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Primero, vamos a lo estrictamente futbolístico. Venezuela intentó competir. ¿Qué significa eso? Según el Diccionario de la Real Academia, competir es lo que sucede entre dos o más personas, “aspirando unas y otras con empeño a una misma cosa”. En el contexto deportivo, “las competencias hacen referencia a disponer de recursos o soluciones eficaces. Una competencia es la forma en que una persona utiliza todos sus recursos personales (habilidades y experiencias) para resolver de forma adecuada una tarea en un contexto definido”.
Vamos al contexto: la Copa América Brasil 2019. Como todos los equipos, la aspiración de Venezuela fue trascender. Regularmente se trasciende con la victoria, pero como vimos en el caso de Paraguay, también con empates. Entonces, queda claro que más allá de los gustos estéticos, el objetivo es imponerse con las herramientas disponibles. ¿Dónde entra lo subjetivo? En la aplicación del plan o la estrategia.
“La competencia tiene una dimensión ética, moral si cabe, hacia los rivales y hacia los compañeros –incluidos los hinchas, todos los que están detrás del que patea con una camiseta puesta–: lealtad, entrega, solidaridad, responsabilidad, son atributos de la competencia, cuestiones de conducta regladas o no, arbitradas o no, pero que hacen a la posibilidad misma de la existencia del juego. El profesionalismo requiere competidores: los profesionales”, escribió en 2012 Juan Sasturain en un texto hermosísimo llamado “La crueldad diferencia entre jugar y competir”.
El texto de Sasturain para Página 12 es una larga reflexión después de la trágica eliminación de Argentina en la Copa del Mundo de 2002. Aquella selección de Simeone, Sorín, Aimar, Batistuta, Crespo… que maravilló a América, que solo perdió un partido en las eliminatorias en Conmebol, que le sacó más de diez puntos a sus rivales de la zona, pero que no pudo vencer a Suecia y se despidió en la primera fase del Mundial. Sí, aquella gran selección de Marcelo Bielsa.
Saturain contrasta: “El juego, en cambio –o además–, tiene una dimensión estética, casi filosófica, que tiene que ver con los conceptos, los modos, los medios, las formas, los instrumentos, las ideas y las habilidades puestas en el campo para superar al rival. ¿Y en qué consiste en última instancia jugar bien? Consiste en lograr engañar al rival, hacer lo que el otro no espera que hagas a través del escamoteo de intenciones, la astucia, el ilusionismo, la habilidad. Y si esto vale para el ajedrez, el truco o el tenis, ni hablar del básquet o el fútbol…”.
Y las líneas siguientes guardan una similitud escalofriante con Venezuela, a pesar de que el estilo de Dudamel está en las antípodas del de Bielsa: “Pero, o porque, también es cierto que –más allá de resultados que podrían haber sido otros sin escándalo flagrante: ganar ayer, empatar ante Inglaterra– el equipo argentino no jugó de una manera satisfactoria. Pero jugó, eso sí, como se esperaba que lo hiciera: como compitió, con honestidad”.
Podemos estar de acuerdo o no con lo que plantea Dudamel, pero ese fue el camino escogido por el estratega desde mucho antes, incluso con las selecciones menores. Obtuvo resultados que le dieron espalda para tomar el mando de la absoluta. La idea, sin embargo, no está clara, al menos en la ejecución. Existe una aproximación a un modelo de juego que se resume al amontonamiento de efectivos para bloquear al contrario. Sería una idea clara si a partir de allí, pongamos de la recuperación de la pelota, regularmente se activan las herramientas disponibles para llegar al arco contrario, generar una falta, un tiro de esquina, una opción a balón parado… algo. Eso no sucedió o sucedió poco y faltaron ejecutores como Rómulo Otero para aprovecharlo.
