epidemiológicas. La segunda cosa que el chavismo logró imponer es un sistema en el cual no hay confianza en el Estado, en las instituciones, incluso en nuestros familiares y amigos. Esa crisis de confianza fue creada para que la gente le juegue al mejor postor. Entonces, tú le juegas al Estado para que te dé la caja CLAP o te transfiera un bono.
Has hecho un diagnóstico, digamos, pero eso no explica la falta de una respuesta de la sociedad venezolana ante al desmantelamiento de las políticas sociales y los mecanismos de control.
¿Una respuesta de resistencia?
No. Diría, más bien, una acción para contraponerse a esta política deliberada. Y como no la ha habido, el chavismo se encontró con una ruta sin obstáculos. No ha habido costos políticos. Voy más allá: no hay costos de ninguna índole.
¿Sí? Yo no sería tan tajante porque hay diferentes planos. Me voy a referir a un caso que a mí me resulta paradigmático. Se trata de Franklin Brito. ¿Qué recordamos de él? Su huelga de hambre y, justamente, su desafío a la expoliación de la cual fue víctima, que terminó pagándola con su vida. Pero si vamos más allá, Brito proponía un modo de producción agrícola que desafiaba los intereses de quienes negociaban con las semillas, con los pesticidas. Entonces, de alguna manera, Brito puede encarnar el caso de muchos venezolanos que, aunque quisieran, aunque demuestren compromiso, saber y buena voluntad, hay algo con lo que siempre vas a chocar: el hecho de que en Venezuela no hay justicia, de que hay un problema de violencia.
Quisiera corregirme -formular la pregunta de otra manera-, porque ciertamente incurro en falsedad cuando digo que el chavismo no ha encontrado ningún obstáculo. Si cabe una comparación con lo que sería un negocio, diría que el chavismo ha obtenido la máxima ganancia de esa política. ¿Cuál es su opinión?
El chavismo se introdujo en una grieta de lo que era nuestra capacidad para construirnos como un sujeto colectivo. Ahí -ya sea el chavismo, ya sea la asesoría cubana- encontró una fragilidad respecto al vínculo que tienen los venezolanos con el Estado. Lo significativo es cuán importante es esa fragilidad. Yo me pregunto, en este momento en que todas las instituciones del Estado han sido cooptadas para servir a unos intereses que no son los del bienestar, sino a unos intereses privados. ¿A quién se dirigen los venezolanos cuando necesitan o una partida de nacimiento o un pasaporte? Intuitivamente, sabemos que no es una buena idea ir a una taquilla. ¿Por qué? Porque no confiamos. Antes confiábamos poco. Hoy, nada. Creo que eso no solamente tiene que ver con la vulnerabilidad del petroestado, sino con nuestra relación con respecto a las instituciones. Entonces, estamos como impedidos, arrastramos como una suerte de hándicap, que nos impide desarrollarnos en nuestro propio medio ambiente y recuperar, por ejemplo, la capacidad, el saber, que teníamos anteriormente, para producir alimentos. Estamos desnudos ante un Estado que ha sido cooptado, que va más allá de un proyecto político ideológico. Eso es una cáscara vacía al final. De lo que se trata, más bien, es de una cooptación de unas instituciones por parte de unos privados extremadamente poderosos, de una casta, y que quizás siempre subestimamos desde la política, pero eso es otra cosa.
Aquí no hay élites que conduzcan el país, digamos, a la sociedad venezolana, pero sí hay una casta militar. Sabemos -lección olvidada en 1812 y cruelmente aprendida en 2002- que los vacíos no existen y que la casta militar juega el papel de las élites. ¿Qué reflexión haría alrededor de este planteamiento?
Que eso es rigurosamente cierto y que el movimiento antiélites fue, en ese sentido, fatal. ¡Caramba! Si comparamos nuestra élite con la de otros países de América Latina, la cuestión del compromiso de construir la nación se dio de otras maneras. ¿Debido a qué? No lo sé, pero ese gran ascenso social -a lo largo del siglo XX- que permitió construir una élite formada en universidades públicas, digamos, que no tiene nada que ver con la estructura de clases postcolonial sino con la modernidad petrolera, por qué no se pudo consolidar más? Es decir, ¿por qué mi generación (1969), que estudió en la Universidad Central de Venezuela, no está en la política? ¿Por qué nos comprometimos tan poco a dirigir corporaciones? ¿Por qué fueron los más mediocres los que vieron una oportunidad de carrera? Los jóvenes que se estaban formando en los años 80, los que iban a dirigir, ¿qué carrera querían hacer? No lo digo desde el nacionalismo provinciano, esa fascinación que tenemos por el paisaje, por el patrimonio natural o la gastronomía, es otra cosa, ¿no? Son las capacidades que tiene el país para hacer negocios, para crear empresas, para invertir. Yo creo que ahí hay una cosa no resuelta con una izquierda radical, que viene de los años 60, que nunca aceptó un pacto democrático. Entonces se juntaron varias cosas, pero el tema de las élites a mí me parece crucial.
