Sobre «Nebraska», novela de Miguel Gomes

09/11/2024

Portada del libro Nebraska | Imagen de Amazon

Ficciones de la amistad, así podría llamarse el proyecto narrativo, y particularmente novelístico, de Miguel Gomes, donde dos amigos, David de Sousa y Lucio Cavaliero, pero también Arturo Ramírez, interactúan, se escriben cartas, evocan episodios, y son, en definitiva, la materia de sus novelas (Retrato de un caballero, Llévame esta noche, Nebraska), o al menos el vehículo que permite armar las tramas y vicisitudes que imagina su autor.

Ellos son profesores universitarios en Estados Unidos, atravesados por la multiculturalidad y prontos a jubilarse. De ahí que las peripecias de campus universitario sean un tema constante en este universo en el que abundan miserias burocráticas y académicas, chismes de pasillo, anhelos de poder, zancadillas, dinero y ansias por lograr ascensos en el escalafón.

Todo esto dentro de un espectro más amplio, donde hay una Venezuela a miles de kilómetros de distancia, lejana, pero palpitante en sus desgracias sociales y políticas; donde aparece la inmigración, con sus desafíos idiosincráticos y sus comedias lingüísticas; el eje emocional y sexual, en el que los divorcios, las perversiones, las fantasías que suelen avergonzarnos, nutren sus páginas junto con las relaciones de padres e hijos, la soledad, el desencanto, y también las artes plásticas, literarias y musicales; la alta cultura es uno de los colchones en los que descansa esta ficción narrativa.

La erudición que recorre la obra de Miguel Gomes es una herramienta de entendimiento y reflexión, sin duda, pero nunca pesada ni sabelotoda, corre ligera y veloz en la ficción, y compone la dramaturgia y la puesta en escena de sus personajes. En esta ocasión, en Nebraska, opera especialmente la erudición musical como malla contenedora, no como telón de fondo, sino que resulta la red sobre la cual se sostiene esta novela bípeda

Y digo bípeda porque, obviamente, tiene dos patas, o dos partes: la primera «Bourbon, Nebraska», y la segunda «Música antigua». Una y otra se complementan y se problematizan. La segunda parece ser la ficción escrita por el autor de la primera.

Ya antes de comenzar, en la dedicatoria, asoma el término musical contrapunto: «Estas diferencias –dice la dedicatoria– sobre contrapuntos de Marco de Denevi y Julio Ramón Ribeyro…». Pero ¿por qué Denevi y Ribeyro? ¿Tendrán algo que ver los libros de cuentos Las botellas y los hombres, de Ribeyro, o Música para amor perdido, de Denevi?

Contrapunto, es decir, «nota contra nota o melodía contra melodía», como informa el Diccionario Harvard de música. Este contrapunto conforma el díptico de Nebraska, una dualidad que se replica en otros ámbitos del libro. Principalmente en la amistad, porque para que haya amistad hacen falta al menos dos. En este caso, David De Sousa y Gabriel Charnon, el díscolo y beodo profesor universitario, con quien David inicia una proto amistad, y construye a duras penas, con voluntad y genuinas ganas, los pasos para transitarla. Las vicisitudes de esta amistad amenazada ocupan la primera parte del libro.

Pero igualmente en la segunda parte, la dualidad está en la figuración de una amistad entre el narrador y su vecino, a propósito de la afición, por partida doble, de la música antigua, con la que realizan duelos musicales en el vecindario sin siquiera conocerse.

Los epígrafes apuntan también a un universo dual. Uno, de Robert Louis Stevenson: «Tengo una pequeña sombra que entra y sale conmigo», lo que recuerda a Animal de costumbre, de Juan Sánchez Peláez, y el otro, de Nietzsche: «¿Creéis que es una obra descosida porque se os presenta en trozos (y porque es preciso presentarla así)?», que es casi una advertencia del artefacto bípedo que el lector tiene en sus manos.

Incluso ese universo de dos aparece también en las preocupaciones íntimas de David, cuando dice: «Unos se hacen adultos aprendiendo a olvidarse del proyecto de ser astronauta o bombero, yo me había empeñado en olvidarme de ser escritor». Lucha interna entre dos: el profesor que hace carrera universitaria y el escritor que está a la sombra en espera de una oportunidad.

