Fotolibros

Sobre el fotolibro “Pido, prometo y pago”, de Jorge Luis Santos

Imágenes del Archivo de Fotografía Urbana

19/06/2018

En la entrega #33 de «Apuntes del Fotolibro», compartimos el fotolibro Pido, prometo y pago. Fue producido y gestionado por su propio autor, el fotógrafo Jorge Luis Santos. El material visual sobre las manifestaciones del fervor religioso venezolano que lo conforma, fue producido durante ocho años de trabajo y la edición impresa se presentó en marzo de 2017 en la ONG (Organización Nelson Garrido). El fotolibro tiene un tiraje de 500 ejemplares de los cuales 100 son numerados. Contó con la asesoría editorial de Nelson Garrido, el diseño gráfico de Argenis Valdez y un texto interpretativo del músico, investigador y fotógrafo argentino Eduardo Segura.

“Pido, prometo y pago”, la transparencia de un circo ceremonial

Jorge Luis Santos fue el fotógrafo que en mayo de 2016 inició el ciclo de 35 entrevistas que realicé para intentar un panorama plural y dinámico de la fotografía venezolana actual. Aquella entrevista, que titulé “¿Qué pide, qué promete y qué debe pagar Jorge Luis Santos a la fotografía?”, se hizo en la galería Tresy3 de Las Mercedes, donde las imágenes de este documentalista ofrecían al público la posibilidad de re-crear lo espiritual vernáculo desde una mirada reflexiva, aguda y cercana.

“Pido, prometo y pago” demoró ocho años en tomar cuerpo, de 2009 a 2016, en un recorrido que llevó a su autor del Distrito Capital al Estado Miranda, del Estado Miranda a Cojedes, y de Cojedes a Aragua. Comunidades de Caracas, Chacao, Tinaquillo y Villa de Cura recibieron a este hombre que procuraba hacer de lo espiritual, con todo y sus atavismos, materia visual abierta a la observación de cualquiera, pero sobre todo de aquellos que no forman parte del ejercicio penitente que nutre la fe de los sujetos fotografiados.

Lo expuesto en aquella galería constituyó la materia visual de una primera realidad sostenida sobre la imagen fotográfica y que además venía a revelar un claro contracampo: la propia fe del autor, la cual invitaba a la reflexión sobre un pequeño fragmento de identidad nacional. Sin duda, un trabajo que exigía mayor difusión y un aval de perpetuidad documental.

Enterado de su afán organizador y de registro de archivo, así como de su ocupación en el tema del fotolibro, le pregunté sobre esta posibilidad. La respuesta fue precisa: “Soy fiel creedor del concepto editorial en la fotografía, porque el libro es la mejor forma de conservar memoria para un fotógrafo y además tiene una movilidad impresionante. Tú puedes montar una exposición y te puede quedar bellísima, pero una vez que la desmontas, si no queda un catálogo, no quedó nada. Y si logras vender obras, pues la exposición queda desmembrada. La mejor forma y el mejor discurso lo das en un libro”.

De esa respuesta a ver el trabajo “Pido, prometo y pago” resguardado para la historia y disponible al público para su disfrute en una edición impresa autogestionada que cuenta con la asesoría editorial de Nelson Garrido, el diseño gráfico de Argenis Valdez y un texto interpretativo del músico, investigador y fotógrafo argentino Eduardo Segura, transcurrieron apenas tres meses.

Los penitentes retratados por Jorge Luis Santos García en una escala de grises que se mueve entre la clave baja y alta, siempre de tono mayor, de rodillas, con las manos atadas a la espalda, descalzos sobre el asfalto ardiente bajo el sol del mediodía, en risa o en llanto, con rostros plenos de pasión, de esa misma pasión que sostuvo a Jesús de Nazareth en su suplicio, avanzan ahora por caminos que se trazan sobre papel Lumisilk de 150 gramos, para abarcar el espacio de 72 páginas contenidas, en el principio y en el final, por una distinguida tapa dura.

