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Tejiendo la esperanza

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30/11/2024

Tejiendo para los soldados. Julian Alden Weir. 1918

El lenguaje no pertenece a la lengua, sino al corazón.

 La len­gua es solo el instrumento con el que se habla. Quien es mudo es mudo en el corazón, no en la lengua…

 Déjame oírte hablar y te diré cómo es tu corazón.

Paracelso

En la tradición nativa norteamericana hay una historia que los ancianos contaban a los jóvenes en tiempos de tribulaciones. Y lo hacían porque sabían que a pesar de su juventud poseían dentro de sí algo capaz de captar, de comprender su significado.

Hay una cueva donde reside todo el conocimiento que buscamos, todas las respuestas que necesitamos. Si encuentras esa cueva verás a una anciana mujer sentada tejiendo un hermoso tapiz, y lo ha estado haciendo por mucho tiempo. Ella está a punto de terminar el tejido de la manera más bella y única posible y para ello quiere ponerle un ribete de púas de puerco espín. Para lograrlo debe morder cada púa hasta aplanarla, y cómo lleva tanto tiempo haciéndolo sus dientes se han ido desgastando y ya casi son apenas unas protuberancias en sus encías, pero aun así sigue aplanando cada púa. De tanto en tanto, ella debe ir al fondo de la cueva donde hay un caldero colgando sobre el fuego. Allí dentro están todas las semillas de todos los árboles y arbustos y plantas y granos y flores, y si ese caldo no se revuelve de cada cierto tiempo puede quemarse, y si las semillas se queman no habría más bosques ni flores ni granos. Así, la anciana coloca su tejido en el suelo para ir al fondo la cueva y hacer lo que tiene que hacer. Cuando regresa con su paso lento al tejido en el cual ha trabajado lo encuentra casi desecho pues un perro negro ha entrado a la cueva mientras ella revolvía el caldo de semillas y al ver un hilo suelto no pudo evitar halarlo una y otra vez hasta casi deshacer todo el hermoso trabajo creativo de la mujer y dejar un desastre allí en el suelo de la cueva. Cuando ella ve su tejido hecho trizas, se detiene en silencio un momento… Después de un rato, vuelve a sentarse y ella misma ve un hilo suelto, enseguida lo recoge y apenas lo toca tiene una nueva visión de un tapiz aún más hermoso que el anterior, y se pone de nuevo a tejer y a tejer, como lo ha hecho antes, solo que ahora está tejiendo una nueva versión del tejido, una nueva imagen de lo que puede tejer con esos hilos de vida.

Este breve relato transcurre enteramente en una cueva, ese lugar donde podemos y debemos acudir en busca del conocimiento. Se trata de un espacio apartado, en el interior de la tierra, oscuro, solitario y profundo. Las cuevas han simbolizado, entre muchas otras cosas, regeneración, protección, origen y renacimiento. Y, a menudo, han sido el lugar de importantes iniciaciones y ritos de pasaje.

En esta historia hay tres momentos centrales. El primero, la Anciana está sentada tejiendo, hasta que debe levantarse pues otra importante labor la espera en el fondo de la cueva: acercarse al caldero y remover el caldo donde se cuecen las semillas de todos los árboles, todos los arbustos, todas las flores y todos los granos para evitar que se quemen: el fuego debe ser regulado. El segundo, la Mujer Sabia regresa, encuentra los destrozos ocasionados por el perro negro, se detiene, observa y siente lo acontecido. Tercero, ella se sienta de nuevo a urdir, encuentra un hilo suelto y en el instante en que lo agarra ocurre la revelación: recibe una visión, la imagen del nuevo tejido que va a emprender, mucho más bello que el anterior, porque ha ocurrido una conexión vertical. Y así, se pone a tejer, a unir otra vez los hilos, las veces que haga falta. Creación, destrucción, recreación. Vida, muerte, resurrección.

II

La esperanza no consiste en hacer algo porque se esté seguro de los resultados. Esperanza no es lo mismo que optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte, tal como lo dejó expresado Václav Havel.

Si el caos –representado por el perro negro- no hubiera entrado a la cueva y casi destruido el tejido, la mujer lo hubiera terminado y luego todo hubiera muerto. Porque la anciana mujer lo que está uniendo son los hilos del mundo, este mundo que nunca está acabado, sino en continuo proceso de hacerse, y nosotros con él. Después de cada colapso, la imaginación es puesta al servicio de la reconstrucción: hay situaciones que requieren ser re-imaginadas para poder ser abordadas y, eventualmente, ser resueltas. Si en la esfera de lo individual, o en la de lo social, nos lanzamos a recomponer lo que ha sido destruido sin que la nueva visión de lo que ha de ser construido haya surgido, estamos ante la acción desenfrenada y sin sentido, condenada al fracaso. Los tiempos de esperar y los tiempos de accionar, si han de ser acertados, deben ser tiempos kairós, y eso lo conoce nuestra sabiduría interior.

Después de cada descalabro la Anciana teje, no porque sepa que esa vez será la definitiva, sino porque sabe que tiene sentido hacerlo. Su labor directa, que ocurre en el silencio y la penumbra, es vital para la vida que ocurre más allá, en el afuera. Su labor indirecta, que es el cuidado atento del caldo, ocurre en lo más profundo, en el fondo de la cueva, donde se da el proceso alquímico, mediante el casamiento entre el agua y el fuego dentro del caldero, al cual están siendo sometidas las semillas. De su adecuada cocción depende la vida natural. De lo que la Mujer teje depende la cultura. Dos labores diferentes, que convocan acciones diversas. De ambas procede lo que nutre, cobija, embellece y otorga sentido a la vida humana. Y todo lo que está sucediendo no es visible desde afuera.

