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Al comienzo y al final de cada programa, cuando se leían los créditos y se nombraban los anunciantes, el operador, los locutores y el director de la radio, a mí me mencionaban como productor. La verdad es que, aparte de contestar de vez en cuando el teléfono y sugerir algunas canciones, yo producía muy poco. Confieso que Guillermo Zambrano y Fernando Ces nunca me pagaron en metálico por ir todas las noches a calármelos, mientras pegaban gritos y hacían chistes malos en la 92.9 F.M. Lo único que conseguí a través de Rockadencia, y eso lo considero un gran pago, fueron las entradas para el concierto de Woodstock de 1994 y la presentación de los Rolling Stones en el Giant Stadium de New Jersey.
Teníamos tiempo organizándonos para ir y después de confirmar la fecha del festival de Woodstock nos enteramos de que los Rolling Stones también se presentaban en New Jersey por esos mismos días. Estaban de gira promocionando el disco Voodoo Lounge y, como ocurre con los Rolling Stones desde hace más de treinta años, nunca se sabe cuándo será su último tour. Así que hicimos todo lo posible por ir a verlos. Después de mucho pedir logramos que Virgin Records nos obsequiara cinco entradas VIP.
Todo era muy simple. Tan solo teníamos que llegar a Nueva York y recoger las entradas en una oficina de la disquera y el lunes siguiente, después de los tres días de paz y música en Woodstock, estaríamos viendo por primera vez a los Rolling Stones en vivo.
Al salir de las oficinas de Virgin Records fuimos hasta el apartamento de un amigo –un piso bien alto de un edificio en pleno Broadway a la altura de la calle 57– a preparar los morrales que nos íbamos a llevar a Saugerties, un pueblo ubicado a poco más de cien kilómetros de donde se celebró el original concierto de Woodstock en 1969. Tratamos de repartir equitativamente el equipaje. Teníamos una pequeña carpa para dos personas. Las mujeres dormirían en ella. Yo planeaba dormir en un sleeping bag, en plan outdoor, y no me acuerdo dónde ni cómo tenían planeado dormir los otros dos compañeros de aventuras. En medio del desorden alguien quedó comisionado de guardar las entradas del concierto de los Rolling Stones.
Yo no soporté hasta el final el festival de Woodstock. Llovió todos los días y sus respectivas noches. El fango, la falta de comida y de agua potable convirtieron todo en un verdadero caos. Al final del segundo día ya no aguantaba más frío y la mañana del domingo preferí dejar la zona del concierto. Tuvimos que caminar unos diez kilómetros hasta llegar a una estación de tren. Cubiertos de barro y luego de casi implorar por pasajes conseguimos subirnos a un tren con rumbo a New York. Llegamos de noche a Manhattan. Nos acostamos con la desilusión de no haber visto a Peter Gabriel en Woodstock, pero con la ilusión de que al día siguiente veríamos a los Rolling Stones.
Acordamos conseguirnos en la estación de Port Authority y de allí coger un autobús hasta el Giant Stadium. Mientras hacíamos la cola para subir al colectivo y, después de repetirle varias veces a cada uno de los revendedores de entradas que nosotros ya teníamos las nuestras, decidimos repartírnoslas. Por lo que recuerdo, las nuestras eran plateadas, decían fila J, entre las sillas 16 y 21. Estábamos destinados a sentarnos a solo diez filas de Keith Richards y su guitarra.
Fue entonces, casi en la escalerilla del bus, cuando nos vimos a las caras y nos preguntamos con la vista quién tenía las entradas. Todos nos revisamos, todos nos reclamamos y todos nos culpamos. Por fortuna, en ese momento nadie resultó lo suficientemente culpable y ninguno terminó acusado de perderlas. Así que, después de reírnos un rato y acordar que el que las tuviera tendría la decencia de decirlo cuando las hallara, corrimos tras uno de los revendedores. Terminé pagando más de doscientos dólares por dos entradas que quedaban a más de cien filas de la guitarra de Keith Richards y a más de tres pisos de los brincos de Mick Jagger. De teloneros tocaron los aburridos Counting Crows y como único recuerdo agradable me quedó la canción “Before they make me run” que canta Keith Richards en el disco Some Girls.
De vuelta a Caracas, sacándole el barro a los morrales que nos habían prestado para el viaje, conseguí las cinco entradas: estaban muy bien guardadas en uno de los bolsillos del mío. El día que nos preparamos en el apartamento para salir a Woodstock me las habían comisionado para que las cuidara porque yo era el productor de Rockadencia, el más responsable y el menos distraído del grupo.
Andrés Kerese
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