Perspectivas

Un tirano como Hierón de Siracusa

04/03/2023

Estela antigua representando un soldado griego, ca. s. I a.C.

A comienzos del siglo V a.C. Siracusa estaba gobernada por una oligarquía encabezada por la familia de los Gamori, que se tenían por descendientes directos de los fundadores de la ciudad. Siracusa había sido fundada en el 734 a.C. por colonos provenientes de Corinto que se asentaron en la isla de Ortigia, que cierra una estupenda bahía sobre el mar Jónico, en la costa oriental de Sicilia. Los colonos corintios pusieron la nueva ciudad bajo la protección de Artemisa (uno de cuyos sobrenombres es Ortigia) y la llamaron Syrako, que en lengua nativa significaba «pantano», seguramente por las marismas de la bahía. Siracusa fue, pues, la segunda colonia griega establecida en Sicilia después de Naxos. Desde sus comienzos, la ciudad estuvo signada por las dos características que van a dominar su historia: el progreso económico y la inestabilidad política. El hecho de que de su puerto salieran expediciones con el objeto de fundar a su vez nuevas colonias indica su prosperidad económica. Siracusanas fueron las colonias de Acras, fundada en el  664 a.C., Casmena en el 644 y Camarina en el 599, al sur de la isla. Que Siracusa debió tener alguna importancia cultural lo prueba el hecho de haber sido la cuna del matemático Arquímedes, hijo a su vez de Fidias el astrónomo. Por lo demás, Tucídides y Aristóteles hablan de sus encarnizadas disputas internas.

En el año 486 a.C. una insurrección democrática hizo que los Gamori huyeran de Siracusa y se refugiaran en la cercana colonia de Casmena. Poco después, producto de otra revuelta, el tirano Hipócrates de Gela tomó la ciudad, aunque una intervención diplomática de Corinto y Corcira consiguió imponer la paz. Una paz efímera, pues a la muerte de Hipócrates su sobrino Gelón organizó a los exiliados siracusanos y junto con ellos ocupó la ciudad en el 485, restableciendo a los Gamori en el poder. Desde luego que éste no podía ser más que un gobierno títere, pues el verdadero amo de Siracusa era Gelón, que pronto fue reconocido como tirano. Gelón dejó a su hermano Hierón al mando de Gela y trasladó a Siracusa su capital, implementando una serie de políticas orientadas a restablecer su poder político y económico. 

En realidad, toda esta inestabilidad es común a la mayoría de las poleis en el siglo VI y comienzos del V a.C., no solo en Grecia continental sino también en las colonias. Es cuando se consolida el declive de las viejas monarquías y se verifica el ascenso de toda una clase de líderes populares que acceden al poder muchas veces a través de revueltas, conjuras o traiciones, con el apoyo de las clases más desposeídas. Situaciones como la de Siracusa se replicarán a lo largo del mundo griego, incluida Atenas. La palabra «tirano» no tiene, pues, en estos momentos, un matiz peyorativo, al punto del que la tragedia de Sófocles se llama Oedypos tyrannos, y no «Edipo rey», como fue conocida posteriormente. Más que el origen ilegítimo de su poder, el desprestigio de los tiranos vendrá asociado a las prácticas a que se abocaron con el fin de conservarlo, como la demagogia, la represión y, sobre todo, la contratación de mercenarios para su seguridad privada. Si observamos con perspectiva histórica, el advenimiento de las tiranías sirve de transición entre el declive de las monarquías arcaicas y el surgimiento de las democracias, asociadas al período clásico. No hay que generalizar sin embargo. Como observa Jacqueline de Romilly (La tyrannie dans la Grèce antique, París, 2004), tiranías hubo desde los tiempos de Alceo y hasta el período helenístico.

