Fotografía Jim Rogash | Getty Images North America | AFP
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De todos los rivales posibles en cuartos de final de la Copa América, a Venezuela le tocó el mejor. No porque sea fácil. Ningún rival lo es en esta instancia. Además, sería atrevido dar como favorita a la Vinotinto cuando en frente está Lionel Messi, uno de los jugadores más desequilibrantes de la historia. Argentina es el rival perfecto porque se encuentra en la búsqueda de una base. No es lo mismo disputar una eliminatoria de un solo partido contra un equipo trabajado, que ante otro que aún se mueve entre el ensayo y el error.
Pocas veces el fútbol empareja a dos países tan semejantes. Sumidos en crisis políticas y económicas, los fanáticos se aferran al fútbol como una evasión. Depositan su felicidad en 90 minutos. El populismo tiene estas cosas: convierte el más mínimo detalle en un duelo entre lo blanco y lo negro; el mundo se convierte en una hipérbole; buenos contra malos, los pro-Messi contra los anti-Messi, los pro-Dudamel contra los anti-Dudamel.
Pero la vida realmente es de grises. Cuesta entenderlo en estas dos sociedades, donde regularmente si no estás conmigo estás contra mí. Chavismo y oposición, kircherismo y macrismo… Los medios de comunicación en Argentina lo entendieron perfectamente, encontraron en la polarización una mina de oro contagiando a los vecinos. La multiplicación de los debates histéricos es el mejor ejemplo. El “se viene”, abrazado por la sociedad futbolística venezolana, es la prueba de la buena exportación.
Dejemos la histeria entonces y centrémonos en la cancha.Volvamos a aquel partido del 22 de marzo de 2019. Argentina venía de vencer dos veces a México en noviembre de 2018, con diferentes nombres, pero con una línea de cuatro defensores. El par de victorias, 2-0, impulsó a la Federación Argentina de Fútbol a ratificar a Lionel Scaloni como el estratega para la Copa América. Y entonces, el nuevo técnico quiso experimentar ante la Vinotinto con una línea de tres centrales.
En el regreso de Messi, 265 días después de despedirse de la Copa del Mundo contra Francia, Venezuela ya ganaba el partido a los cinco minutos. Cada contragolpe de la selección venezolana fue una daga. Salomón Rondón y Darwin Machís se lucían ante el desconcierto de la Albiceleste que cayó 3-1. De aquella línea que formaron Juan Foyth, Gabriel Mercado y Lisandro Martínez no queda rastro.
Lo interesante de ese encuentro es poner la lupa en las estadísticas. Argentina dominó con la pelota (66% contra 34%); los remates (11 x 7) y los tiros de esquina (9 x 2). Un detalle importantísimo: de los disparos entre los tres palos, los de Dudamel solo desperdiciaron uno (de 4, tres entraron) mientras que los de Scaloni erraron más (de 3, uno fue efectivo). En parte tuvo que ver Wuilker Fariñez (2), que tuvo una salvada más que Franco Armani (1). Aún así, en nuestra mente quedó la imagen de una selección venezolana que parecía tenerlo todo controlado.
En la Copa América, Argentina volvió a la línea de cuatro defensores. Empezó ante Colombia con Renzo Saravia, Germán Pezella, Nicolás Otamendi y Nicolás Tagliafico. Contra Paraguay, Scaloni introdujo un solo cambio: Milton Casco por Saravia. Finalmente, urgidos por la victoria ante Catar, Foyth regresó por Pezzella. No es un equipo ordenado, pero la clásica línea defensiva les permitió competir mejor.
Exageradas, como la propia sociedad argentina, las reacciones de la prensa han apuntado contra el funcionamiento grupal sin repasar el tiempo que han convivido los jugadores y el obligatorio rejuvenecimiento. Realmente la Albiceleste tuvo 30 minutos muy buenos ante Colombia. En uno de sus mejores pasajes, cuando Messi jugó más cerca del área neogranadina, el equipo de Queiroz encontró el gol. Una jugada que se explica por tener a un gran pasador: James Rodríguez. Su habilitación de banda a banda deja a Roger Martínez en un duelo de uno contra uno que el mediapunta resolvió como un crack. Ese es el sueño de cualquier estratega.
De hecho, Argentina disparó más al arco que su rival, obligó a que David Ospina interviniera más que Armani y dominó la posesión del balón, pero Duván Zapata, con el segundo remate por dentro del arco (de 5), en un inexplicable recorrido de cancha a cancha sin recibir falta, acabó la partida. Son partidos que lucen “lógicos”, pero difíciles de explicar desde el despliegue táctico.
Contra Paraguay, sí que Argentina mostró su peor cara. Un partido que podría asemejarse a lo propuesto por Dudamel. La Albirroja asumió su defensa en dos bloques y contragolpeó cuando pudo. Los guaraníes recuperaron más balones (63 x 55), remataron más (10 x 7) y necesitaron de menos pases para generar opciones de gol (300 x 386). En conclusión, el equipo de Jorge Almirón cedió toda la iniciativa y tuvo recompensa. Incluso falló un penalti que pudo haber cambiado el destino de su rival. Pero todo esto ya es pasado.
Decía Tagliafico al diario Clarín que contra Venezuela hay que tomar correctivos en defensa. Son sintomáticas sus palabras, pocas veces escuchamos una declaración así previa a un partido de estas dos selecciones. Sobre todo si tomamos en cuenta que esta Vinotinto en Brasil 2019 no es vertical. Sin embargo, sirve para comprender que la urgencia de vencer a Catar, objetivo conseguido en el último encuentro, no se repetirá en cuartos de final.
Argentina es el rival perfecto porque le exigirá mayor creatividad al cuerpo técnico. Un torneo se puede acabar para una selección por muchas razones y no precisamente por jugar bien o mal. Pero pocas veces Venezuela tendrá la oportunidad de encontrar en una instancia definitoria a un equipo sin un plan de acción claro. Hasta Messi parece que está jugando con una revolución menos, ya sea por razones sicológicas o físicas. Son este tipo de encuentros los que signan a una generación; los que dejan ver la madurez de un grupo que parece tener como mayor arma la convicción discursiva de su técnico. Dudamel dijo que el equipo llegó a Brasil para jugar seis partidos. Al cuarto llega con muchas oportunidades para prevalecer. Mayor motivación no puede existir.
Jován Pulgarín
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