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Dando continuidad al homenaje que, en ocasión de cumplirse los 25 años de haber recibido el premio Nobel, rendimos a la poeta Wisława Szymborska, publicamos el poema que Carmelo Chillida compuso para ella el día de su fallecimiento.
La poeta polaca Wislawa Szymborska, en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura en 1996, hablando de “verdugos, dictadores, fanáticos, demagogos”, aunque la lista podría extenderse largamente, advierte: “Ellos ‘saben’. Saben, y lo que saben les basta de una vez y para siempre. No se interesan en nada más, porque eso podría debilitar la fuerza de sus argumentos. Y cualquier saber que no provoca nuevas preguntas se convierte muy pronto en algo muerto, pierde la temperatura que proporciona la vida”. ¿Pueden estar más vigentes estas palabras hoy para nosotros? Este homenaje a Szymborska, poeta que ha significado mucho en mi vida, lo escribí la noche que murió, el 1º de febrero de 2012.
I
Amiga, cómo nos haces esto ahora,
en tan difícil momento. Te creíamos inmortal
como un niño cree que sus padres lo son.
Silencio. Un cigarrillo y silencio.
Un brindis –un vaso lleno ante otro invisible–,
un trago de vino, una inhalación
profunda y silencio.
Se supone que debería salir corriendo
a escribir una nota sobre ti, sobre tu obra,
para el periódico.
Hace apenas horas cruzaste la frontera,
tranquila, dormida en tu cuarto, en Cracovia
–el lugar que nunca abandonaste.
Pero qué importa la nota en el periódico
ante esta pérdida. El tiempo se hace lento,
un instante se abre paso entre los otros.
Este no es el tiempo de los periódicos.
Este es el tiempo real, el tiempo
del nacimiento y el de la muerte.
Silencio.
Miro tu rostro nunca repetido
en una galería de imágenes en la computadora.
Siempre esa sonrisita,
de joven y de anciana, de niña pícara
que se burla de todos.
Justamente así fluyen tus versos.
Nunca vi alguien que se pareciera
tanto a su obra.
Me detengo, no escribo una palabra más.
Silencio. En tu honor.
II
Aunque sé que si vieras esto,
seguro lo encontrarías demasiado solemne,
me sugerirías un poco de humor
para compensar, me darías unas
suaves palmaditas en la espalda.
Quizás, con suerte, me invitarías un té
y me ofrecerías un cigarrillo.
Nos sentaríamos en tu viejo
y cómodo sofá y sostendríamos
una breve conversación no hecha de palabras.
Sonríes en silencio, sonríes.
Contigo muere un mundo.
Amiga, quizás no nos hagas tanta falta.
Hemos comprado cada uno de tus libros,
y están en un tramo cercano en la biblioteca,
ellos nos acompañarán un rato más.
Son páginas y páginas para leer,
meditar, releer, sentir el deleite del milagro
que es despertarse cada mañana.
Pero mañana tú no despertarás.
III
Mineral, vegetal, animal fuiste.
Fuiste la mirada que contemplaba las nubes,
las letras que intentaban describirlas en su viaje
y el cuerpo bien asentado en la tierra.
Cuerpo y alma en ti nunca estuvieron separados
–entre nosotros, ese fue
un invento nefasto de Platón.
No recibiste nunca respuestas convincentes,
así que no dejaste nunca de preguntar.
Amiga, no lo niegues,
te interesaban las preguntas, no las respuestas.
En secreto te burlabas de esas respuestas,
de todo discurso seguro de sí mismo.
De los otros, de ti.
Te decían poeta, pero esa burla cordial
era tu verdadero oficio.
Basta verte semisonreír en las fotos,
aun en la Academia, cuando el Nobel,
cegada entre luces y cámaras.
IV
Nunca te fuiste de tu piso en Cracovia.
Viviste las invasiones nazis y las invasiones rusas.
Otros partieron a París, a dar clases
en universidades norteamericanas.
Pasó lo que pasó y tú te quedaste ahí,
sufriendo, escuchando malas y malas noticias,
muertes cercanas. La mayoría de los campos
de concentración estuvieron en Polonia.
Polonia fue el lugar del máximo horror.
Te quedaste y sobreviviste
viéndolo todo, registrándolo todo.
Y sin embargo, de entre los poetas
de tu generación –los que le dijeron
a Adorno que sí se podía
escribir poesía después de Auschwitz–
fuiste la única
que no se estancó en el dolor.
Tú volviste a sonreír porque sabías
que el tiempo de la Historia
se diluye en el vasto
tiempo inhumano del Universo.
V
Es hora de detenerse
–ya habrá horas para leer y escribir.
Toma tú la palabra, termina esta breve elegía:
No existe vida
que, aun por un instante,
no sea inmortal.
La muerte
siempre llega con ese instante de retraso.
En vano golpea con la aldaba
en la puerta invisible.
Lo ya vivido
no se lo puede llevar.
Carmelo Chillida
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