En todo caso, es verdad que bajo la tiranía de los dos hermanos, Gelón y Hierón, Gela y Siracusa prosperaron. Especialmente Siracusa, donde se acometieron numerosas obras de infraestructura a la vez que eran trasladados allí numerosos ciudadanos importantes de Gela y otras ciudades, colonias y vasallas, convirtiéndose rápidamente en la primera ciudad de Sicilia. Entonces Siracusa amplió sus límites y aumentó su influencia y poder militar, incluso a tierra firme. En el 474 a.C. las tropas siracusanas bajo el mando de Hierón vencieron a los etruscos y los cartagineses en Cumas, muy cerca de lo que hoy es Nápoles, salvando a la Magna Grecia. Los historiadores suelen asociar este hecho con el período de mayor poder de la ciudad. En el 478, a la muerte de Gelón, lo sucedió su hermano Hierón, y después su hermano Trasíbulo en el 467. Finalmente Trasíbulo será derrocado por una revuelta democrática dos años más tarde. Siracusa volverá a ser militarmente importante después de más de cincuenta años, en el 415, cuando espartanos y atenienses se enfrentaron por ella. Después, en 387, será en Siracusa donde Platón viva su infernal temporada siciliana. Sin embargo, es claro que ya la ciudad no era dueña de su historia.

Hierón de Siracusa ascendió al poder, pues, a la muerte de su hermano Gelón en el 478 a.C. y lo mantuvo hasta el 467. Lo hemos dicho, bajo su mandato la tiranía siracusana alcanzó su mayor esplendor. En lo exterior promovió una política de expansión que tuvo efectos no solo en Sicilia sino también más allá del estrecho de Mesina. Pero también Hierón fue un espíritu brillante. Consiguió congregar a su rededor a algunos de los poetas más destacados de su tiempo, creando una verdadera corte literaria. Entre estos poetas mencionamos a Píndaro, Epicarmo, Esquilo y Simónides, así como el filósofo Jenófanes. En su Olímpica I y en sus tres primeras Píticas Píndaro nos lo presenta como un atleta victorioso en las carreras de carros, deporte reservado a los reyes. Al imponer su hegemonía sobre el oriente de Sicilia, Hierón se muestra como el defensor de la civilización helénica contra el peligro cartaginés, un paladín militar y cultural, a la vez que, no está de más, un héroe atlético. El prototipo del tirano perfecto.

La literatura recuerda a Hierón por una razón más. El tirano protagonizará un diálogo que escribió Jenofonte en la primera mitad del siglo IV a.C., cuando ya estaba en su madurez. Hierón o acerca de la tiranía pertenece en efecto al selecto grupo de los escritos de Jenofonte cuya autoría nadie pone en duda. Pienso que la crítica no ha prestado suficiente atención a este texto. Se trata de un breve diálogo al estilo platónico en el que el tirano conversa nada menos que con el poeta Simónides acerca de los asuntos del poder. Un poeta y un tirano. Persuasión y dominación. Un hombre de palabras y otro de armas y poder. No será la primera vez, desde luego, pero el contraste funciona a la hora de dar mayor dramatismo a la pintura de dos psicologías tan diferentes. Porque para Jenofonte la tiranía tiene ante todo sus bases en una actitud psicológica, individual y colectiva. Está por una parte el colectivo dispuesto a obedecer la voluntad de un hombre, y por la otra el hombre que encarna esa voluntad de dominio. Una dialéctica insoluble. Una dinámica irracional ante todo.

El diálogo presta especial atención a las relaciones entre el déspota y su ciudad. Hierón y Simónides conversan acerca de la condición del tirano en medio de sus ciudadanos, de su soledad, de la desconfianza que permanentemente acompaña a todo el que ha llegado al poder de forma violenta e ilegítima. En el diálogo el tirano se muestra de una forma sorprendentemente cercana y sincera, lo que otorga a su figura un mayor dramatismo. Descubrimos en él la profunda infelicidad que acompaña al que detenta el poder absoluto, sus temores persistentes. Desprovisto de una mirada democrática, para Jenofonte la concentración del poder en una sola persona no es el problema, sino cuán legítimas hayan sido las formas de acceder a él. Así se acerca a Platón y a Tucídides, para quienes el rey y el tirano pertenecen a universos antitéticos. Así el tirano aparece como una degeneración del monarca. Al basarse en la psicología de un individuo, la tiranía se convierte en un fenómeno eminentemente inestable. Al fundar su supervivencia en la violencia y la coacción, le acompaña irremediablemente una trágica fatalidad.


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