Decía César Menotti, radical en su filosofía, que Italia no se defendía bien sino que se defendía con muchos. Hay otras opciones, se puede defender como Colombia, que se marchó de la Copa América sin recibir un gol, plantando cara y buscando al arco sin importar quién esté al frente. El balón como protagonista. O se puede defener como la Vinotinto contra Brasil, claudicando en el ataque. El resultado pareciera que fuera el mismo, pero no es así.
No es casual que los más afectados por las decisiones de Dudamel sean dos de los mejores jugadores en la historia de Venezuela: Salomón Rondón y Wuilker Fariñez. Para ambos fue una Copa América poco acorde a sus cualidades y ambos llegaban al torneo con buen rendimiento. El atacante fue reconocido como uno de los mejores fichajes en Inglaterra. El mejor de su club según el propio Newcastle (11 goles, 7 asistencias) y con registros importantes para un equipo que no se caracteriza por su juego ofensivo. Fariñez es hoy uno de los mejores porteros de la liga colombiana, ídolo en Millonarios (66 paradas, 2,75 por partido). En Brasil, el primero se fue en blanco y el segundo apuntado con el dedo por la opinón pública debido a sus rebotes.
Pero el fútbol no se puede diseccionar. Es un deporte colectivo. Se ataca como se defiende y viceversa, de allí que actualmente los entrenamientos dejaron de hacerse por parcelas. El portero, por ejemplo, ha tomado un rol protagónico en la generación de juego a través de su salida con los pies y los delanteros en defensa para que actúen como primeros bloqueadores de la salida. Claro está, un individuo puede tener un mal día, hasta Cristiano Ronaldo y Messi lo tienen, pero las malas rachas no les duran mucho.
“La Selección compitió con honestidad, pero no jugó lo suficiente. Se perdió, se generó tristeza, pero lo que está en discusión es el modelo, el que transformó a la Selección en el mejor equipo europeo de América, compuesto por una mayoría absoluta de competidores profesionales con diluida raíz futbolera argentina”, sentenció Saturain hace siete años. Hoy podemos ver que los problemas de la Albiceleste continúan.
Es precisamente el debate que debe darse en Venezuela: el modelo. ¿Hay jugadores para más? No creo que talentos como los de Rondón, John Murillo, Josef Martínez, Jefferson Savarino, Soteldo, Juanpi Añor, Darwin Machís deban estar supeditados a defensa y la recuperación. He allí jugadores para proponer más, para incomodar más, para sorprender como bien dice Satuarin al momento de responder “qué es jugar bien”.
Dos detalles que debemos resaltar sobre lo sucedido en la Copa. El primero tiene que ver con la planificación y la manera en que Dudamel ha administrado a una selección que no tiene un lateral izquierdo natural. Después de tres años, es sorprendente que aun no exista un plan B, más allá de Roberto Rosales (jugador que por cierto no fue convocado al principio). Es decir, el técnico de Venezuela es lo más parecido a un planificador porque tuvo todo el dominio de las estructuras juveniles antes de sumarse a la mayor. Allí pudo haber comenzado a hacer diferencias, preparando un relevo.
El segundo apunte tiene que ver con la opacidad para informar sobre casos como los de Soteldo y las lesiones (Yordan Osorio, Rolf Feltscher, Mikel Villanueva) durante el torneo; incluso aquella conferencia de prensa con el tercer portero no es lo idóneo para un cuerpo técnico sin resultados que mostrar, lo que les obliga a mostrar el doble de respeto que exigen a la prensa.
Con César Farías nos aseguraron que la Vinotinto solo podía competir con “el cuchillo entre los dientes”, que los que pensábamos diferente no podíamos sentarnos en “el tren Vinotinto”. Tiempo después seguimos en el mismo punto. Habría que explorar otro camino, porque con Richard Páez se demostró que la diferencia entre hacer historia y ser dominado por ella es superar el miedo. Dudamel todavía tiene un proceso eliminatorio por delante, aunque lo sucedido en Brasil exige un examen de concienza. Porque esta Copa América confirma que mientras Venezuela se asuma como un equipo chico, continuará atrapada entre el querer y el ser.
Jován Pulgarín
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