Todo el oro del Darién

Migrantes transportados desde el pueblo de Bajo Chiquito a la Estación de Recepción de Migrantes en Lajas Blancas, Provincia de Darién, Panamá. Fotografía de Ivan Pisarenko | AFP

23/07/2022

 

A nuestros caminantes

 

Era el martes 27 de septiembre de 1513. El día anterior, Vasco Núñez de Balboa había saqueado sin dificultad la aldea de Cuareca. Ese martes muy temprano, a las seis de la mañana, abandonó la aldea y continuó camino a través de la selva tupida y pantanosa. Le acompañaban sesenta y siete soldados, un clérigo y cerca de seiscientos indios. Se dirigió directamente a una cima entre las montañas de Urrucallala, desde donde, le habían dicho los guías, era posible avistar el gran mar. Quería coronarla ese mismo día y lo hizo en cuatro horas. Hacia las diez, a punto de llegar a la cumbre, ordenó a su gente detenerse y continuó solo. Quería ser el primero en verlo. En pocos minutos llegó a la cima y contempló extasiado la inmensidad azul que ningún otro cristiano había visto antes. “Miró hacia mediodía, vio la mar, y en viéndola arrodillóse en tierra y alabó al Señor, que le hacía tal merced”, cuenta López de Gómara en su Historia general de las Indias. Entonces sí, llamó a sus compañeros para que también subieran a verlo.

Eran los primeros europeos en contemplar el inmenso Mar del Sur, el codiciado camino a la China que tanto había buscado Colón. El capitán Núñez de Balboa pidió al escribano Valderrábano que hiciera una lista de los españoles presentes. Naturalmente él la encabezaba. Luego, en ese orden, estaban el clérigo Andrés de Vera y después el primer teniente de la expedición, Francisco Pizarro, que llegaría a ser el conquistador del Perú. Con mano temblorosa, Valderrábano tomó nota de lo acaecido: “y en martes veinte y siete de aquel año de mil e quinientos y trece, a las diez horas del día, yendo el capitán Vasco Núñez en la delantera de todos los que llevaba por un monte raso, vido desde encima de la cumbre la Mar del Sur antes que ninguno de los cristianos compañeros que allí iban”. Procedieron entonces a tomar posesión del insospechado océano para Castilla. Amontonaron piedras y grabaron con sus puñales los nombres de los reyes Fernando y Juana en los troncos de los árboles, mientras el clérigo Andrés de Vera cantaba emocionado el Te Deum laudamus. Los indios presenciaban embelesados sin entender absolutamente nada.

También habían sido los primeros europeos en cruzar la impenetrable selva del Darién. Habían corrido rumores de que el rey pensaba nombrar un gobernador en propiedad que sustituyera a Núñez de Balboa, que solo ostentaba el cargo de forma provisional. Entonces Balboa recordó lo que dos años atrás le había contado su amigo, el cacique Panquiaco, que más allá de la selva había un inmenso mar que no estaba tan lejos ni al que era difícil llegar. Supo que era el momento de jugarse la carta de su descubrimiento. Había pasado los dos últimos años recogiendo información a la vez buscaba oro, si bien nunca pudo descubrir el fabuloso reino de la diosa Dabaibe del que también le había hablado Panquiaco, donde las pepas de oro eran del tamaño de naranjas y podían recogerse en cestas. Llevaba más de doce años en Panamá y sabía más que ningún otro español sobre su territorio y sus gentes. Si había alguien que podía hacer la travesía y llegar al mar austral, ése era él.

Zarpó de Santa María la Antigua el primero de septiembre con un pequeño bergantín y nueve canoas, bordeando la costa de Veraguas hasta Puerto Careta. Allí lo esperaba su amigo Panquiaco con mil indios y algunos guías. Estacionó en la playa la mitad de la expedición y continuó con noventa y dos soldados, dos sacerdotes y una jauría de perros. Aunque la distancia entre ambos mares no era grande, debía tener cuidado de avanzar por las angostas trochas, atravesando las tierras de los caciques amigos y evitando las de los enemigos. La selva insalubre e impenetrable y las lluvias de septiembre hicieron el camino más difícil. Tras dos días de marcha llegó a las tierras del cacique Ponca, quien también aportó guerreros y guías, y cinco después, a las del cacique Torecha, quien le presentó batalla en la aldea de Cuareca. El día veintinueve, fiesta de San Miguel Arcángel, dos días después de haberlo visto por primera vez, Núñez de Balboa hundía su espada en las aguas del golfo de San Miguel –así quiso bautizarlo- como señal de sujeción a las armas de Castilla. También hizo probarlas a sus sesenta y siete acompañantes, para que fuesen testigos de que eran saladas.

