El río (2017), de Alejandro Jaffé
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Lo mejor de mí te lo sintetizaré en una frase barroca pero expresiva: apretar los dientes y sin una palabra darse de cabezazos contra el porvenir (que te aseguro es más duro que el granito).
(De una carta de Césare Pavese a un amigo, 1928)
El género humano no puede soportar tanta realidad, afirma T.S. Eliot en el primero de sus Cuatro cuartetos. Semejante verso la presenta como un telón inabarcable, no por extensa sino por difícil y apela a la necesidad de crear imágenes para comprender el gigantesco enigma que tenemos por delante. La poesía, la pintura, la música, aportan significativas imágenes con las que podemos cruzar la calle de la existencia, menos solos, menos locos, menos hambrientos.
Me expreso con imágenes, /no es poco, imágenes también / son los trajes que usas, /no podría encontrarte ni tu a mí / de otra manera, señala W.C. Williams, recordando la minuciosa labor que estas cumplen al sustentar una arquitectura física, psíquica y emocional, pues con ellas se recrea, anima y destruye el vivir. Agrega Williams: Difícil es sacar una noticia / de poema alguno./ Pero todos los días, sin embargo, / hay hombres que se mueren de forma miserable / por carencia de aquello / que en los versos se encuentra.1
Las imágenes no se agotan en medio de las catástrofes y las caídas humanas. Por el contrario, proliferan proporcionalmente a ellas. La felicidad las requiere menos y la plenitud de la vida casi nunca.
En Venezuela, las imágenes que se propagan a diario erosionan los valores del espíritu y nos extravían por su deformidad. En nuestro país, los árboles vienen a socorrernos con su luz verde y azul, pero una realidad descabezada acecha hasta los espacios más íntimos. La reserva de buenas e inspiradoras imágenes es insuficiente y vulnerable ante tal adversario devorador.
A Venezuela como imagen, como retrato figurado o abstracto, la recomponen todos los que la ocupan y la sienten, dentro y fuera de su territorio. Su rostro se asoma al mundo, a la historia y al arte, con lo que preserva y con lo que ha perdido como una cartografía-collage, rota, deshecha.
La imagen del viaje a Ítaca nos acompaña en nuestras muy diversas formas de diáspora. Interpreta el extenso y profundo espectro del recorrido de búsqueda y encuentro del sí mismo, representado por un hombre, un lugar y el viaje de reconocimiento como individuo, como colectivo y como destino. Viaje del que se va y del que se queda. Llamémoslo retrato o travesía que no se mide en distancias ni hazañas sino por el sentido y significado que se da a lo que al parecer no lo tiene.
Las imágenes que apunta con tinta negra, Alejandro Jaffé, un joven artista venezolano, en Halle, Alemania, tratan sobre esta condición. Sobre esta, a veces insostenible, conciencia. Muchas de ellas, las ha plasmado sobre papeles que se han extraviado, lo cual deja entrever cierta urgencia por expiarlas, por dar forma a una emoción. Llorar, gritar, golpear hasta que del llanto, el grito o el golpe, en solitaria alquimia, se decante la imagen.
Hablar de mi trabajo es contar mi historia y la de casi cuatro millones más. Recuerdo el día en el que le dije a mi madre me voy. Recuerdo la noche que se lo conté a mi pareja. En sus ojos comprendí el dolor de tal verdad. Recuerdo la última visita que le hice a mi abuela. La última imagen que me llevé, su rostro con lágrimas, nuestro último adiós. Recuerdo a mi padre cargando mi equipaje. No había visto en veinticuatro años tanta tristeza. Llevo grabado en mí el momento en que me di la vuelta y me monté en ese avión. Me fui de Venezuela. Por el miedo, por las limitaciones. Porque creí todo perdido, porque creí que la felicidad se encontraba en otra parte.
Los primeros años en Alemania fueron increíbles. Llegué en buen momento. Europa florecía en una bella etapa del año hasta entonces desconocida para mí. Los meses venideros trajeron el calor humano en las calles, calles por las que paseaba un enérgico sol que parecía no querer irse a descansar. Las noches igual de radiantes me llenaban de aliento. Yo, tan inocente, tan ciego y soñador.
Europa es bipolar, pues en seis años solo le he visto esa cara un par de meses. Pero no es eso lo que me afecta. No es el frío o la eterna lluvia. Mucho menos el contagioso mal humor que ronda a la vuelta de cada esquina. No es la ausencia de luz ni las incontables distracciones que me recibieron de brazos abiertos. Arrastro conmigo una sombra que me alarga y desproporciona. Una sombra desorientada, madrugadora, extraviada en el tiempo. Invade a tal punto mis pensamientos, que hasta me hace creer que nunca me monté en ese avión.
Desde ese reverso que es la propia sombra y la misteriosa sombra colectiva, apunta estos distantes retratos Alejandro Jaffé. En ellos representa un espacio y un hogar.
