Crónica

“Yo marcho por los dos, mi amor”

Fotografía de Kenny Jo | RMTF

27/01/2019

—Amor, ¿viste que los mala conducta de aquí se van a enfrentar a los colectivos? Les van a caer a plomo.

—No vayas a salir.

—Ya salí, sorry. Te amo.

Yuraima estaba indignada porque Roberth no le hizo caso. Ya era casi la medianoche.

—Tú solo piensas en ti, Roberth. No me voy a dar mala vida. Que Dios te cuide.

Yuraima no quiso acompañar a Roberth a la marcha que convocó la oposición el miércoles 23 de enero. Tenía miedo. Lunes y martes estuvo pegada al teléfono viendo videos y cadenas que circulaban por redes sociales. Unos guardias nacionales se sublevaron en Cotiza. Mataron a un muchacho de 16 años en Catia y a otro de 24 en El Junquito. Quemaron la casa Robert Serra en La Pastora y una estatua de Hugo Chávez en San Félix. Las tanquetas de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana se abrían paso por las calles del barrio José Félix Ribas de Petare. Quemaban basura y tiraban piedras en barriadas que habían sido bastiones del chavismo y nunca antes habían protestado.

Yuraima y Roberth se conocieron en 2017. Trabajaban juntos en Fondo Común. Ella era ejecutiva de atención al cliente y él era cajero. Roberth trataba de almorzar antes que Yuraima. Se ponía nervioso cuando coincidían en el comedor. Ella tenía cara de pocos amigos; él quería decirle que era linda, pero no se atrevía. Amigas de la oficina le contaron a Yuraima que Roberth le había pedido matrimonio a una novia hacía tiempo. La muchacha le dejó el anillo sobre el televisor y no volvió a contestarle el teléfono. Así confirmó Yuraima que Roberth estaba soltero. Salieron un par de veces con otros compañeros del trabajo, hasta que intercambiaron números de teléfono. Fueron a la feria del Sambil y comieron helado. Roberth no paró de hablar hasta que Yuraima tuvo la última palabra y le dijo que le gustaba. Se hicieron novios.

Roberth tenía pendiente pasar por el registro civil para pedir una copia de la partida de nacimiento. Era el último papel que le faltaba para iniciar los trámites de matrimonio con Yuraima. Los miércoles atendían a las personas con cédulas que terminaban en tres, como la suya. Luego apostillaría el acta y se mudarían juntos a Argentina. Tenía familiares allá, pensaba irse en mayo. Ella viajaría después, cuando él tuviera trabajo. Pero ese 23 de enero todo coincidía. Marcha con nueve puntos de salida en Caracas, metro y vías cerradas para limitar la movilidad de los manifestantes, 61 años del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez. Si Juan Guaidó se proclamaba presidente interino, Roberth suponía que habría plomo.

Roberth vivía en un anexo tipo estudio en Los Frailes de Catia. Tenía 33 años, dos hermanas mayores y dos menores. Su mamá tenía alzheimer desde hacía diez años y vivía con la hija mayor en Margarita. Se rotaban su cuidado entre los hermanos; pasaba temporadas en casa de Roberth. Él se levantaba temprano para asearla, prepararle el desayuno e irse al trabajo.

Yuraima y Roberth se vieron el martes en la tarde. Roberth fue a buscarla a la oficina donde trabajaba en Altamira. Como era costumbre, caminaron unos cinco kilómetros hasta Los Ruices, donde vivía Yuraima. En aquel trayecto se ponían al día. Roberth volvió a preguntarle si quería marchar y ella se negó. “Yo marcho por los dos, mi amor”, respondió Roberth. Estaban preocupados por el aumento de los precios. Así no se podía comer, dijo él. Ella recordó la época cuando hacían mercados grandes en su casa. Ahora compraban lo que comían cada semana. Y la siguiente, “Dios proveerá”. La mamá de Roberth se quedaría en casa esa noche, así que Yuraima prefirió dormir en la suya. Si querían tener un hijo, ahora más que nunca debían concretar el plan: casarse en Venezuela y emigrar a Argentina.

Por los grupos de Whatsapp se compartió un audio aquella noche. Un hombre que se identificaba como “el hampa de San José Cotiza” pedía a los delincuentes de barrios y cárceles que se sublevaran contra el gobierno. Decretaba un “toque de queda” en las calles a partir de las 7:00 de la noche. Roberth llamó a Yuraima con una novedad.

—Amor, sabes que los mala conducta de Catia van a seguir la orden que dictó el pran de Cotiza para imponer toque de queda.

—¿Qué van a hacer exactamente? ¿Se van a enfrentar?

—Sí, caerse a plomo.

Al día siguiente, antes de salir a la marcha del 23 de enero, Roberth le contó a Yuraima que la Guardia Nacional había disparado contra transformadores eléctricos y dejaron a Los Frailes de Catia sin luz. Por eso no se pudo conectar a Internet ni mandar más mensajes. “Cuídate mucho”, insistió ella.