Con un tiraje de 500 ejemplares, de los cuales 100 son numerados, “Pido, prometo y pago” se suma a la lista de fotolibros venezolanos concebidos y resueltos con un criterio que trasciende la producción de un simple catálogo de imágenes, e incluso la de un cuidadoso medio para el resguardo y la persistencia de un determinado trabajo fotográfico.

De manera independiente a la calidad de las fotografías, resulta notable el objetivo de generar una obra artística. El cuerpo imagético[1] del fotolibro “Pido, prometo y pago” parece estar compuesto en atención a la propia dinámica de la actividad penitente. No es un simple álbum de fotos donde se muestran escenas típicas o memorables. Las 67 fotografías que dan forma al libro se presentan con el mismo ritmo ceremonial que asume la tradición romerista o peregrina: vemos una imagen de apertura que es el registro de un detalle de profunda simbología, la planta de los pies de un cofrade que avanza de rodillas. Desde acá, el discurso se desarrolla con respeto a un determinado hilo narrativo: marcha del detalle simbólico a la expresión directa del “dolor social”, interpretado en los rostros y actitudes de los sujetos retratados, algunas veces de éxtasis otras de dolorosa y apacible serenidad.

Al abrir el libro la primera vez, pensé en la frase con que el colectivo fotográfico español Ruido Photo finaliza la exposición de su propósito documentalista: “No nos importan las fotos. Nos importan las historias”. Solo que en el caso de “Pido, prometo y pago” se nota el afán esteticista de la imagen fotográfica, al igual que la intención de levantar las escenas representadas con cimientos y entramados que procuran el dinamismo gráfico: el autor urde el argumento total del libro mediante el intercalado de fotografías de diferentes tamaños y formatos, así podemos ver que escapa a aquella típica sucesión de imágenes de dimensiones únicas, que con mucha frecuencia y sobre todo cuando son tantas, convocan la monotonía — a menos que se trate de un conjunto de piezas maestras, de alto nivel estético o profundo impacto emocional, como lo han demostrado cada uno de los fotolibros del brasileño Sebastião Salgado o del español Gervasio Sánchez.

Para sorpresa y satisfacción del observador, en “Pido, prometo y pago” podemos encontrar fotos que ocupan el centro de la página, en formato 10×15 cms, seguidas de otras que van del borde derecho al izquierdo, en formato 15,5×23 cms, e inmediatamente alguna en formato vertical con dimensiones de 13×20 cms. Pero igual encontramos fotos de 14×20,5 cms, que anteceden una imagen a doble página, tamaño 19,5×46 cms, y de repente la sorpresa de una foto vertical a página completa, pero donde el tamaño de la página es de 12,5×19,5 cms, es decir, una postal.

Como si fuera poco este dinamismo, también nos sorprende este fotolibro con momentos en que encontramos micro historias relatadas en dos páginas, con un conjunto de tres fotografías distribuidas así: página de la izquierda, una foto en tamaño 15,5×23 cms; página de la derecha, dos fotos, ubicadas al centro, una debajo de la otra, de tamaño 11×7,5 cms cada una. Y luego —¿y por qué no?—, alguna página o doble página que nos expone un extracto del texto de Segura, en una tipografía Trixie-Plain, como el que sigue: “Opresión, castigo, miseria, obstrucción, esclavitud; todos sinónimos de una ceguera miserable de nuestros tiempos”, distribuido este texto en la página con una tectónica muy empleada en los libros de poesía durante la década de 1980.

Y una clave para entender “Pido, prometo y pago” como fotolibro está precisamente allí: además de su imagética, de la forma en que compone su discurso visual, la estructura gráfica, como articulación discursiva o lingüística, lo convierten en algo más que un libro para mirar fotos. Es, en su conjunto, un objeto artístico, una obra que en sus dimensiones de 20×23,5 cms, ofrece al público imágenes que, tal como expone Eduardo Segura al cierre del fotolibro, “son ni más ni menos, que la transparencia de un alma sensible a representar un circo ceremonial que habla de un profundo dolor social”.

***

[1] Tomo el término “imagético” prestado de la lengua portuguesa muy a propósito, pues en ésta refiere al conjunto de imágenes y los símbolos y metáforas que estas articulan para componer un discurso narrativo o literario.


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