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No se relatará ahora un debate de actualidad, sino una desconocida disputa de 1836. Todavía la sanidad no se ha percatado de los perjuicios que el cigarro causa a la salud, pero la autoridad toma una medida relacionada con el hábito de fumar que, sin que nadie lo pudiera imaginar, origina una protesta capaz de llegar a las páginas de la prensa y de animar las tertulias de los caraqueños.
En agosto de 1836, el Concejo Municipal de Caracas impone un Reglamento destinado a controlar el contenido de las representaciones y la conducta incivil de los espectadores de los teatros capitalinos. En una de las disposiciones, el Reglamento prohíbe el consumo de tabaco mientras se celebran las funciones, porque: “impregnando la atmósfera del coliseo de gas ácido carbónico, narcotiza a nuestras damas y las pone hediondas a carbón”.
La medida provoca una airada reacción de los fumadores, quienes publican un remitido en el cual dicen:
El uso del tabaco es un derecho natural que no se puede privar a ningún venezolano, sin atacar a su libertad civil.
Pero no se contentan con la proposición de un argumento que les parece impecable y ajustado a los requisitos del comportamiento republicano. Agregan una referencia a la antigüedad prehispánica y a las costumbres de los antepasados:
Debieron acordarse (los concejales) que el tabaco es producción indígena de la América y que era su deber como paisanos sostener su libre uso (…) Debieron acordarse de que nuestros abuelos fumaban, que nuestros padres lo fumaron y sorbieron, que nosotros lo fumamos, sorbemos y mascamos, y que nuestros hijos probablemente lo comerán con jalea.
Los fumadores de 1836, todos varones, anuncian una batalla que continuará a través del tiempo, y frente a la cual no se impondrá el deseo de la autoridad. Aciertan en el pronóstico, si nos atenemos a una crítica que circula en el Diario de avisos de 2 de junio de 1855. El conocido periódico se queja del desorden que predomina entonces en el teatro debido, entre otros motivos, a la proliferación de fumadores.
Preguntan los redactores:
¿Querrá la autoridad encargada de hacer guardar el orden en el Teatro, evitarnos el humo de los tabacos con que se asfixian las señoras?
De nuevo la observación sale en defensa de las mujeres, lo cual indica que todavía no se aficionaban ellas a fumar. Por lo menos en público.
No lanzaba el Diario de avisos una pregunta que los ediles podían responder con tranquilidad, si recordaban el abucheo de que fueron víctimas sus antecesores de 1836 cuando redactaron el primer Reglamento. De acuerdo con las informaciones de El Constitucional de Caracas, los enfurecidos espectadores levantaron entonces los sombreros y las sombrillas para evitar que el Jefe Político, Tomás José Sanavria, viera la función. Además, llenaron de improperios a los ediles presentes mientras ovacionaban a los empresarios del teatro, José María Ponte y Andrés Julia García, quienes consideraban que el gas ácido carbónico no estorbaba el desarrollo de sus espectáculos.
El tema apenas se tocó en las sesiones del Concejo Municipal o en las páginas de la prensa durante el resto del siglo. Tal vez porque los señores del cabildo prefirieron evitar incomodidades, o porque los fumadores sintieron que habían ganado la pugna sin imaginar las escabechinas campales que perdería el tabaco en siglos posteriores.
Elías Pino Iturrieta
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