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NUEVA YORK — Una reciente donación de 6,24 millones de dólares para el grupo de servicio social Henry Street Settlement sorprendió a muchos, incluso según los estándares vertiginosos de filantropía en la ciudad de Nueva York: se trató de la donación más grande de una persona al grupo en sus 125 años de existencia.
Y no los donó un benefactor multimillonario, sino una mujer de Brooklyn que trabajó como secretaria en el mismo despacho legal durante 67 años. Se jubiló a los 96 años y murió poco después, en 2016.
Su nombre era Sylvia Bloom y ni sus amigos más cercanos ni sus familiares tenían idea de que hubiese reunido una fortuna a lo largo de las décadas. Lo hizo de una manera particularmente habilidosa, al observar las inversiones que hacían los abogados para los que trabajaba.
“Era una secretaria en una era en la que ellas se hacían cargo de la vida de sus jefes, incluyendo sus inversiones personales”, recordó su nieta Jane Lockshin. “Así que cuando el jefe compraba acciones, ella las compraba por él, y luego hacía lo mismo a nombre propio, pero invirtiendo una menor cantidad, dado su sueldo de secretaria”.
Bloom nunca habló de eso, ni siquiera con sus más allegados. En total, tenía más de 9 millones de dólares a su nombre cuando falleció, que estaban distribuidos en tres casas de bolsa y once bancos. El hecho solo salió a la luz una vez que murió, “es algo que te deja perpleja”, dijo Lockshin, albacea de bienes de Bloom.
“Me di cuenta de que tenía millones y nunca había dicho una sola palabra al respecto”, recordó Lockshin. “Supongo que pensaba que era algo que le incumbía a ella y a nadie más”.
El testamento de Bloom preveía que parte del dinero se heredara a familiares y amigos, pero ordenaba que la mayoría de la fortuna se destinara a becas de la elección de Lockshin para niños y jóvenes necesitados.
Lockshin, tesorera desde hacía mucho tiempo del Consejo de Administración de Henry Street Settlement, llamó al director ejecutivo del grupo, David Garza, y le preguntó si estaba sentado.
“Estábamos todos boquiabiertos, no lo podíamos creer”, recordó Garza, quien dijo que el dinero se usaría para el Programa de Horizontes Universitarios Expandidos del grupo, que ayuda a los estudiantes con pocos recursos a prepararse y asistir a la universidad. La donación, hecha en febrero, se dio a conocer públicamente.
Aunque la riqueza de su tía fue una sorpresa, el plan de Bloom para ayudar a los estudiantes no lo era, dijo Lockshin.
Los padres de Bloom, quien nunca tuvo hijos, eran inmigrantes de Europa del Este y creció en Brooklyn durante la Gran Depresión. Asistió a escuelas públicas y cursó la universidad en horario nocturno mientras trabajaba durante el día para que le alcanzara el dinero.
En 1947, comenzó a trabajar en un incipiente bufete de abogados de Wall Street, fue una de las primeras empleadas. A lo largo de 67 años, esa empresa, Cleary Gottlieb Steen & Hamilton, creció hasta alcanzar su tamaño actual, con más de 1200 abogados y una nómina de centenas de personas. Bloom fue la que más tiempo trabajó ahí, comentó Paul Hyams, ejecutivo de Recursos Humanos de la firma que fue amigo de la mujer durante los 35 años que él estuvo ahí.
Bloom se casó con Raymond Margolies, quien murió en 2002, un bombero de la ciudad de Nueva York que, tras jubilarse, se convirtió en maestro de escuela y trabajaba también en una farmacia, según cuentan sus familiares.
Lockshin comentó que casi todo el dinero estaba a nombre de Bloom y añadió que era “muy posible” que ni Margolies estuviera enterado del tamaño de la fortuna de su esposa.
La pareja vivía modestamente en un apartamento de renta controlada, aunque “ella podría haber vivido en una calle elegante, como Park Avenue, si hubiera querido”, afirmó Hyams, su amigo de la firma legal.
Bloom siempre tomaba el metro para ir a trabajar. Justo antes de que ella se jubiliara, Hyams recuerda que vio a Bloom, entonces de 96 años, salir del metro y dirigirse al trabajo pese a que había una feroz tormenta de nieve.
“Dije: ‘¿Qué hace aquí?’, y ella contestó: ‘¿Por qué, dónde debería estar?’”, recordó el hombre.
Hyams dijo que quedó “absolutamente atónito” cuando supo de la fortuna de Bloom tras su muerte. “Nunca hablaba de dinero y nunca se dio la gran vida”, dijo. “No era pretenciosa y no quería llamar la atención”.
Lockshin mencionó que 2 millones de dólares adicionales de la herencia de Bloom se repartirían entre Hunter College, el alma mater de Bloom, y otros fondos de becas escolares.
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Este texto fue publicado originalmente en The New York Times en español.
Corey Kilgannon
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