Y son precisamente obras literarias, primero la novela escrita por Charnon, y luego la escrita por De Sousa, las que desencadena la acción de la primera parte. En realidad, hay cuatro novelas en Nebraska: «Bourbon, Nebraska», «Música antigua»; la novela escrita por Charnon: «Heavenly Memoires of James Dean, Marilyn Monroe & His Majesty The Kin, y la escrita por De Sousa: «La ciudad lejana». Estas dos últimas como ficciones dentro de la ficción de Nebraska, donde destaca la indisimulada apreciación crítica de Gabriel Charnon acerca de la novela de De Sousa, cuyo título le parece pomposo, pero que a su vez nos permite entrever un universo muy cercano a la obra de Miguel Gomes: esa ciudad lejana nos habla de emigración y de extranjería, o si queremos apuntar mejor: de mezcla cultural y lingüística en la que suelen habitar sus personajes, porque no cabe duda de que esa «ciudad lejana» suena a una Caracas errando en el horizonte emocional de David de Sousa.

Como consecuencia del desencanto literario provocado por la sinceridad de su proto amigo, David llega a acariciar la idea de escribir de vuelta la novela en portugués. Óigase bien, no traducirla al portugués, sino escribirla desde cero en otro idioma.

En medio de estos malabares lingüísticos hay personajes que hablan «portuñol mezclado con espanglish», es decir, no una mezcla, sino una mezcla en combinación con otra mezcla; un revoltijo de identidades. Y el alcohol, o el bourbon, operando como una herramienta transcultural. Como sabemos, entre sus muchos atributos, el alcohol transciende idiomas.

Hay generosas cantidades de bourbon en esta novela que puede ser leída como una apología a la amistad y el alcohol, algo muy común en nuestro país, por cierto, donde ambas entidades son inseparables. Y las botellas de bourbon consumidas junto con el díscolo Charnon, le ofrecen a De Sousa la ilusión de vivir otra vida, al margen de «las grandes praderas, patria del ganado, los cereales y el aburrimiento», es decir, de alcanzar o recuperar, así sea en estado de embriaguez, la confianza en ser escritor, u olvidarse durante un rato de ser profesor, y conseguir así una ventana de libertad, y sobre todo tener un nuevo amigo, muy radicalmente distinto, a Arturo Ramírez o Lucio Cavaliero.

Por supuesto, esa ventana de libertad no se abre, y las ilusiones de un nuevo vínculo se desbaratan (perdonen el spoiler, pero la buena literatura suele traer estos desencantos). Ninguna de esas posibilidades se materializan, y lo que queda es una gran resaca literaria y afectiva. Buorbon, Nebraska / Resaca, Nebraska.

Hay otras exploraciones en estas páginas. Una de ellas es la masacre de Sandy Hook, ese espantoso episodio de la violencia y crueldad americanas, que trasciende este libro para también estar en Ante el jurado, el último volumen de cuentos, hasta ahora publicado, de Gomes. O la reflexión acerca de la condición migrante: «Juro que no hui», dice De Sousa, y más adelante: «Fue una suerte tener que salir del lugar donde nacimos: eso acabó con la ilusión de querer encontrar nuestros ideales en un sitio específico». ¿Nos son los nacionalismos las religiones de los sitios específicos?

También encontramos temas maniacamente literarios. Por ejemplo, la ansiedad de esperar la respuesta de lectura de un manuscrito inédito que uno ha puesto en manos de un lector para conocer su opinión. No recuerdo haber leído esta situación, muy cara a los escritores, retratada tan magníficamente como en esta novela, sin dejar de lado las ansiedades, los egos heridos y los impulsos circenses que brotan en estos casos. U otro: «Confundir el poeta con el hablante, el hablante con el autor, el autor con el personaje y el personaje con la persona». Algo que la novela critica, y paradójicamente, promueve.

Y por último, aunque debería de ir primero, el humor, que nunca abandona, incluso en los momentos de mayor dramatismo, la pluma de Miguel Gomes; el autor se las ingenia para traficar un sesgo burlón, un giro picante o irónico, una palabra mordaz, o un divertido juego de conceptos, fruto del sofisticado ingenio que es marca distintiva en su narrativa, y que nos advierte que la vida no hay tomársela demasiado en serio. Ni demasiado en broma. Habrá que bebérsela, como un bourbon on the rocks, y celebrar la amistad, que es lo poco que nos queda.


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