LiteraturaPerspectivas

“Tan desnudas como casuales”, de Salvador Garmendia

Salvador Garmendia retratado por Vasco Szinetar

21/05/2022

El aforismo es un género raro. Asistemático, híbrido, se parece al ensayo en sus atributos resbaladizos y centáuricos; a la poesía por su brevedad y exactitud; a la narrativa porque puede, como Juan de Mairena de Machado, o Los dichos de Luder de Julio Ramón Ribeyro, expresarse a través de personajes. Tiene algo de sentencia, pero no establece doctrina ni se aviene con una moralidad; tiene algo de máxima, pero nunca dice la última palabra; tiene algo de proverbio o adagio, pero no aconseja. Del apotegma toma la brevedad lúdica y del axioma la simulación de que lo dicho en sus pocas palabras puede aceptarse sin demostración. Lichtenberg, probablemente el más grande de todos los aforistas –o al menos el que releo con fruición– jamás denominó sus escritos de esa forma. En vida, sus compilaciones fueron publicadas bajo el título de escritos misceláneos. Y misceláneo quiere decir que está compuesto por dos o más cosas distintas, que está compuesto de distintos géneros. Pero además se trataba de textos fragmentarios, como jirones de una tela más larga y más amplia. Juan Villoro, en el magnífico prólogo a los aforismos de Lichtenberg, dice que al fragmento lo anima una energía centrífuga, mientras que al aforismo una energía centrípeta. Es decir, el aforismo tiende a concentrarse en sí mismo y no depender de un afuera que lo complemente o explique, mientras que el fragmento es algo que parece interrumpido, que contiene la promesa de una continuación. En vida, Lichtenberg publicó su libro bajo el título Cuadernos. Villoro habla de “Cuaderno de saldos”, como decir un “Cuaderno de restos”. Lo que va quedando. Lo que está al margen. El subtítulo de este libro que nos ocupa es “Anotaciones al margen de otras historias”.

¿Son aforismos estos textos de Salvador Garmendia? Sí y no. Son fragmentos de pensamientos. De hecho, en uno de los textos dice que el aforismo es la forma literaria más adecuada para revelar la intimidad de un pensador. Y es cierto, en este libro la intimidad de su pensamiento aparece de manera clara y honda, como un pozo de luz al que nos asomamos para encandilarnos. Ramos Sucre llamo a sus aforismos Granizada, es decir, una especie de lluvia de minúsculas partículas de sentido. Me gusta pensar que Garmendia, gran lector de poesía, concibió estos textos breves y compactos como una materia de saldo, pero no en contra sino a favor de su trabajo narrativo, como una lluvia de sentido contra la opacidad de la existencia. De hecho, este libro tiene un antecedente en otro libro hermano del mismo autor titulado Anotaciones en cuaderno negro, publicado en 2003. En la página de la agencia Balcells, que fuera su agente literario, se dice: “El original de este libro fue encontrado en la mesa de noche del escritor después de su fallecimiento. Esta publicación es fiel al hallazgo y permite un acercamiento íntimo al escritor y a su proceso creador”. Debemos a la magia de su mujer Elisa, la Negra Maggi, el haberse encargado de la selección de los textos de ese libro hermano como también de los de éste. Algunos aforismos (o fragmentos) de Anotaciones en cuaderno negro están también recogidos en Tan desnudas como casuales, en una especie de trasvase fragmentario del pensamiento del autor. ¿Son entonces anotaciones lo que contiene este libro que nos convoca? Su gran amigo, también nacido en Barquisimeto, el poeta Rafael Cadenas, y cuyo primer libro de poemas, Cantos iniciales, lleva un prólogo de Garmendia, publicó en el año 83 un libro titulado Anotaciones, donde el autor de Los cuadernos del destierro ofrece una inigualable colección de aforismos, fragmentos o diario poético, en el que deja ver sus concepciones acerca de la poesía, pero sobre todo nos muestra la intimidad de su pensamiento. Pues bien, esto mismo nos regala Garmendia con Tan desnudas como casuales: una colección de intimidades intelectuales, el sendero que nos conduce a sus especulaciones y meditaciones. Porque para todo autor la tarea de escritura conlleva un permanente trabajo de observación y cuestionamiento de lo que escribe. Es como si se desdoblara en dos escritores: el que escribe, por ejemplo, un cuento o una novela, y el que está pensando cómo hacerlo y qué debe evitar al intentarlo. Así, estos aforismos son, en parte, una poética de su narrativa, pero también mucho más: el registro de una conciencia acerca de la muerte, el erotismo, el humor, la religión (que en su caso es teología subjetiva y atea) la música, los sueños, la memoria y el país.