Otro asunto que viene a profundizar la crisis es la descalificación del saber, del profesionalismo, de la meritocracia, de la superación individual. Nadie como Hugo Chávez para destruir la sociedad del conocimiento (de esto ha hablado hasta la saciedad Miguel Ángel Campos). Ni siquiera hemos hecho control de daños. ¿Por qué cree que los venezolanos no queremos evaluar eso?
Es un discurso que caló de una manera increíble, ¿no? Y te lo dice alguien, además, hija de profesores universitarios, marcada por la universidad. Mi papá era Eduardo Vásquez, una persona extremadamente llana, pero que a la vez hacía filosofía, y a él le resultaba extremadamente doloroso ver que la gente se creyó el cuento de que tú podías hacer una neurocirugía con el manual al lado. Ahí hay una raíz ideológica interesante que la hemos visto poco, una raíz maoísta. La versión más extrema es la de los Jemeres Rouge (Camboya), donde una condición para que te enviaran a un campo de concentración era que usaras lentes. Es decir, no es una cosa nueva. Pero siempre asombra muchísimo que en Venezuela eso haya calado. Quizás tenga que ver con la fragilidad a la que aludí anteriormente. Justamente hablamos en tiempos de pandemia cuando la controversia científica, alrededor del covid-19 adquiere una dimensión global. ¿Por qué? Porque el agente patógeno es desconocido. Porque tomó desprevenido a los gobiernos. Porque no estamos muy seguros de lo que tenemos que hacer. Es un momento donde se está interrogando a la ciencia, a la experticia y, sobre todo, a la confianza de los ciudadanos en el sistema de salud pública y en sus autoridades.
Lo que hemos visto, en las democracias avanzadas, es la política desconfiando de la ciencia. Pero si descendemos al infierno de Dante que es Venezuela, quizás encontremos la razón por la cual el señor Nicolás Maduro le confió la salud de los venezolanos al “potro” Álvarez en el Poliedro de Caracas.
Exacto. Un acto de irresponsabilidad infinita, que pasa agachado ante la adversidad. Pero no quisiera dejar de lado la cuestión educativa. Creo que una de las cosas más eficaces de esa política de la desconfianza ha sido, justamente, destruir los sistemas de producción del conocimiento en Venezuela. Ya en los años 80 había problemas en la actualización de publicaciones y revistas en la Universidad Central de Venezuela. No había dólares para la actualización de bibliotecas. Ya estábamos rezagados con respecto a muchas discusiones. ¿Qué vemos ahora? Tierra arrasada. La Universidad Simón Bolívar, que llegó a ser un referente en ciencia y tecnología. También, tierra arrasada. Hubo, además, una gran irresponsabilidad en cierta matriz de las ciencias sociales que se volvieron anticientíficas y posmodernas. Tuvimos a unas especies de gurús que no hacían trabajo de campo en las ciencias sociales, tipo Rigoberto Lanz y el propio Juan Barreto, ¿verdad? Todo era (Jean) Baudrillard, pero incapaces de entender lo que estaba pasando en el país, porque no había trabajo de campo y porque la ciencia es «un método de dominación de Occidente». Lectores de solapa de libros que fueron vistos como intelectuales. El chavismo se llenó mucho de eso, ¿no?
Una política que ha tenido un impacto demoledor en el sector alimenticio. Venezuela, al igual que Cuba, importa todo lo que come.
Tú te sientas frente a una caja CLAP en la sala de tu casa, y te hace pensar. Es lo que hago cuando voy a Venezuela. Allí está concentrado todo. Es una caja de basura agroalimentaria, comprada a precios sobrevaluados con petrodólares subvencionados para favorecer unos intereses. Y eso es lo que comemos. Además, sirve como herramienta de control político. A eso se resume: una especie de serpiente que se muerde la cola. De un hambre, de una debilidad de los países petroleros que dependen de las importaciones y de la perversión en el uso de las divisas, obtenidas por la venta de crudo o de la corrupción con el oro. Como que no podemos hacer más nada en la producción de alimentos y tenemos que comer eso. La comida es lo más humano, ¿no?
Mirando la caja Clap, te faltó imaginar la aspiradora que succiona los dólares que aún pudieran subyacer en el ingreso de la gente. Entonces, se cambia la producción de alimentos por un mecanismo para captar divisas. Por cierto, la dictadura cubana se apropió de la idea con una presentación de productos más sofisticadas en tiendas ad hoc.
