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Dámaso Blanco es uno de esos caballeros del béisbol que sentimos que nos pertenece. No importa cuál sea el equipo de nuestros amores y tormentos. Dámaso fue un destacado custodio de la “esquina caliente” y más tarde se convirtió en un querido comentarista.
Cuento por montones los amigos, y también sus hijos, que me dicen que durante muchas temporadas, la última voz que escucharon antes de dormirse, analizando un juego del Magallanes, fue la de Dámaso.
Dámaso se inició como pelotero profesional con el Pampero bajo el mando de José Antonio Casanova (1960-1961), quien valoraba su excelsa defensa de la antesala y se lo llevó con él luego de que Alejandro Hernández le “vendiera” el Pampero por un bolívar. En esa primera nómina de los recién nombrados Tiburones de la Guaira, estaba el nacido en Curiepe el 11 de diciembre de 1941. De ahí, y esta parte de su historia a mí me encanta contarla, pasó a los Leones del Caracas que dirigía Regino Otero. Ahí estuvo cuatro temporadas y media. En la 67-68 fue cambiado al Valencia y al año siguiente, cuando dejó de existir el Industriales, pasó a ser distinguido miembro de la tripulación de la Nave. Terminó su historia en la LVBP en la 76-77 con los Tigres de Aragua, pero es preciso reconocer que es un histórico de los Navegantes del Magallanes y su nombre permaneció ligado a los bucaneros con su trabajo frente a los micrófonos.
Hay mucho que recordar de Dámaso y los “Eléctricos”, pero creo que no me equivoco si resalto su actuación en la Serie del Caribe de 1970, la primera que ganó un equipo venezolano en toda su historia.
En el penúltimo juego, del 10 de febrero, recuerda el general José Antero Núñez, minucioso escritor y compilador de las Series del Caribe: “En el noveno inning los Leones de Ponce, representantes de Puerto Rico, montaron una seria amenaza: empatados a tres carreras y con corredores en los ángulos, el bateador Santos Alomar intentó un “squeeze-play” por tercera; pero Dámaso, al intuir la “jugada suicida” de los boricuas, se desprendió en veloz carrera, recogió la pelota con la mano limpia y, aprovechando el impulso, se la pasó al receptor Ray Fosse para completar un out de leyenda, salvando a Magallanes de la derrota”.
Más tarde dijo de esa jugada: “El out me devolvió la vida”.
Magallanes ganó ese cotejo con pizarra 4-3 en once capítulos para una novela y la magnífica canción de Billo que dice “El béisbol venezolano con cariño lo describe, el equipo Magallanes es el Campeón del Caribe”.
Aunque no destacaba como bateador, sus compañeros le decían que su destreza defensiva lo llevaría a jugar en las Grandes Ligas, cosa que sucedió en 1972, cuando luego de una larga pasantía en las menores, llegó a los Gigantes de San Francisco. En el equipo de la Bahía, por cierto, heredó el locker de Willie Mays, quien había sido cambiado a los Mets antes de la llegada de Dámaso. Esto último es una anécdota que es sabroso escucharla contada por él, lo dice con orgullo y verdadera humildad.
Él fue uno de los Héroes de Chicago que hace sesenta años, en 1959, logró la hazaña del Oro Panamericano en el histórico Comiskey Park de Chicago, cuando derrotaron a Puerto Rico con pizarra de 6 carreras por 2, dándole a la Venezuela, que recién saludaba la democracia, una alegría que siempre debe recordarse.
El Dámaso uniformado en el terreno de juego, le hizo aprender perfectamente el inglés y ganar experiencias que más tarde le sirvieron de herramientas para sus comentarios interesantes sobre el béisbol, y que solo pueden saber quienes han estado en el diamante con los spikes puestos.
Hoy en día es muy bonito verlo en un estadio entrevistando a todos los peloteros venezolanos, boricuas, dominicanos, colombianos, asiáticos, australianos, canadienses y de Estados Unidos, con sus conocimientos de expelotero y de indiscutible hombre de radio y televisión.
Una invalorable virtud lo caracteriza: su generosidad para transmitir conocimiento a quien quiera preguntarle. No sé si se ha dado cuenta, pero se ha convertido en un maestro.
En estos días coincidimos en la cobertura de la Serie de División entre Rays y Astros, en Tampa, y quise hacerle un corto vídeo para que saludara a la afición venezolana que me sigue en Twitter. Fue impactante para mí la interacción que tuvo. Fueron centenares de respuestas, cargadas de admiración y cariño. Fanáticos de todos los equipos le enviaron mensajes para hacerle saber el aprecio que se ganó. Le hablaron de sus tiempos como jugador, de sus momentos como comentarista y conductor de La Esquina Caliente, y la inolvidable dupla con su entrañable Beto Perdomo.
Al ver que estaba con él en Tampa, me escribió el amable Eusebio Torres, padre de Gleyber, para saludarme. Me contó que él y Dámaso son primos. El papá de Eusebio, Gumercindo Torres Blanco, es de Curiepe y son familia. Puse a Dámaso a leer los mensajes de Eusebio y fue así como se enteró del nexo familiar que lo une al estelar segunda base de los Bombarderos. Me dijo que si bien sentía orgullo por ser su compatriota, ya tiene otro motivo para estarlo aún más. Le di a cada uno el número del otro y ahora los primos están en contacto directo. Yo me quedé con esta linda historia que les estoy contando.
Hablamos muchísimo, compartió sus recuerdos y fue como una especie de comentarista particular durante los juegos. Siempre se aprende de leyendas como él.
También tocamos el tema de Venezuela. Lleno de nostalgia me confesó que aunque está bien viviendo en Florida, y con la oportunidad de ir a juegos y cubrir momentos especiales que luego comparte en sus redes, extraña su casa en las bellas montañas de Los Altos Mirandinos. Su casa, que se llama Perseverancia, se la ganó a punta de trabajo y disciplina. Echa de menos esa casa: sus árboles frutales, la amabilidad de sus vecinos.
Su nostalgia va más allá. Su casa en verdad es Venezuela entera y cuando piensa en eso irremediablemente llora. Habla orgulloso de su recorrido, de los valores que le inculcó su padre acerca del buen obrar y mantenerse alejado de los vicios, de hacer familia y ser agradecido.
En varios momentos de nuestra conversación suspiró y sus ojos se llenaron de lágrimas. Unas de esas que acompañan la añoranza y otras que vienen con la tristeza. Dámaso Blanco ama Venezuela. A medida que le fui leyendo todo el amor que llegó en respuesta a mi mensaje en Twitter, se conmovió. “Es tu cosecha”, le dije.
Ya se iba a echar a llorar, pero respiró profundo y se quedó mirando el diamante. Sonrió, y me comentó una jugada de Willy Adames en el hueco y el tiro perfecto a Ji-Man Choi en primera base para disimular la emoción de saberse tan querido.
Dámaso Blanco es una gran figura deportiva y hombre de los medios. No pierde vigencia, se adapta a la sabermetría y a las nuevas tecnologías de la comunicación. Es una dicha seguir contando con él, porque es de lo mejor de nuestro inventario.
“¡So long!”.
Mari Montes
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