El idioma alemán tiene la particularidad o más bien la riqueza casi divina, de poseer algunas de las palabras mas vastas. Parecen abarcar conceptos que sobrepasan sus significados. Dos de las palabras con las que he trabajado desde el inicio de mis estudios de arte: Raum, la cual se puede definir como espacio, y Heimat, hogar. Estas dos palabras han ido de la mano como tópicos de mi quehacer plástico. Me regalan la posibilidad de perderme en ellas, en extensiones inalcanzables, en lugares irrecuperables. Se han convertido en mi portal del tiempo.
A ese sentido de pertenencia y arraigo alude directamente la serie Venezuela en papel. Su autor amplía su lectura al titular algunos de los dibujos que la componen bajo el nombre de El río. La imagen del río como corriente que gotea del cielo, cruza la tierra, en ocasiones atravesando sus entrañas para desembocar en el mar y exponerse nuevamente al abrazo del sol, no puede ser más elocuente. El agua aquí se nos presenta como multitud agolpada. No ocupando el paisaje natural, fluyendo con este, sino atrapada en su marcha, entre cuadrillas armadas dispuestas a reprimir y matar. A veces, la representación de esta masa se torna más explicita, a veces más abstracta. Finalmente las aguas del río humano parecen no tener cause.
Persiste en estos papeles uno de los oficios más antiguos, la actividad de plasmar con la mano lo que hoy en día, sin duda, la fotografía puede revelar con indiscutible veracidad e inmediatez. Por tanto se apuesta entonces, sin apelaciones, por el trazo directo que el temblor y el ritmo, la intensidad y la impotencia, el ojo y el tiempo, han guardado. Estos dibujos, casi esbozos, se despojan, inclusive, de mayor elaboración y acabado. Son directos, expresionistas, a medio camino entre la línea descriptiva y la mancha contrastada, diluida. Una polaridad de fuerzas y densidades está presente como tensión dramática en su composición. Los negros y blancos silueteados, erigidos en columnas, completan perfiles, sostienen cuerpos que se mueven, que se congelan. La extraña luz de un fantasma destaca frágil entre empedrados gendarmes, símbolo del poder. Un bulto en el suelo habla de la muerte.
La serie gráfica Venezuela en papel es sencilla. No fue necesario usar color para representar el dolor de los caídos en las calles. No fue necesario mostrar rostros para sentir la angustia de aquellos que lo viven. Ni siquiera fue necesario ubicarla en un contexto geográfico para darnos cuenta de que se trata de nuestro hogar. Lo único necesario fue el sentimiento. La violencia usa un idioma antiguo y universal.
No se puede sino habitar el trayecto, desencuentro y encuentro. Salir para regresar al que somos. Ítaca, ya lo ha dicho la poesía, como alegoría del lugar al que pertenecemos, no está dentro de un mapa. La encuentra y la funda cada hombre, cada Ulises. Jaffé nos envía con estos trazos, algunas cartas que dan testimonio de las batallas que libra con la memoria.
Alemania marca un antes y un después en mi vida. Nueva cultura, nuevos miedos. Este ha sido un interminable viaje lleno de retos, una etapa de descubrimiento, de aprendizaje y de aceptación. Hace mucho reconocí no haber encontrado lo que buscaba. He aprendido a vivir sin felicidad, sin paz, pues ellas se encuentran secuestradas donde las dejé.
Aprendí a olvidar lo que aprendí, pues el arte aplicado es esclavo de su propia vocación, y entendí que el arte tiene que ver más con dejarse llevar, con lanzar líneas acertadas, socavar, quitar, encontrar, y sirve en tanto devele algo a quien lo percibe.
No hay mayor cosa que agregar a todo lo que dices, querido Alejandro. Como a tantos otros, que les ha tocado en suerte la partida, como a tantos que acá adentro asedia esta noche larga, no nos queda más que seguir y apuntar las horas. Gracias por tus cartas que, sin saber bien cómo, llegan y sostienen la casa.
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Alejandro Calderón Jaffé. Estudió Diseño gráfico y Fotografía en Venezuela. Actualmente cursa el noveno semestre de Artes, mención Escultura, en la Universidad de Artes Burg Giebichenstein, en Halle (Saale), Alemania. Se ha desempeñado como diseñador para agencias de publicidad y revistas, así como creativo en el modelado de esculturas para cortometrajes. Ha realizado exposiciones colectivas e individuales de fotografía, escultura y dibujo. En su más reciente individual: Mein Weg zur Abstraktion (Mi camino a la abstracción) en la Galería Atelier am Schliersee, en Schliersee, Alemania. 2017, Alexandra Korimorth escribe lo siguiente.
«El arte de Jaffé es (también) político. En las pinturas de la serie Heimat (Hogar) 2016-2017, redujo este amplio y complejo concepto a no más que una cabaña aparentemente cuadrada, la cual se asemeja más a un búnker que a un hogar, perdida en un paisaje inhóspito. A pesar de que Jaffé solo usó tinta negra en las pinturas, en esta resplandece, desde el interior de la estructura (por medio de una diminuta ventana) una fuerte y cálida luz».
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1 El asfódelo, esa flor verdosa, William Carlos Williams. Viaje hacia el amor y otros poemas (1954-1962) Editorial Trieste, Madrid, 1981.
Josefina Núñez
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