Donde más y mejor se cuenta sobre Vasco Núñez de Balboa es en la Historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, quien lo conoció personalmente en el Darién. Nació en Jerez de los Caballeros, en Badajoz, hacia 1475. Era, según cuenta Bartolomé de Las Casas, “bien alto y dispuesto de cuerpo, buenos miembros y fuerzas, gentil gesto de hombre muy entendido, y para sufrir mucho trabajo”. De familia castellana “de hidalgos y de sangre limpia”, siendo niño sirvió como paje en casa de Pedro Portocarrero, señor de Moguer, en Huelva, donde se educó en letras, modales y esgrima. En 1501 lo tenemos en Sevilla, enrolándose rumbo a las Indias en la expedición de Rodrigo de Bastidas y el cartógrafo Juan de la Cosa. La expedición reconoció la costa atlántica de las actuales Colombia y Panamá, desde la Guajira hasta Punta Manzanillo, y terminó hundiéndose cerca de donde ahora está Puerto Príncipe en La Española. Balboa pasó los años siguientes en Santo Domingo, dedicándose a la cría de cerdos aunque sin suerte, pues cuentan que un huracán destruyó su granja. Endeudado, huyó en la expedición que Martín Fernández de Enciso organizó al Darién en 1510, como polizón escondido en un barril junto a su perro Leoncico. Descubierto, lo habrían abandonado en alguna isla desierta si no hubiera sido por su carisma -y seguramente también el de Leoncico- que les ganó el afecto de la tripulación.

Retrato de Vasco Núñez de Balboa. Autor anónimo

La expedición del bachiller Enciso naufragó y los sobrevivientes tuvieron que decidir entre intentar volver a La Española o quedarse para poblar. Es cuando comienza la verdadera historia de Núñez de Balboa, o mejor dicho, su entrada en ella. Con el conocimiento que tenía de la zona por haber hecho parte de la expedición de Bastidas, Balboa habló de una “abundante y fresca tierra de comida” pasando el golfo de Urabá, cuya “gente no ponía veneno a sus flechas”. Eran las tierras del cacique Cémaco, cuyos guerreros fueron vencidos cuando los españoles se encomendaron a la Virgen de la Antigua. Allí mismo se fundó en diciembre de 1510 Santa María de la Antigua del Darién, una de las primeras ciudades españolas fundadas en suelo americano, la primera de Tierra Firme.

En realidad, no había lugar más inconveniente para establecer una colonia. La Antigua carecía de un buen puerto, de un gran río, de buenas tierras de labor, no dominaba ninguna ruta comercial y su clima era insalubre. Sin embargo le sobraba la ambición y la terca voluntad de los españoles. Los primeros años de la ciudad estuvieron marcados por la lucha por el oro. Los tesoros encontrados en las aldeas aborígenes indicaban su abundancia en aquellos territorios. Enciso, jefe de la expedición, se había enemistado con sus hombres al prohibirles, bajo pena de muerte, que comerciaran con oro. La ocasión fue aprovechada por Balboa, quien pidió la conformación de un cabildo pleno para la ciudad. De este modo se convirtió en el primer alcalde electo de la historia de América, y la autoridad de Enciso fue desconocida. Los meses posteriores se pasaron en pleitos entre Diego de Nicuesa, gobernador de Veraguas (actuales Panamá, Costa Rica y Nicaragua), y Alonso de Ojeda, gobernador de la Nueva Andalucía (Colombia y Venezuela), por la posesión de la ciudad. Núñez por su parte se empleaba en extender su control sobre la comarca. De sus frecuentes incursiones por la selva solía volver con generoso botín de oro y perlas. Paralelamente desarrolló una intensa actividad política, pactando con algunos caciques y sometiendo a los menos sumisos. Algunos llegaron a bautizarse, como el cacique Comogre, que pasó a llamarse Carlos, o Chima, jefe de los Careta y padre de Panquiaco, que fue bautizado Fernando como el rey de España. Chima -o Fernando- llegó a entregar a varias de sus mujeres a Balboa, entre ellas a su propia hija Anayansi que se convirtió en amante del capitán. De unos y otros, aliados y enemigos, se las arregló Balboa para obtener, por las malas o por las buenas, alimentos y oro.

La mañana del 15 de enero de 1519, no habían pasado seis años de su hazaña, Vasco Núñez de Balboa fue decapitado en la plaza de Acla, la ciudad que fundó en la misma playa donde comenzó la expedición hacia los Mares del Sur. No pudieron con él los dardos envenenados de los indios, como sí la envidia, la ambición y la codicia de su propia gente. El gobernador Pedrarias Dávila, su sucesor en la gobernación del Darién, le acusó falsamente de pretender establecer un gobierno independiente de España. Su antiguo lugarteniente, Francisco Pizarro, cumplió presto la orden de apresarlo. Meses más tarde, Pedrarias autorizaba a Pizarro la expedición hacia Perú, pero esa es otra historia.

La historia del descubrimiento del océano Pacífico, de Panamá y de Vasco Núñez de Balboa están estrechamente ligadas al nombre de Darién. También la búsqueda de oro en América. Allí empezó a forjarse la leyenda del Dorado. Allí comenzó la epopeya de la conquista de la Tierra Firme, que llevó a los españoles desde Chile hasta California con ímpetu civilizador y depredador a la vez. De allí partieron las primeras exploraciones. Marcado por una condición fronteriza irrepetible –dos continentes, dos océanos- el Darién forjó un modelo de conquista que se repetirá a lo largo de América por dos siglos. En 1524 Santa María la Antigua fue abandonada y destruida, y solo fue hace poco que sus ruinas pudieron ser localizadas. Sin embargo, la selva agreste e insalubre sigue siendo testigo de las más terribles historias, signadas por la muerte, el crimen y la codicia.


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