La escritura de Garmendia es rica en su estilística. En su extensa obra exploró desde el realismo urbano con su novela Los pequeños seres, hasta la introspección del amor y la sensualidad en su cuento Tan desnuda como una piedra, merecedor del premio Juan Rulfo en 1989. Lo grotesco de los ambientes prostibularios, los recuerdos y personajes de Altagracia, su lugar de origen, o cuentos malhablados como El inquieto anacobero, por el que tuvo que responder a una denuncia judicial del Bloque de Prensa Venezolano por el “delito de ultraje al pudor público, lesionador de los principios morales de la sociedad venezolana”, etc. Su obra proteica abrió horizontes al humor, la sátira y la crítica social. Días atrás le escribí a Victoria De Stefano, la gran narradora venezolana, muy amiga y vecina de Garmendia, para pedirle alguna anécdota que quisiera compartir con los lectores. Victoria me respondió esto:

Querido Gustavo, el Salvador que yo conocí y frecuenté a partir de mediados de los ochenta escribía infaltablemente todos los días desde muy temprano, acuérdate que él vivía de su escritura, artículos de prensa, también telenovelas, que no creo que lo hicieran muy feliz, pero él se tomaba muy en serio cualquiera que fuera el trabajo que hiciera. En esos años también iba al parque del este, al principio a trotar, después a caminar, y a medida que avanzaba el tiempo dejó los paseos matutinos por los de la tarde en el parque de la urbanización La Floresta, al que íbamos juntos, dábamos dos, tres vueltas al parquecito, después de un tiempo, solo una vuelta, porque comenzaba a cansarse, y nos sentábamos en los banquitos a conversar. A mí me impresionaba mucho la memoria de Salvador, él hablaba, recordaba muchas cosas de su infancia, de su juventud, de su amistad con Rafael Cadenas y Manuel Caballero, de las lecturas que hacía en las noches en la plaza, sobre todo con Rafael; particularmente recuerdo que recitaba párrafos enteros de La vorágine, sonetos de Rubén Darío. Ya entrados, avanzados, los noventa, el Caracazo, el consabido frustrado golpe de estado de infausta memoria, él se sentía muy afectado. Sin embargo, todo ese tiempo estuvo escribiendo cuentos. Muchos de esos cuentos fueron recogidos en el libro No es el espejo, que es toda una declaración de principios contra la tesis del realismo socialista. Fui una persona muy afortunada. De esa amistad aprendí mucho, no solo como escritora, sino también como persona. Un amigo muy lector me dijo que había dos tipos de escritores, los que con el tiempo escribían cada vez peor y los que con el tiempo escribían cada vez mejor. Salvador pertenecía a los que escribían cada vez mejor —dijo Victoria.

Yo creo que este pequeño libro lleno de frases subrayables y pasajes de una brillantez inusual es una llave para quienes no conocen la escritura de Garmendia, que permite abrir las puertas a sus novelas y cuentos, y si se trata de alguien que ya ha leído su trabajo, entonces estos aforismos que son fragmentos, que son anotaciones, son la confirmación de la coherencia de pensamiento de uno de los escritores latinoamericanos más singulares y, paradójicamente, menos conocidos en la región. Luis Chitarroni en su prólogo a Difuntos, extraños y volátiles destaca que en la obra de Garmendia hay un deslizamiento hacia lo confesional, lo indiscreto, casi lo irrelevante, y que eso no es más que una estrategia para pasar inadvertido como Ribeyro, como Felisberto, como Virgilio Piñera.

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*Tan desnudas como casuales, fue publicado por Los cuadernos del destierro, Buenos Aires, 2022.


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