Al terminar la narración, los ancianos les decían a los más jóvenes:

toleren el caos, lo que sea que llegue a deshacer los hilos de la vida, porque no estamos aquí solo para experimentar el equilibrio o para transitar por un camino recto y liso, o para sólo sobrevivir. Estamos aquí para ver el hilo que nos está llamando a cada uno, y si podemos encontrar ese hilo y recogerlo, entonces algo se encenderá en nuestra propia alma y nos mostrará la visión de lo que nos toca tejer, que nos toca crear. Y sin importar las condiciones que enfrentemos no debemos soltar ese hilo. Luego, lo que creemos a partir de nuestra visión, a partir de lo que nos indicó nuestra sabiduría interior, lo entregaremos de vuelta al mundo. Ese es nuestro destino individual. Porque cada uno de los hilos está conectado con el gran tejido de la vida toda, de la misma manera que internamente cada uno de nosotros está conectado de forma significativa con todo lo demás.

Descubrir de qué forma particular y profunda estamos entretejidos con la vida y con el mundo, cuáles hilos nos llaman –y despiertan nuestra vocación- después de que perros negros han derrumbado lo existente, es lo que nos va a mostrar cómo abordar los tiempos de desmoronamiento, de descalabro, de incertidumbre o de tragedias. Y eso no puede saberlo nuestro pequeño yo, no es desde su mirada estrecha, plana y horizontal desde donde encontraremos las vías de tejer la parte que nos toca, sino desde la mirada vertical que nos aporta el ser que habita en lo profundo.

Entonces, la esperanza no tiene que ver con desear que nunca más lleguen los heraldos negros. Tiene sí mucho que ver con aceptar que el caos es parte de la vida en movimiento y que frente a cada destrucción nos encontramos con una nueva oportunidad de crear si sabemos encontrar sentido y propósito en el descalabro, e imaginar y poner a andar una nueva visión, mejor que la anterior, en todos los ámbitos. En numerosas tradiciones ése que nos habita en lo profundo ha sido llamado el Iniciado Interior, siempre dispuesto a aprender, a empezar de nuevo, a reconstruir lo destruido través de energías que sanan y de visiones que inspiran.

III

Los tres elementos centrales de la Política de la Esperanza, según la filósofa norteamericana Martha Nussbaum son el amor –como ágape, amor altruista orientado al bienestar de los demás-, una visión imaginativa -a través de la poesía, la música y el resto de las artes- y un espíritu de deliberación y de crítica racional, encarnado en la filosofía, pero también en discurso político sustantivo.

En su libro La monarquía del miedo, dice: “Es necesario que distingamos entre lo que podríamos llamar la «esperanza ociosa» y la «esperanza práctica». Esta última está firmemente ligada a un compromiso con la acción. Sabemos de sobra que la esperanza ociosa existe, pero la esperanza también puede ser a menudo verdaderamente práctica: las imaginaciones y las fantasías hermosas que dan pie a la esperanza pueden motivarnos a actuar en pos de ese objetivo que valoramos. Es difícil sostener un compromiso con un esfuerzo o una lucha ardua sin esa clase de pensamientos y sensaciones vigorizantes… Siempre tenemos la opción de preguntarnos: ¿en qué imágenes voy a centrar mi atención?, ¿qué pensamientos voy a evocar en mi espacio mental?… La esperanza es un elemento crucial para entregarse enérgicamente al empeño de hacer realidad un objetivo difícil.”

Y ya sabemos dónde pone su mirada la Anciana de nuestro cuento.

El escritor rumano Mircea Cartarescu, quien vivió terribles años de represión en su país, ha dicho a menudo que la poesía no solo es un arte o escribir poemas, sino una manera de ver las cosas y estar conectado con el destino humano. “La esperanza es lo que nos hace seguir adelante, lo que nos hace seguir viviendo día a día, si no tuviésemos esperanza no podríamos resistir las dificultades de la vida. La poesía nos ayuda a vivir, a sobrevivir, porque está concentrada en una sola palabra: Quizás. En los peores tiempos de la dictadura en Rumania, devorábamos pan con poesía. Nuestro mundo era el dolor, pero también era la belleza”. Parte central de nuestro trabajo es tratar de dotar nuestras vidas cotidianas de una dimensión estética.

La esperanza es expansiva –tiene alas- y nos impulsa hacia adelante: nos dice que podemos volver a empezar, fracasando quizá, pero, como decía Samuel Beckett, fracasando mejor.

Dejemos estar, como en un caldero alquímico, las palabras de un filósofo y de un poeta:

Immanuel Kant, “Teoría y Práctica”,

Por incierto que me resulte, y que me siga resultando siempre, si cabe esperar lo mejor para el género humano, esto no puede destruir, sin embargo, la máxima de que tal cosa es factible. Esta esperanza de tiempos mejores, sin la cual nunca hubiera entusiasmado al corazón humano un deseo serio de hacer algo provechoso para el bien universal, también ha ejercido siempre su influjo sobre la labor de los biempensantes.

Esquilo, “Las Euménides”,

Por [la ciudad] ruego y vaticino con amor. ¡Que vigorosos

bienes útiles para la vida haga brotar de la tierra la

resplandeciente luz del sol!


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