Perspectivas

Ronald Reagan, inadvertido progenitor del reguetón

Fotografía de MIKE SARGENT | AFP FILES | AFP

09/01/2020

En junio de 2005, un grafitero residenciado en Mérida demostró su coeficiente satírico dedicándole unas líneas a Ronald Reagan, quien acababa de morir. En una pared de la avenida Cardenal Quintero, el clandestino maestro del aerosol escribió:

Ronald:
Fuiste mal actor, peor presidente y pésimo amante.

Nancy

Al firmar con el nombre de la viuda, el grafitero lapidaba con inusual e ingenioso humor el desempeño actoral, político y erótico de quien emprendiera su camino a la Casa Blanca tras haber interpretado el papel de cowboy en Hollywood.

Lo que nadie imaginaba en aquellos días es que la política exterior del antiguo inquilino de la Casa Blanca originó el reguetón, un género que ha puesto a sandunguear hasta a los evangélicos.

Ronald Reagan fue presidente de los Estados Unidos entre 1981 y 1989. Llegó a la Casa Blanca cuando Cuba llevaba dos décadas haciendo de franquicia de la Unión Soviética, la Revolución sandinista triunfaba en Nicaragua y Granada cedía a la tentación comunista. Ante ese panorama, su gran temor era que otros abanderados del marxismo leninismo tomaran por asalto más naciones de Centroamérica y el Caribe. Para coartar semejante posibilidad, hacia 1983 decidió implementar la Caribbean Basin Initiative, un programa económico destinado a favorecer la economía de la región.

Una de las naciones caribeñas que más inquietaba a Reagan era Jamaica. Michael Manley –el político que había ejercido el cargo de Primer Ministro de esa nación desde 1972 hasta 1980– no había dudado en mostrar simpatías por Fidel Castro y en cultivar vínculos con el bloque soviético; además, aspiraba a ejercer el cargo por tercera vez consecutiva. Su adversario en la contienda electoral de 1980 era Edward Seaga, candidato por el Jamaican Labour Party. Tras una campaña electoral de violencia rayana en la guerra civil, Seaga –indiscutible favorito de la Casa Blanca– resultaría ganador.

Para entonces, la marihuana de Jamaica había adquirido estatus de leyenda. Y mientras millones de jóvenes en el hemisferio occidental encendían un porro y cantaban “Legalize It”, de Peter Tosh, Ronald y Nancy Reagan declaraban las drogas como el «enemigo público número uno» de los Estados Unidos. Seaga –quien aspiraba a la reelección– estaba obligado a adoptar medidas draconianas contra el cultivo, el tráfico y el consumo de marihuana en Jamaica para granjearse el apoyo de la administración Reagan.

En cuestión de meses la marihuana desapareció de esa isla donde había llegado a ser consumida como cotidiano sacramento. Campesinos, transportistas, comerciantes informales cuyo sustento dependía del cultivo y comercio de la hierba padecieron una estrechez económica asfixiante. Todo un circuito de producción y distribución perfectamente engranado se vio en el dilema de desaparecer o experimentar un cambio para garantizar la supervivencia de todos sus componentes. Entonces los carteles colombianos de la droga hicieron acto de presencia, introduciendo en la isla la cultura del sicariato, la extorsión y la cocaína.

La cocaína exigía una nueva banda sonora. También otros valores, otra retórica y otro lenguaje corporal. Los acordes ralentizados del reggae fueron desplazados por la percusión electrónica. Y el agreste misticismo que hacía de África la tierra prometida se vio atenuado por la irresistible tentación de los cuerpos ávidos de sexo. La pieza que sentaría las bases del nuevo patrón rítmico sería “Under Me Sleng Teng” (1985), de Wayne Smith, inconcebible sin la acuciosa manipulación de un teclado digital Casio. Una de las canciones que señalaría la preeminencia lírica que habrían de alcanzar la genitalidad y la lubricidad sería “Punany” (1987), de Admiral Bailey, versionada por decenas de intérpretes a pesar de haber sido catalogada como no apta para ser trasmitida por radio. (Punany es el término utilizado en Jamaica para referirse a la vagina). En las pistas de baile nadie se lamentaba por el ocaso del reggae. El género imperante a partir de las transformaciones experimentadas en Jamaica debido a la la Caribbean Basin Initiative fue el dancehall, expresión que ha pregonado con categórica desfachatez los placeres del sexo sin restricciones.

No me ocuparé de señalar quiénes llegaron a trasplantar la simiente del dancehall al ámbito hispano. Esto es: no me ocuparé de argumentar quién sería la supuesta figura pionera del reggaeton. Resulta más estimulante y revelador considerar por qué dicho proceso ha sido tan exitoso. (No es casual que “Despacito” haya roto récords de reproducción en Youtube durante el 2017. Tampoco lo es el lugar que “Calma” y “La canción” se han granjeado en Hit Parade internacional en los últimos meses). Quizás lo que ha permitido que el ritmo y el imaginario del dancehall haya sido traducido con tanta solvencia y profusión por intérpretes como Daddy Yankee, Bad Bunny, Farruko y J Balvin, entre otros, sea la dimensión léxica, rítmica y temática que adquirió el español gracias a la poesía negrista.

El reguetón estaría usufructuando los hallazgos de ese proceso cultural que permitió la composición de Songoro cosongo (1931), del cubano Nicolás Guillén; Tun tún de pasa y grifería (1937), del puertorriqueño Luis Palés Matos, y otros poemarios en los que el ritmo y el retumbar acústico de la palabra desempeñan el rol de elementos articuladores, al tiempo que exponen el sexo interracial como imagen del proceder requerido para conformar una nación que logre mitigar la intransigencia moral y sexual del orden colonial. Y quizás haya sido la acción cultural de figuras como Celia Cruz lo que impidió que esa retórica y ese imaginario no se fosilizaran con el paso del tiempo sino que estuvieran en plena forma para iniciar una nueva era cuando el dancehall hizo irrupción en el panorama de la música contemporánea.

En resumen, el reguetón no existiría sin el dancehall y este no habría surgido de no haber sido por las imprevistas transformaciones que Jamaica experimentó a raíz de la política exterior implementada por Ronald Reagan para el Caribe. Siendo así las cosas, podríamos tomar esa sentencia de la teoría del caos según la cual «el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tempestad en Nueva York» para afirmar que la fobia al comunismo de un cowboy alojado en la Casa Blanca ha puesto a sandunguear al mundo entero.


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