Roberth salió con un grupo de amigos desde la estación de metro Agua Salud hasta Altamira. Caminó hasta la plaza Juan Pablo II de Chacao y presenció la juramentación de Guaidó. Escuchó que convocarían elecciones y habría una transición. Le impresionó la cantidad de gente y la alegría. Se quedó un rato más, lo suficiente para devolverle algunas bombas lacrimógenas y piedras a los guardias nacionales que corrieron a los manifestantes de Altamira después del acto. Cerraron varias estaciones de metro y Roberth y sus amigos caminaron un buen rato, hasta que lograron regresar a Catia pasadas las 7:00 de la noche. Roberth se bañó, comió con su mamá y volvió a salir.

Yuraima se quedó dormida. No sabe qué hora era cuando escuchó el teléfono de la casa. Agarró el celular y tenía tres llamadas perdidas del número de Roberth. Pensó que llamaba para avisar que ya estaba en casa. Volvió a sonar su celular. Esta vez era un número desconocido. Era Rabo, uno de los amigos de Roberth.  

—¿Qué pasó? —preguntó Yuraima.

—A Roberth le dieron un tiro en el cuello.

Yuraima se echó a llorar. Roberth estaba en el Hospital Periférico de Catia. Estaba con dos amigos en la calle, junto con otros 40 manifestantes, cuando escucharon disparos. Como no había luz, no podían distinguir si eran policías o colectivos. Salieron corriendo por la acera, unos detrás de otros. Roberth cruzó la calle y le dieron. Gritó y cayó al suelo. Uno de los amigos escuchó el grito pero no sabía que era él. Estaba oscuro. Se devolvió y lo levantó. Roberth se tapó la herida con la mano. Chorreaba sangre. Como no tenía tiempo de meter la llave y abrir el portón de su casa, siguieron corriendo hasta un callejón llamado La Cueva. Se sentó. Le costaba respirar, había mucha sangre. Se apretaba la herida. Una patrulla de la Policía Nacional Bolivariana iba pasando. Un vecino sacó su carro para llevar a Roberth al Periférico y la patrulla los escoltó.

La mañana del 24 de enero, habitantes de Catia recogieron los casquillos que quedaron después de los disturbios de la noche anterior. Fotografía de Kenny Jo | RMTF

Desde el lunes, en el Periférico de Catia tomaron la previsión de que el personal se redujera a los médicos de guardia, en turnos desde las 7:00 de la mañana hasta las 7:00 de la mañana del día siguiente. Alixon Pizani, la víctima de 16 años, llegó muerto la noche del martes. Otro herido fue referido al Hospital Vargas, el único que tenía quirófano disponible después de descartar al Hospital de Lídice porque no tenía luz, los Magallanes de Catia y el Pérez Carreño porque estaban colapsados, y Salud Chacao porque no recibía pacientes. Esa noche en el Periférico faltaron compresas, gasas, suturas, tapabocas, guantes y monos descartables. Atender a un herido de bala puede requerir entre 20 a 25 paquetes de compresas durante la emergencia. El martes solo tenían tres paquetes en todo el hospital.

La hemoglobina de Roberth llegó a 3. Los valores normales rondan entre 12 y 15. Roberth se había desangrado y no tenía suficientes proteínas en el torrente sanguíneo para que llegara oxígeno a los tejidos. Una de las hermanas de Roberth donó sangre para que lo transfundieran. Lo operaron y descubrieron que la bala entró por el cuello y lesionó vasos sanguíneos. No pudieron sacar el proyectil. Tenían que esperar a la cirujana experta en reconstrucción de tejido para que lo operara a las 7:00 de la mañana, cuando empezaba el siguiente turno.

Los amigos de Roberth no pudieron salir de Catia porque las calles estaban tomadas por las FAES. Nadie pudo buscar a Yuraima en Los Ruices. Le contaron que estaban entrando a las casas, había gritos y sonaban disparos. Yuraima rezaba. Tenía que esperar a que el metro abriera.

Pero no dio tiempo. Roberth murió a las 4:00 de la mañana.

Cuando el féretro llegó a la funeraria Vallés en La Florida, Yuraima no quiso verlo. No permitió retratos para esta nota. Contó su historia, esperó un rato, respiró profundo, lloró en silencio. Se acercó a la urna y limpió el vidrio que cubría la cara de Roberth con el mismo pañuelo que usaba para secarse las lágrimas. Se llena de tristeza cuando piensa en el futuro. Irse de Venezuela es traicionar el plan que tenía con Roberth. No tiene cabeza para pensarlo. Por ahora se quedará.

Amigos de Roberth cargaron el féretro para trasladarlo al cementerio. Fotografía de Kenny Jo | RMTF

Yuraima y las hermanas de Roberth enterraron su cuerpo el sábado 26 de enero de 2019. Fotografía de Kenny Jo | RMTF


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