No, me corrijo. ¡Es eso! Y si te pones a ver, los soviéticos fueron maestros. En eso los cubanos lo que hicieron fue adaptar técnicas muy soviéticas. Hay algo de eso en El fin del «Homo sovieticus». En Rumania, donde hubo escasez y hambre bajo la dictadura de Ceausescu, había dispositivos extremadamente similares a las cajas CLAP. Claro, sin petroestado y sin un sistema financiero globalizado que le permitiera a un tipo como Alex Saab hacer todas las maromas financieras con tantos ceros. Son otros montos. No los puedes comparar. Los montos de la corrupción venezolana, en este sistema de perversión de lo que es un estado socialista, nos pone muy por delante en lo que es esa captación de divisas. Esa circulación de dólares y de cuentas, vista en los Papeles de Panamá, no existía en la extinta Unión Soviética. Era un mundo más cerrado.
Habrá quien lea esta entrevista y eche en falta que no dimos con la fórmula para superar la tragedia y la crisis política que estamos viviendo. ¿Por qué cree que ciertos análisis producen urticaria? ¿Por qué cree que los venezolanos no podemos llegar a una respuesta?
Como decía Borges, «un hombre son muchos hombres», así mismo podría decir que un país son muchos países. Venezuela son muchas cosas. Y quizás por esa razón yo le huyo a todas las generalizaciones. El oficio del antropólogo de lo contemporáneo te obliga a indagar en lo que otros no ven. Y en esa visión de la fractalidad, yo pensaba en CADIVI -quien esto escribe pensaba en los tenedores de bonos de la deuda soberana a quienes les depositaron sus intereses hasta hace muy poco-, también pensaba en voces como la de Asdrúbal Baptista, quien tenía un conocimiento profundo de la economía venezolana. El hecho de que si nos comíamos esa renta y no invertíamos en conocimiento, en capacidades, pues colapsábamos, ¿no? Eso fue lo que ocurrió. Un país quebrado. Una casta que cooptó el Estado y que se ha sustentado en la renta petrolera y más recientemente en el extractivismo. Dispositivos como CADIVI han hecho que nos volvamos acomodaticios y que te llevan a decir: Bueno, ya veremos.
En el fondo seguimos añorando el pasado.
No es azaroso que cuando uno va a las investigaciones de los que la gente pensaba de los regímenes de los que hemos hablado (la extinta Unión Soviética, Cuba, Camboya, Rumania), es… ¡Que no había futuro! Y lo más curioso es que cuando se produce el colapso, la gente se siente más desprovista de futuro. Por lo menos antes tenía la caja CLAP. Eso es tremendo. El fin del «Homo sovieticus» me parece un libro extraordinario. Esas añoranzas por el sistema soviético, a las que se añade la incapacidad de Rusia de construir una democracia. Haber derribado las estatuas de Stalin para que esté Putin, pero eso es otra cosa. Actualmente estamos sujetos a la supervivencia y en esa condición el proyecto de vida se vuelve muy abstracto, justamente porque hemos acabado con la noción de carrera posible. Y las élites como que no tienen carrera en ese sentido.
Hay una necesidad enorme de hacer país. Tú, que vives afuera, ¿cómo crees que puedes hacer país? Si hubiera una visión clara de adónde ir. ¿Qué aporte pudieras dar?
Muy modestamente me gustaría hacer lo que estoy haciendo, no porque sea muy bueno, sino porque siento que me queda mucho por hacer. Siento que el velo que he podido correr sobre ciertas realidades ha servido para ver cosas. De hecho, me lo han dicho. Seguir haciendo trabajo de campo, ir al terreno; sé que es peligroso, muy peligroso, pero es preciso seguir investigando, seguir haciendo entrevista, concebir proyectos de investigación para entender lo que tenemos al lado. En ese sentido, apoyar a los investigadores venezolanos. Cuando voy a Venezuela intento dar charlas y publicar en español lo que ya se publicó en francés o en inglés. Yo estoy a la orden en ese sentido. Cuando vienen estudiantes venezolanos a París que están en mi área, trato de orientar para que haya excelencia académica. Uno de los dramas de las ciencias sociales es que se convirtieron en una especie de bastiones de militancia y la gente es activista antes de ser investigador. Eso ha sido muy terrible y lo hemos visto con los sociólogos que están en el chavismo.
* Socióloga y antropóloga venezolana. Escritora. Residente en París. Profesora e Investigadora titular del Consejo Nacional de la Investigación Científica de París (CNRS).
Hugo Prieto
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