Fotografía de RHONA WISE | AFP
Destacadas
Te puede interesar
Los más leídos
Escribir sobre la Vinotinto es un ejercicio agotador. Tan agotador como explicarle a un turista en Los Roques por qué lo de Venezuela no es una democracia. Cansa hablar de los tópicos que se repiten tras cada partido: laterales vulnerables, vínculos rotos, asociaciones inexistentes, delanteros desaprovechados, pelotazos sin destino… Se puede adivinar qué va a pasar en un juego de Venezuela sin necesidad de ver el encuentro.
Colombia fue Colombia, con un equipo B. Hasta 9 cambios realizó el técnico Carlos Queiroz con respecto al partido contra Brasil, y si no fuera por esa eterna pelea que tiene el combinado neogranadino con el arco, la experiencia para Venezuela hubiera sido traumática. Incontables las llegadas como los fallos de los delanteros rivales. Santos Borré y Luis Díaz demostraron por qué siguen detrás Duván Zapata, Radamel Falcao y Luis Muriel en la ruta hacia Catar 2022.
Venezuela volvió a la dinámica que le carcome: el técnico culpa a los jugadores, los jugadores hablan de los directivos y al final lo paga la prensa. La ausencia de voces después del partido confirma que las epxlicaciones de lo que sucede en la cancha empiezan en las oficinas. Las convocatorias y las maneras de la Federación Venezolana de Fútbol son tan opacas como las intenciones del mediocampo.
La Vinotinto no se defiende bien. Los rivales le rematan desde cualquier ángulo. Por el contrario, para que los drigidos por Rafael Dudamel gesten una jugada ofensiva deben pasar entre 30 o 45 minutos. El 0-0 es tan engañoso como las intenciones de Pennywise en It. Es probable que estemos en el inicio del fin. No han comenzado las eliminatorias al Mundial y la única certeza que tiene Venezuela es que a lo mejor quién sabe.
Porque la selección de fútbol es eso: incertidumbre. Si se lanza un partidazo es por una inspiraicón divina. Tiene que ver más con esa energía motivacional que cada cierto tiempo vemos en los juegos de conjunto. Le ha pasado al baloncesto, al voleibol y, por supuesto, al balompié. Y la historia se ha encargado de comprobar que con eso no basta.
Podemos engañarnos. Hace poco César Farías desfiló por los medios de comunicación de Sudamérica en el típico lobby que se hace para llegar a la dirección técnica de una selección. En sus reflexiones no existió ni un meaculpa. Insiste en que las decisiones que tomó fueron las correctas. Aún cree que nunca se estuvo tan cerca de clasificar a un Mundial y saca los números del pecho. Es un problema de los líderes, y en específico de los técnicos venezolanos.
No hay mucha diferencia con la política. El liderazgo se asume desde la perspectiva del caudillo. De alguna manera, el poderoso reflexiona poco. Si algo va mal, se siente víctima del entorno y ante la molestia pública, se enciera en su fórmula, aún cuando esa fórmula no rinda frutos; ya sea que hablemos de medidas para detener la inflación o dibujos tácticos.
El 4-3-3 lleva tiempo dejando en evidencia a los jugadores más talentosos de Venezuela. No es casualidad que las mejores jugadas contra Colombia llegaran de los pies de Rómulo Otero, Yeferson Soteldo o Darwin Machís. Pero no fueron opciones colectivas, sino arranques individuales, acciones que requirieron de la inteligencia adquirida en otros campos de mayores exigencias.
Tácticamente, Venezuela se desordena en ese 4-3-3 porque no tiene laterales que pasen al ataque. Y cuando los tiene, supongamos Roberto Rosales (no estuvo ante Colombia) por ejemplo, a los volantes de contención les cuesta ocupar los espacios entre los centrales para evitar cualquier sorpresa tras la pérdida del balón. Tampoco sabe jugar el equipo de Dudamel con interiores. Los volantes se tiran al centro o, como casi no tienen la pelota o la pierden rápido, se agrupan con los defensas, generando un bloque que se aleja a kilómetros del área contraria.
Es natural que habilidosos como Soteldo, Jhon Murillo o Juanpi Añor, desaparezcan del radar si deben recibir siempre en la primera zona de volantes. Contra Colombia fueron evidentes las pérdidas cada vez que los defensas intentaban salir con la pelota dominada. Después de tres o cuatro intentos, las dudas invadían los centrales y el remedio —reventar los balones— retroalimentaba a la enfermedad. En consecuencia, el delantero Jan Hurtado fue una ánima en pena.
Ante esta situación, ¿qué se puede hacer? Venezuela necesita volver a lo básico. La mayoría de jugadores se sienten más tranquilos con el 4-4-2, muy flexible para una eliminatoria. La presencia de fijos como Roberto Rosales, Tomás Rincón y Salomón Rondón, benefician la presión, el quite y las salidas rápidas. Venezuela tiene talento para jugar mejor, de eso no hay dudas, pero si en tres años Dudamel no ha logrado desarrollar un plan fiable, la única vía para competir en las eliminatorias es regresar a lo conocido, aunque ese regreso signifique volver a ver el famoso “pelotazo largo efectivo”.
Jován Pulgarín
ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR
Suscríbete al boletín
No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo